por Alberto Pinzón Sánchez.
Hay diferencias entre un análisis de los resultados electorales y el escenario general que a continuación se dibuja o diseña.
Los primeros, la mayoría hecha por los “spinn doctors” oficiales (intoxicadores) del régimen que reclaman su triunfo después de la intensa y descarada intervención a favor del candidato ganador, arrecian su ofensiva mediática sobre el eje Victoria/ Derrota, para luego pasar a darle “recomendaciones” al gobernante elegido de cómo debe enfrentar el difícil escenario que ha surgido del resultado electoral del 17. 06.2018 en Colombia.
Trampa mediática y encubridora de la realidad en la que han caído algunos prestigiosos analistas “alternativos” e incluso algunos que se reclaman seguidores de la concepción marxista de la Historia, quienes para reforzar el cuento del artificio construido en los centros del Poder sobre un supuesto “centro del espectro político”, tratan de tapar el contundente e importantísimo proceso de toma masiva de conciencia colectiva que está en marcha en Colombia (como parte de un proceso mayor que se está dando en toda Latinoamérica) manifestado en estas elecciones pasadas, olvidando exprofeso aquella sentencia del manifiesto comunista de 1848, esa si labrada en la piedra dramática de la Historia que dice:
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.»
A continuación, los intoxicadores prepago pasan a seguir “moliendo” en los medios del régimen la obligada y amañada interpretación del proceso de paz, también en desarrollo (tanto del ya firmado con las Farc-EP, como de que está por concluirse con el ELN) para reforzar la idea contrainsurgente de la “derrota total de las insurgencias”agenciada durante años por la clase dominante en espacial en los gobiernos de Pastrana, Uribe Vélez y Santos:
El hecho más notorio de estas elecciones, dicen, es “la desaparición e irrelevancia marginal de la otrora poderosa guerrilla comunista de las Farc y la derrota o la muerte que les espera a los guevaristas y camilistas del ELN”. Acostumbrados como están al quietismo escolástico, no les cabe en la sustancia gris del cerebro la mínima idea de lo que puede significar el complejo movimiento dialectico en la sociedad con sus avances y retrocesos, identificaciones y proyecciones, trasformaciones y desplazamientos, en incluso superaciones dialécticas.
Algunos, los más atrevidos, han llegado a sugerir tímidas semejanzas entre el fenómeno Gaitán ocurrido antes del 9 de abril de 1948, con lo ocurrido en las pasadas elecciones; olvidando el magma social diferente (económico y supra estructural concreto) donde se gestan los fenómenos sociales y obviando, claro está, la terrible lección histórica aprendida por todo el Pueblo colombiano sobre la carencia de un partido popular comunero organizado, disciplinado y bien pertrechado ideológicamente que hubiera guiado e impedido la explosión caótica y la borrachera anárquica en la que degeneraron los acontecimientos de aquel luctuoso “nueve de abril” y lo que se dio a continuación.
Hoy, ya no es posible hablar de “caos organizativo” en Colombia. Hay incluso demasiadas organizaciones comuneras que será imposible destruir una por una, y que de seguro impedirán se trunque el Proceso Constituyente Territorial en marcha y el avance en la toma de conciencia que se está dando en Colombia. Habrá deserciones, lloros de liquidadores contratistas de los millonarios fondos de la farsa Santista del post conflicto y hasta “bajadas del bus”, pero el proceso social histórico seguirá su curso, porque sencillamente la crisis social general no se ha resuelto ni se va a resolver con unas elecciones deslegitimadas por la sospecha del fraude y la abstención masiva como las sucedidas y las seguras políticas que el nuevo gobierno impondrá. Además, el entorno geoestratégico sigue siendo cada día más crítico, frágil y vidrioso. El asunto del Poder, como decía Lenin, sigue estando en el centro de la cuestión, y eso (a pesar de la renuncia del candidato Petro) solo se podrá resolver en una Constituyente Territorial amplia y democrática.
A lo anterior, se debe agregar un SEGUNDO elemento protuberante que como lo escribí en una primera reacción a los resultados electorales , es el triunfo de la fracción de Uribe Vélez sobre la fracción de su rival Santos en la disputa por la hegemonía dentro del Bloque de Poder contrainsurgente dominante, que se ha saldado con la elección de Duque.
Pero no es Duque solamente, y su entorno mafioso de latifundismo premoderno “modernizado y financiarizado” que se ha recompuesto y se presenta ya unido bajo su nombre (lo que ha dado origen a un interesante debate sobre si lo premoderno se puede prolongar más allá del pre-capitalismo), sino todas las 11 fracciones políticas, económicas, empresariales, mafiosas, militares, burócratas contratistas, judiciales y hasta religiosas que conforman ese Bloque de Poder, cuyo cemento es la ideología contrainsurgente y el neoliberalismo, y del cual forma parte esencial el Imperialismo Global: Es el capitalismo mafioso global y neoliberal con toda su geoestrategia depredadora, lo que se ha afianzado definitivamente en Colombia, reforzado con el ingreso del país a la OTAN y su conversión en el brazo armado de esta organización militar Global, lo que se debe entrar a analizar detenidamente.
Como consecuencia, surge un TERCER elemento analítico cual es el papel como punta de lanza de Colombia y su nuevo gobierno dentro del escenario geoestratégico andino-amazónico de la reactivación de la “guerra contra las drogas”, el que sin duda se proyecta incluso a una región más amplia en donde además de Venezuela, se están librando intensas luchas de clases y procesos sociales como en Brasil, Argentina, Perú, y hasta en Méjico; confirmando también nuestra sospecha de que Colombia se estaba convirtiendo en el Israel de América Latina
Es muy probable que, con la intervención directa de la OTAN en el llamado conflicto armado colombiano, “la lucha armada revolucionaria” tal como se ha desarrollado en estos 70 años con un alto componente político- ideológico esté agotada y que lo más probable sea su mutación completa hacia una forma más parecida al post conflicto centroamericano e incluso se asemeje cada vez más a la violencia que se está dando en Méjico. No es descartable la “mejicanización total de Colombia” como lo habíamos previsto en junio del 2012, cuando el presidente Peña Nieto nombró como su asesor de seguridad al generalísimo colombiano (luego vicepresidente de Santos) Oscar Naranjo.
Un CUARTO elemento a considerar es, el que a pesar de la renuncia inútil del candidato Petro a la Constituyente Territorial, el elemento territorial deformado por las mafias electorales locales bipartidistas, ha adquirido plena conciencia de sí.
De la importancia que tiene para las comunidades, para sus vidas y futuros, el desarrollar desde la base y hacia arriba procesos Regionales, Locales y Comunales organizativos, en defensa del medio ambiente y las fuentes de agua, contra el extractivismo minero energético y contra la Guerra química del glifosfacho y el Ecocidio.
Es decir que la llamada “cuestión ecológica” y la llamada “acción comunal” ya no son un asunto de un ministerio oficial y de la manipulación de unos burócratas en altos cargos, sino que se le ha quitado de las manos para integrarlo como parte intima de las reivindicaciones populares y comuneras de base, empezando a generar una estimulante y prometedora organización popular y comunera hacía arriba.
Por ULTIMO, queda pendiente la elaboración colectiva de la “hoja de ruta de la movilización popular y territorial”, que deberá afrontar seriamente los desafíos que se van a plantear en este nuevo escenario.
N. de la R: desde una perspectiva con la cual se puede discrepar pero rigurosamente fundada, el siguiente artículo describe con precisión el conflicto político, militar y social de Colombia, prevalesciente hasta del inicio del proceso de negociaciones de La Habana, en agosto de 2012.
Eclosión del conflicto armado colombiano: actores y dinámicas
por Juliana Ospina Serna
¿Cuáles son las raíces de lo que se negocia hoy?
¿Cómo surge el conflicto armado en Colombia y cuáles son las dinámicas que le subyacen?
Contexto histórico.
Raíces del conflicto: tierra, desigualdad y exclusión
Colombia es un país con un conflicto armado interno, resultado de causas diversas y complejas. Dentro de las causas del conflicto en Colombia se pueden señalar las desigualdades sociales, la concentración de la tierra en manos de unos pocos y la disputa por la misma, la exclusión política[1], y la implementación de un modelo de desarrollo excluyente con el que se han beneficiado grandes grupos económicos, gracias a los megaproyectos que han sido llevados a cabo a lo largo y ancho del país (Pécaut, 2006; Jiménez, 2008).
Algunos autores aseguran que el conflicto decisivo en Colombia ha estado y sigue estando concentrado principalmente en el campo, en la lucha por la tierra, y por lo que implica su control (Fischer, 2004). La tierra está pues en el centro del conflicto colombiano.
En el marco del análisis de este conflicto es importante tener en cuenta que Colombia es un país de regiones, y la brecha entre las mismas es considerable (Fischer, 2004; Pécaut, 2004). De hecho, es posible afirmar que “[el] Estado colombiano es un Estado de legitimidades diferenciadas donde los atributos de la gobernabilidad – la territorialidad y la institucionalización – no son de igual entidad en todo el país” (Cuervo, 2007: 72).
Así, según las luchas o las alianzas entre los actores del conflicto armado, y dependiendo de la dinámica regional, se presentan diferencias considerables respecto a la intensidad del conflicto armado de una región a otra (Zuluaga, 2004; Fischer, 2004; Pécaut, 2004). Esto está relacionado con factores como las dinámicas de población, la cohesión social, la organización económica interna de la región, y la forma en la que ésta se vincula con la economía nacional e internacional; además de la relación que exista entre lo local, lo regional y lo nacional en términos de régimen político, a lo que se suma “la presencia diferencial y desigual de las instituciones y aparatos del Estado [según la región]” (González, 2009: 199).
A finales de los años cincuenta, principios de los años sesenta, a causa de los fenómenos ya antes mencionados, surgieron en Colombia diferentes grupos guerrilleros, en principio de inspiración marxista. Estos grupos son, principalmente, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, el Ejército Popular de Liberación – EPL, y el Ejército de Liberación Nacional – ELN, los cuales tenían unos objetivos específicos en sus inicios: conseguir una reforma agraria y la redistribución equitativa de la riqueza. Lo que pretendían en suma era lograr una transformación social significativa. Ya en los años setenta, aparece el M-19 como grupo guerrillero fundado por jóvenes intelectuales cuyo campo de operación era particularmente urbano, lo que lo diferenciaba de las otras guerrillas.
De estos grupos, el más importante a analizar aquí – dada su capacidad de adaptación y “supervivencia” y el hecho de que sigue activo actualmente – son las FARC. Este grupo guerrillero aparece con el nombre de las FARC-EP en los años sesenta – autodenominándose “Ejército del Pueblo” – pero sus inicios datan de antes, cuando surgen las autodefensas campesinas como grupo de resistencia campesina, en medio de fuertes disputas entre liberales y conservadores; estos últimos se encontraban en ese momento en el poder, en el marco del Frente Nacional. Muchos de los miembros de las FARC provenían de las antiguas filas de las guerrillas comunistas creadas por el Partido Comunista Colombiano[2] (PCC) en la época de La Violencia, años cincuenta (Pizarro, 2011). Después del ataque del gobierno a Marquetalia en 1964, surge a partir de dichas autodefensas campesinas un grupo de guerrillas móviles.
Las FARC aparecen entonces en un contexto álgido de violencia política en Colombia, producto de la creciente inequidad y la exclusión del momento. Así, en esta época el conflicto desemboca en acciones de tipo colectivo, por medio de las cuales se busca reivindicar ciertos intereses del campesinado colombiano, el sector más marginalizado de la sociedad (Pécaut, 2008; Pizarro, 2011).
El escalamiento del conflicto y el negocio del narcotráfico
Entre mediados de los años ochenta y principios de los noventa, la gobernabilidad en Colombia entra en crisis, y se acompaña de un recrudecimiento de la violencia en el país, en el que participan como actores el Estado, los narcotraficantes, las guerrillas y el paramilitarismo (Echandía, 2004; Pizarro, 2004; 2011). Las fallas y deficiencias en las Fuerzas Armadas Colombianas eran una clara muestra de la erosión del Estado colombiano. Esto conllevó, por una parte, a la conformación de grupos de seguridad privada por parte de las élites económicas del país – privatización de la seguridad armada – y de agrupaciones de limpieza social, con el objetivo de disminuir las tasas de criminalidad y buscando protección ante las acciones de los grupos guerrilleros. Por otra parte, la conformación de los grupos de autodefensa había sido autorizada también por el Estado, con la Ley 48 de 1968, conocida también como la Ley de Defensa Nacional. A pesar de que posteriormente esta ley es abrogada por el presidente Barco, no se logra evitar la constitución y establecimiento de nuevos grupos paramilitares al margen de la ley (Pardo, 2007).
Teniendo en cuenta lo anterior, es posible afirmar que en Colombia se ha presentado una “privatización” de la lucha contrainsurgente (Pizarro, 2004). Como lo explica el exministro Rafael Pardo Rueda,
“[el] origen de las autodefensas fue una reacción espontánea contra la extorsión y el secuestro perpetrados por todos los grupos guerrilleros, principalmente las FARC. Sin embargo, con ello se originó un monstruo que, a finales de los años ochenta casi logra desestabilizar al Estado colombiano, cosa que la guerrilla jamás [había] estado cerca de alcanzar”
(Pardo, 2007: 17)
Se observa pues que esta época en Colombia está marcada por la aparición de nuevos actores: los carteles de la droga y las Autodefensas Unidas de Colombia – AUC – más conocidas como “paramilitares”. Aunque este último grupo surge inicialmente como un conjunto de grupos de autodefensa apoyados por grandes terratenientes y por el Estado – de ahí sus nexos con el Ejército colombiano en lo que se hacía llamar “lucha contrainsurgente” – su transformación progresiva vinculada a la participación en el negocio del narcotráfico son elementos que juega un papel clave en la evolución del conflicto en Colombia, particularmente en lo que concierne el desplazamiento forzado interno (Pécaut, 2004; Pardo, 2007; Pizarro, 2004). Para el investigador y profesor colombiano Jaime Zuluaga, las AUC son, en principio, una manifestación de conflictos sociales regionales y locales, y, por otra parte, constituyen un grupo de bandas privadas armadas al servicio de intereses particulares, que hicieron del terror su estrategia por excelencia (Zuluaga, 2004).
Asimismo, en esta década los grupos guerrilleros – particularmente las FARC – aprovechan para fortalecerse militar y políticamente (Echandía, 2004; Pizarro, 2011). Encontramos pues que las FARC, buscando el crecimiento, la expansión y el fortalecimiento militar, entran a formar parte directa del complejo entramado que constituye la infraestructura del negocio del narcotráfico en Colombia. (Echandía, 2004; Pizarro, 2004; 2011; Pécaut, 2008).
Así, el narcotráfico como economía y como organización emprendió un proceso de penetración de todas las esferas del país, abarcando los grupos armados al margen de la ley y otras instituciones, pasando por la guerrilla, los grupos paramilitares, las instituciones estatales, en fin, la sociedad colombiana en toda su complejidad (Echandía, 2004; Gómez, 2008). El narcotráfico como fenómeno político y económico en Colombia ha producido una abismal crisis institucional, ya que tanto los partidos políticos, como el Congreso, las administraciones locales, los grupos al margen de la ley – ya sean grupos de guerrillas o paramilitares –, las Fuerzas Armadas, entre otros, han sido penetrados de una u otra forma por los dineros de este negocio y su poder de corrupción (González, 1989; Pizarro, 2004; Osorio, 2006).
En efecto, este fenómeno ha logrado acceder a todos los espacios, al punto de transformar e incluso crear nuevas élites locales y regionales. La descentralización y supuesta autonomía de los poderes a escala regional y local, ha posibilitado el ingreso del narcotráfico en las zonas de colonización más conflictivas del país (González, 1989; Osorio, 2006; Duncan, 2006; Pardo,2007).
Lo anterior es un claro reflejo de los juegos de poder en torno a la articulación entre lo local, lo regional y lo nacional. En Colombia, la politización sectaria del pueblo ha favorecido el aumento de la violencia. Por consiguiente, se ha presentado una fragmentación por regiones muy fuerte, lo que ha conllevado a un cada vez mayor debilitamiento del imaginario de nación y de la unidad en el país. (González, 1989; Cepeda, 2005)
El escalamiento del conflicto a inicio de los años noventa es una manifestación de la inoperatividad de las instituciones estatales en algunas regiones del país, del debilitamiento del Estado y de la pérdida de su legitimidad (González, 2009).
Otras formas de expresión de esta erosión del Estado han sido los altos niveles de impunidad, dada la corrosión del sistema judicial, que se ha visto expuesto a la presión y las amenazas por parte de los actores armados ilegales, pero que también ha cedido a los ofrecimientos económicos de estos, y por tanto es cómplice de los mismos a causa de la corrupción extendida y el clientelismo a todos los niveles y esferas (Osorio, 2006; Pardo, 2007). En ese momento de la historia colombiana – e incluso hoy en día – este fenómeno ha sido una realidad presente en todos los municipios[3] del territorio nacional. Tal impunidad ha conllevado un considerable aumento de la criminalidad, en tanto no se aplican los castigos y sanciones correspondientes, y a causa de la aplicación de la justicia a mano propia por parte de aquéllos que perdieron la confianza en las instituciones (Pizarro, 2004; Osorio, 2006).
Este fenómeno de corrupción tan arraigado en el sistema judicial ha favorecido la proliferación de armas entre la población civil, así como el fortalecimiento – y por tanto una mayor presencia – de los grupos armados ilegales a lo largo y ancho del territorio nacional. Lo anterior es una consecuencia palpable de la ausencia del Estado en ciertas regiones del país (Pizarro, 2004; Fischer, 2004; Cuervo, 2007).
Conflicto y Estado Colombiano: ¿un Estado débil?
Con la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y la elaboración de una nueva Constitución Política en ese mismo año, se pretendía generar un cambio en la sociedad y el Estado colombiano en general por medio de la reforma de la Carta Constitucional, ampliando los canales de participación política y creando un nuevo marco institucional dentro del cual la nueva normatividad fuera aplicada. Algunas de las razones por las que el Presidente César Gaviria convocó a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, fueron la considerable intensificación del conflicto, en relación directa con el problema del narcotráfico, y la decadencia por la que atravesaban las instituciones estatales a finales de los años ochenta e inicios de los años noventa.
La Constitución de 1991 creó diferentes instituciones que tenían como función principal vigilar que los derechos de los ciudadanos fueran respetados. Algunas de estas instituciones son la Acción de Tutela, la Fiscalía General de la Nación y la Defensoría del Pueblo. El control constitucional, concebido inicialmente como una herramienta para superar el conflicto entre los órganos de poder, se convierte en una garantía para los derechos constitucionales, para que estos sean más efectivos, lo que “contribuye al mantenimiento de la democracia y a la resolución pacífica de conflictos”.
A pesar de una historia de democracia ininterrumpida, de la efectividad de instituciones como la Corte Constitucional, y de la estructura institucional con la que cuenta actualmente el Estado colombiano, éste sigue teniendo una incapacidad instrumental a la hora de hacer respetar los derechos establecidos en la Constitución Política, y de asegurar el cumplimiento y la aplicación de normas que suelen parecer simbólicas (Pizarro, 2004).
En efecto, ha habido una precariedad del Estado, es decir, el Estado ha sido incapaz de velar por el respeto y el libre ejercicio de los derechos fundamentales en un contexto de conflicto armado interno. En suma, es sido un Estado ineficaz (Alcántara e Ibeas, 2001).
La tradición del poder dividido entre el Estado y los diversos actores al margen de la ley ha contribuido a lo largo de la historia a debilitar las fuerzas del Estado colombiano, de modo que en ocasiones éste ha perdido su capacidad efectiva para garantizar la seguridad y los derechos básicos de los ciudadanos. En dichas ocasiones es cuando otros poderes como los de las mafias del narcotráfico, la guerrilla o los paramilitares se fortalecen y llegan a ser más opresivos (Posada, 2006).
Así pues, factores como la crisis política y de gobernabilidad en los noventa[4], crisis que continúa durante el gobierno de Andrés Pastrana, sumada a la posterior crisis económica que debe afrontar también este presidente, sirven como pretexto a la guerrilla de las FARC[5] para continuar con su ofensiva aun llamada revolucionaria. Esto puede explicarse en tanto en situaciones de crisis, cuando se presenta un mayor descontento al interior de la sociedad en general, los grupos de guerrilla encuentran mayor acogida en la opinión pública nacional e internacional y logran justificar su actividad armada como forma de reivindicación de los derechos del campesinado y en general de los más desfavorecidos (Pizarro, 2011). En efecto, como lo analiza Daniel Pécaut,
“una organización guerrillera sólo puede desarrollarse y mantenerse en el tiempo si consigue el apoyo de ciertos sectores de la población, asume su experiencia y su memoria, formula sus reivindicaciones explícitas o implícitas y da forma a sus sentimientos de justicia e injusticia.”
(Pécaut, 2008: 69)
Todas estas características eran cumplidas por los grupos de guerrillas, particularmente las FARC[6], lo que les permitió contar con la aprobación y la empatía del sector rural, específicamente del campesinado, que veía en estos grupos a los “defensores” de sus luchas (Pécaut, 2008; Pizarro, 2011).
Según Eduardo Pizarro Leongómez (2004), existe una retroalimentación de la violencia en Colombia, una interdependencia entre los diferentes actores que ha tenido como consecuencia un crecimiento alarmante de los niveles de violencia. Este autor explica este fenómeno de la siguiente manera:
“La guerrilla tiene un pie en la criminalidad común (secuestro y extorsión) y en el narcotráfico (impuesto, protección de cultivos y laboratorios, recolección y venta de drogas ilícitas a mayoristas); la criminalidad común, tiene, a su turno, un pie en la política (venta de secuestrados a la guerrilla) y otro en el paramilitarismo (asesinatos por contrato); el paramilitarismo llena sus arcas, ante todo, con recursos provenientes del narcotráfico y una buena parte de sus combatientes provienen de las filas guerrilleras; el narcotráfico, finalmente, alimenta a la guerrilla, a los paramilitares y a la criminalidad común. En pocas palabras, las múltiples violencias se retroalimentan y mediante este reforzamiento mutuo se disparan los índices de criminalidad en el país”
(Pizarro, 2004: 25)
La degradación del conflicto y la sociedad civil: terror y despojo
A lo largo de la historia del país – como se ha venido analizando – es posible contemplar el establecimiento de una economía de guerra basada en el tráfico de drogas, como se observa en la explicación de Pizarro. Los recursos del narcotráfico se han convertido en el soporte económico más importante del conflicto armado en Colombia (Pizarro 2004; 2011).
En el marco de este conflicto, los grupos armados al margen de la ley han tenido como principal estrategia de control el terror y el miedo de la población, lo que les ha permitido ejercer un dominio social, económico y territorial. (Posada, 2006) A partir de la década de los noventa se presenta una notable degradación del conflicto, que se pone de manifiesto en la generalizada violación del Derecho Internacional Humanitario – DIH – y de los derechos humanos – DD.HH. – en el uso sistemático de la fuerza contra la población civil y de prácticas para sembrar el terror, tales como masacres, torturas, desaparición forzada, desplazamiento forzado de individuos y/o grupos. (Osorio, 2006; Jiménez, 2008)
Viendo esto, se puede afirmar que la población civil ha sido la más afectada por las acciones de los grupos armados en Colombia, ya que siempre se ha encontrado en medio de una dinámica en la que se legitima y justifica la comisión de actos atroces a partir de la necesidad de “limpiar” y “depurar” la sociedad. Por ejemplo, en los momentos más complejos de la lucha entre paramilitares y guerrillas, estos grupos, por medio del asesinato de civiles en sus zonas de influencia – que según cada uno de ellos prestaba apoyo al grupo contrario – implementaban dicha estrategia de terror para intimidar las poblaciones de estas áreas (Osorio, 2006; Jiménez, 2008). Las masacres tenían como objetivo que la muerte de unos aterrorizara a millones, lo que facilitaba el control de la población y la apropiación de tierras (Pardo, 2007: 30; Ducan, 2006).
Es así como estos grupos ilegales
“(…) confunden y desconciertan. Bombas, asesinatos –selectivos e indiscriminados-, secuestros, masacres: éstos y otros actos abominables contra la vida humana producen también efectos menos visibles en los ánimos de cualquier sociedad, en el clima de opinión que determina sus decisiones. Y el desconcierto y la confusión se vuelven extremos en la medida en que el terrorismo se prolonga en el tiempo.”
(Posada, 2006: 268)
Según las cifras de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento – CODHES, el número de personas desplazadas en Colombia entre el primero de enero de 1985 y el 31 de diciembre de 2011 es de 5.445.406
La crisis que atravesaba el país en este período de los años noventa, era la expresión de los diversos problemas y tensiones acumulados a lo largo de la historia colombiana, es decir, se trataba de una deuda pendiente. El narcotráfico, los paramilitares y las guerrillas surgen, como se ha podido observar, en un panorama político, económico y social deteriorado a causa de las debilidades y las carencias del Estado, y de la degradación cada vez más profunda de la sociedad colombiana en general. Esto provocó entonces una intensificación del problema del desplazamiento forzado interno (Echandía, 2004; Pardo, 2007; Rodríguez, 2009). Miles de familias colombianas han quedado sin techo en el marco de este conflicto, sin bienes ni patrimonio alguno, sin empleo, sin acceso a los servicios básicos, y sus redes sociales y culturales han sufrido una fractura significativa (Osorio, 2006; CNRR, 2009; Rodríguez, 2009).
Fuente: Política Crítica
Notas:
[1]. Que se reflejaba claramente en el Frente Nacional. El Frente Nacional fue un acuerdo entre los principales y más fuertes partidos políticos del país que excluía cualquier otra iniciativa política, y que les permitió al partido conservador y el partido liberal gobernar en alternancia desde 1958 hasta 1974. (Duncan, 2006: 189; Pizarro, 2011)
[2]. Que surge en los años treinta.
[3]. Según el Artículo 311 de la Constitución Política de Colombia (1991) y la Ley 136 de 1994, en Colombia el “municipio” es la entidad territorial fundamental en la escala de división político-administrativa del Estado, la cual cuenta con autonomía política, fiscal y administrativa según los límites señalados por la Constitución.
[4]. Producto, además de las causas que se acaban de analizar, del escándalo por dineros del narcotráfico en la campaña del presidente Ernesto Samper (1994-1998).
[5]. El enfoque en este grupo – las FARC – está relacionado, como ya se mencionó brevemente, con el hecho de que en la actualidad colombiana es la guerrilla más fuerte, con más impacto en la dinámica del conflicto armado, y que ha sabido adaptarse a las circunstancias aprovechar las ventanas de oportunidad para asegurar su permanencia a lo largo de la historia del país.
[6]. Sin olvidar las diferencias que se presentan entre este grupo y los demás grupos guerrilleros, las cuales no serán analizadas en profundidad en este artículo.
PARA MÁS INFORMACIÓN:
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