A tres semanas del plebiscito más determinante de la historia de Chile, la proliferación de encuestas, pronósticos y proyección de escenarios futuros, abunda y cansa a una población que hace años perdió la fe.
La prédica liberal, en su versión radicalizada tanto como en la adocenada, acabó por matar la confianza de las masas no solamente en el sistema político sino en la política misma.
Treinta y tantos años de prédica machacona glorificando el emprendimiento, el esfuerzo individual, la competitividad y el sálvese quien pueda, tuvieron como resultado un escepticismo y una desconfianza en la razón que le ha abierto las puertas de par en par a la charlatanería más burda.
Es así que, como reza el conocido tango del gran José Santos Discépolo, “todo es igual, nada es mejor”.
Las noticias falsas, en este sentido, no son una anomalía del sistema democrático sino un síntoma de su alarmante fatiga. Más aún considerando la impunidad con la que estas circulan y de la que gozan sus creadores y entusiastas divulgadores, quienes amparándose en una rabanera concepción de la libertad de expresión la han convertido en la coartada perfecta para la ultraderecha, que cuenta con la complicidad hipócrita de una derecha dizque “democrática” y una todavía más cantinflera “centroizquierda” zombi que presenta su renuncia definitiva a los valores democráticos como demostración de su progresismo y tolerancia.
Autoritarismo y liberalismo coinciden, precisamente, en esta desvalorización de la razón, la verdad y el auténtico consenso que surge de la deliberación de la sociedad. En este caso, el que realizó la Convención Constitucional y que nuevamente será sometido a la ratificación popular en el mencionado plebiscito de salida.
Han reemplazado a la verdad por el resultado de una encuesta que no es más que el resultado de modernas técnicas de manipulación de masas y que presentan fenómenos de superficie como el valor de verdad de los mismos.
Consultoras y especialistas en estudios de opinión pública; medios de comunicación de masas; las redes sociales; el sistema escolar y de educación superior, conforman un sistema que durante treinta años modeló una sociedad extraordinariamente estable que se adaptó de buen grado a esos valores, experimentados con una naturalidad que el 18 de octubre de 2019 se fracturó dejando al descubierto sus fundamentos históricos y materiales: la desigualdad, la sobreexplotación, la exclusión, la inseguridad y la discriminación.
El punto es ¿Qué es verdadero? ¿Qué es falso? Debate, que ni la academia –con todas sus ínfulas de sabiduría y sublimidad- se ha atrevido a enfrentar.
Ello porque se trata de un problema político en el que no pretende involucrarse pues supone encontrarse en un plano de “objetividad” y trascendencia que ha terminado por reconocer a la mentira como lo mismo que la verdad –simplemente una “opinión”- o en el mejor de los casos, tolerarla como uno más de los hechos de los que conformarían supuestamente la realidad.
Es más, se ha convertido en comparsa de los puros hechos, limitándose simplemente a constatarlos, comentarlos cuando no a glorificarlos como una confirmación de la modernización de la sociedad.
La verdad en todo caso, se va a abrir paso finalmente. No porque sea una consecuencia lógica que así sea. Lo hará porque la realidad se ha hecho cada vez menos sustentable humana y racionalmente.
Los niveles de sobreexplotación, endeudamiento, destrucción del medioambiente, violencia, exclusiones de diverso signo y como contrapartida, enriquecimiento, autoritarismo, concentración de la propiedad y del poder político son intolerables y no se pueden seguir ocultando mediante encuestas, explicaciones pseudocientíficas o discursos morales.
Es imposible seguir creyéndoles. El costo para los pueblos de Chile sin embargo ha sido alto y eventualmente lo seguirá siendo de no mediar una acción política decidida que más temprano que tarde tendrá que poner las cosas en su lugar y devolverle el poder para decidir por sí mismos, sin la tutela de los expertos la dirección de sus destinos.
(*) Profesor de Arte