Comenzaré con una cita de Neruda: «Mucha gente ha creído que yo soy un político importante. No sé de dónde ha salido tan insigne leyenda. Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes».
Esto dijo Pablo Neruda al recibir el Premio Nobel de la Literatura, en diciembre de 1971 en una glacial mañana europea.
Fue esa, una manera de afirmar un segmento decisivo de su vida. También, un modo sencillo de evaluar su mensaje sin opacar lo que alguna gente prefiere ver en él: el poeta del amor que irrumpió en el escenario latinoamericano a comienzo de los años veinte del siglo pasado.
Neruda tuvo diversas facetas no sólo en su producción literaria, sino en su vida concreta. Y eso ocurrió, desde que naciera en Parral, esa pequeña y olvidada localidad del sur de Chile en la que coexistieran apenas dos estaciones: la del ferrocarril y la de la lluvia –como él mismo lo dijera lánguidamente-; hasta su muerte, acosado por la barbarie y el fascismo en el Santiago tomado por hordas asesinas el 11 de septiembre de 1973.
La vida de Pablo Neruda fue una sucesión de vivencias y emociones. Hay que admitir, sin embargo que entre 1921 cuando obtuvo su primer premio literario al publicar su poema “La Canción de la Fiesta” en un concurso convocado por la Federación de Estudiantes de Chile; y 1936, año del inicio de la Guerra Civil Española: predominó en el poeta del Arauco su matiz amoroso.
Sus poemas de amor brillaron con vigor y nutrieron los afectos de millones de jóvenes que encontraron un modo esplendoroso, de revelar su intimidad. No obstante, corresponde a este periodo, y a su libro “Crepusculario”, un poema en el que el autor desliza una primera mirada a su propia infancia desolada, a sus angustias y a sus dolores, a sus pesares y a sus pasiones. Nos dice allí:
“Fueron creadas por mí estas palabras / con sangre mía, con dolores míos; fueron creadas! Yo lo comprendo amigos, yo lo comprendo todo / Se mezclaron voces ajenas a las mías, / yo lo comprendo amigos… /”.
Después vendrían sus 20 Poemas de Amor y una canción desesperada; su “Tentativa del hombre infinito”, y luego “El habitante y su esperanza”. Allí proclama su voluntad de “hombre tranquilo, enemigo de leyes, gobiernos e instituciones establecidas”. “Tengo repulsión –allí añade- “por el burgués, y me gusta la vida de la gente intranquila e insatisfecha”
Esta constituye una primera vocación que le abrirá la puerta para nuevas experiencias, pero será el preludio de su incursión asiática que, a partir de 1927 lo llevará a Rangoon, Colombo, Calcuta y Java; etapa que corresponde a dos de sus obras más significativas: “El hondero entusiasta” y “Residencia en la tierra”, Ella le permitirá abrir los ojos a un nuevo escenario en el que coexistían la opulencia y la miseria; el abandono y el progreso; la oscuridad y la luz.
A ese periodo, cuya última etapa vivió en la España de la República naciente, corresponde un nuevo despertar. En él, Neruda descubre que “la sangre tiene dedos y abre túneles / debajo de la tierra”. Esa sangre asomará desde debajo de la tierra para empapar el suelo de la España martirizada por el horror y la muerte como consecuencia del accionar de los malditos, “los que un día no miraron, los que no adelantaron a la solemne patria el pan, sino las lágrimas”.
Aquí puede situarse el viraje intelectual, pero también ideológico, del poeta, que nos explica con mágicas palabras aquello que tiene ante sus ojos y que lo obliga a olvidar sus musas para desgarrar su grito.
Preguntaréis: Y dónde están las lilas? / Y la metafísica cubierta de amapolas? / Y la lluvia que a menudo golpeaba / sus palabras llenándolas / de agujeros y pájaros?
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Una mañana, todo estaba ardiendo / y una mañana las hogueras / salían de la tierra / devorando seres / y desde entonces fuego / pólvora desde entonces, / y desde entonces sangre.
Esta proclama, dicha a la luz de la martirizada experiencia española, marcará un hito en la vida y en la obra del poeta. Será el inicio de su periplo ideológico y político Y el punto de partida de su itinerario posterior. El que explicará la adhesión del poeta a la causa de la República Española, su identificación estratégica con la Unión Soviética y su odio feroz al fascismo y a la muerte.
Aquí encontraremos el génesis de poemas que corresponden al convulso escenario de su época: “El canto a Stalingrado” y su complemento natural, “El nuevo canto de amor a Stalingrado”, en los que se define con meridiana claridad su actitud ante el fragoroso episodio de la II Gran Guerra.
Neruda brilla aquí por su vigorosa identificación con la antigua URSS, su pueblo y su bandera. Cada uno de los poemas que produjera su genio en esta aciaga etapa de la historia, constituye un verdadero compromiso con la belleza literaria, pero además, con la verdad histórica.
Todo esto lleva al poeta a incorporarse, en 1945 al Partido Comunista de Chile A él, lo representa con singular brillantez como Senador en una dura etapa de la historia de Chile. En esos años se ve alentado a escribir encendidas proclamas contra el Presidente que contribuyó a elegir -el innombrable González Videla- que traicionó a su pueblo y abrió los campos de concentración de Pisagua asesinando obreros a su antojo.
Pieza maestra de esta etapa, es no precisamente un poema, sino una formidable denuncia parlamentaria titulada al estilo de Emilio Zolá como “Yo acuso”, que, en su condición de Neftalí Reyes, pronuncia en el Senado de Chile en enero de 1948 y que motivará su desafuero y persecución a partir de febrero de ese año.
Neruda, siempre a la ofensiva, clandestino, usa su tiempo para escribir una de sus obras cumbres, el “Canto General”, un monumental poema en el que narra la historia de América desde los tiempos originarios hasta la etapa actual descubriendo y describiendo, acontecimientos, personajes, luchas y cimeros episodios de los pueblos.
A esta obra corresponde un poemario gratísimo para nosotros, “Alturas de Macchu Picchu”, que concluye con un llamamiento imperecedero:
“Dadme el silencio, el agua, la esperanza / Dadme la lucha, el hierro, los volcanes / Apegadme los cuerpos como imanes / Acudid a mis venas y a mi boca / Hablad por mis palabras y mi sangre”
Sumada a este hermoso canto -el más bello y trascendente que jamás se haya escrito sobre Machu Picchu- debemos evocar la hermosa Oda a César Vallejo:
“Dos veces desterrado / hermano mío / de la tierra y el aire / de la vida y la muerte / desterrado / del Perú, de tus ríos / ausente / de tu arcilla / No me faltaste en vida / sino en muerte. / Te busco / gota a gota / polvo a polvo / en tu tierra / Amarillo / es tu rostro / escarpado / es tu rostro / estás lleno / de viejas pedrerías / de vasijas / quebradas…”
No sabemos si cubierto de turquesas o no, si entre hilos y guirnaldas o entre ríos y caminos; pero seguramente Neruda encontró a Vallejo en el infinito leyendo poemas y transitando angustias en jornadas de romance y de misterio.
Además de muchos versos de calidad inigualable, debiéramos recordar tan sólo tres de ellos: “La educación del cacique” en el que explica cómo fue que nació el valeroso Lautaro, así, de la tierra; y se hizo digno de su pueblo. El “Dicho en Pacaembú”, el histórico estadio brasileño en 1945, destinado a exaltar la epónima figura de Luis Carlos Prestes; y “Tupac Amaru.1781”. Allí se asevera premonitoriamente:
Los hondos pueblos de la arcilla / Los telares sacrificados / Las húmedas casas de arena / Dicen en silencio: “Tupac” / Tupac es una semilla / Dicen en silencio Tupac / Y Tupac se guarda en el surco / Dicen en silencio: “Tupac” / Y Tupac germina en la tierra
La obra de Neruda mantiene enhiesta su bandera a lo largo del tiempo, y de los años. Y se eleva en el combate de su pueblo enfrentando las contingencias más adversas. Brilla con el refulgente esplendor de las batallas que libran los hombres en cada recodo del camino.
Su propio pueblo y su creación más valerosa y fecunda, la Unidad Popular; Vietnam, Cuba y su estrella solitaria, la paz y su vigorosa estampa, asoman de modo cotidiano en sus poemas. Y su luz alumbra a las figuras más descollantes de su tiempo. Salvador Allende y el “Che” son emblemas de esa hora, heroica y dolorosa.
Allende exaltó hasta el fin la obra del poeta. Y el “Che” llevaba en su mochila de heroico guerrillero el “Canto General” cuando cayera en combate en la Quebrada de Yuro; en lo que constituye por cierto un homenaje ambivalente. Neruda, querido por el héroe. Y el héroe, en las páginas vigorosas del poeta.
Y es que Neruda, que levanta su voz en cada circunstancia de estos años epopéyicos, hará suya la del “Che”, y caerá luego como el compañero Presidente, abatido por el crimen y el fascismo. Ambos, sin embargo, quedaron en la historia.
Hoy, nadie recuerda el nombre de los oscuros aviadores que bombardearon La Moneda, en septiembre del 73. Pocos recuerdan la identidad de los generales traidores que se alzaron a la sombra de Pinochet en el alevoso crimen que consumaran contra Chile ante el horror del mundo. Pero el nombre de Pablo Neruda brilla en nuestro tiempo como el de Augusto C. Sandino, Ernesto Guevara, Carlos Fonseca, Luis Carlos Prestes, Salvador Allende, José Carlos Mariategui, figuras todas del siglo XX, que pasará a la historia como la semilla del tiempo nuevo.
América -“Nuestra América”, como la llamara también Mariátegui- vive tiempos de lucha, y de cambio. Deja de ser ya pasivo territorio en el cual los consorcios extranjeros encuentran fuentes y recursos. Y asoma como un nuevo escenario de la confrontación a partir de experiencias inéditas de innegable valor. Países disímiles, como Nicaragua o Bolivia; Uruguay o Venezuela; Ecuador o Argentina; despiertan de un antiguo letargo. Unámonos a ellos.
En el porvenir de nuestro continente la imagen de Pablo Neruda, el político, reverdece con gloria y esperanza. Muchas gracias.
(*) Neruda en el Corazón. Homenaje peruano al poeta Neruda al recordarse 40 años de su muerte. Iniciativa del congresista Sergio Rejada y adhesión de la Casa Mariátegui y Amigos de Mariátegui. Hemiciclo Porras. Congreso de la República. 23 septiembre 2013