El jueves 27 de octubre el ciudadano brasileño Luiz Inácio da Silva cumplirá 71 años de vida. Cinco menos que Pelé, que habrá cumplido 76 cuatro días antes. Uno menos que Chico Buarque, que cumplió 72 el pasado 19 de junio.
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Veintisiete más que su más cruel verdugo y perseguidor, el juez provinciano de primera instancia Sergio Moro, que anda por sus verdes 44 años sintiéndose una especie de dios vengador designado para impartir el castigo divino a su presa favorita.
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Pero la verdad es que Luiz Inácio da Silva, Lula da Silva, ex presidente, fundador y creador del Partido de los Trabajadores, el PT, principal líder político del país más habitado y más rico de América latina, no anda con espíritu de celebrar nada.
Hace un tiempito le pregunté, en un almuerzo con otros dos amigos, si él no se cansaba nunca. Quise saber de dónde sacaba semejante energía. “A veces sí, me siento cansado, pero no puedo regalarme siquiera ese lujo, el cansancio”, me dijo.
Hablábamos de lo que pasa en Brasil, y él quiso saber cómo me sentía. “Indignado, irritado, impotente y triste”, contesté. Y Lula comentó: “Yo también me siento triste. Al fin y al cabo, hice lo que hice, empecé lo que empecé, y ahora me pasa lo que pasa…”.
¿Y qué es lo que le pasa? Pues le toca asistir a la demolición implacable de su PT, un partido nacido para reformular la política y airear un ambiente históricamente plagado de vicios e inmoralidades, y que terminó por aliarse a los enemigos y se dejó salpicar por el lodo.
Un ataque implacable de los mismos medios hegemónicos de comunicación que él creyó haber seducido, pero que a la hora de la verdad, se pusieron, con una sola y única voz, en su contra.
Por estos días, Lula da Silva trata de buscar una salida para el PT. Las elecciones municipales del domingo 2 de octubre masacraron su partido. Era algo esperado, pero no en tales dimensiones. Ha sido el peor desempeño del Partido de los Trabajadores en los últimos veinte años o más.
“Era algo esperado”, admite Lula. “Pero volveremos a ser lo que fuimos y seremos”, agrega, con la mirada fulminante puesta en algún espacio vacío y perdido.
Cuando conocí a Lula, hace como treinta y pico de años, era un hombre con mirada inquieta y feroz. Su voz ronca anunciaba cambios radicales. Ese Lula furioso ha sido drásticamente cambiado en la campaña electoral del 2002, cuando un publicista de mucho talento y escaso carácter –eligió, vendiendo personas como se fuesen jabón, a tipos de extrema derecha igual que de izquierda– creó la imagen de “Luliña paz y amor”.
Aquel Lula, el de 2002, se comprometió en una “Carta a los brasileños” a preservar puntos cruciales de la política económica de su antecesor, el neoliberal Fernando Henrique Cardoso, y lo hizo. Pero a la vez promovió cambios radicales en el panorama socioeconómico brasileño.
Los números no permiten dudas: el obrero que cometía errores básicos de gramática, que eliminaba el plural en sus frases, que tenía un discurso tosco y directo, montó un gobierno que eliminó a Brasil del mapa del hambre de las Naciones Unidas. En su gobierno, 42 millones 800 mil brasileños abrieron, por primera vez en sus vidas, una cuenta corriente en los bancos.
La libreta de ahorro, único instrumento de que disponían, quedó en la memoria. Se vendieron, como nunca, heladeras, cocinas, motos, coches. Ha sido como si una Argentina entera entrase en el mercado de consumo: 42 millones 800 mil tipos por siempre ninguneados.
Pasados los años, Lula sigue creyendo que hizo lo que tenía que hacer. “El presupuesto del Estado tiene que contemplar a los pobres, no se debe hablar de gasto, en el presupuesto para educación y salud públicas: es inversión. Inversión en el futuro de la gente”, dice.
El problema es que, en el sistema político brasileño, existen 35 partidos políticos activos y en el Congreso hay como 28. Así que ningún presidente se elige contando con mayoría en diputados y senadores. Como consecuencia, es imperioso armar alianzas políticas. Y las alianzas que armó el PT fueron con lo que de más sucio existe en la vida política brasileña. A tiempo: exactamente la misma alianza que ahora sostiene a Michel Temer, que no fue elegido, que llegó a la presidencia a raíz de un golpe institucional.
¿Qué dice Lula de esa experiencia? “Lo importante era tener una base para gobernar.” Su partido, otrora una especie de vestal contra la corrupción dominante en el escenario político brasileño, se mezcló en el lodo.
¿Y ahora? Bueno, ahora hay que empezar todo otra vez.
El mismo Lula es convocado para volver a presidir su partido, el PT. Pero se resiste. Sus interlocutores más cercanos, sus amigos, dicen que más urgente es preparar su defensa contra el acoso irremediable de una Justicia Injusta, que entre otras cosas es capaz de mantener en prisión a su ex ministro de Hacienda, Antonio Palocci, “mientras se buscan pruebas en su contra”. Esa historia de presunción de inocencia, y que les toca a los fiscales probar la culpa, quedó definitivamente eliminada del escenario judicial brasileño. Aquí en Brasil, primero se acusa, luego se detiene al sospechoso, y luego a ver cómo probar sus crímenes.
Lula da Silva anda un tanto tristón. Su mirada pasea por un horizonte invisible. Está cansado. El hombre que dice no cansarse nunca está cansado. Está visiblemente cansado. Mastica despacio y con cuidado cada parte del asado de cordero que eligió. Es un almuerzo entre amigos. De repente, le pregunto: “¿Es que no te cansás nunca?” Y él me mira, una mirada de mil fuegos, y dispara: “Es que no tengo tiempo para cansarme”. Miente. Es evidente que miente. La mentira está estampada en sus pelos, cada vez más ralos; en la mirada, cada vez más opaca; en la voz, cada vez más ronca.
Mañana o pasado o en unos días más lo detendrán. La imagen de Lula preso es, será, la gloria máxima del golpe de Estado, golpe institucional que se dio en mi país, el país de Lula. ¿Ha sido el suyo un gobierno corrupto? No. ¿Hubo corrupción en su gobierno? Claro que sí. ¿Ha sido complaciente con esa corrupción? Quizá. Muy probablemente, sí. En países como el mío, es o eso o la nada.
Me doy cuenta de que Lula tiene una coronita de perlas, de lágrimas, en la frente. De sudor, pues.
Terminamos de almorzar, nos despedimos, nos abrazamos. Nunca fui y jamás seré del PT. Mis críticas al partido creado por Lula da Silva desbordarían el espacio que me concede este diario. Pero salgo de este almuerzo largo y tardío con las palabras que dijo Lula cuando, de manera absolutamente ilegal, lo llevaron a prestar testimonio en la Policía Federal, hace como cinco, quizá seis meses.
Dijo Lula da Silva: “Si me matan, seré mártir. Si me detienen, seré héroe. Si me dejan libre, seré presidente otra vez”.
Si me permiten una participación personal, estoy seguro de que lo detendrán. Mañana o el miércoles o la semana que viene. ¿El crimen? No importa. Por ser obrero, apenas alfabetizado, y haber saneado lo mismo que hirieron sus antecesores.
Lo detendrán y condenarán por haber sido el primer obrero en alcanzar el poder, y que por intuición –mucho más que por ideología– cambió el mapa social de mi país. Es decir: que no robó nada.
Y por eso…
Fuente: Página 12
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Lula Denuncia que pretenden condenar su proyecto político
El expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva denunció hoy que la cacería judicial de la cual es víctima hace dos años no busca condenarlo a él, sino al proyecto político que siempre representó.
Las falsas acusaciones que me lanzaron no tenían como objetivo exactamente a mi persona, sino al proyecto político que represento junto a millones de ciudadanos: el de un Brasil más justo y con más oportunidades para todos, sostuvo Lula en un artículo publicado en el diario Folha de Sao Paulo bajo el título Por qué me quieren condenar.
El fundador del Partido de los Trabajadores (PT) dice que intenta comprender la cacería judicial desatada contra él como parte de la disputa política, aún cuando éste sea “un método repugnante de lucha”, pero advierte que en el intento de destruir una corriente de pensamiento “están destruyendo los fundamentos de la democracia”.
En ese sentido, expresa su preocupación, compartida por todos los demócratas, sobre las continuas violaciones al Estado de Derecho y la sombra del estado de excepción que viene irguiéndose sobre el país.
Lula reitera asimismo que en más de 40 años de actuación pública su vida personal fue permanentemente escudriñada por los órganos de seguridad, sus adversarios políticos y la prensa, y jamás encontraron un acto deshonesto de su parte.
Sé lo que hice antes, durante y después de haber sido Presidente. Nunca hice nada ilegal que pudiese manchar mi historia. Goberné Brasil con seriedad y dedicación, porque sabía que un trabajador no podía fallar en la Presidencia, subrayó.
En otra parte de su artículo, el exdignatario sostiene que pese al acoso judicial del cual es víctima desde las elecciones de 2014, jamás abandonó su agenda y, por el contrario, continuó viajando por el país al encuentro de los sindicatos, movimientos sociales y partidos para debatir y defender el proyecto de transformación de Brasil.
No paré para lamentarme ni desistí da luchar por la igualdad y la justicia social, remarcó el exmandatario, según el cual esos encuentros le permitieron renovar su fe en el pueblo brasileño y en el futuro del país.
Constato que está viva en la memoria de nuestra gente cada conquista alcanzada durante los gobiernos del PT, escribió Lula antes de afirmar que la ciudadanía va a resistir los retrocesos que pretendan imponerle, “porque Brasil quiere más y no menos derechos”.
El artículo advierte además sobre la existencia de “una peligrosa ignorancia” por parte de los agentes de la ley sobre el funcionamiento del gobierno y de las instituciones, y denuncia los abusos cometidos por representantes del Estado que usan la ley como instrumento de persecución política.
Refiriéndose a las acusaciones imputadas, enfatiza la ligereza, desproporción y falta de base legal de las mismas, lo cual “sorprende y causa indignación”, y acota que denuncian y procesan por mera convicción sin que las instancias superiores y los órganos de control funcional tomen providencias contra esos abusos.
Mis acusadores, dice Lula, saben que no robé, no fui corrompido, ni intenté obstruir la Justicia, mas no lo quieren admitir, ni pueden retroceder después de la masacre que promovieron en los medios.
Se convirtieron en prisioneros de las mentiras que inventaron y ahora “están condenados a condenar”; deben evaluar que si no me apresaran serían ellos los desmoralizados ante la opinión pública, señaló.
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