Los chilenos estaban confiados en que el Estado mantenía una deuda muy baja, tan baja que era casi ocioso preocuparse de los números y las estadísticas. Si bien esto era cierto hasta el 2007, tiempo en que nuestro endeudamiento úblico representaba apenas 7 mil millones de dólares y un equivalente al 3.9 del PIB, ahora resulta que la duda pública viene creciendo a ritmo preocupante.
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De hecho subió casi cuatro mil millones de dólares entre 2008 y 2009. alcanzando casi el 6% del PIB. Pero al año siguiente (2010) salta a 20.357 millones de dólares, superando el 8.5% del PIB; del 2010 al 2011 sube otros 6 mil millones de dólares. superando el 11% del PIB. con un total de 26 mil millones de dólares.
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Finalmente del 2013 al 2014 salta otros 3.000 millones de dólares y del 2014 al 2015 otros 5.500 millones de dólares, completando un 17% del PIB y un total de 43 mil millones de dólares.
Con esta progresión de endeudamiento los analistas están aseverando que Chile bajará su calificación crediticia, lo que hará más dificultuoso el crédito externo e interno y un tanto más caro.
Se debe recordar que este mayor endeudamiento, que en 2/3 es de tipo interno (con acreedores nacionales) y 1/3 es externo (con acreedores foráneos), se compromete en tiempos de alto precio del cobre y de las materias primas en general, lo que habla de una pésima organización en la lógica de gestión del Estado.
Esto queda evidenciado cuando se destaca una contradicción esencial en la arquitectura distributiva y tributaria, puesto que hay muy pocos que concentran parte del excedente nacional y contribuyen prácticamente en nada al financiamiento público y muchos que ganan muy poco y deben soportar todo el peso del gasto del Estado.
La estructura tributaria revela una radiografía indesmentible de la deformidad económica de una sociedad, y el endeudamiento es apenas un intoma de esa monstruosidad económica de esa monstuosidad estructural.
Los partidarios de este modelo sostienen que el crecimiento es la solución al problema, pero no se dignan reparar ni diferenciar quién crece y qué se hace con ese crecimiento, cuál es su productividad, a quién tributa y cuánto tributa.
Una estructura tributaria, que es propia de sociedades premodernas, no puede conciñliarse con una sociedad civil que puja por abandonar el atraso.
Sabe que para superar la postergación social y la incompetencia productiva debe invertir más en educación, en salud, en vestirse, en alimentarse mejor, en hacer deporte y en mejorar su apariencia física y mental, asi como en inversiones tecnológicas que mejoren la calidad de la inversión global.
Eso tiene conos crecientes, y alguien debe proporcionarlos.
Si no se obtienen los recursos para esa modernización integraiva, lo que se dirá será una descomposición disolutiva, como ya lo podernos ver en varios países latinoamericanos (y de otras partes) que enfrentan una amenaza de ‘caos inorgánico» perceptible a ojos vista.
Los intereses dorninantes en Chile se las arreglan, hasta ahora, para convencer y vencer en la teoría que no se debe afectas el crecimiento y el empleo, lo que se traduce en no modificar nada ni menguar ninguno de los privilegios que mantienen intactos hasta ahora y que les ha permitido enriquecerse sin contribuir en nada a mejorar la competitividad país, la productividad pais ni la posición país en el concierto mundial de competendas tecnológiras y productivas.
Las reformas de la educación, con la permanencia de grandes sectores con lucro transgresor a la norma constitucional hecha por la misma dictadura; la reforma tributaria que seguirá descansando en el esquivo crecimiento para financiar el gasto público, luego de la pasada por la voraz cocina (y en el aporte del IVA y los impuestos a los gastos consumo esencial de de las mayorías nacionales, es decir lo no suntuario); la reforma laboral que dejará en incierta posición al trabajo, ante un empresariado que goza de un poder prepotente y desmedido, desde hace mis de 40 años, todo lo cual puede inducir a mantener la acumulación elitesca y la desmejora social del salario a largo plato…
Cuando las cosas se ordenan de esta manera, deberá seguir la presión sobre el «papá Estado» para financiar las demandas de reivindicación social de una clase popular, que no se resignará a su condición desmejorada, con lo cual los administradores del Estado, que sufren menos de la miopía *empresocentrica’ del modelo llegarán a caer en cuenta que deben aumentar el gasto y la inversión social si aspiran a mantener el sartén por el mango un tiempo más (legitimación funcional del sistema).
Pero como el empresariado no provee y el Estado no tiene velería ¿de dónde pecatas meas sino es del endeudamiento público?
Este endeudamiento es luciferino, puesto que !o que no se concede via financiamiento con impuestos, se cobra en intereses a la sociedad toda, es decir a las mayorías de los ciudadanos que deben pagar costos más altos, solventar los impuestos a través de los cobros de IVA y otros tributos extensivos y solapados que se incorporan a los servicios que por tradición cubría el Estado.
Dos tercios del endeudamiento público está comprometido con acreedores internos, lo que quiere decir que en Chile hay capacidad de prestar al Estado pero no de pagar impuestos normalizados a los a los estándares de nuestro nivel de desarrollo.
Esto se entiende en la lógica del capital, puesto que con los impuenos se cede capital privado a la sociedad, en cambio, con el endeudamiento público se ganan intereses por el mismo capital (es decir se cobra a la sociedad por asistirla financieramente.
Entonces ahí está el negocio: mover y multiplicar el capital privado a costa del endeudamiento creciente de los chilenos, por vía del gasto público que no puede ser financiado con impuestos.
Porque deben saber los chilenos pobres que el endeudamiento del Estado lo deberán pagar las generaciones futuras de trabajadores que son los que sostienen realmente al Estado, así es que el silencio presente es cómplice de este compromiso.
Entonces nuestros hijos y nietos deberán cumplir con el servicio de la deuda restando de su ingreso y afectando su nivel y calidad de vida; los ricos, en cambio, gozaran de nuevos aportes al crecimiento de sus ganancias, permaneciendo indiferentes ante este despropósito social, autorizado por una casta poro transparente.
De esta forma, seguiremos alimentando el crecimiento de una estructura monstruosa, deforme y peligrosa, mientas que el fruto del esfuerzo social con que se construye la riqueza nacional, pemanece ajena y distante a todos aquellos que aportan su trabajo, su esperanza y su fe en el Chile de todos.
Los programas de reforma se han frenado exitosamente por la oligarquía empresarial y financiera, pero ese éxito no forma parte más que de una incapacidad para visualizar que con ello se entrega un presente griego que terminará deslegitimando más al modelo de distribución y gestión actual.
Lo triste es que todo tiempo que se pierde en inversiones que el pais requiere, es un tiempo irrecuperable en el concierto de la competencia mundial por el desarrollo.
(*) Economista y cientista político; Magister en la Universidad de Venezuela.
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Fuente: Revista Cuerpo Diplomático
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