También conocido como Motín de Urriola, fue un conato revolucionario llevado a cabo el 20 de abril de 1851 por opositores al régimen autoritario del general Manuel Bulnes. Éste llevaba adelante una campaña represiva contra los sectores progresistas. Había prohibido la Sociedad de la Igualdad el 9 de noviembre de 1850 y perseguido ferozmente a sus miembros.
A medianoche del 19 de abril de 1851, el coronel Pedro Urriola Balbontín se dirigió al cuartel Valdivia (lugar donde se encuentra hoy el antiguo edificio del Congreso Nacional en Santiago).
Lo apoyaban José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del padre de la patria; Francisco Bilbao, Manuel Recabarren Rencoret, Benjamín Vicuña Mackenna y quince miembros de la Sociedad de la Igualdad.
El coronel Urriola ordenó al teniente Luis Herrera que, al mando del destacamento Valdivia, se dirigiera a tomar el cuartel de los cívicos. Apenas Herrera dejó la plaza, un sargento le disparó y tomando el mando de la tropa se fue a la Casa de Moneda a ponerse bajo las órdenes del presidente Manuel Bulnes.
El destacamento Chacabuco también defendía al gobierno. Entonces Bulnes, desde La Moneda, inició la defensa.
Benjamín Vicuña Mackenna escribió en “Historia de la jornada de abril de 1851. Una batalla en las calles de Santiago”, publicada en 1878, lo siguiente:
«Los civiles revolucionarios, apenas llegados a la Alameda se habían ocupado en formar una especie de barricada ‘a la francesa’ bajo la dirección científica de Francisco Bilbao, entre las esquinas que forman las iglesias de las Claras y de San Juan de Dios, separadas apenas una de otra por una distancia de sesenta pasos. La barricada estaba formada por barracas de madera y frutos del país… algunos tablones, vigas y especialmente sacos de nueces» (Vicuña Mackenna 1878, página 567).
Al amanecer del 20 de abril, Urriola se dio cuenta que estaba en una posición muy desfavorable, pues no contaba con fuerzas ni con las municiones necesarias. A pesar de ello, a las 7 de la mañana dispuso el ataque al cuartel de artillería. Este ataque fue rechazado varias veces.
En medio del combate el coronel Urriola murió, alcanzado por una bala.
A las 11 de la mañana el motín estaba sofocado.
El motín en “Martín Rivas”
Alberto Blest Gana , escribió la novela histórica “Martín Rivas” en la cual se refiere al motín del coronel Urriola. Transcribimos un trozo de ella:
“A las once de la noche, entró San Luis en el cuarto.
-Todo marcha perfectamente -le dijo a Martín-, y aquí traigo nuestros arreos de batalla.
Diciendo esto, sacó dos cintos con un par de pistolas cada uno y dos espadas que traía ocultas bajo una capa.
-Aquí tienes -prosiguió, pasando a Rivas un cinto y una espada-: te armo defensor de la patria, en cuyo nombre te entrego estas armas para que combatas por ella.
Los dos jóvenes revisaron las armas, se distribuyeron los cartuchos preparados para las pistolas y se ciñeron las espadas, ocultándose su mutua preocupación bajo un exterior risueño y palabras chistosas sobre su improvisada situación de guerreros.
Después de esto, Rafael explicó a Martín lo que sabía del plan de ataque y de los elementos con que contaban para el triunfo. Durante esta conversación, que se prolongó hasta las dos de la mañana, alarmábanse con cada ruido que oían en la calle, permaneciendo a veces largos intervalos en silencio, como si hubiesen querido percibir, en medio de la quietud de la noche, cualquier movimiento de la dormida población.
-La hora de ir a nuestro puesto se acerca -dijo Rafael mirando el reloj, que apuntaba las tres-; ¿tienes ahí tu carta?
-Sí -contestó Martín.
-He pagado un peso al criado de don Dámaso para que me espere -añadió San Luis-, prometiéndole ocho al entregarle tu carta.
Salió de la pieza al decir eso y volvió al cabo de pocos momentos su rostro estaba pálido y conmovido.
-¡Pobre tía! -dijo al entrar-, duerme tranquila.
Arrojó una mirada a los muebles, testigos de sus alegrías y pesares, y, como el que quiere sustraerse al peso de los recuerdos, exclamó:
-Vámonos luego, tal vez volveremos victoriosos.
Salieron a la calle, ocultando las armas bajo las capas con que se habían cubierto, y caminaron silenciosos hasta la Plaza de Armas, que atravesaron, dirigiéndose de allí a la casa de don Dámaso Encina. Al llegar a ésta, San Luis dijo a Martín:
-Espérame aquí.
Y llegó a la puerta de calle, que golpeó suavemente. El criado abrió al instante.
-Entregarás esta carta a la señorita Leonor -le dijo, dándole la carta de Martín-. Es necesario que se la des apenas se levante y en sus propias manos. Aquí tienes tu plata -añadió, renovando su encargo y haciendo prometer al criado que lo cumpliría fielmente.
Llamó en seguida a Rivas y caminaron juntos hasta el tajamar. Allí se dirigió Rafael a una casa vieja, cuya puerta abrió con facilidad, e hizo entrar a Rivas en un patio oscuro, juntando tras él la puerta de calle.
Pocos instantes después empezaron a llegar grupos de dos y tres hombres, armados con pistolas que ocultaban bajo las mantas o las chaquetas, y a medida que los minutos transcurrían, la puerta daba paso a nuevos grupos que fueron llenando el patio.
San Luis los juntó y los distribuyó en dos grupos, a los que dio, lo mejor que pudo, una formación militar, y confió el mando de uno de esos grupos a Martín y a otro joven del otro, reservándose el mando en jefe para sí. Algunos otros jóvenes del club a que Rivas y San Luis asistían fueron colocados por éste en puestos subalternos, y, formada en batalla toda su gente, hízoles Rafael una ligera arenga, apelando al valor chileno. Después de esto dio a uno de sus oficiales la orden de ir a la plaza y venir a avisar la llegada de la fuerza de línea que allí debía reunirse. El emisario volvió al cabo de diez minutos, anunciando que el batallón Valdivia iba llegando.
Dio entonces San Luis la señal de la marcha, y todos en el mejor orden se dirigieron al punto designado, al que llegaron pocos momentos después que el batallón Valdivia, que tan importante papel debía desempeñar en la jornada del 20 de abril…”
(*) Historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER