En mil días, el gobierno de la Unidad Popular nacionalizó el cobre, completó la reforma agraria y aumentó en más de 60 por ciento la matrícula en educación superior, entre muchas otras hazañas históricas que son la verdadera base de la modernidad de Chile y elevaron a Salvador Allende al sitial de única figura política chilena auténticamente universal.
En el mismo lapso, el gobierno de Nueva Mayoría, más allá de sus innegables realizaciones progresistas, lamentablemente está signado por no haber estado a la altura de su tiempo, por haber proclamado que las tímidas reformas que prometió e inició eran más de lo que podía abarcar y renunciado a las más emblemáticas. Tiene una cosa a su favor: le queda un año para “cumplir la palabra empeñada, única manera de reconquistar la confianza con la gente”, como ha dicho la Presidenta Bachelet .
No todos los tiempos políticos son iguales ni se puede exigir lo mismo a todos los gobiernos, obvio, como dicen los jóvenes del milenio. Su acción se desenvuelve sobre el oleaje, mareas, corrientes, y el clima general, de la actividad política de las masas que, como descubrió la ciencia política clásica, tiene flujos y reflujos y parece estar en calma sólo entre sus periódicas e inevitables borrascas y tormentas.
El Gobierno del Presidente Allende pudo hacer lo que hizo en tan corto tiempo porque condujo a Chile en medio de la mayor entre las muchas tempestades que ha atravesado cada pueblo en su tránsito singular a la era moderna, aquella que por incorporar masivamente al campesinado tradicional recibió con justicia el nombre de Revolución, con mayúscula.
Pasó a la historia porque hizo lo que tenía que hacer, aunque al final no logró imponer la disciplina requerida para pasar a la defensiva cuando había mermado la fuente principal de su fuerza, precisamente la actividad política de las masas, que mostraba evidentes signos de cansancio tras una década de actividad desbordante.
Algo similar, pero al revés, puede decirse de su antecesor, el gobierno del Presidente Frei Montalva, que comparte con Allende el pedestal de los más grandes estadistas porque realizó las avanzadisimas reformas que correspondía a su tiempo —celebramos este año medio siglo de las leyes de Reforma Agriaría y Sindicalización Campesina—, pero al final le pasó lo contrario que a Allende, por su moderación relativa fue desbordado por la actividad de las masas, por entonces en pleno ascenso.
La Presidenta Bachelet empezó bien. Con generosidad y humildad dispuso su extraordinaria y merecida popularidad al servicio de iniciar el necesario giro de las políticas de la Concertación y ampliar esta coalición. Lamentablemente no la acompañaron adecuadamente sus ministros. La conducción de sus dos principales reformas, tributaria y educacional, las empantanó a poco andar, lo cual es responsabilidad principal de los ministros respectivos que con arrogancia, bastante torpeza técnica y política, y falta de decisión en los momentos decisivos, se echaron a medio mundo encima y se farrearon inmejorables condiciones para llevarlas a buen puerto.
Luego se precipitó el caso que puso en evidencia que una banda de pequeños estafadores había logrado inmiscuirse en su círculo familiar. En mi opinión, sin embargo, este caso no tendría porque haber adquirido las dimensiones que tomó. Mal que mal, nadie, ni por un instante, dudó que la primera víctima del asunto es la propia Mandataria. Esas cosas pasan. Cada familia tiene su pastel.
Muchísimo más grave, a mi juicio, fue el burdo y torpe intento de sus principales asesores de entonces, sus ministros de Interior y Hacienda, de instrumentalizar ilegalmente una institución del Estado para ocultar evidencia que la pre campaña de Bachelet había sido financiada, entre otros, por el yerno de Pinochet. La pueril inexperiencia de estos asesores quedó al desnudo con esta maniobra, puesto que las generaciones de más edad aprendieron, grabado a fuego por el caso Watergate, que siempre es peor intentar ocultar un delito político que enfrentar sus consecuencias directas.
Lamentablemente, el Gobierno está cometiendo el mismo error por segunda vez puesto que, desde la Presidenta hacia abajo, ha negado algo que resulta a todas luces evidente: la pre campaña recibió asimismo aportes, tan cuantiosos como ilegales, de parte de una empresa extranjera. El Presidente Santos, de Colombia, acaba de mostrar lo que hay que hacer al respecto, reconocer de inmediato el delito sin ambigüedades, señalar que la principal autoridad no estaba enterada, y prestar toda la colaboración a la justicia.
Ambos asesores tuvieron que renunciar, lo que resultó especialmente grave en el caso del Ministro del Interior, un joven y promisorio político que acababa de aprobar la que hasta es la reforma más trascendental del gobierno, el término del sistema electoral binominal. Asimismo la había asesorado adecuadamente para enfrentar las denuncias generalizadas de corrupción política y colusión empresarial, nombrando una comisión asesora que propuso importantes medidas de democratización del financiaciamiento de la política y funcionamiento de los mercados, y fortalecimiento del Estado para imponerlas.
Tales medidas son ahora ley y parte del legado trascendente del gobierno.
La renuncia de sus principales asesores y el impacto en su entorno familiar dejaron a la Presidenta en la estacada, lo que fue aprovechado por los sectores más conservadores de su coalición para poner freno a las reformas.
El principal responsable de este giro fue el hasta entonces Ministro de Educación que, aprovechando su cercanía personal con la Mandataria, pasó a liderar la segunda fase de su gobierno desde la Secretaria General de la Presidencia, SEGPRES, con personeros de su confianza y bajo nivel político en Hacienda y Educación. Contó durante varios meses con el concurso desde Interior de uno de los personeros más conservadores de la coalición, lleno de ínfulas pero felizmente corto de luces, por cual rápidamente fue reemplazado por la Presidenta con evidente ganancia.
El flamante “hombre fuerte” se inauguró con una tristemente célebre entrevista en El Mercurio, donde haciendo gala una vez más de su frívola y reconocida capacidad de acomodarse a los vientos que corren en cada momento, que le ha valido el mote de “winner” adjudicado por el mismo medio, formuló la “teoría” que definiría la acción del gobierno hasta ahora: no se pueden hacer tantos cambios al mismo tiempo.
El “realismo sin renuncia” pronto se desnudó como lo contrario, En todos los frentes el gobierno ha renunciado por completo a las reformas. Intentando dejar contento a todo el mundo con políticas parecidas a las de la antigua Concertación, ha terminado dejando descontentos a todos.
Se ha derrumbado la aprobación de la Presidenta, el Gobierno, Parlamento y el sistema político en general a niveles no vistos desde el término de la dictadura. La absoluta falta de realismo de tal renuncia en medio de una de las mayores irrupciones del pueblo en política de que haya registro ha quedado de manifiesto con la triste debacle de la candidatura de un ex Presidente que, tras bambalinas, había venido empujando más que nadie el giro del gobierno.
Todo ello resulta altamente peligroso en circunstancias que, además, la economía ha iniciado una recesión, precipitada por la torpe política de austeridad impuesta por el Gobierno y el Banco Central.
La Presidenta tiene en su mano dar un giro a la actual situación. Puede enviar proyectos de ley avanzados que proyecten desde ya el programa de un segundo mandato de su coalición. Tiene en su escritorio propuestas de sus propias comisiones asesoras para terminar con las AFP y reconstruir el sistema público de reparto, modificar radicalmente el sistema de Isapre, recuperar el Litio para el Estado y proponer un mecanismo para hacer una Nueva Constitución.
Lo principal no es si logra o no logra aprobarlas en su mandato,
Adicionalmente, tiene en su mano medidas administrativas y presupuestarias que le permiten, entre otras cosas, reactivar la economía, mejorar ahora las pensiones de cientos de miles flexibilizando los requisitos para regresar al sistema antiguo y usar una tabla de mortalidad única y más realista para retiros programados, cumplir su compromiso de gratuidad en educación superior para dos tercios de los estudiantes que cubren nueve de los diez deciles de ingreso, y estatizar el Transantiago e iniciar un plan masivo y ampliamente participativo de construcción de corredores exclusivos de locomoción colectiva. Todo ello en un marco de responsabilidad fiscal.
Todo esto requiere, por cierto, de nuevos ministros en las carteras claves, para lo cual puede contar con personeros experimentados, en varios casos del principal partido de gobierno que ha sido hasta ahora el más díscolo, quienes han manifestado a todos los vientos su disconformidad con el actual curso de los acontecimientos y propuesto salidas progresistas a los problemas.
Lo principal es que cuenta para ello con el apoyo abrumador a una política de esta naturaleza de parte de su pueblo, que está indignado y movilizado como no lo estaba desde que enfrentó a la dictadura. Dicen que en circunstancias como éstas suceden en años lo que en tiempos normales demora siglos, en meses lo que en décadas, en semanas lo que años y en días lo que en meses.
De seguro en 365 días se puede avanzar más que en tres años.