por Romano Pieffe (*)
Un taumaturgo (1) ha embrujado a gran parte de los “izquierdistas” de Italia, España, Europa y a muchos partidos “progres” del mundo entero. Ese el mago se llama John Maynard Keynes.
Seamos claros: entre quienes se consideran portadores de un «proyecto de izquierda», de una «alternativa de clase», de una «transformación radical» hay muy pocos que se atreven a referirse explícitamente a la obra y las recetas de este economista británico.
Sin embargo, hoy la mayoría de quienes se dicen “izquierdistas” (incluso comunistas) y que casi siempre prefieren las invectivas contra el «ordo-liberalismo» a realizar una crítica abierta al capitalismo hace tiempo que han elegido al keynesianismo como su horizonte estratégico.
Más todavía han identificado las soluciones en sus programas con el modus operandi de lo que ha sido durante años la política oficial de los principales estados capitalistas desarrollados.
Togliatti, togliatismo y «democracia progresista»
Tal dependencia es completamente explicable si consideramos las tradiciones políticas de la mayoría de los «ex comunistas italianos». Estas tradiciones en Europea están firmemente arraigadas en la colaboración de clases, una «democracia progresista» y una larga –y conveniente– “marcha” dentro de las instituciones burguesas.
El discurso o la narrativa –como se dice ahora- partió con la glorificación de la Constitución de la República posfascista, una constitución que supuestamente tuvo el mérito de representar una política que podría haber logrado “la emancipación de la clase obrera”. En definitiva, ha sido, ni más ni menos, el togliatismo (una adaptación del “centrismo estalinista”) el que se impuso en las políticas de la izquierda italiana y europea.
De hecho, después de la guerra, Togliatti y su «nuevo partido» implementaron una estrategia «realista» de reforma gradual del capitalismo; las famosas «reformas estructurales» codificadas en las tesis del octavo congreso.
En este marco de subordinación del proletariado a los intereses generales de la burguesía esta estrategia contemplaba que “en una nueva fase expansiva del sistema” se podría lograr una mejora en las condiciones de vida de la clase trabajadora y una «ampliación de la democracia».
De hecho, el esfuerzo por «insertar elementos del socialismo» en la estructura económica y en el aparato institucional del Estado, como lo pretendió el PCI en Italia, no fue más que un apoyo condicionado a la acción de los gobiernos conservadores de la Democracia Cristiana Italiana y Europea. Un política que operaba tanto “desde abajo” con iniciativas de lucha social, como “desde arriba” en las posiciones conquistadas en los organismos públicos y en las autonomías locales.
Del boom a la crisis: el fracaso del keynesianismo
En el ámbito económico, esta estrategia, llevada a cabo en Italia y en otros países capitalistas, es generalmente calificada de «keynesiana» y, según los aduladores de Keynes, habría conocido su máximo esplendor en los años del boom económico.
En realidad, no fueron las «políticas keynesianas» las que impulsaron la economía en ese momento, fue la reanudación del proceso de acumulación capitalista (tras la destrucción de la guerra) la que produjo el “milagro italiano y europeo ”. Milagro construido sobre la base de bajos salarios, desempleo persistente, emigración interna, aumento del tiempo de trabajo, represión patronal dentro y fuera de las fábricas, etc.
De hecho, el gasto deficitario – característica de este modelo – manifestó un rotundo fracaso no en los años del “desarrollo”, sino precisamente en los años de la crisis: en Italia la inflación «galopante» se remonta a los años 70 y la explosión de la deuda se produce a partir de la década de los 80.
En ambas fases, el keynesianismo fracasó. En la primera etapa, la inflación no permitió el inicio de un círculo virtuoso, convirtiéndose, en cambio, en un grave problema para los capitalistas, en forma de estanflación, es decir, en la coexistencia de inflación y el estancamiento económico. En el segunda etapa, el incremento de la deuda pública- lejos de ser reabsorbido por un hipotético incremento de la tasa tributaria- ha llegado a crecer a niveles desconocidos.
El hecho que la burguesía haya abandonado las políticas de Keynes, y decida reorganizar su acción detrás de las banderas del monetarismo de Friedman no puede ser leído como un cambio de paradigma, tal como suelen hacer los economistas de “izquierda».
Una visión así es idealista y está imbuida de subjetivismo, porque anula la relación de causa y efecto que guía la actividad de las clases dominantes. No es la elección de un paradigma diferente lo que explica la embestida de los empleadores y del estado contra la clase trabajadora; por el contrario, se explica por la necesidad que la clase capitalista de utilizar otros instrumentos propios de la economía capitalista.
En las crisis la caja de herramientas keynesiana ha fracasado, y la clase dominante, con un proceder pragmático ha tenido que abandonar su anterior forma de actuar, dando un giro decisivo al proceso de acumulación del capital.
Por tanto, el keynesianismo ha fracasado precisamente donde debería haber demostrado su validez: sacar al sistema capitalista de la crisis y permitir la recuperación económica.
En Estados Unidos, no fueron las recetas keynesianas las que sacaron al país de la Gran Depresión de 1929 – fue el rearme y la guerra la que obligaron al New Deal de F.D. Roosevelt.
Incluso los keynesianos más impenitentes, que volvieron a proponer este esquema a raíz de la crisis de 2007-2008 y que ahora lo vuelven a proponer se han visto obligados a admitir su fracaso. Y lo han hecho tratando de explicar que las políticas expansivas han sido interrumpidas demasiado pronto. y por tanto no han podido desplegar su eficacia.
Las hipótesis de Keynes y la función del keynesianismo
Sin duda, la llamada revolución keynesiana ha permitido a las clases dominantes afinar sus herramientas de intervención, pero ciertamente no les ha proporcionado la receta mágica para proteger al sistema de las contradicciones incurables que lo aquejan y de hecho las distintas versiones de Keynes no han podido superar o complementar el análisis marxista,
Esencialmente inútiles, o al menos no esenciales, en las fases de desarrollo de la acumulación, cuando se limitan a apuntalar el funcionamiento espontáneo del sistema, las políticas keynesianas revelan la falacia de sus supuestos cuando el proceso de acumulación se agota.
El argumento analítico de Keynes, en oposición a la doctrina clásica del laissez-faire, se puede resumir a grandes rasgos como sigue.
El capitalismo, abandonado a sí mismo, no tiende en absoluto hacia un estado de equilibrio en el que se maximicen los beneficios, es decir, la plena utilización de los factores productivos, con pleno empleo, etc.
Por el contrario, a medida que se desarrolla la economía, la propensión a consumir disminuye y la propensión a la liquidez aumenta, es decir, una parte creciente de los ingresos se ahorra y no se gasta. La consecuencia es que las inversiones y el consumo – que es la demanda efectiva que se produce en el mercado – se vuelven insuficientes para asegurar el volumen de producción necesario para garantizar el pleno empleo.
Para que esto suceda es necesario una intervención del Estado, una demanda pública adicional que llene el vacío y permita superar el “cuello de botella”. Para hacer esto, el Estado debe activar el gasto deficitario que, al incrementar la demanda agregada, logre el objetivo de reactivar el mecanismo productivo. Teóricamente, entonces, la recuperación económica tiene como consecuencia el aumento de la tasa tributaria, permitiendo reabsorber el déficit y restableciendo el equilibrio presupuestario.
Ahora, volviendo a la realidad y dejando de lado muchas otras cuestiones cruciales, es importante subrayar que la intervención del Estado, si bien es capaz de facilitar el funcionamiento de la economía en caso de una crisis cíclica, no puede aliviar al sistema de una crisis a gran escala.
Una crisis sistémica no se origina por la escasez de demanda en el mercado, pero si cuestiona radicalmente los mecanismos de valorización y reafirma la tendencia histórica a la caída de la tasa de ganancia. Y sobretodo necesita – para su superación dentro del sistema- que se restablezcan las condiciones para aumentar el nivel de plusvalía usurpado del proletariado.
La «revolución keynesiana», por tanto, efectivamente innovó la política económica al permitir la superación de la rigidez en el campo de la ortodoxia presupuestaria. De esta manera acompañó la transición del sistema monetario y financiero basado en el oro en la dirección actual de la economía capitalista imperialista. En los acuerdos de Bretton Woods, con un imperialismo británico en pleno declive, Lord Keynes, se vio obligado a ceder ante el poder abrumador de Estados Unidos.
Esta transformación explica por qué incluso los monetaristas partidarios de Friedman no pueden evitar llamarse a sí mismos keynesianos, ya que el uso del gasto deficitario – como herramienta ordinaria en las políticas monetarias y presupuestarias – son una práctica consolidada en la gobernanza de la economía capitalista.
En efecto, lo que ha cambiado realmente es sólo el nivel de gasto deficitario y las técnicas con las que se llevan a cabo – monetización directa del gasto público mediante la intervención de los Bancos Centrales o la colocación de títulos de deuda en el mercado financiero.
En cualquier caso, hay que reconocer que las políticas keynesianas siempre se han planteado como el intento fallido de resolver las contradicciones del sistema capitalista, para salvaguardar su poder y defender su existencia.
La intervención contracíclica keynesiana no reconoció nunca, por razones de clase, otros problemas que no fueran los cuellos de botella transitorios que se pudieran superar una vez identificados los obstáculos que impedían el desarrollo de más y más capitalismo.
El inconfesable idilio entre Keynes y cierta «izquierda”
Lo paradójico, y cómico, de toda esta historia es que los Togliatti que hoy surgen aquí y allá , proponiendo viejas recetas conservan no sólo el oportunismo del pasado sino que no cuentan ni de cerca el empuje económico que necesito en su momento un capitalismo en recuperación.
En secreto los “izquierdistas” seducidos por Keynes no se atreven a confesar su amor abiertamente y van más allá del teórico burgués.
¿Qué quiero decir con esto?
Esta política de la “izquierda” europea concibe la intervención estatal y el gasto público deficitario no como una intervención anticíclica transitoria para restaurar el normal funcionamiento económico, sino como una “espacio liberado” para construir una nueva dimensión en la que capitalistas y proletarios puedan finalmente convivir pacíficamente dentro de un Estado que por definición sería de “todos”.
En definitiva, un nuevo modelo de capitalismo, abandonado en la época del giro liberal iniciado por Reagan y Thatcher, que sería cuestión de retomar y desarrollar y … quizás , de esta manera, se podría alcanzar el socialismo sin todas las complicaciones revolucionarias que ha tenido en el pasado el movimiento obrero.
Un nuevo modelo (a «elegir», como en el supermercado …) capaz de perpetuar el gasto deficitario y con ello conciliar la existencia del modo de producción capitalista con las clases obreras y populares en constante crecimiento y tendiente asintóticamente a la emancipación.
La mayoría de la actual “oposición de izquierda” se mueve precisamente en este espacio. Lejos de denunciar el fracaso del keynesianismo y explicar que la profundidad de la crisis capitalista están forzado a una salida revolucionario sus intelectuales le dan tal mérito a las ideas de Keynes que lo han transformado en una criatura mitológica.
Por poner sólo un ejemplo, ¿de qué se acusa a la UE, si no es por no imprimir suficiente dinero como otros bancos centrales?
Aparte de que esto no es cierto (el BCE ha apoyado los programas de flexibilización cuantitativa con una impresionante creación de dinero) lo efectivo es que el modelo que se pretende restaurar, haciéndolo pasar como solución a los problemas de empobrecimiento de las masas, es el de la política monetaria expansiva que la burguesía ha practicado en Italia desde años.
En lugar de la lucha a fondo contra todas las variantes de la política monetaria de la clase capitalista (que utiliza diferentes herramientas para responder al mismo objetivo anti- clase trabajadora) esta “izquierda” keynesiana reivindica monetizar la deuda como la solución adecuada a los problemas de la clase trabajadora.
Observamos, dicho sea de paso, que un enfoque similar también está presente en otros países: en Estados Unidos, por ejemplo, el «socialista» Bernie Sanders elaboró su programa sobre la base de la MMT (Teoría Monetaria Moderna) desarrollada en algunas universidades americanas y subordinada directamente con el neokeynesianismo.
Keynesianismo: teoría y política cien por ciento anti-proletaria
Nos preguntamos: ¿el gasto deficitario y, en particular, la monetización de la deuda no tienen consecuencias para las condiciones de vida de los sectores populares? ¿Puede replicarse esta política indefinidamente, en una especie de movimiento virtuoso perpetuo, evitando que los costos de la crisis no se trasladen a los trabajadores?¡Ciertamente no!
Si los capitalistas – y sus portavoces más inescrupulosos – pretenden explicarnos que “la comida gratis no existe” en economía, para obligarnos a hacer sacrificios cada vez más duros en nombre de una presunta racionalidad del mecanismo económico, los revolucionarios deben asumir el desafío en este terreno.
Nosotros también debemos reconocer que «no hay comida gratis» por la sencilla razón de que ninguna política económica de un gobierno burgués puede salvar a los trabajadores del empeoramiento de sus condiciones de vida si estos no luchan por imponer sus propias necesidades y requerimientos con su fuerza organizada .
Ciertamente no habrá solución para las clases populares si se descarga montañas de deuda pública sobre las espaldas de las generaciones actuales y futuras, ni tampoco engañándose con «la creación de dinero de la nada» por parte de un Banco Central Nacional.
En realidad una verdadera política de la izquierda debería ser de combate por aumentos salariales (desacoplados de productividad y competitividad); de lucha por una reducción de la jornada laboral con igual salario; por un el salario medio asegurado a los desempleados; por el aumento de los impuestos a los estratos burgueses más ricos; por la reducción del gasto militar y el retiro de la OTAN; por reorganizar la salud pública de acuerdo con el principio de prevención de enfermedades y la protección integral de la salud en el lugar de trabajo, etc.
Solo un programa de este tipo puede considerarse «un primer paso» hacia un programa que plantee abiertamente el problema de la expropiación de los expropiadores, es decir, del derrocamiento del sistema capitalista para iniciar el tránsito al socialismo.
Si miramos lo que sucedió en Italia en la década de 1970, veremos que en presencia de grandes luchas obreras, la clase capitalista se vio obligada a hacer concesiones, pero utilizó una política monetaria expansiva e inflacionaria para provocar la devaluación masiva de los salarios.
Esta política no fue una conquista obrera. Por el contrario, fue la forma en que el Estado capitalista abordó la crisis transformando en un bumerán las conquistas parciales arrebatadas por los trabajadores. De esta manera la burguesía recuperó los márgenes de ganancia y el control de los procesos sociales que había perdido por la acción de masas.
En realidad las políticas keynesianas nunca fueron un terreno fértil para el progreso social de los asalariados, sino la respuesta política de la burguesía para “salvar el capitalismo”, según lo fundamentado por el propio John Maynard Keynes .
(*) Editor de Il Punto Rosso
Fuente: Observatorio de la Crisis
Nota:
(1) Tomé la expresión del libro de Marc Bloch, Los reyes taumatúrgicos , en el que el gran historiador presenta una tradición medieval que atribuía poderes especiales, casi milagrosos, a los reyes franceses como intermediarios de Dios en la curación, en particular, de la escrófula: “El rey te toca, Dios te sana”.