Un espectro recorre las páginas de opinión de los medios en Estados Unidos, el espectro del socialismo, ya que los comentaristas y columnistas tratan de explicar la inesperada popularidad de Bernie Sanders y su campaña presidencial.
Muestran la misma confusa desesperación que expresan Hillary Clinton, y sus apoyos dentro de la dirección del Partido Demócrata, con los votantes en las primarias del partido. Por ejemplo, el ex representante Barney Frank, en una entrevista con Slate.com, no sólo menospreció a Sanders por tener «poco que mostrar» durante sus 25 años en el Congreso, sino que además se burló de sus seguidores por tener «mucho tiempo libre» e «ideas fantasiosas» sobre el sistema político.
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El malestar de Barney Frank con el atrevimiento del electorado demócrata a tener opiniones diferentes a las de la elite del partido es parecido al de la propia Clinton, aunque esta se tenga que hacer pasar por una candidata con un mensaje «positivo». El último ejemplo de ello: la confrontación verbal entre Clinton y una activista de Greenpeace quien le preguntó si rechazaría las donaciones de la industria de los combustibles fósiles.
El verdadero problema de Clinton no es que «la campaña Sanders [esté] mintiendo sobre mí», que fue de lo se quejó cuando se enfrentó a la activista, sino su propia campaña Diciendo la Verdad sobre lo que ella apoya o sobre lo que, en realidad, está en contra. Es como si su eslogan electoral, en contraste con el Barack Obama de hace ocho años, fuera «No, no podemos»: No a un sistema universal de atención de la salud, no a una educación universitaria gratuita, no a luchar contra Wall Street…y la lista continúa.
Aunque Clinton aún lidera el recuento general de delegados que determinará la nominación, en particular gracias a los no muy democráticos «súper-delegados», la popularidad de Sanders se debe a su mensaje anti-corporativo y pro-laboral, desafiando a los líderes del llamado «partido del pueblo», unidos tras Clinton.
Hillary Clinton y el Washington Post pueden estar sorprendidos de que el socialismo ya no sea una palabra a evitar, y que ya no la pueden usar para asustar a los votantes, como solían hacer. Pero con sólo prestar atención a la creciente insatisfacción de la gente con el estatus quo económico, político y social, este hecho tiene sentido y razón de ser.
Lo más cerca que hemos estado del «socialismo», recientemente, fue la cruda caracterización que Newsweek hizo de Obama, al comienzo de su presidencia, con el titular «Somos todos socialistas ahora» cuando propuso el paquete de estímulo económico en respuesta a la Gran Recesión. Desde entonces hemos vivido bajo la austeridad.
El socialismo de Sanders es más cercano a lo real, incluso si la corriente socialista que abraza es una visión limitada a las reformas moderadas que se puedan alcanzar trabajando dentro del sistema, y obviando aspectos significativos de su política, como su deplorable coqueteo con el imperialismo.
Es positivo que la izquierda en EE.UU. pueda relacionarse con un círculo mucho más amplio de personas interesadas en el socialismo, y Sanders es, sin duda, su causa inmediata. Sin embargo, hay que recordar que el descontento político y la ira de clase que subyacen a su popularidad no comenzaron con su campaña.
Sanders es el beneficiario de una radicalización motivada por los problemas económicos de la Gran Recesión, y por las consecuencias de una creciente desigualdad y de la crisis social que afecta a los desposeídos.
La expresión más concreta de esta reciente radicalización fue el movimiento Ocupa, que popularizó la idea de que el dominio del 1% se produce a expensas del 99%.
Pero Ocupa tuvo muchos precursores, inmediatos y lejanos; algunos internacionales, como la Primavera Árabe y el «movimiento de las plazas» en Europa; y otros locales, incluyendo el alzamiento en Wisconsin, el movimiento por la igualdad matrimonial y las mega-marchas de la Primavera Inmigrante de hace 10 años.
Desde Ocupa, las protestas contra la plaga de asesinatos policiales racistas ha dado otra forma al descontento, alimentando no sólo una furiosa indignación por casos individuales de violencia, sino también un creciente reconocimiento de que será necesaria una transformación radical para que las Vidas Negras Cuenten de forma real.
Estas luchas y movimientos contribuyeron de formas diversas, en mayor o menor medida, al fenómeno Sanders: la profunda identificación con cuestiones de clase; la percepción de que el sistema político es inalterablemente corrupto; el reconocimiento de la necesidad de un cambio sistémico; y por encima de todo, la urgencia de hacer algo al respecto.
A su vez, y debido a la respuesta entusiasta a la campaña Sanders, las batallas venideras, durante y después de las elecciones, serán diferentes … debido a la nueva presencia del socialismo, y a la confianza que la campaña de Sanders inspira en aquellos que quieren ver un cambio real.
Sin embargo, buscando la nominación presidencial demócrata, Sanders está movilizando ese descontento hacia una batalla dentro de los límites del estatus quo.
Puede que esto no sea evidente en la fase actual de la campaña, mientras Sanders y Clinton luchan por los votos en las primarias. Como mucho, veremos la agudización de las críticas de Sanders a Clinton durante lo que queda de año. Sin embargo, en algún momento, la carrera por la nominación terminará, y las consecuencias del comportamiento como demócrata de Sanders, de una manera u otra, acabarán poniéndose de manifiesto.
Si en contra de todos los augurios, Sanders ganara la candidatura presidencial demócrata, la dura realidad es que él se convertiría en el líder de un partido que está institucionalmente opuesto a todo aquello que es significativo en su política. En cada asunto en que se posicione a la izquierda de Clinton y del establishment del partido, Sanders tendrá que ir cuesta arriba para superar la oposición de los demócratas, y no sólo la de los republicanos.
Y esto no será así porque el establishment demócrata sea un mal perdedor, sino porque a pesar de pretender hablar en nombre de pueblo trabajador y representar actitudes liberales, el Partido Demócrata en realidad sirve a Wall Street y a las corporaciones por encima de todo. Ellos dirigirán la respuesta del partido a Sanders, y no a sus millones de seguidores.
Por lo tanto, si Sanders llega a ser presidente y, por ejemplo, tratase de implementar un sistema público de salud, como ha prometido, una mayoría de los miembros del Congreso de su propio partido, en deuda con contribuciones electorales y las maniobras del grupo de presión del complejo farmacéutico y de seguros médicos, se alinearían para apuñalarlo por la espalda.
Eso en el caso hipotético de que, de alguna manera, Sanders ganara la nominación. Pero el resultado más probable es que la nominada sea Hillary Clinton, y Sanders tendrá que enfrentar una simple pregunta: ¿llamará a sus seguidores a votar por una candidata que representa el mismo estatus quo que declara querer derrocar?
A pesar de que ha desafiado las peticiones a amortiguar sus críticas a Clinton durante las primarias, todo lo que sabemos acerca de Sanders sugiere que, si Clinton se convierte en la candidata, él se unirá al coro llamando a la unidad detrás del «mal menor» para derrotar al «mal mayor» republicano.
Sanders lo ha dicho durante su campaña, pero si aún hay alguna duda, su trayectoria de apoyar al candidato demócrata a la presidencia, incluso cuando hay una opción de izquierda independiente, se remonta a décadas atrás.
En 2004, por ejemplo, Sanders no sólo apoyó al candidato demócrata John Kerry, sino que además se comprometió a «recorrer el país y hacer todo lo posible para disuadir a la gente de votar por Nader», el candidato independiente cuya plataforma anti-corporativa era mucho más cercana a la suya.
Obrero Socialista cree que es importante ofrecer una respuesta diferente. La izquierda debe aguantar la presión a «votar contra» los republicanos, si eso significa votar por los demócratas.
Un voto por el «mal menor» para detener el «mal mayor» no sólo pospone cualquier avance de una agenda genuinamente de izquierda, sino que ni siquiera detiene al «mal mayor». Como escribimos el mes pasado:
Piense en todas las expectativas invertidas en Barack Obama cuando se postuló para presidente en 2008, con su promesa de traer cambios fundamentales a Washington.
¿Cuál fue el resultado? Obama adoptó el mega-rescate financiero de Wall Street propuesto por la administración Bush después de la crisis de 2008, mientras olvidaba a las familias en trance de ser desahuciadas. Continuó la «guerra contra el terrorismo» de Bush con algunos cambios tácticos y estratégicos. Deportó a más inmigrantes indocumentados en menos tiempo que Bush. Aceleró la reforma corporativa de las escuelas.
Es por eso que Obrero Socialista apoyará una alternativa de izquierda a los candidatos de los dos partidos mayoritarios, sin la ilusión de ganar. Nuestra adhesión a la campaña presidencial del Partido Verde de Jill Stein es un voto de protesta contra el sistema bipartidista, y un modesto intento de avanzar en el proyecto de organizar una alternativa de futuro fuera del Partido Demócrata.
AL MISMO tiempo, mantendremos la vista puesta más allá de las elecciones. El movimiento socialista ha por mucho tiempo sido parte de campañas electorales, pero esto es sólo un aspecto de nuestra actividad.
Nuestra tradición define el socialismo como la «auto-emancipación de la clase obrera», usando las palabras de Karl Marx. Por eso miramos a las protestas masivas, las huelgas y luchas de los trabajadores, los movimientos sociales y la acción directa como instrumentos de cambio, porque estos dan confianza y experiencia a las masas acerca de su propio poder.
Las elecciones no deben ser vistas como algo autónomo de estas luchas. Las ideas expuestas por Sanders y su campaña, el entusiasmo que han generado, y el regreso del socialismo a la discusión política pueden inspirar a la gente a extender su compromiso político más allá de las elecciones.
La protesta en Chicago contra el multimillonario Donald Trump, que el mes pasado le obligó a cancelar su mitin, es un buen ejemplo. Muchos de los manifestantes eran partidarios de Sanders, pero el desafío al mensaje racista de Trump vino de mucho más allá de lo que es la campaña de un político.
En la protesta anti-Trump participaron negros, inmigrantes, musulmanes, blancos, mujeres y hombres, la comunidad LGBT; todos juntos en pie contra la intolerancia y la reacción. Ese tipo de resistencia tiene que continuar, no importa quién gane las elecciones en noviembre.
El Partido Demócrata marchará en la dirección opuesta. Su objetivo, sobre todo en época de elecciones, es canalizar la energía y la iniciativa no hacia las luchas y la movilización des de abajo, sino hacia el apoyo a los candidatos, a recaudar dinero, a hacer llamadas telefónicas, y cosas parecidas.
Los liberales insisten en que esto es «realismo político»; en que si queremos lograr algo concreto, tenemos que trabajar dentro del sistema.
La historia nos enseña una lección diferente. Sólo piense en los derechos políticos y los programas sociales que valoramos—el Seguro Social, el derecho al voto, las políticas contra la discriminación, los derechos reproductivos, la protección del medio ambiente y la igualdad matrimonial, para nombrar unos pocos—todos ellos fueron el resultado, sobre todo, de la protesta y la presión desde fuera del sistema político.
Como dijo el historiador Howard Zinn en un discurso en 2009:
No debemos mirar el mundo con los ojos [de los políticos] y decir: «Bueno, debemos ceder, tenemos que hacer esto por razones políticas». Debemos hablar claro.
Esta es la situación en la que se encontraron los abolicionistas antes de la Guerra Civil. Lincoln no creía que su primera prioridad fuera abolir la esclavitud. Pero para el movimiento antiesclavista si lo era, y los abolicionistas dijeron: «No vamos a situarnos en la posición de Lincoln. Expresaremos nuestra propia posición, y vamos a expresarla con tanta fuerza que Lincoln tendrá que escucharnos».
Y creció tanto el poder del movimiento antiesclavista que Lincoln tuvo que escucharlos. Así es como se llegó a la Proclamación de la Emancipación (Lincoln, 1 de enero de 1863) y a las Enmiendas 13ª, 14ª y 15ª.
Esa ha sido la historia de este país. Donde quiera que se ha progresado, donde quiera que ha sido anulada una injusticia, ha sido porque la gente actuó como ciudadanos, no como políticos. No se limitaron a quejarse. Trabajaron, actuaron, se organizaron, y se amotinaron cuando fue necesario.
Suceda lo que suceda en noviembre, las elecciones de este año ni siquiera comenzarán a resolver los desastres del capitalismo que han dado origen a este urgente deseo de cambio. Necesitamos una izquierda que pueda responder con nuevos niveles de resistencia.
Los socialistas podemos contribuir aquí y ahora a ese proyecto en formas diversas. Podemos presentar nuestra propia visión del socialismo: una sociedad fundamentalmente diferente al capitalismo, en la cual gobierne la mayoritaria clase obrera. Y necesitamos luchar por una alternativa electoral de izquierda, independiente de la de los demócratas.
Y podemos construir resistencias a la injusticia y la opresión en todas las luchas que están teniendo lugar en toda la sociedad, durante el periodo electoral actualmente en marcha y después.
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Fuente: SocialistWorker.org