domingo, mayo 5, 2024
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Hegel en la Historia del Marxismo

I.- Recoger la ocasión del bicentenarío del nacimiento de Hegel para hablar de su obra y sus pensamientos, no quiere decir por cierto para el movimiento obrero, proponerse la tarea de redefinir la ubicación de Hegel en la historia sin ulteriores especificaciones.

Ello equivaldría a querer colocar un momento particularmente denso y significativo del pensamiento burgués, en un presupuesto desarrollo y progreso lineal del “espíritu“, asumiendo implícita y subrepticiamente una ideología de la historia extraña al marxismo, más aún, antitética a él. Esto aparejaría celebrar un momento constitutivo de la cultura burguesa identificando al mismo tiempo a ésta y a su peculiar relación con la sociedad como las únicas posibles y, en tanto tales, no ya instituciones históricas sino “Historia” tout court.

He aquí entonces que el “problema Hegel” se vuelve, concebido correctamente, para el movimiento obrero y para el marxismo, el problema del nexo Hegel–Marx y de la relación entre Hegel y el marxismo, como lo atestigua el hecho que, en el último siglo, unidas al crecimiento mundial del movimiento obrero, las principales contribuciones al análisis del gigantesco edificio histórico y teórico encerrado en la obra de Hegel forman parte cada vez más intrínsecamente de la historia del marxismo teórico.

¿Por qué también el problema histórico dé la reflexión hegeliana se vuelve para el marxismo problema del modo de relacionarse con Hegel? ¿Qué quiere decir que para el movimiento obrero y el marxismo pensar históricamente a Hegel significa, al mismo tiempo, plantear correctamente la relación entre el marxismo y Hegel?

Esquemáticamente, y anticipando aquello que pensamos aclarar aquí, podemos contestar de esta manera: Hegel encarna en síntesis la conciencia más orgánica y consciente del sistema de las instituciones burguesas (la “sociedad civil“, el Estado representativo moderno, la ciencia como “potencia autónoma“, la ideología como forma separada de la conciencia social), tal que relacionarse críticamente a él, quiere decir para el marxismo ajustar cuentas al nivel de la conciencia refleja, con la articulación orgánica de las instituciones burguesas y también con la fundación histórico-estructural de cada una de ellas. Y por otra parte, un correcto tratamiento histórico de Hegel no puede estar separado de una correcta definición de la relación que el movimiento obrero asume hacia estas instituciones y frente a esa totalidad.

II

Esto explica, a mi parecer, la recurrencia del “problema Hegel” en la historia del marxismo. Marx fue el primero que juzgó conveniente señalar, aún sucintamente en su obra de madurez, que la relación entre su reflexión y la hegeliana a cuya crítica dedicó gran parte de sus energías juveniles debía ser concebida como una relación de inversion, pero al mismo tiempo de continuidad. Y esto no es poco puesto que Marx, que rehusaba irónicamente llamarse marxista, tenía sin embargo plena conciencia que su obra no iba a constituir un nuevo sistema filosófico, económico, etc., junto a los productos de la cultura burguesa, sino que en antítesis crítica a todos ellos, se proponía como instrumento teórico y forma de conciencia propios de una clase nueva, el proletariado moderno, destinada a “sepultar” a la civilización burguesa toda.

Inversion y continuidad

El modo de concebir la continuidad y al mismo tiempo la subversión en la relación entre el marxismo y Hegel ha constituido ya desde la muerte de Marx, una suerte de piedra angular en el desarrollo del marxismo europeo en sus variantes principales: de la “ortodoxia” al “revisionismo” bernsteniano en los años de mayor expansión de la II Internacional, del “materialismo dialéctico” al “marxismo occidental” en el periodo de la III Internacional.

Pertenece a Engels la mayor contribución para una cierta definición de la relación Hegel-Marx ya desde el surgimiento de aquel marxismo ortodoxo que será individualizado posteriormente como marxismo de la II Internacional. Engels en efecto, en 1886 publicaba en la revista teórica de la socialdemocracia alemana el célebre opúsculo Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, a partir del cual el marxismo descomponía a Hegel en dos cuerpos distintos: el sistema, reaccionario, fruto del compromiso con el estado prusiano, preburgués y autoritario, y el método dialéctico, médula vital de la ciencia moderna y por lo tanto, sin especificaciones ulteriores, también del marxismo que lo heredaba —en pie de igualdad— de Hegel.

Así como en el plano político el marxismo de la II Internacional veía un nexo predominantemente continuo entre el cumplimiento de la revolución burguesa y el arranque de la revolución proletaria y concebía en el fondo a esta última, como la realización de aquélla previa una necesaria catástrofe económica; en el plano teórico, la afirmación por la cual “la clase obrera es la heredera de la filosofía clásica alemana” era entendida en el sentido de concebir al marxismo y en general la teoría de la revolución proletaria como realización* y desarrollo continuo del filón progresista (dialéctico) del racionalismo burgués. De lo que se deriva el nexo de continuidad Hegel–Marx, al menos en el plano del método dialéctico, médula profunda de la reflexión hegeliana así como del marxismo.

Pero es quizás, en el ámbito del marxismo de la II Internacional; del ataque de Bernstein contra la dialéctica y el “hegelianismo” de Marx, que se puede aprender más acerca del significado y la centralidad de la relación con Hegel en la historia del marxismo.

En efecto, en los conocidísimos artículos publicados en 1896 en la Neue Zeit y luego reunidos en un libro, con un título también conocido: Los presupuestos del socialismo y la socialdemocracia, Eduard Bernstein inaugurando la primera y más célebre crisis internacional del marxismo teórico (conocida como Bernstein-Debatte) elegía atacar en primer lugar la dialéctica de Marx, herencia hegeliana y prueba acusatoria del “blanquismo” de Marx por un lado y del “catastrofismo” ortodoxo por otro.

Si bien no hay duda de que Bernstein vislumbraba en su ataque un real punto muerto del marxismo teórico, así como de la práctica política de la socialdemocracia alemana, es decir la espera del derrumbe económico del capitalismo según una esperanzada y optimista filosofía de la historia ya incrustada en el cuerpo del marxismo, las consecuencias de su ataque y más aún sus conclusiones tienen mucho que enseñarnos, aun indirectamente, sobre la centralidad de la relación con Hegel para el marxismo.

En efecto, el ataque de Bernstein a la dialéctica golpeaba una tesis teórica fundamental para el marxismo: la posibilidad de conocer y dominar en su génesis y estructura el conjunto de las contradicciones sociales presentes; y por tanto reconducirlas a su real historicidad, logrando definir la exacta limitación histórica de la sociedad burguesa.

El ataque de Bernstein a la dialéctica liquidaba como metafísica tal tesis, proponiendo implícitamente en el plano teórico y explícitamente en el plano político que: excluida la posibilidad de enlazar en un único y orgánico movimiento las contradicciones de la sociedad burguesa, éstas fueran concebidas siempre como parciales y no antagónicas.

El capitalismo en definitiva y no la trama orgánica de sus contradicciones insanables ocupaba el espacio entero de la totalidad histórica. Era por tanto capaz de descubrir en su seno anticuerpos a todas sus posibles crisis. Y así el socialismo podía enfrentársele sólo como propuesta de un posible itinerario de autorreglamentación y racionalización social según una elección ética y no como destino necesario y alternativa a las incurables heridas de la explotación, del imperialismo y de la guerra.

El ataque de Bernstein golpeaba abiertamente algunas categorías fundamentales del marxismo: la contradiccion (social) como un objeto; la totalidad como pretensión teórica de dominar el conjunto de las contradicciones sociales presentes según una jerarquía precisa; la dialéctica o connotación materialista de la función de la conciencia y del pensamiento, una vez reducido este último a la imposibilidad de dominar las leyes del movimiento de la estructura social y por consiguiente poder presentar sólo subjetivamente (idealistamente) sus propias elecciones (entre ellas, el socialismo). Al hacer esto, Bernstein proponía la reducción de las posibilidades analíticas del marxismo a los caminos seguidos por las singulares y desarticuladas técnicas sociológicas burguesas; y con ello revalorarlo “científicamente” (en el sentido en que son científicas la economía vulgar o la estadística sociológica), a cambio de la supresión de la herencia hegeliana, a la cual se le imputaban totalmente las tres categorías eurísticas fundamentales citadas.

Bernstein y el ataque a la dialéctica

Así, para el marxismo Bernstein señalaba mejor que cualquier otro, aun indirectamente, la centralidad del problema, constituido por las categorías de totalidad, dialéctica y contradicción, y consiguientemente desplazaba de esta centralidad, el de la relación con Hegel.

En definitiva, de la crítica bernsteiniana se puede extraer indirectamente quizás con mayor riqueza que de gran parte de las sucesivas exégesis sobre el nexo Hegel–Marx, cómo, para el marxismo, Hegel constituye un punto de referencia constante en la medida en que su reflexión se nos presenta como expresión (conciencia no puramente subjetiva y por lo tanto dialéctica) del sistema social burgués; como pretendida solución (mediación) de la cadena de contradicciones que agitan la sociedad burguesa y que Hegel es el primero en individualizar como tales y entrelazar; como representación histórica (si bien mistificada y culminante en la apología de la cultura burguesa) de la totalidad de estos procesos.

Será necesario esperar la primera guerra imperialista y la quiebra teórica y política de la II Internacional para que sea claro que el catastrofismo ortodoxo y el revisionismo bernsteiano constituían dos variantes de una matriz común economicista, que inducían al movimiento obrero y al marxismo a la impotencia frente a las contradicciones de nuevo tipo que se habían amalgamado en el cuerpo del sistema capitalista.

No es casual que a partir de Lenin, cuya obra política y teórica constituirá de ahora en adelante la más auténtica y fundamental divisoria dentro de la historia del movimiento obrero y del marxismo (a partir en particular de sus reflexiones en los años en los cuales a él mismo se le aclara la naturaleza del imperialismo como una nueva fase del sistema capitalista mundial y por lo tanto la estrategia y la táctica de la revolución proletaria en la nueva fase), para Lenin entonces la recuperación de un correcto análisis marxista de las nuevas contradicciones del capitalismo se entrelaza, no casualmente y justamente en estos años, a un reexamen y a una revaloración de la dialéctica hegeliana y más generalmente de la herencia hegeliana de Marx.

El marxismo revolucionario

Frente a la explosión de la primera guerra imperialista vuelve a ser palpable la historicidad de la formación social capitalista. Se entrevén las líneas de rupturas. Es la primera y general crisis social del capitalismo que da a luz una primera, concreta y general situación revolucionaria para el proletariado. Aparecen en escena, precisamente, los rasgos revolucionarios del marxismo teórico. Es decir, son revalorados:

1) su carácter dialéctico, en cuanto única teoría capaz de proporcionar una explicación orgánica del proceso abierto por la guerra imperialista;

2) su objeto, o sea la contradicción como esencia del sistema social capitalista, precisamente en tanto antagonismo insuperable e indicativo de su declinación histórica;

3) la categoría de totalidad como retención teórica al dominio histórico y estructural del conjunto de los procesos contradictorios culminados en la catástrofe de la guerra (catástrofe económica, política, social, ideal).

Y con la vuelta a la actualidad de estás categorías vuelve a escena el problema de la relación de Marx y el marxismo con Hegel, en la medida en que la centralidad de categorías análogas en la reflexión hegeliana hace aparecer a Hegel como el precursor indispensable de Marx.

Es así que cuando a la consolidación de la revolución proletaria en la URSS le sigue en Europa todo un trabajo de reconstrucción política y teórica; y para el movimiento obrero y el marxismo europeo la apropiación y reeleboración teórica del leninismo se van perfilando como una nueva divisoria política y organizativa y una definitiva inmunización contra la quebrantadura tradición reformista, tal proceso se encuentra en Occidente con una recuperación de Hegel ya encaminada, aun antes de la guerra imperialista, y aceptada también por una nueva generación de marxistas como antídoto a la degeneración positivista del marxismo de la II Internacional. Más aún, desde los primeros años “20” el nuevo auge de un marxismo revolucionario y “leninista” se presenta en la Europa occidental con los rasgos de una recuperación y una nueva meditación del núcleo dialéctico del marxismo largamente resuelta en el reflorecimiento de la herencia hegeliana .

Se instituye así una nueva tradición que pone en el centro del marxismo teórico las categorías de totalidad, dialéctica y contradicción, entendidas sin embargo como herencia hegeliana y al mismo tiempo límites del campo teórico del marxismo.

III

Nacido sobre el terreno de una crítica metodológica del positivismo y de su influencia sobre el marxismo de la II Internacional, y aun en el clima del renacimiento hegeliano, el nuevo “marxismo revolucionario” tiende así a centrar todo el discurso de una revaloración teórica del marxismo no en la puesta al día del análisis marxista de los desarrollos del capitalismo, sino en una redefinición del método preciso de Marx.

Y con ello, si bien el enriquecimiento analítico del marxismo en Occidente se detiene en el momento de una recepción relativamnte poco elaborada de los progresos gnoseológicos adquiridos por el leninismo (redefinición del nexo democracia- socialismo al nivel del ejemplo ruso más que de todas las posibilidades contenidas en la elaboración leninista sobre el tema, teoría del imperialismo y sobre todo teoría del partido), la compensación del marxismo teórico por él propuesto basa casi todos sus triunfos en la restauración del método dialéctico, como garantía apodíctica del carácter revolucionario del marxismo y de la originalidad heurística del mismo frente a las ciencias sociales burguesas.

Más aún, vuelto autónomo de esta manera, el “discurso sobre el método” nos lleva a fijar una interpretación sin residuos hegelianos de las categorías marxianas de totalidad, dialéctica y contradicción, fundando ellas la posibilidad de individualizar en el proletariado el nuevo y ultimo sujeto del proceso histórico.

La autonomía del proletariado y por lo tanto el carácter apriorísticamente revolucionario de su lucha —a condición de que sea dirigida por un partido comunista— son deducidos, hegelianamente, por su encarnar en la unidad de sujeto y objeto del proceso histórico, o sea de la tendencia a coincidir en él, de ser y conciencia, dado el carácter esencialmente contradictorio de la realidad y encarnado en ella el proletariado la contradicción antagónica que el pensamiento burgués no puede conocer correctamente ni afirmar abiertamente a riesgo de reconocer su propia limitación y agotamiento. Importa más para este criterio la conciencia posible que la real conciencia social del proletariado, puesto que aquello que define la originalidad de sus formas de conciencia no son tanto los contenidos (o sea la conciencia real de las contradicciones sociales históricamente determinadas), cuanto la conciencia de la contradictoriedad de lo real, ya una prerrogativa exclusiva, negada a la conciencia burguesa.

La contradictoriedad de la sociedad burguesa, en definitiva, reside en el hecho de que la conciencia posible del proletariado es la conciencia de la transitoriedad del modo de producción capitalista. Por ello, si la categoría de contradicción, central en el análisis marxista, se retrae cada vez más hacia la conciencia metódica y autosuficiente de la contradictoriedad de la sociedad burguesa, esta última es genéricamente contradictoria en tanto pasajera y por consiguiente histórica.

O sea, su contradictoriedad no es otra cosa en definitiva que su transitoria historicidad. Lo que implica que la totalidad necesaria para pensar tal contradictoriedad no está dada tanto por el complejo de los análisis sociales marxistas que indaguen el desarrollo concreto de las contradicciones sociales capitalistas y su conjunto, cuanto más bien por la forma pura del pensar el todo, o sea por la necesidad de pensar la realidad como un todo para entenderla como proceso, de acuerdo con la específica ideología hegeliana de la historia.

La dialéctica, entonces, vuelve a designar un método de conocimiento filosófico, capaz de garantizar de una vez por todas al proletariado de toda forma subalterna de conciencia parcial. La cual, en este criterio, equivale a conocimiento intelectual, ni más ni menos que como en la crítica místico-hegeliana del intelecto científico. O sea, el carácter dialéctico del marxismo, descansando nuevamente en el método de conocimiento del todo contrapuesto al conocimiento intelectual, no refleja más su principio epistemológico de la realidad de la ideología, y más aún vuelve a proponer la unidad de ser y pensar como progresivo agotamiento del ser social en las formas de conciencias reales o posibles de él.

IV

En esta impostación de la relación entre el marxismo y Hegel, típica del marxismo europeo de los primeros “20”, es demasiado evidente una excesiva e incorrecta reducción hegeliana de Marx. Y, en consecuencia, derrotada la revolución socialista en Occidente en aquellos años, tal revaloración de la originalidad y autonomía teórica del marxismo, confiada a la dialéctica hegeliana, terminará por llegar a una deformación de la visión correcta del marxismo como expresión teórica de la ruptura inducida en el cuerpo de la sociedad capitalista por el instituirse del proletariado en clase y su lucha, con el consiguiente oscurecimiento de la autonomía y originalidad teórica del proletariado.

En efecto, entrado el movimiento obrero en una nueva fase “defensiva” frente a la expansión del nazifascismo y ante la continua amenaza imperialista contra la URSS, justamente aquel hegelomarxismo “revolucionario” de los primeros años “20” acabará por individualizar en el pensamiento hegeliano la gran divisoria de aguas entre progreso y reacción, “razón” y “destrucción de la razón” dentro de la conciencia burguesa.

De un lado, por lo tanto, el problema de una compensación teórica del marxismo capaz de redefinir su autonomía y novedad (justamente en cuanto institución teórica de la lucha del proletariado por el socialismo) se disuelve progresivamente; por el otro, la sin embargo necesaria recuperación de todos los elementos progresivos de la tradición burguesa (indispensable para evitar el aislamiento ideológico y político y el aplastamiento del proletariado en el plano internacional y para promover una política útil y de alianzas) termina por agotar el frente teórico de la lucha de clases, con un ulterior empobrecimiento de las reservas analíticas y crítico-sociológicas del marxismo.

En muchas formas de manera análoga a cuanto había sucedido para el marxismo ortodoxo de la II Internacional, no estando a la orden del día para la clase obrera una “guerra de movimientos“, mientras en el plano político los objetivos democráticos de su lucha corren el riesgo de enturbiar la conciencia de su limitación y transitoriedad o cuando menos de conducir a un movimiento obrero poco probado a una nueva cita “ofensiva” de la lucha de clases, de la misma manera en el plano teórico el problema de la autonomía y el desarrollo analítico del marxismo deja su lugar a diversas formas de “compromiso” con la ideología burguesa, resueltas, vez a vez, como “puesta al día” y “enriquecimientos“.

Prevalece, entre ellos, la “integración” hegeliana del marxismo, en cuanto la más apta quizás para salvaguardar de cualquier manera la reconstrucción leninista del elemento subjetivo del proceso revolucionario: el partido, garantía de la autonomía política del proletariado y depositario de los instrumentos teóricos y políticos fundamentales para intentar el pasaje a una nueva fase “de movimiento” de la lucha de clases, cuando ella madure.

V

El cuadro de las relaciones de fuerza y de clase, ya en el plano mundial, cambia profundamente con la dramática convulsión que va desde la segunda guerra imperialista hasta la liquidación de la “guerra fría” y que conduce a la ruptura del aislamiento de la URSS; a la construcción de un “sistema de Estados socialistas“; al cumplimiento de una primera etapa de la revolución colonial. Maduran así, los presupuestos de una nueva fase de movimiento de la lucha de clases en el plano mundial, de la cual pueden considerarse índices principales tres grandes procesos:

1) el desarrollo de la temática de la revolución nacional a la temática de la transformación socialista en las fuerzas revolucionarias que encabezan la lucha antimperialista en el así llamado “Tercer Mundo“;

 2) el surgimiento del problema de un “desarrolló de la democracia socialista” en las sociedades de transición;

3) la maduración de la problemática de la transición al socialismo en las luchas de la clase obrera en los países de capitalismo avanzado.

En el plano teórico vuelve así a plantearse el problema de la autonomía del marxismo en sus términos más densos: en cuanto referente teórico de la autonomía y originalidad de la clase obrera a nivel mundial, de sus formas de organización y de sus luchas.

Más específicamente: se plantea el problema de redefinir la específica forma de cientificidad del marxismo, debido sobre todo a la maduración de las contradicciones de clase en forma cada vez más explosiva ya en el interior mismo de la organización capitalista de la ciencia (sirva como índice de ello la progresiva transferencia hacia un terreno de clase las luchas de los investigadores, de los técnicos, de los estudiantes y la puesta en crisis general de la ideología dominante de la ciencia, demistificada a través de una toma de conciencia masiva de la necesidad de remontarnos al uso capitalista de la ciencia, o sea, de denotar en términos de clase a la ideología de la neutralidad y autonomia de la ciencia).

En Europa occidental los puntos de referencia culturales de esta problemática teórica inducen a replantearse en primer lugar el tema de la relación entre el marxismo y Hegel, anulando las dos sistematizaciones del problema que se remontaban a la época de la II Internacional, o sea, tanto el hegelo-marxismó alimentado por la tradición del “marxismo occidental“, cuanto la falsa emancipación del marxismo de Hegel transmitida por la vertiente del “materialismo dialéctico“.

Se vuelve de esta manera a poner el acento en la búsqueda de los elementos de ruptura y novedad que denotan el marxismo y Marx con respecto a Hegel, o sea, se vuelve a poner el acento sobre la autonomía del movimiento obrero en el frente teórico.

En términos sociológicos, para el movimiento comunista ello equivale, en primer lugar, a plantear el problema de una redefinición analítica de la estructura de clase del capitalismo monopolista de Estado; el problema de la superación de toda concepción remanente de los intelectuales como problemáticos aliados de la clase obrera; el problema de una nueva meditación sobre las formas de organización y dirección de la lucha de clases.

El nuevo auge teórico y la autonomía del marxismo

En el plano teórico la relación del marxismo y Marx con Hegel —también gracias a la difusión de las obras de juventud postumas de Marx, las cuales no permiten soluciones de compromiso en la lectura de tal relación— se aclara como relación con el campo teórico de la conciencia burguesa. Con las categorías de totalidad, en cuanto fundante de la ideología burguesa del desarrollo histórico; de dialéctica en cuanto fundante del método idealista de conocimiento y al mismo tiempo inversión especulativa del mismo; de contradicción, en cuanto simple imitación y no crítica, en su especulación genérica, del nexo existente entre intercambio y producción dentro del modo de producción capitalista.

Toda la obra de Marx y el marxismo vuelven así problematizados, para ser otra vez propuestos como referentes teóricos de una etapa nueva y “de movimiento” de la lucha de clases. Las categorías marxianas y marxistas de totalidad, dialéctica y contradicción son redefinidas en un proceso ya sea de reexamen filológico de la relación Hegel–Marx, sea de profundización de la forma ideológica tanto del hegelianismo cuanto del marxismo. De tal forma que sea puesta en crisis la tradición según la cual la simple presencia de las susodichas categorías dentro del marxismo indicaría la herencia hegeliana iunto a un nexo de fundamental continuidad entre el marxismo y Hegel.

Se esclarece así que la categoría de totalidad, para el marxismo, sirve para indicar no ya el pensar la historia como un todo y por lo tanto como proceso, según la ideología historicista de la historia tan a menudo presente ya, dentro del “marxismo occidenal” así como del Diamat, sino más bien la sociedad capitalista como un complejo unitario, o sea, como formación económico-social. 1

Y no está entendida como un principio autónomo epistemológico y metodológico-hermenéutico, sino más bien como categoría explicativa de la formación social presente toda, en cuanto no separada del análisis de la contradiccion histórica fundamental de la sociedad burguesa, o sea, de la indagación continua de la forma mercancía como ser social histórica y sociologicamente determinado de la clase obrera. La totalidad de la sociedad presente (y a partir de ella solamente también la historia pasada) puede ser conocida, para el marxismo, en cuanto se realice el análisis de sus formas de contradiccion históricamente determinadas, todas enlazables a la forma mercancía como característica histórico-sociológica explicativa del ser social de la fuerza de trabajo (contradicción fundamental del modo de producción capitalista) y por consiguiente, a través de las debidas mediaciones, explicativa de toda la formación social capitalista.

En esta concepción el carácter dialéctico del marxismo no está más confiado a algún privilegio metódico que le pertenezca (es decir, a priori); este carácter refleja por el contrario su auténtico materialismo histórico, o sea, la connotación de la conciencia como real en cuanto parte de la totalidad social presente.

Se retoma así la autónoma forma de cientificidad del marxismo, o sea, su carácter de ciencia social critica: ciencia social en cuanto indagación del perfil sociológico de cada instancia o nivel de las formaciones capitalistas, en su movimiento histórico; indagación crítica en cuanto es posibilitada, por un lado, por la manifestación histórica de la lucha de clases, crítica práctica total de las instituciones burguesas, por otro lado, se define en su especificidad de referente teórico de la lucha de clases en sus concretas determinaciones históricas.

VI

La recuperación del campo teórico autónomo del marxismo y la reelaboración de éste son elementos de primera magnitud para el desarrollo y la compensación teórica del mismo. Es suficiente señalar esquemáticamente, por ejemplo, algunos desarrollos que la devolución del carácter sociológico-crítico del marxismo arriba señalada permitiría a la crítica de la ideología dentro del cuerpo mismo del marxismo. Pienso en una posible crítica del marxismo historicista, aún tan vital, que sigue proponiendo a la historiografía como forma privilegiada del análisis social, con su implícito relegamiento de la elaboración de su estatuto metodológico y cognoscitivo a la filosofía.

Pienso en una posible crítica a la reducción de la teoría política del marxismo a ciencia de las instituciones del “Estado socialista“, o bien a la simplista reducción de las instituciones políticas a la estructura de las relaciones económico-productivas. Pienso en una posible crítica de la teoría económica marxista muy a menudo reducida a elaborar o a lo sumo a problematizar la política económica del socialismo. Pienso, en conjunto, en una posible crítica de aquellos conspicuos componentes del marxismo contemporáneo oscilando continuamente entre una reducción de la teoría a una enciclopedia de disciplinas positivas alternativas a las ciencias burguesas y la retracción en una visión general del mundo “irreductiblemente profética“.

Los problemas teóricos de la edad de transición

No quiero significar con ello que el marxismo, retomando el carácter de ciencia social crítica de la formación burguesa, agote su mandato teórico simplemente en la crítica de la ideología, ni mucho menos que aquél contenga ya elaborado todo cuanto le sirve para ello. Más aún, una conciencia precisa de la específica forma de cientificidad del marxismo, es decir de su carácter sociológico- crítico, nos permite comprender mejor cómo justamente en una época de transición al socialismo, como ésta en la que vivimos, reclama un incesante trabajo analítico de reconocimiento de las relaciones sociales, aun donde y cuando la transición al socialismo está más firmemente encaminada, luego de la conquista del poder político del Estado por parte del proletariado. Esto porque ella sola permite:

1) mantener una correcta conciencia del socialismo como transición mundial a una formación social nueva, de la cual es presupuesto fundamental la apropiación colectiva de las leyes de movimiento de la entera estructura social;

2) comprender cómo, en una tal época histórica de transición, la articulación de economía, política e ideología subsista tanto tiempo en el complejo heredado por el modo de producción capitalista, y cómo la progresiva unificación de las mismas no pueda ser más que un proceso, siempre históricamente determinado, mediatizado por una incesante y original recomposicion política de las fuerzas productivas;

3) mantener una correcta conciencia sobre el socialismo como un desarrollo original de las fuerzas productivas (recordando que para Marx la fuerza productiva por excelencia es la clase revolucionaria misma, tal que la revolución, o sea la transformación estructural de la sociedad capitalista, es al mismo tiempo, el desarrollo mas alto de las fuerzas productivas que se pueda concebir), y por consiguiente, como proceso de desarrollo sin precedentes de la lucha de clases, a través de la cual solamente puede darse la apropiación social de las leyes del movimiento de la formación social presente, hasta la transformación de la clase general en clase universal, o sea hasta la abolición de las clases.

Entonces, en toda la fase de transición, la crítica de la economía, de la política y de la ideología, lejos de estar dadas de una vez por todas, se reproponen incesantemente como tarea original del marxismo, por relación a las formas originales de recomposición política de las fuerzas de clase y de transformación del modo de producción fundado sobre la acumulación y la reproducción del capital.

En relación a Hegel el repristinaje de la autonomía teórica del marxismo en la actual etapa histórica no significa ciertamente ni una simple reducción del problema de la relación del marxismo con él a un problema puramente filológico e historiográfico, ni que la crítica de la ideología burguesa —en la medida en que Hegel la encarna, emblemáticamente— pueda decirse concluida de una vez por todas.

Ciertamente ya en los contenidos Marx tuvo en claro, sobre todo en la obra de madurez, que el frente más significativo de la ideología burguesa de la época, era la economía política, ciencia e ideología al mismo tiempo, o sea explicación del funcionamiento del modo de producción capitalista en función de su conservación. Hoy quizás parecería más oportuno hacer una operación análoga en el cuerpo de la sociología burguesa, cimiento actual e instrumento racionalizador al mismo tiempo, de las sociedades de capitalismo avanzado.

Sin embargo, el “problema Hegel” nos parece que está destinado a ocupar todavía por largo tiempo al marxismo. Sobre todo en los periodos de más rápido crecimiento de la lucha de clases, es decir todas las veces que ella nos plantee en los hechos el problema de comprender, en un nuevo nivel de desarrollo histórico, la totalidad de la formación social capitalista en la insanabilidad de su contradicción fundamental. Precisamente porque Hegel, quizás más que cualquier otro pensador moderno, encarna la conciencia alcanzada por parte de la sociedad burguesa de su organicidad articulada y estructurada, y en la medida en que la recuperación de tal conciencia nos parece un presupuesto necesario de la transformación socialista de tal sociedad.

Se aclara a este respecto, el sentido más profundo de la relación entre el marxismo y Hegel, señalado ya por Marx, como hemos visto, como una relación de continuidad y al mismo tiempo de contraste. La contrastación marxiana de Hegel presupone el conocimiento exacto de su real valor histórico y cognoscitivo, así como la construcción del socialismo presupone histórica y lógicamente el pleno desplegarse de la sociedad capitalista (históricamente la transición al socialismo ha comenzado sólo después de la unificación capitalista del mercado mundial en un único sistema de dominio). En la medida en que este presuponer implica una continuidad entre socialismo y capitalismo (es decir, implica la producción por parte de la sociedad capitalista de los agentes antagónicos de su transformación socialista), en tal medida el marxismo, es decir la ciencia social crítica e integral de la formación social capitalista, presupone también en el plano de la conciencia el llegar a tomar conciencia por parte de ésta de su organicidad. La riqueza cognoscitiva de tal nexo de origen del marxismo podrá ofrecer, por largo tiempo todavía, los’ antídotos más fecundos al frecuente achatamiento científico de la teoría, referente ideológico de los momentos de baja y de reflujo de la lucha de clases. Aunque, como ya lo hemos percibido, tales antídotos no podrán entregarse a ningún método o categoría cognoscitiva privilegiados, sino que surgirán siempre de un correcto reconocimiento analítico del nivel históricamente determinado de la lucha de clases.

Fuente: Marx Desde Cero

NOTAS

 * La palabra “inverimento” denota, en la filosofía hegeliana, en el paso de la tesis y la antítesis a la síntesis, la adquisición de una mayor realidad y concreción, su participación creciente en la verdad, su realización en suma. (N. del T.)

1.-  La conciencia de estas características propias del marxismo y por consiguiente de su forma de cientificidad es en muy alto grado límpida, a mi entender, en Lenin quizás más que en cualquier otro marxista después de Marx. Esta es más explícita por supuesto, en las obras teóricas e históricas de la juventud. Ello es obvio: el Lenin maduro realiza el marxismo políticamente, y por lo tanto la misma forma de conciencia es extraída en la madurez sobre todo de un correcto análisis de su extraordinaria labor como político.

Creo necesario este señalamiento porque la obra de Lenin queda en gran parte fuera del esquema histórico trazado en estas notas. Esto no es casual, teniendo ello por objeto, sobre todo, el desarrollo del marxismo teórico, o sea del^ “marxismo de los intelectuales” más o menos orgánicamente ligados al movimiento obrero. No sólo la obra de Lenin en efecto, sino también la de Gramsci, por ejemplo, no sería reducible en un esquema semejante justamente porque como obra de “políticos”, ellas se merecen un reconocimiento a parte también de quien quiera tomarlas en consideración a los fines de una problematización de la forma de cientificidad del marxismo; y quizás precisamente bajo este aspecto nos podrían ofrecer el arsenal más interesante y rico como sostén de las tesis aquí esbozadas.

Añado ser conciente de la limitación eurocéntrica de la problemática que enfrento, así como de la específica inflexión italiana de la postura que asumo. Esta última limitación no me desagrada, estando estas notas orientadas sobre todo a una intervención en la situación del marxismo teórico en Italia.

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