Nuestra Alameda de las Delicias, nuestro paseo republicano con un pasado tan amable como cruel, ha sido el escenario elegido para celebrar algunas de las más celebres victorias electorales de los últimos tiempos. También fue uno de los lugares preferidos de la FECH para establecer su cuartel general. Fue aquí en la esquina de la Alameda con la calle Londres, teniendo a un costado la Iglesia de San Francisco y enfrentando a la inolvidable Peña de las Flores, que el año 1950 ganamos las elecciones de la FECH con la coalición de izquierda encabezada por flaco Tohá, militante socialista como Presidente, con Lucho Dodds, radical como Vicepresidente y con Fernando Ortiz, comunista, como Secretario General.
Eran los tiempos de la Ley Maldita, los pacos nos apaleaban duro y tupido y apretábamos a refugiarnos en la FECH, escapando de los gases lacrimógenos y subiendo en cuatro patas, unos encima de otros, las escaleras hasta alcanzar el segundo piso.
Curioso. Miren lo que son las cosas.
Es posible que nadie haya reparado en este detalle, pero ocurre que, celebrando su victoria electoral, la Michelle nos acaba de hablar en la noche de este Domingo exactamente desde ese mismo lugar, porque resulta que el Hotel Plaza San Francisco, se construyó sobre los escombros de la hermosa casona del Siglo XIX donde tuvimos la sede la FECH durante esos años.
La FECH se mudó durante un tiempo a otra casona señorial en calle Merced esquina con Mac-Iver, para retornar a su vieja amante: la Alameda. Aquí nos encontró la campaña electoral de 1970.
En la madrugada del 5 de Septiembre de ese año, después de horas tensas por la demora del gobierno en reconocer el resultado de las elecciones que favorecían a la Unidad Popular, Salvador Allende se asomó a los balcones de la FECH situada en la Alameda con Santa Rosa, pronunciando un discurso dramático que inició con las siguientes palabras:
“La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular”.
Más adelante añadió:
“Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.”
Allende concluyó sus palabras afirmando lo siguiente: “a la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del compañero Presidente”.
Han transcurrido 43 años desde entonces.
Vivimos el auge y la caída del gobierno popular. La muerte del presidente Allende que en sus últimas palabras nos anunció que más temprano que tarde, se abrirían las anchas Alamedas por donde pase el hombre libre. Vivimos 17 años de dictadura con el horror desatado por un régimen donde imperó el terrorismo de estado.
Vivimos difíciles años de la llamada transición donde se mantuvieron hasta hoy muchas de las ataduras dejadas por Pinochet, hasta que la rearticulación de las organizaciones sociales, particularmente de las organizaciones estudiantiles, impulsaron las grandes reformas levantadas por todas las candidaturas que optaron en la reciente elección presidencial, salvo la derecha, que ha recibido una soberana paliza en su empecinamiento de mantener las cosas tal cual.
Y entonces ahora, Michelle encaramada sobre una tribuna levantada en un sitio de un pasado republicano tan ilustre, nos ha dicho que Hoy es el Momento.
Rodeada de su familia, de su digna madre, de miles de jóvenes voluntarios, de los partidos políticos que supieron forjar la unidad en torno a un programa de cambios reales, nos ha dicho:
“Hoy los chilenos hemos triunfado con un anhelo común.
El anhelo de que nuestros hijos y nietos tengan acceso a la mejor educación, a las mejores oportunidades.
Que los trabajadores negocien en condiciones justas derechos laborales y salarios dignos.
Que las jefas de hogar no estén solas y puedan abrirse camino para ellas y sus hijos.
Que las mujeres ¡de una vez! sean tratadas con igualdad y justicia. Que las personas mayores tengan pensiones dignas, más derechos, más cuidado.
Que Chile crezca sostenidamente, pero también de manera inclusiva y sustentable.
Que no haya lugar para el prejuicio, el abuso, el delito, la discriminación, el abandono.
Que reivindiquemos la diferencia, el respeto, la solidaridad, la libertad, la tolerancia.
Que todos seamos iguales en oportunidades, en respeto, en dignidad y en derechos.
Que tengamos una nueva Constitución. Nacida en democracia, que asegure más derechos ¡y que garantice que en el futuro la mayoría nunca más será acallada por una minoría! Una Constitución que se transforme en el pacto social, nuevo, moderno y renovado, que Chile demanda y necesita.
Que sea la base de una nueva relación entre las instituciones y la ciudadanía. Que sea una expresión y una herramienta de la buena política.
¡Estas son las tareas que nos hemos puesto!
¡Hacia ese destino queremos caminar y estamos listos para hacerlo!
Están las condiciones económicas, las condiciones sociales, las condiciones políticas.
¡Ahora es el momento!
¡Chile: ahora, por fin, es el momento!”
¡Que hermosa coincidencia!
Ambos en la Alameda: tú y Allende, casi en el mismo balcón y en las mismas circunstancias, agradeciendo a sus adherentes por el apoyo brindado en las urnas. Ambos rodeados de la esperanza y la fe en un mundo sin exclusiones; mejor para todos.