El 12 de octubre de 1969 salió a la venta en Londres In The Court of the Crimson King, opera prima de King Crimson, acaso uno de los discos más fascinantes, influyentes y misteriosos de la historia del rock, y que escuchado aún hoy, destila actualidad, frescura y genialidad

Pocos grupos en el mundo pueden jactarse de inaugurar nuevos géneros, tales como el rock progresivo, el rock sinfónico e incluso el heavy metal, con su primer disco. ​

En 1969, la sicodelia y la experimentación estaban en su apogeo. Extraordinarios intérpretes y formaciones brillaban a ambos lados del Atlántico. En Inglaterra, campeaban The Beatles, The Rolling Stones, Cream, The Who y Led Zeppelin, solo por mencionar a algunos. En Estados Unidos, lo hacían Jimmy Hendrix, Bob Dylan, The Doors y Jefferson Airplane, también entre muchos.

Y de entre todas esas leyendas del rock se dejó caer In the Court of the Crimson King, de King Crimson, dejando anonadados a moros, cristianos, tirios y troyanos.

King Crimson ya había empezado a estar en boca de muchos debido al debut como teloneros de The Rolling Stones en el multitudinario concierto de Hyde Park, el 5 de julio de 1969. No era su debut en vivo, pero fue primera vez que King Crimson enfrentó a una audiencia de cientos de miles de personas.

Muchos fueron a ver el primer concierto en vivo de sus majestades satánicas en más de dos años, pero salieron hablando del rey carmesí.

El único video de eso es un extracto de “21st Century Schizoid Man”, el cual da una idea de lo inmenso que fue el espectáculo, una postal del estilo Woodstock, con un tipo que trepa a un poste de luz de manera imprudente, primeros planos de la juventud hippie bailando y la extraña rareza de la música en sí.

Lo absolutamente fascinante fue considerar el alumbramiento del art-rock progresivo acentuado por el saxofón de King Crimson, que sacudió a todos aquellos espectadores en que fueron en busca del rock’n roll más puro de los Stones.

Para Robert Fripp, el concierto de Hyde Park sentó las bases de todo lo que vendría después.

“King Crimson fue considerada la banda del día”, dijo Fripp más tarde en una charla pública organizada por su hermana.

“Hubo muchas personas que vinieron de Europa y de Estados Unidos para ver el regreso de los Rolling Stones a la presentación en vivo y dijeron: ‘Hay una banda que debes ver, una nueva banda, es King Crimson’. Entonces, desde un punto de vista, esto fue un movimiento hacia la escena internacional”.

El album se compone de solo cinco canciones, lo cual le valió al disco la inmortal chapa de “el primer disco progresivo de la historia del rock”, que ha mantenido su importancia e influencia inmune al paso de los años.

Su majestad carmesí

El álbum abre los fuegos con ‘21st Century Schizoid Man’, una abrasiva mezcla de hard rock y jazz, tremendamente bien logrado, como si la banda estuviera advirtiendo lo que vendría después. Cumple el rol de ser la más perfecta introducción con esos condimentos jazzeros ácidos que realmente contribuyen con el ambiente, con sonidos extraños retratando una suerte de sinfonía vigorosa e inesperada. Este tema es una melodía maniaca, un delirio de música sencillamente genial, entre la psicodelia, la locura, el progresismo y el rock con el jazz. Liderada por un saxo que nos precipita al borde de la demencia, con un Greg Lake cantando como un desquiciado, acorde al tono de la canción, saturado por el compresor, por el flanging, con una voz distorsionada, porque una de las cabezas del magnetofono de ocho pistas en que se grabó el disco, no estaba bien alineada; con una batería que no se deja callar de ninguna manera ejecutando sonidos estridentes y avasallantes como solos lentos que encajan a la perfección con el resto de los elementos. Y ni hablar de las guitarras y la perfección total que cumplen con sus improvisaciones fuera de este mundo. Este tema posee una fuerza inusitada, con un ritmo infernal rapidísimo donde todos los músicos aportan lo máximo de ellos. Es una introducción increíble para un disco increible: música del siglo XXI en 1969.

Termina con una «cacofonía» en la que todos los instrumentos se agolpan y suenan de forma caótica para después detenerse de golpe.

El disco continúa con I Talk to the Wind, una calmada, bella y melancólica canción, como una especie de balada folk, que incluye pasajes de flauta tocados por McDonald donde se luce de una manera descomunal, acompañados de una percusión tranquila para adentrarnos luego en la dulce voz de Lake que nos transporta agradablemente hasta la sección instrumental que es una delicia. Con esta canción nos damos cuenta de la impresionante la variedad de matices y sonidos que tiene Robert Fripp escondido debajo de su manga, eligiendo el mejor según la atmósfera, y haciéndonos tener un orgasmo auditivo por cada nota punteada. Fripp en cada nota eleva nuestra alma hasta llegar a un punto de paz inalcanzable para cualquier humano. I Talk to the Wind es de esas que te relajan a lo extremo. Es la calma tras la tempestad. Entrega realmente notable y diametralmente opuesta con el primer track, pero no por eso es negativa, al contrario, el cambio de ritmo entre una canción y otra no produce el choque que podría pensarse por quienes gustan de un corte un poco más pesado y pretenden que un álbum siga recorriendo el mismo camino hasta llegar a su final.

‘I Talk to the Wind’ es la más pulcra antesala para el punto más alto del disco: ‘Epitaph’. Si el track anterior llena los oídos con hermosas armonías, Epitaph saca a relucir lo mejor de la sencillez traducido a una inmensa tristeza provocada por su letra, debidas a Peter Sinfield, mienembro externo del grupo que se encargaba de aspectos como la producción y la iluminación. Los acompañamientos de violines que crean una atmósfera melancólica y triste. Es un himno a la melancolía, la tristeza, la epicidad y hermosura en todos sus aspectos. Desde la poesía de sus letras, la tracendental melodía y la sublime instrumentación unida al amargo registro vocal, dibujan una sobrecogedora atmósfera afligida. El melotrón de McDonald erige su pasional arquitectura sonora, el eco de su poder se desvanece en el silencio con el viento para dar paso a una minimalista batería de Giles que resuena en cada golpe como el latido del orazón. Esta canción late y ese latido guia y conduce suavemente la voz de Greg Lake, para que las semillas de la letra, esa letra llena de existencialismo y melancolía vayan avanzando entre sístoles y diástoles, entre susurros y suspiros traídos por Robert Fripp y su guitarra. Y de nuevo, como un dejavú, como un eterno recuerdo presente que sobrevuela por el universo carmesí, vuelve solemne el melotrón que nos aniquila, nos destroza, nos despoja de todo. Epitaph es una canción que se escucha por dentro. Es la demostración de que para hacer música de la mejor factura no es necesario recurrir al vértigo y a los grandes y virtuosos solos eternos, un recurso valido, pero no siempre. El sentido nostálgico evoca el sentido duro de la canción, llamando metafóricamente al fin de los conflictos bélicos sucedidos en aquella época, siendo los jóvenes victimas indirectas de tal generación inglesa que recibe toda la carga post- guerra.

El disco sigue su rumbo con “Moonchild”, una muy metafórica y hermosa entrega de tres minutos y fracción la cual deviene en una tremenda improvisación de los integrantes de la banda. La improvisación dura alrededor de siete minutos.

Moonchild llega más humilde que la anterior, comienza como una preciosa balada de subyugante imaginería que nos presenta un pasaje paradisiáco dentro de este planeta que estamos visitando, que nos adentra en un sueño nocturno, nuestro sueño nocturno, lleno de misterios y colores, pero colores oscuros, colores de noche. Moonchild está llena de susurros y secretos salidos de la voz de un hombre que está parado detrás tuyo, tintineándo para transformarse en una luna minimalista y experimental que te hipnotizará con su calmosa capacidad letárgica. Siendo uno te los temas más duros de escuchar del álbum es a la vez uno de los más sobresalientes. Pura experimentación e innovación. Moonchild termina con una extensísima sección instrumental de casi 10 minutos llamada The Illusion. La primera parte, donde Lake hace su incursión en la voz, se conoce como The Dream. Estos dos cortes fusionados llevan a una travesía de improvisaciones jazzísticas en clave instrumental. Esa sección instrumental que muchos consideran innecesaria y de pura extravagancia, sin ninguna melodía, casi sin sentido, es, sin embargo, totalmente necesaria, porque le da forma a una magia, no a la canción, si no al disco entero. Este disco nos muestra todo tipo de matices en los que se desarrolla en rock progresivo clásico.

La pieza clave que concluye y le da nombre al álbum, The Court of the Crimson King es un tema inolvidable que nos transporta a la Edad Media con una cuidada instrumentación, comenzando con una introducción de violines fuera de este universo, violines que son como palabras o fantasmas y con la batería más fuerte que de costumbre. Continuando con una línea melódica abatída que se transforma poco a poco en una ambiciosa amalgama de sonoridades reflejada en los frecuentes cambios rítmicos. La melodía principal de la voz es caudalosa. En la parte silenciosa de la canción Fripp hace sus típicas improvisaciones con un particular sonido en la guitarra acústica que alojan un toque de simpleza y plenitud a todo el tema. Con unos legendarios coros añadidos a la memorable melodía de melotrón que lidera la parte musical de esta canción como un guía planetario. Es una composición etérea, con una opresiva oscuridad de la humanidad. Se puede apreciar una sección instrumental llamada The Return of the Fire Witch. Cerca del final de la canción suena The Dance of the Puppets, un pequeño reprise de la canción. Una excelente entrega de nueve minutos, muy apoteósica y tremendamente orquestada, una gran demostración de cómo cerrar una genial producción.

Los conceptos musicales se hacen cortos para tal entrega, su letra, el sentido metafórico del rey carmesí, la búsqueda de la música clásica mezclada con el rock finalizan y terminan con un broche más que de oro: la sensación de que realmente con este disco se abre una nueva faceta para futuros venideros los cuales fueron abrazados por bandas como Yes y los mismísimos Pink Floyd, elevando el progresivo hasta niveles impensados. Esta canción resume todo el disco: melodías de otro mundo, melancólicas, evocadoras, melotrones de carne y huesos que nos conducen por la corte del Rey, simples flautas, violencia y épica puesta sobre todo por los coros. Y lo mejor de este tema es que cuando parece que termina, toma un segundo aire, una bocanada y retoma toda su fuerza y va acumulando cada vez más instrumentos, para lograr el clímax, tocando lo alto de la pasión, del cielo, del vigor y del pesar. Y quedamos ahí. Es un planeta distante, lejano, nunca explorado, donde siempre es de noche, donde el viento se puede escuchar. No solo es uno de los mejores discos de la banda, sino uno de los mejores del género. Imprescindible. Y un capítulo clave dentro de la música. Hay un antes y un después después de esto.

La mítica portada de un álbum

In The Court of de Crimson King: El Disco que Mostró el Futuro

La historia de la portada del disco es tan notable como su expresividad vanguardista, elemento que a su vez se integra naturalmente con el complejo y oscuro sonido de la banda.

Pete Sinfield necesitaba la portada de un álbum. Habiendo servido como roadie, hombre ligero, letrista y conceptualizador general de una nueva banda llamada King Crimson, ahora tenía la tarea de encontrar una manera de empaquetar la extraña música que la banda estaba elaborando en el estudio de grabación.

Sin perder tiempo, se acercó a su amigo y ex colega de English Electric Computers, donde trabajaban los turnos de noche como operadores de computadoras, Barry Godber, quien fue contratado no por sus habilidades de programación de computadoras sino por sus habilidades con el pincel, ya que estudió en la Chelsea Art School y era un experto en acuarelas.

Como nunca había sido encargado para un proyecto de arte y ciertamente no para la portada de un álbum, el aspirante a artista pidió escuchar la música que se suponía que su arte debía visualizar.

Sinfield puso la cinta, tocando una pieza musical que voló a Godber. Cientos de miles de personas en Hyde Park experimentaron el mismo efecto unas semanas antes, cuando King Crimson presentó su música en el concierto de The Stones in the Park. Sinfield le dio a Godber una directiva: la portada tenía que destacar en las tiendas de discos.

¿Cómo visualizas una canción como 21st Century Schizoid Man? Godber se sentó frente a un espejo y comenzó a pintar. Lo que sea que pasó por su mente mientras aplicaba las acuarelas al lienzo, funcionó. Cuando terminó, Sinfield lo llevó al estudio de grabación y lo dejó en el suelo para que los miembros del grupo lo vieran. Todos menos uno quedaron atónitos.

Greg Lake recuerda:

«Todos nos paramos alrededor, y era como algo salido de Treasure Island donde todos estaban parados alrededor de una caja de joyas y tesoros … Esta puta cara gritó desde el suelo, y lo que nos dijo fue ‘ hombre esquizoide ‘- la misma pista en la que habíamos estado trabajando. Era como si hubiera algo mágico «.

Al único al que no le gustó la pintura fue al baterista Michael Giles, pero como dijo Robert Fripp, tampoco le gustó el nombre King Crimson.

El álbum fue lanzado en octubre de 1969, y algunas tiendas de discos se adhirieron inmediatamente al impacto visual de su portada. Los carteles se ampliaron a un tamaño que cubría la mayor parte de los escaparates, proyectando una fachada urbana surrealista y aterradora para los transeúntes desprevenidos. Godbear definitivamente cumplió con la solicitud de Sinfield: esa tapadera se mantuvo.

El álbum estaba empaquetado en una tapa plegable que se extendía por un lado de la cara que gritaba. Al abrir el pliegue de la contraportada, aparecen las letras de Pete Sinfield y otra pintura de Barry Godbear, que representa al personaje Crimson King. Ese rostro parece estar sonriendo, pero emociones más profundas se esconden en esa expresión facial.

Fripp agregó: “Si cubres la cara sonriente, los ojos revelan una tristeza increíble. ¿Qué se puede agregar? Refleja la música «.

El detalle del diseño de la portada del álbum fue más allá de las pinturas. No apareció ningún texto en la portada, ni siquiera en el lomo del álbum. El entonces co-manager de la banda, John Gaydon, recuerda a Fripp diciendo: «Será el único disco en la tienda sin nada en el lomo, así que sabrán cuál es».

La portada de Godber es la combinación perfecta para un álbum que marcó un momento asombroso en la historia del rock, que solo se da un contadas ocasiones, a la altura de Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band, de los Beatles, The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, o Beggars Banquet, de los Rolling Stones, todos contemporáneos, lo que habla a las claras del talento musical que se derrochaba por esos épicos días.

Barry Godber murió tristemente a la temprana edad de 24 años, un año después del lanzamiento del álbum.

Cincuenta y dos años después, esta pieza musical todavía tiene el mismo efecto, ese sentido de urgencia, como lo tuvo cuando se lanzó por primera vez.

King Crimson ha pasado por múltiples formaciones, distanciamientos, tiempos fuera, miembros distintos, etc. Pero su elemento constante tiene nombre y apellido: Robert Fripp, responsable de imprimir un sello propio, tremendamente virtuoso, a la hora de enfrentarse a las seis cuerdas y crear música.

La banda, en sus propias palabras, no es una banda como tal, sino que es su propia forma de ver la música según su estado anímico, y por sobre todo, su momento a lo largo de su vida; una experiencia y acumulación en manos de su hombre más importante.

In the Court of de Crimson King es el disco que dio inicio al rock progresivo, el que rompió radicalmente con todo, utilizando claves psicodélicas, ritmos eclécticos, siendo una especie de bálsamo perfecto, transformándose en una de las grandes joyas y piezas clave del género. Contiene un enorme valor artístico, innovador y complejo, por lo que requiere de una mentalidad totalmente abierta para su apreciación.

Formación

Robert Fripp: guitarra
Michael Giles: batería, percusión, coros
Greg Lake: bajo, voz
Ian McDonald: flauta, clarinete, saxofón, vibráfono, teclados, mellotron, coros
Peter Sinfield: letras, iluminación
Barry Godbear: diseño y ejecución de la portada

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