En septiembre de 2013 se cumplen 5 años de la quiebra del banco Lehman Brothers que desató la crisis financiera mundial mas grave desde la gran depre-sión de 1929. En realidad, las señales empezaron un año antes con la quiebra del banco inglés Northern Rock, y en marzo JP Morgan absorbió a Bear Sterns. Además, mientras quebraba Lehman, un paquete de 85 mil millones de dólares fue lanzado para salvar a la aseguradora AIG, la más grande del mundo.Transcurrido todo ese tiempo, lo cierto es que la crisis está lejos de ser superada.
Luego del rescate millonario con fondos públicos que ejecutaron los estados para poder salvar a los ban-queros cuando reventó la burbuja inmo-biliaria, se ha pasado a una crisis fiscal en Estados Unidos, Japón y Europa, que ha implicado grandes recortes de gastos, mayor endeudamiento y pro-gramas de ajuste que contribuyen al desempleo, bajo crecimiento y pobre-za.
En el caso de China, su modelo de crecimiento está en reestructuración, donde el mercado interno pasa a ser el principal motor de la economía, lo que está resultando en una menor tasa de crecimiento.
La alternativa que han empleado los bancos centrales para paliar esta situación ha sido ofrecer dinero barato y abundante, bajando las tasas de interés y emitiendo moneda. Lo irónico es que este comportamiento en el caso de la Reserva Federal (Fed), es igual al de lo bancos centrales de países a los que ellos llamaban “bananeros” en el pasado.
Hace unos días anunciaron que evalúan poner fin a estas medidas, lo que ha ocasionado la salida de dólares de Latinoamérica. Esto, a su vez, ha generado el alza del tipo de cambio, lo que, combinado con la disminución de exportaciones, incide en que se disminuyan las previsiones de crecimiento.
En el caso peruano, ya se habla que el pronóstico de crecimiento del PBI para el 2013 ha bajado de 6% a 4%.
Mucho se ha hablado de los efectos de la crisis inmobiliaria en el mundo, pero poco se ha dicho sobre las causas de fondo, tendiéndose a verla como resultado de eventos no previstos e inevitables, atribuibles a fallas de personas y/o corporaciones.
Casi nada se habla del problema estructural del sistema y la responsabilidad directa del modelo neoliberal aplicado por los organismos
estatales y los grandes grupos econó-micos en la gestación de esta crisis.
Un tema estructural de primer orden en el origen de la crisis inmobiliaria es el grado de concentración del poder económico y su capacidad de influen-ciar en la política estadounidense, tanto en el sector demócrata, como en el republicano, y con alcance a todos los niveles del aparato estatal. Este fenó-meno no es nuevo ya que casi desde el origen de Estados Unidos como nación independiente fue motivo de debate y
ha continuado siéndolo a lo largo de su historia.
En los albores de la independencia norteamericana, Thomas Jefferson, primer secretario de estado del gobierno de Washington y autor nada menos de la declaración de independencia, vio en el crecimiento y voracidad de los bancos un peligro latente, al grado de compararlo con un ejército enemigo que amenazaba a la nación, ya que iban a concentrar poder económico y político al punto de estar en condiciones de socavar el poder del Estado y la voluntad de los ciudadanos. Por tal motivo se opuso a que se creara el primer banco de los Estados Unidos (una especie de banco central) que finalmente fue autorizado por el Congreso en 1791.
La creación de este banco fue pa-trocinado por el secretario del tesoro Alexander Hamilton, para quien, a diferencia de Jefferson, no importaba el problema político de la concentración de poder. Por el contrario, creía que el Estado debía promover el crecimiento de la economía garantizando el crédito suficiente para que se financien los emprendimiento individuales y estatales, lo cual requería desarrollar el sistema
financiero y crear un Banco Central.
Años más tarde, con el desarrollo de la economía capitalista y el auge de la revolución industrial, se conformaron trusts, que eran conglomerados mo-nopólicos en diversos campos como el petróleo, acero, ferrocarriles; que junto al poder de financieros como JP
Morgan, cabildearon en política para obtener favores como bajos impuestos, subsidio, dominio de mercados, etc.
La preocupación sobre este poder económico financiero tenía motivacio-nes políticas, pero también económi-cas, ya que estos conglomerados al limitar la competencia impedían un desarrollo sano de la economía. Para contrarrestar ello, el presidente Theo-dore Roosevelt desempolvó en 1901 la ley Sherman antimonopolios que había sido aprobada en 1890 y la aplicó, lo-grando someter en el lapso de 10 años a 44 monopolios, entre los que destaca-ron el de ferrocarriles y de acero, en el que estaba comprometido JP Morgan, y el de petróleo que era propiedad de Jhon D. Rockefeller.
Pero luego lo sucedieron gobiernos que permitieron el crecimiento desmesurado del poder económico financiero.
Durante la gran depresión originada por el crac de 1929, un aspecto saltante fue que los banqueros comprometieron el dinero de ahorristas en operaciones de inversión y especulación, que al co-lapsar tuvieron un impacto social y eco-nómico muy grande. Por tal motivo en 1933, el presidente Franklin Roosevelt aprobó la ley Glass Steagall, dirigida a impedir que en el futuro los conglo-merados financieros pudieran mezclar
operaciones comerciales con las de inversión, en un nuevo intento de limitar el poder de las finanzas.
Sin embargo, como vemos, la fuerza arrolladora del capital pudo más. Tal como señaló Marx, el apetito desmedido por acumular y el poder del dinero resultante, permitieron que el capital financiero se desarrollara de forma des-medida creando un estado permanente de irracionalidad y una tendencia a la caída de las ganancias.
En su afán por incrementar éstas, el capital siguió en expansión en el mundo, ya sea mediante la intervención militar directa o con la diplomacia del dólar.
Durante la era keynesiana, que duró desde mediados de los años 30 hasta finales de los años 70, se aceptaba que era necesaria la intervención reguladora del Estado en el mercado para evitar su irracionalidad en todos los extremos, a fin de lograr estabilidad y pleno empleo; no obstante a finales de este periodo las señales de estanca-miento en los países capitalistas eran evidentes.
Ya en la década de los 80, retornó el capitalismo salvaje a través del modelo y receta neoliberal que preconizaba la salida de los Estados en la regulación y la gestión de la economía como mecanismo para recuperar el crecimiento y, obviamente, las ganancias. Es en este contexto que los gobiernos de Reagan y Thatcher eliminaron, entre otras, la regulación en el sector financiero, y en particular para las operaciones de banca de inversión.
El objetivo fue permitir que se siguieran amasando grandes fortunas en el sector financiero dejando que operaran a su antojo, sembrando la mayor inestabilidad y la posibilidad de crisis que se materializó casi treinta años después, en el 2008, amén de otras de menor alcance que se dieron en ese lapso.
Hoy en día, a 33 años del inicio de la desregulación financiera el crecimiento del negocio ha sido espectacular. El banco Morgan Stanley en 1972 tenia 110 empleados, una oficina y 12 millones de dólares de capital. Ahora tiene 50 mil empleados, miles de millones de capital y oficinas en todo el mundo. Hoy Goldman Sachs, Citigroup, JP Morgan, se han convertido en corporaciones internacionales con miles de empleados y con volúmenes de inversión y utilidades gigantescas, aún después de la crisis.
Se dice que son tan grandes que no pueden caer.
Durante la presidencia de Clinton se intensificó la desregulación con secretarios del tesoro como Robert Rubin, ex gerente de Goldman Sachs, y Larry Summers, profesor de Harvard. A fines de los 90, los bancos se consolidaron en instituciones muy grandes e influyentes. En 1999 derogaron la ley Glass Steagall con la aprobación de la ley Gramm Leach, que permitió fusiones como la del Citigroup, la compañía financiera más grande del mundo.
Ya a inicios de los años 90 se dio la crisis de compañías de ahorro y crédito que se estafaban a si mismas para defraudar a los ahorristas. En el 2000 vino una crisis de las empresas punto com, una burbuja del precio de acciones tecnológicas. Se calcula que produjo pérdidas por cinco billones de dólares, sin que los organismos reguladores investigaran nada, pese a las evidencias de dolo.
Debido a la falta de regulación, hubo muchos actos de corrupción, lavado de dinero de narcotráfico y de dictaduras, desvío de fondos, fraudes contables como Enron y Worldcomm. Las autoridades les ponían multas pero no los enjuiciaron por delitos.
En 1998 hubo un intento de regular las operaciones con futuros, pero se opusieron todos: los banqueros, Greenspan –de la Reserva Federal–, y Summers, que fue secretario del tesoro entre 1999 y 2001.
En la creación de la burbuja inmobi-liaria intervinieron el problema estructural de la economía estadounidense y la conspiración del gobierno de Bush hijo y los banqueros. Fue una acción concertada, ya que se incentivó como prio-ridad política a la industria inmobiliaria.
Bush se dedicó a promover la propie-dad de una vivienda para todo ciudada-no. Les ofreció la concreción del sueño americano a través del acceso a prés-tamos hipotecarios para comprar casa, autos y otros bienes de consumo. Inclu-so promovió una ley llamada ni mas ni menos que “ley del pago de la cuota inicial del sueño americano” a través de la cual se podía financiar, con cargo a recursos del Estado, el enganche y los gastos administrativos de las hipotecas en el caso de personas cuyo ingreso no llegue al 80% de la media nacional (nuestros neoliberales criollos se rasgarían las vestiduras). También dio gran impulso a Fannie Mae y Fredie Mac, los titulizadores de hipotecas.
Entonces, si bien es cierto que en Wall Street se fraguaron los mecanismos e instrumentos para hacer gran-des ganancias a partir de la fiesta de préstamos inmobiliarios, fue el propio gobierno quien promovió y facilitó que todo esto fuera posible, actuando de manera articulada con los banqueros para que el sistema funcionara.
Luego, cuando vino la crisis, estos banqueros fueron ampliamente compensados y rescatados. En octubre de 2008, el secretario del tesoro Paulson, en el marco de la ejecución del paque-te de 700 mil millones de dólares que aprobó el Congreso para paliar la cri-sis, llamó a los principales banqueros del país para firmar un acuerdo por el cual el Estado les compró acciones poniendo capital fresco pero sin derecho a gestión ni voto.
Prácticamente les regaló el dinero que necesitaban para salir de la crisis y pagarse sus suculentos bonos. Mientras tanto, la economía
norteamericana perdía, entre el 2008 y 2009, 4.1 millones de empleos. Los ciudadanos fueron los que pagaron el rescate con sus impuestos, y luego mu-chos de ellos se quedaron sin trabajo y con sus deudas hipotecarias pendientes de pago.
Durante el gobierno de Obama no hay muchas señales de que las cosas cambien, por el contrario, muchos analistas pronostican una nueva crisis en el futuro debido a la insuficiente regulación y el poder de los bancos.
Cuando Obama era precandidato en 2008 criticó la incapacidad oficial para vigilar a los bancos de inversión e hizo un llamado a modernizar la regulación de las firmas de Wall Street. En esa misma línea, una vez en el gobierno, en setiembre de 2009 declaró que la gente de Wall Street no tenía remordimiento por haber provocado la crisis. Por ello las reformas regulatorias eran necesarias.
Sin embargo, se reunió con representantes de los 13 bancos, y a pesar de todas sus críticas les dijo: “Ayúdenme a ayudarles, siento que estamos juntos en esto”. A continuación nombró jefe de su gabinete de asesores a un representante de Wall Street, Larry Summers, el mismo que encabezó la desregulación en los años 90 y 2000 y que es el candidato de fuerza para reemplazar a Bernanke en la Reserva Federal a partir de Enero del 2014.
Por ello no es de extrañar que la nueva Ley de regulación financiera Dodd Frank, aprobada en 2010, no se haya implementado mas que parcialmente, principalmente debido a la fuerte presión de los bancos y a la falta de avance de los reglamentos por parte de las agencias
gubernamentales.
Entonces, como conclusión podemos decir que a cinco años del inicio de la crisis, el panorama de la economía norteamericana y mundial es sombrío, ya que no logra recuperarse y sigue en manos del omnipotente poder de los bancos, tal como lo avizoró Jefferson y lo analizó científicamente Marx.
El conflicto entre los pueblos del mundo y estas oligarquías financieras no podrá ser resuelta sin encarar los temas estructurales y la nefasta influencia de la ideología neoliberal.
Fuente: Patria Roja