Después del terremoto que significó para la derecha el resultado de las elecciones del 15 y 16 de mayo, resulta una incógnita lo que le queda por hacer.
Evidentemente, lo que está en juego es mucho para el sector y sus representados: «las libertades que con tanto esfuerzo hemos logrado en los últimos veinte años» dijo el 2011 el entonces presidente de RN, Carlos Larraín.
Libertad para los empresarios -se entiende- de explotar inmisericordemente a trabajadores, trabajadoras y al medioambiente, hasta sacarles la última gota de sudor y savia, con tal de acrecentar sus extraordinarias ganancias
Por lo pronto, se puede avizorar desde ya que va a hacer lo que históricamente ha hecho en contextos similares y lo que ha aprendido de la experiencia de resto de las derechas latinoamericanas en el pasado reciente: conspirar y preparar su retorno al poder y en lo posible, evitar que los cambios que con toda probabilidad va a sufrir el país, los perjudiquen.
Con la sangre fría y el aplomo que les da la experiencia de haber sido el sector político y de clase hegemónico de este país desde que se formó como República, no se ha amilanado ni lo hará frente al histórico revés que sufrió hace un par de semanas atrás.
Lo concreto es que a duras penas, alcanzó un veinte por ciento de la Convención Constitucional lo que no le alcanza para vetar las transformaciones a las que el pueblo aspira.
Le faltan catorce votos para eso y se ve difícil que los logre, por mucha política de alianzas que haga y además, porque los partidarios de la democracia de los acuerdos que sobreviven en la oposición, también fueron estrepitosamente derrotados.
Eso, sin embargo, ¿es suficiente como para cantar victoria? Hay cierto optimismo -un poco ingenuo tal vez- que va desde la indiferencia a lo que pueda la derecha hacer en la Convención, pese a no tener el tercio, hasta una confianza un poco exagerada en la mayoría electoral abrumadora de la oposición.
Pero lo cierto es que esa mayoría aplastante, expresión para algunos de la “multitud” de desposeídos, excluidos, desheredados, discriminados, endeudados, y explotados chilenos y chilenas, se manifiesta a través de un diverso y abigarrado conjunto de demandas hacia el Estado y no en un proyecto de sociedad y modelo de desarrollo.
Justamente, la necesidad de que sea el conjunto de la sociedad quien lo debata y construya, considerando toda su riqueza y diversidad, es lo que expresa la convención aún con todas las limitaciones que se le impuso desde un principio, incluidos los dos tercios.
Pero puede ser también el ecúleo que termine por hacerla trizas.
En efecto, el problema ahora no es la capacidad de veto de la derecha, ni el riesgo de que pirquineando por aquí y por allá, consiga los catorce votos que le faltan. El problema ahora, dado el mega-quórum establecido en la ley 21200, es la posibilidad de que éste no se alcance en lo que tiene que ver con importantes materias y la convención termine en un aborto constitucional.
Evidentemente, el interés de la derecha es precisamente el fracaso de la Convención, pese a sus farisaicas declaraciones, y en ese sentido, el quórum, y no su poder de veto, actúa ahora como un obstáculo para cualquier cambio.
Por cierto, las cuatro quintas partes de la convención son más que suficientes para derrotarla, pero considerando la especificidad de intereses representados en ella, la posibilidad de concretarla no es pan comido. Y también, la posibilidad de que esa mayoría sufra escisiones que terminen actuando también como un factor de contención.
Las clases medias, como se les ha denominado comúnmente, en este sentido, serán un campo de disputa cultural e ideológico privilegiado del conservadurismo político, para lo que cuenta con una potente maquinaria propagandística y cultural que son los medios de comunicación de masas. Radio, televisión, prensa escrita, industria de la entretención masiva, indudablemente se pondrán del lado de los perdedores y serán esenciales a la hora de legitimar a esa minoría reaccionaria.
En toda América Latina ha sido así. Lo mismo la movilización de esos sectores permeables de la población a los encantos de la cultura neoliberal, que en este caso van a ser convocados con toda seguridad por la derecha, como fue en Bolivia y Venezuela, y más recientemente en la hermana República Argentina tras la bandera anti-cuarentenas, para boicotear la Convención.
En el debate del Reglamento entonces, está parte importante de las posibilidades que le quedan todavía a la derecha y la reacción, que con el hipócrita argumento de la sostenibilidad de las reformas, la unidad, representatividad y la amplitud que deben representar, esconde precisamente su desprecio por las mayorías.
La norma de los dos tercios por lo demás, no es la única que puede entorpecer la construcción de mayorías y disimular las componendas que en ciertas materias del debate constitucional, pudieran intentarse.
Las mayorías, perfectamente, si es que no es el caso que se expresen en la Convención electa, debieran manifestarse a través de mecanismos de democracia directa como plebiscitos para resolver materias en que ésta no llegue a acuerdo. Además, es una forma eficiente de salir al paso de los intentos de los sectores conservadores de deslegitimarla a través de una acción desestabilizadora.
La batalla de la Convención no está ganada pese a los primeros triunfos del plebiscito y la elección de convencionales.
Hay que asegurar su éxito, que debe ser el resultado de la participación directa del pueblo y que consiste en superar el corset del reglamento.
La unidad de los demócratas será expresión precisamente de esa movilización popular y la forma que adopte el nuevo consenso que emerge de las ruinas del modelo neoliberal y la Constitución pinochetista.