jueves, abril 18, 2024
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El Historicismo Marxista de Gramsci como Síntesis del Pensar Contemporáneo

Se ha abierto un problema a discusión: el de si Gramsci logró consecuentemente sus objetivos: si el historicismo absoluto, la filosofía de la praxis por él refundada, efectivamente rompe con tradiciones de pensamiento e indica una nueva forma de entender a la propia filosofía; si el historicismo absoluto sintetiza, mediante la confrontación y el diálogo, buena parte de la cultura filosófica de la época, más concretamente, si la filosofía de la praxis “traduce” a su lenguaje lo más significativo de los historicismos habidos; y si el marxismo, en relación con lo anterior, supera obstáculos e inercias y abre caminos para su actuación.

 
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Seguir la evolución misma de la teoría, la multiplicidad de sentidos que lo histórico adquiere en -dependiendo del caso- el discurso filosófico o en la investigación aplicada, puede ser una clave de interpretación (más no la única pues muchas otras cuestiones abordadas por Gramsci admiten un análisis como éste) que nos permita detectar rupturas y constantes, negaciones y síntesis. Habría que confrontar soluciones: de Gramsci a Croce, de Croce a Dilthey y de éste a Kant; de Hegel a Marx y de éstos a Croce y a que nos han guiado hasta aquí sean también los ejes de nuestra reflexión en puerta.

1 La realidad histórica (lo que es y cómo se conoce)

De Hegel a Marx y de Croce a Gramsci el camino es, con las distancias guardadas, semejante: de la abstracta determinación a la determinación ontológica de la historia, de la “naturaleza humana” a las clases sociales, del Espíritu absoluto a las relaciones sociales de producción, del devenir de la Idea al devenir de los hombres, de la historia trascendente a la historia inmanente. Gramsci traduce a Croce en el mismo sentido en que Marx lo hizo con Hegel. La tarea -señala nuestro autor- debe ser permanente del marxismo.

El concepto de historia de Gramsci no sólo se nutre del historicismo y del humanismo de Marx, sino que lo enriquece, pues la filosofía de la historia había complejizado en unas cuantas décadas su horizonte problemático, horizonte que Gramsci revalora y, de alguna manera, incorpora a su discurso. La tarea inmensa que Kant realizó en la Critica de la razón pura al definir los límites, en cuanto a sus fines y objetivos, de la filosofía, se trasladaba ahora a la filosofía de la historia. La operación del historicismo, independientemente de su signo, no podía ser sino “kantiana” y por ello inmensa. Más aún, el historicismo debió navegar, por así decirlo, contra la corriente, contra el “naturalismo social” cuyas implicaciones mecanicistas y deterministas influyeron negativamente en el propio marxismo de principios de siglo.

Este es el horizonte filosófico, complejo y diverso, que Gramsci tiene ante sí. El marxismo, como una parte de la cultura moderna, como Weltauschaung que se liga a la realidad y aspira a ser historia concreta y universal, debía encararlo. Contra el historicismo idealista y especulativo y contra el mecanicismo determinista y las implicaciones ideológicas de ambos, Gramsci confiere de una segura y ontológica realidad a la historia, la que se verifica en cuanto pasada, la que se actúa en cuanto actual, la que se prevé en cuanto futura.

La refundación gramsciana es en los objetivos eminentemente kantiana: explora nuevamente y redefine, en el interior del marxismo, los fines de la filosofía y sus límites reales (las relaciones sociales de producción). La filosofía de la praxis es un historicismo “absoluto” porque, aunque Gramsci no lo expresara de esta manera, tiene en mente a todas las filosofías, a todas las formas precedentes de filosofar (en particular a la historia) y las sintetiza superándolas o “invirtiéndolas”, las “traduce” incorporando en su seno lo más vivo de las mismas. La operación no es ecléctica, sino dialéctica: recuperación, negación y síntesis: al igual que no sólo es filosófica, sino profundamente política: desnudar los revisionismos para asegurar la actuación práctica del marxismo, su devenir historia concreta.

La síntesis gramsciana se revela nítida en los conceptos de hombre y de historia. El hombre no existe en abstracto, al margen de la historia. De consentir con una “naturaleza humana” (obsesión de las filosofías idealistas) ésta es el conjunto de relaciones sociales históricamente determinadas, hecho histórico verificable científicamente, no sólo “intuitivamente“. El hombre es síntesis de estas relaciones, resumen del pasado todo. El hombre se relaciona con otros hombres y con la naturaleza, y estas relaciones no pueden concebirse pasivas, dadas para siempre e independientes de la voluntad de los actores. El hombre transforma la naturaleza porque la necesidad lo obliga, pero también porque es consciente de esta necesidad, su contacto con la naturaleza no sólo es técnica, sino activa, volitiva y dialéctica: el hombre deviene. cambia continuamente con la modificación que las relaciones sociales; la realidad es aplicación efectiva de la voluntad humana, la realidad es humanamente objetiva, vale decir, subjetiva.

En tanto que el hombre se realiza en relaciones, y dado que para transformarse a sí mismo debe transformar el mundo externo de relaciones generales, el hombre es eminentemente político. La filosofía deviene política y la única filosofía es la historia en acción, es decir, la vida misma. La historia toda es política, es “ético-política” pues es el proceso que transforma lo objetivo en subjetivo, la necesidad en libertad. La historia no es un “organismo natural” que se rige por leyes invariables, es, por el contrario, un proceso dialéctico que refleja el desarrollo de las relaciones sociales de producción, es un devenir de fuerzas en pugna que actúan en el mundo, en el pasado, en el presente y en el futuro. Ni “naturalismo social“, ni “espiritualismo absoluto“, la historia es movimiento y acción, ideas y voluntades, teoría y práctica, ser y conciencia.

Epistemológicamente hablando, la filosofía de la praxis no puede aceptar -como en el caso del determinismo al que Gramsci cuestiona- una realidad histórica en sí misma, una realidad fuera e independiente del hombre. En efecto, mientras que en el determinismo la historia humana se reduce a un simple episodio de la historia natural, y tiene como condición la supuesta posibilidad de conocer esa historia como un hecho objetivo, independiente de la voluntad de los hombres y de los hombres mismos, la  filosofía de la praxis concibe al conocimiento como una relación entre lo  conocido y lo cognoscente, relación que al gestarse se transforma con respecto  a su situación previa, el conocimiento es siempre una relación activa (praxis) que ocurre desde el hombre. En consecuencia, el conocimiento es siempre subjetivo. La objetividad de lo conocido no es más que su aceptación compartida: intersubjetividad. Objeto-sujeto, teoría-praxis, conocimiento- acción, he ahí las determinaciones dialécticas del conocimiento. Lo real objetivo es correlato de la construcción de la vida económica y de la necesidad de encontrar un orden del mundo, necesidad ligada a intereses prácticos.

Con esta interpretación, la refundación filosófica del marxismo operada por Gramsci abre caminos para su actuación: la historia no debe contemplarse como inexorable, como mecánicamente determinada, como el desarrollo de estructuras económicas determinantes que suponen sujetos pasivos. La historia, por el contrario, se conoce dialécticamente, lo que nosotros conocemos sólo se trata de nosotros mismos, nuestras necesidades, nuestros intereses. La filosofía es historia, es política en acto, producto de la realidad e intervención activa en ella.

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2 La relación hombre-naturaleza y la distinción entre historia y ciencias naturales

Problema fundamental del historicismo, Gramsci lo resuelve con una propuesta original, aunque ya implícita en Marx. Entre el hombre y la naturaleza no hay una distinción ontológica o, más bien, no hay motivo para argumentarla: ni dualismo, ni “naturalismo social“, ni “espiritualismo absoluto“, simplemente unidad dialéctica. El hombre entra en relación con la naturaleza por ser él mismo naturaleza y porque actúa en ella. Tanto la naturaleza como la realidad humana constituyen en sí mismas procesos en movimiento y transformación permanente. Ambas se interrelacionan dialécticamente. Gramsci asume esta posición singular con respecto a las posiciones  prevalecientes, porque reconocer un dualismo ontológico entre hombre y naturaleza implicaba escindir ambas realidades en el terreno de su conocimiento, implicaba asumir una distinción gnoseológica entre las  respectivas disciplinas encargadas de su estudio y permanecer en una concepción  de las ciencias propia del esencialismo del historicismo idealista que de entrada rechazaba: ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza.

Más aún, cabe recordar que Gramsci ponía en duda la afirmación lukacsiana, afirmación por lo demás fundamentada en el propio Marx, de que sólo se puede hablar de dialéctica para la historia de los hombres y no para la naturaleza, pues presuponer tal dualismo implica afirmar -critica Gramsci– una concepción de la naturaleza propia del historicismo idealista que sólo consigue unificar y relacionar al hombre con la naturaleza en forma verbal. Lejos de ello, propone Gramsci, la historia humana debe concebirse también como historia de la naturaleza (también a través de la historia de la ciencia), sólo de esta manera puede evitarse el separar la dialéctica de la naturaleza.

Por otra parte, reconocer un “naturalismo social” que se fundamenta en la equiparación mecánica de hombre y naturaleza, implicaba definirse en relación con una cierta representación y concepción de las ciencias dominada por la idea de que toda ciencia tiene como canon las ciencias naturales. Del mismo modo, reconocer un “espiritualismo absoluto” a la manera de Croce que si bien observa la relación hombre-naturaleza en función del carácter central del hombre entendido como “espíritu abstracto“, también determinaba una escisión entre filosofía y ciencia reduciendo los conceptos científicos a “seudoconceptos” y excluyendo la historia de la  ciencia del proceso mismo de la historia en cuanto desarrollo del espíritu, excluyendo de la historia a la ciencia dado que no la concibe como instrumento para otorgar al hombre el real dominio sobre la naturaleza, para  realizar su integración indispensable para la consolidación de una mejor  sociedad.

Para la filosofía de la praxis, a diferencia del historicismo idealista, el  problema no es si el hombre se conoce históricamente y la naturaleza científicamente, o si el conocimiento histórico puede llegar a ser científico al igual que el conocimiento de las ciencias naturales, o si entre ambas formas  de conocimiento no hay punto de contacto, el problema es -señala Gramsci– redefinir, al interior del marxismo, el propio concepto de ciencia y establecer filosófica y prácticamente sus límites. Partir de la unidad dialéctica entre hombre y naturaleza, reconocer que el hombre se relaciona activamente con la naturaleza y sólo de esta manera la conoce y la transforma, implica concebir a la ciencia como una actividad concreta del hombre (en algún sentido, de ninguna manera absoluto, la propia naturaleza es una “creación” de las ciencias), como un proceso histórico que procura apropiarse de la dialéctica real e introducirnos en su seno para transformar la realidad. Cabe recordar que para Gramsci las ciencias en general son producidas en y por la historia en función de los intereses de la sociedad y de las clases sociales, son elementos, superestructuras si se quiere, de la materia social en devenir. El valor de la ciencia debe encuadrarse en el proceso de organización de la cultura en estrecha dependencia con la situación histórica real, tal como es determinada por las fuerzas actuantes.

En suma, es posible concluir, con Gramsci la ciencia es devuelta a la actividad del hombre, es reconocido su valor “humano“, la centralidad del hombre con respecto de la naturaleza ya no desde un punto de vista puramente espiritual como en el historicismo idealista, sino desde un punto de vista activo y concreto. La ciencia es un factor de liberación del hombre a partir del conocimiento real del mundo.

Fundamentar el marxismo a partir de este concepto de ciencia permitía, ahora sí, extrapolar la filosofía de la praxis (ciencia de la historia y de la política y no exclusivamente, como para el economicismo, canon de interpretación) y las ciencias positivistamente entendidas: a) la filosofía de la praxis no es una ciencia positiva de la historia, b) la cientificidad propia del marxismo no corresponde con la cientificidad argumentada para las ciencias de la naturaleza.

Con respecto a la afirmación (a), Gramsci argumenta, entre otras varias cosas, que la filosofía de la praxis no es búsqueda de leyes y regularidades por contemplar, causas primeras por sistematizar, no es tampoco pura descripción y clasificación de hechos, no puede “prever” la evolución de los procesos sociales, no puede prever más que la lucha, no sus momentos concretos en el proceso de relaciones sociales a la manera en que las ciencias naturales abstraen cualquier proceso. La objetividad propia de la filosofía de la praxis se encuentra unida a la acción.

Por lo que respecta a la afirmación (b), Gramsci argumenta que el marxismo en cuanto ciencia tiene la única función de indicar todo lo que es posible antes o independientemente de cada hecho o conjunto de hechos, independientemente de toda verificación. Mientras la tarea de la ciencia es la de establecer leyes sobre la base de un conjunto de hechos ya existentes, el marxismo, en cuanto teoría de las contradicciones, tiene como tarea establecer sólo las posibilidades. La ciencia, según el modelo naturalista, es ciencia de los hechos. La filosofía, la crítica, hace transparente los hechos y hace entrever detrás, más allá de los mismos, la posibilidad de un nuevo conjunto de hechos. La cientificidad del marxismo consiste entonces en individualizar como posible aquello de lo que la ciencia de los hechos no sospecha siquiera su existencia.

Desde un punto de vista, con estos y otros planteamientos, Gramsci opera la refundación filosófica del marxismo rescatando su original contribución desapercibida por el economicismo cientificista. Gramsci logra redescubrir todo el espacio que debe dejarse a la “praxis” en cuanto actuación de la posibilidad objetiva de modificar no cada uno de los hechos del mundo, sino el mismo límite del mundo (que son los límites de la propia filosofía), logra establecer los límites de la “previsión” teórica, logra redescubrir el rol de la subjetividad. Con todo ello, Gramsci colma, en el plano del análisis, ese vacío dejado por una interpretación economicista del materialismo histórico, que partía de una interpretación cientificista de la previsión de Marx.

Sin embargo, desde otro punto de vista, quizá menos relacionado con la confrontación entre 108 marxismos, Gramsci deja abiertos algunos problemas para la filosofía, más concretamente, para la epistemología, problema que para algunos constituyen dificultades del historicismo absoluto.  Examinemos algunos de ellos.

Si partimos de la definición tradicional de conocimiento científico, es decir, aquél conocimiento cuya tarea esencial consiste en reflejar la realidad y sus alternativas del modo más objetivo posible, o sea, evitando cualquier proyección de “brotes extraños” (Engels) del sujeto que conoce en la realidad que quiere conocer y si admitiésemos que del hecho de que la ciencia (inclusive la social) debe ser desantropomorfizadora, o sea, debe esforzarse  por captar el objeto sin proyectar en él elementos propios del sujeto  que conoce, no significa, de ningún modo, que el propio sujeto no forme parte -ontológicamente- de la estructura objetiva del ser social que la  ciencia trata de reproducir; si consentimos, en suma, con ello, es claro  que el materialismo mecanicista deja de lado el segundo aspecto de la cuestión:  generalizando para el sujeto ontológico (el que actúa) algo válido  únicamente para el sujeto gnoseológico (el que conoce), termina por eliminar  el papel activo del sujeto en general en la construcción de la vida social, afirmando que el hombre se limita a reflejar y registrar una realidad  que se procesa independientemente de su voluntad.

Siguiendo con esta  lógica, Gramsci caería en una unilateralidad opuesta dado que sostiene una vinculación indisoluble entre conocimiento y praxis, condicionamiento histórico necesario de todo conocimiento, dado que termina por identificar conocimiento en general con ideología, negando la posibilidad de una representación objetiva (científica) de lo real: si el hombre forma parte  del proceso objetivo de la realidad social, todo conocimiento acerca de esa realidad -podría interpretarse a Gramsci– será necesariamente ideológico,  o sea, reflejaría no tanto algo que existe fuera de la conciencia y de la voluntad del sujeto que conoce, sino las aspiraciones y los proyectos  del sujeto que actúa.

Desde una perspectiva, como podría ser la Lukács, no hay ninguna incompatibilidad entre la posibilidad de la ciencia (del conocimiento objetivo) y la realidad omnipresente de la praxis (del actuar teleológico).  Al contrario: la necesidad del conocimiento científico, de un conocimiento que revele los nexos causales (objetivos) sobre los cuales va a operar la teología (la iniciativa del sujeto), resulta de, y es seguida por, la propia naturaleza de la praxis. En los hechos esto significa que la ciencia (el conocimiento objetivo) sirve, en todo caso, de base para la construcción de una ideología, de una concepción del mundo, de una praxis política. Desde esta óptica, suponer como Gramsci que todo conocimiento objetivo es humanamente objetivo, históricamente objetivo, y suponer que la filosofía de la praxis es una ideología que media Su acercamiento con la realidad, es negar al marxismo la capacidad de producir conocimientos científicos y objetivos. En últimas, por ejemplo, del hecho de que los resultados teóricos obtenidos por Marx se conviertan posteriormente en ideología, en concepción del mundo, en práctica política, no anula el carácter objetivo y científico de tales resultados.

La discusión sobre esta problemática rebasa no sólo las pretensiones de la presente investigación, sino también las capacidades de su autor. No obstante, considero que la crítica implícita al historicismo absoluto puede ser válida en el terreno del discurso filosófico sobre la ciencia o de la filosofía de la Ciencia. Ciertamente, hay argumentos en Gramsci que admiten una interpretación como la referida, todavía más si dichos argumentos son descontextualizados. Sin embargo, en otro terreno, en el del análisis concreto de la realidad que Gramsci desarrolla sobre bases científicas, la crítica se relativiza. Admitamos que Gramsci lleva hasta sus últimas consecuencias la crítica al cientificismo, lo cual lo lleva, a su vez, a redefinir cuestiones tan importantes como la cientificidad propia del marxismo, las determinaciones dialécticas del conocimiento: sujeto-objeto, ser-pensar, teoría-praxis, etcétera.

La refundación filosófica del marxismo sobre estas bases era necesaria por cuanto éste había sido revisado y vulgarizado. Políticamente, vale decir, con vistas a la realización práctica del marxismo, la solución gramsciana era la acertada. No es casual que muchos de los aportes de Gramsci al marxismo se den precisamente en el plano de la política, es decir de la praxis posible del marxismo: teoría del Estado, del partido político, del intelectual orgánico, de la lucha de hegemonías, de la revolución, etcétera. Ahora bien, este resultado lógico del quehacer teórico de Gramsci no podía sino realizarse sobre sólidas bases científicas. No es que el terreno del análisis concreto sobre bases científicas, si se quiere objetivas, contradiga lo que en el terreno filosófico Gramsci defiende y cuestiona, sino que lo complementa. Expliquemos.

La filosofía de la praxis es una concepción del mundo, una ideología, pero también es ciencia de la historia y ciencia de la política. El problema de la objetividad-subjetividad, cientificidad o no cientificidad del marxismo, Gramsci lo replantea con vistas a derivar del conocimiento un principio de acción. Si Gramsci sostiene que lo objetivo es históricamente subjetivo no es para desconocer la objetividad del conocimiento, sino para reconocer la objetividad de la praxis, de lo subjetivo. Dicho de otra manera, la filosofía de la praxis no niega la posibilidad de una representación objetiva (científica) de lo real, sino que afirma -cuestión que ya se ha señalado- la posibilidad objetiva de la praxis.

Gramsci dirige sus esfuerzos a lo segundo sin necesidad de sacrificar lo primero. En últimas, si este no fuera el caso, con justa razón podría cuestionarse la cientificidad y objetividad d. las conclusiones que Gramsci obtiene en el terreno del análisis concreto de la realidad, conclusiones que para ya varias generaciones de investigadores siguen considerándose acertadas amén de reveladoras. Opinión que comparto plenamente. ¿No será entonces -cuestión que precisa una mayor discusión y que aquí me limito a sugerir- que la fórmula gramsciana del conocimiento tiene para el marxismo mayores alcances que la concepción tradicional del mismo, pues procura anticipar la practicabilidad del cocimiento y no sólo la objetividad del mismo, objetividad que por sí sola sería contingente para la praxis?

3 Problemas de la regularidad de la historia (singularidad, universalidad y legalidad de lo histórico)

Si en el tratamiento de alguno de los problemas del historicismo se revela fértil en posibilidades la síntesis que para Gramsci estaría indicando el historicismo absoluto, es precisamente en éste. El historicismo  absoluto se mueve entre dos posiciones antagónicas (a) y (b) y un fundamento marxista (c): a) el positivismo que sostiene que la historia se  desarrolla de acuerdo a una legalidad y regularidad invariable en el sentido  de la física o la biología, por lo que la tarea de la historia sería el descubrir  dicha legalidad y universalidad de lo histórico a partir de un método generalizador,  a la manera de las ciencias naturales; b) el historicismo idealista  que parte de la base de que todos los acontecimientos históricos son individuales e irrecursibles por lo que propone un método histórico individualizante e irracional, es decir, opuesto a toda legalidad trascendente o inmanente, opuesto a los métodos generalizadores que observan regularidades y causalidades; c) el materialismo histórico que recupera, invirtiéndola, a la dialéctica hegeliana y que considera a la historia como un proceso dialéctico, un proceso de tesis y antítesis, de eternas contradicciones.

Gramsci, como ya se ha señalado, no puede aceptar, por sus implicaciones mecanicistas y deterministas, el “naturalismo social“. Cabe recordar que la concepción gramsciana de la historia ético-política constituye una reacción al economicismo y al mecanicismo fatalista del marxismo ortodoxo:  la historia no se reduce a la “necesidad“. En todo caso, la historia supone factores fundamentales (estructura) y factores derivados (superestructuras), de elementos dominantes (hegemonía) y subyacentes (subalternos), sujetos a constante evolución, susceptibles de transformarse por la voluntad consciente del sujeto colectivo. El concepto de “ley” en la historia utilizado por Marx, subraya Gramsci, está desprovisto de cualquier contenido determinista, no se trata de descubrir una ley metafísica de “determinismo” y tampoco de establecer una ley “general” de causalidad, se trata de comprender cómo en el desenvolvimiento histórico se constituyen fuerzas. relativamente permanentes que obran con cierta regularidad y automatismo, tal es el caso de la ley de correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

En el fondo lo  que Gramsci rechaza es toda interpretación que sostenga que en la historia  operen de manera sistemática fuerzas capaces de afirmarse, como decía  Marx, “a espaldas” de la voluntad humana, pues la filosofía de la praxis  -que es ante todo examen e invención de las formas de intervención en la  historia- sostiene que la estructura puede dejar de ser fuerza exterior que  aplasta al hombre, que lo asimila y lo hace pasivo, para convertirse en medio de libertad, en instrumento capaz de crear nuevas fuerzas ético-políticas, en origen de varias iniciativas. De ahí que Gramsci, siguiendo a su maestro Labriola, defendiera una concepción antifinalista (no teológica) del desarrollo histórico: el desarrollo sí va al socialismo, pero ¿cómo? Y ¿por qué?; de la lucha política depende lo difusión del marxismo.

Ahora bien, con respecto al historicismo idealista, tampoco pueden aceptarse sus soluciones relativistas. Gramsci de ningún modo intenta decir que la historia se repita, pero sí que los hechos históricos “elementales” son conceptualizables, representan la reproducción de situaciones reconocibles más allá de su ropaje contingente. La filosofía de la praxis debe establecer  lo que haya de reconocible y constante detrás de la variedad de las apariencias, no por amor de las constantes, sino como premisa necesaria de todo intento de cambiar lo existente. Cierto es -agrega Gramsci– que la filosofía de la praxis se realiza en el estudio concreto de la historia pasada y en la actividad actual de creación de nueva historia, pero se puede hacer la teoría de la historia y de la política, ya que si los hechos son siempre identificados y mutables en el flujo del movimiento histórico, los conceptos  pueden ser teorizados; de otro modo no se podría saber qué es el movimiento  o la dialéctica.

En este sentido, el marxismo como teoría ha sabido descubrir de una manera específica la historicidad del sistema económico capitalista (su caducidad a diferencia de los economistas burgueses que pretendían ver su permanencia). Gramsci presupone que el sistema económico capitalista está constituido internamente por leyes de regularidad necesaria, esto es por leyes tendenciales, leyes de carácter historicista en cuanto que corresponden a un ambiente orgánicamente vivo y articulado en los movimientos  de su desarrollo. En todo caso, las leyes económicas hay que estudiarlas desde un punto de vista historicista, no sólo económico, no sólo en su expresión cuantitativa, sino también cualitativa, pues en ello reside el establecer la relación dialéctica entre cantidad y calidad, necesidad y libertad: “subversión de la praxis“.

Desde el marxismo, Gramsci junta dos posiciones que parecían irreconciliables. La síntesis gramsciana enriquece al marxismo y asienta un presupuesto que a juicio de varios historiadores marxistas y no marxistas debe guiar todo acercamiento a la historia: del hecho de que el nivel humano no pueda ser reducido al nivel natural no puede concluirse que en el primero no exista ningún tipo de legalidad. En realidad, en la historia aparecen leyes tanto como en el mundo físico, si bien se trata de una regularidad de los fenómenos en un nivel distinto y específico. El carácter irrepetible de los hechos concretos no niega la existencia de leyes históricas y tendenciales en el decurso humano. Los hechos históricos irrepetibles y únicos se dan dentro de ciertos marcos, condiciones, determinaciones repetibles que se producen y reproducen y que pueden ser teorizados. La historia no puede ser una búsqueda irracional.

4 Objeto y método de la historia como disciplina (explicación científica de la historia)

La filosofía de la praxis es ciencia de la historia y ciencia de la política. Ya en sus escritos filosóficos Gramsci apunta algunas características de lo que el estudio concreto de la historia implicaba: análisis y representación crítica de procesos históricos concretos con sus múltiples y recíprocas implicaciones, resultado de una lucha entre fuerzas sociales contrapuestas; análisis de formaciones sociales históricamente determinadas (bloques históricos) con sus particularidades culturales y sin desapercibir las tendencias globales de naturaleza más permanente y epocal (del capitalismo, por ejemplo) en el que dichas formaciones sociales están insertas; etcétera.

Es también en este ámbito de la reflexión gramsciana donde se fundamenta la condición de ser científico del análisis histórico, condición garantizada por la dialéctica en cuanto instrumento con el que se realiza el conocimiento de la unidad, de la especificidad, del carácter concreto del fenómeno social, colocando en relación orgánica de recíproca implicación sus singulares partes constitutivas, de otra manera destinadas a permanecer separadas.

Empero, no es sino hasta los escritos en los que Gramsci expone los resultados de sus investigaciones históricas, donde lo defendido en el plano de la teoría se complementa: la dialéctica de lo real traducida a categoría crítica, revolución pasiva, y ésta, vuelta a la realidad, esclareciéndola. No voy a repetir aquí la manera en la que Gramsci aprehende la realidad sobre la base de estos indicadores. Debemos ocuparnos, por el contrario, de las implicaciones de este proceder en el sentido que nos hemos prefijado. En el tratamiento del problema de la explicación científica de la historia, se hace transparente la lógica del historicismo absoluto que aquí se ha  tratado de argumentar: confrontación con los historicismos existentes que “traducidos” al lenguaje de la filosofía de la praxis la enriquecen y complementan, confiriéndole de una renovada sustentación, base misma de la crítica al economicismo y mecanicismo, base misma de lo que aquí se ha denominado  superación de los obstáculos y creación de opciones para la realización práctica del marxismo.

Los aspectos que estarían indicando esta lógica son: a) la revaloración de la noción de dialéctica en su sentido más hegeliano, b) la revaloración del elemento “ético-político” en la historia, c) la “canonización” de los principios sustentados por Marx en su célebre Prólogo de 1859 y d) la invención de la categoría de revolución pasiva como síntesis de la dialéctica real y principio de explicación histórica.

a) En su concepción de la dialéctica, Gramsci ve un instrumento más, quizá el más completo, para cuestionar no sólo al materialismo filosófico, sino también el economicismo, y es que, en efecto, si la dialéctica viene a ser considerada, en su sentido más hegeliano, como la lógica de las vinculaciones y las mediciones (donde la “lógica de los distintos” planteada por Croce vendría a ser un sinsentido), no es posible admitir, como lo hace el economicismo, una derivación lineal de los procesos histórico-políticos a partir de una determinada base económica, antes bien, en la reciprocidad de estructura y superestructura (bloque histórico) está el proceso dialéctico real, la dialéctica es el instrumento esencial para afirmar la unidad específica del fenómeno social.

b) Planteada originalmente por Croce, sustento mismo de su historicismo idealista, la noción de historia “ético-política” es traducida por Gramsci al lenguaje de la filosofía de la praxis. El abandono del principio de causalidad lineal a partir de concebir a la dialéctica como el instrumento esencial para afirmar la unidad específica del fenómeno social, lleva necesariamente a Gramsci a revalorar el elemento ético-político, el momento de la hegemonía (momento que, al ser subordinado a lo económico por el economicismo, a partir de la dicotomía estructura-superestructura, no podía sino ser mecánicamente interpretado). En consecuencia, la elaboración del elemento ético-político vendrá a ser para Gramsci el punto de partida de la filosofía de la praxis, pues permite observar la unidad (rota por la dicotomía economicista) de lo que en realidad es un único proceso social, permite alcanzar, asimismo, el análisis justo de las fuerzas que operan en la historia de un determinado periodo, así como determinar sus relaciones. Por otra parte, la elaboración del elemento ético-político constituye la “fijación del momento catártico”, el pasaje de la economía a la política, de la necesidad a la libertad, camino para actuar el marxismo. Cuestión que se sustenta en los principios del Prólogo de 1859.

c) Gramsci convierte en cánones de interpretación los principios -ya referidos en otro momento- del Prólogo de 1859. Gramsci rescata dichos principios con el objetivo de enfatizar que las formas concretas de desarrollo devienen simultáneamente con la categoría (filosofía) que las expresa. La filosofía deviene realmente política si se convierte en concepción del mundo, donde se revela la unidad dialéctica entre ser-pensar, libertad-necesidad, estructura-superestructura. De igual manera, Gramsci derivó de estos principios el planteamiento de que sobre la base de una determinada estructura se construye un campo de posibilidades que las fuerzas relativamente permanentes y contrapuestas utilizan, en la medida de su capacidad política, en sentido opuesto.

d) Producto más acabado de la confrontación, resumen de la teoría de la historia y de la política gramsciana, es la categoría de revolución pasiva, categoría que dice relación con los problemas de la vinculación dialéctica entre estructura y superestructura, con la ponderación de la estructura de fuerzas y, en consecuencia, del paso de la cantidad a la calidad, de la necesidad a la libertad, el momento de la catarsis. La categoría de revolución pasiva le permite a Gramsci analizar el movimiento histórico en términos de “conservación-innovación” y de relación de fuerzas donde unas pugnan por nacer y otras no se terminan de agotar. Es una categoría de análisis tanto histórica como política simultáneamente, explica la hegemonía y construcción del Estado burgués, pero también su crisis y la construcción de la hegemonía proletaria.

5 La relación entre filosofía e historia (la realización histórica-práctica de la filosofía)

He aquí el problema central del “historicismo absoluto“, el problema que distingue al historicismo marxista de todo historicismo precedente, el problema que en Gramsci estaría indicando ni más ni menos que la clave de la refundación filosófica del marxismo, y, lo más importante, problema que revela la originalidad de la filosofía de la praxis, la posibilidad misma de desarrollos ulteriores, originalidad que en los hechos significa una ruptura con todas las formas precedentes de filosofar.

Las filosofías son la expresión de condiciones históricas objetivas. A diferencia de las otras filosofías que se plantean “neutrales” (cuestión que Gramsci se encarga de desmentir) y niegan su relación con las relaciones sociales y pretenden presentarse por encima de la vida real, la filosofía de la praxis es la única filosofía que asume su responsabilidad histórica de transformar el mundo y su pretensión de constituirse en medio de emancipación del proletariado. Es la única filosofía que se plantea como plenamente historicista o como el “máximo historicismo“. La filosofía de la praxis -señala Gramsci– no sólo pretende explicar y justificar todo el pasado, sino explicar y justificarse históricamente a sí misma. La filosofía de la praxis es un historicismo absoluto porque es la conciencia plena de las contradicciones a través de las cuales el filósofo, entendido individualmente o como grupo social entero, no sólo comprende las contradicciones, sino que se coloca a sí mismo como elemento de la contradicción, eleva este elemento a principio de conocimiento y, por lo tanto, de acción. La filosofía de la praxis es un historicismo absoluto porque se considera a sí misma como pasajera, superable con la superación de las contradicciones del mundo objetivo.

La filosofía de la praxis es un historicismo absoluto porque no acepta ningún sujeto trascendente a la historia la filosofía de la praxis deriva ciertamente de la concepción inmanentista de la realidad, pero en cuanto despojada de todo aroma especulativo y reducida a pura historio o historicidad. La filosofía de la praxis es, por fin, un historicismo absoluto porque manifiesta abiertamente su vocación política y se proclama como una nueva concepción del mundo de una nueva clase social, que lucha por la liberación de la humanidad. En tanto máximo historicismo, la filosofía de la praxis constituye la base de una ciencia. Es auténtica filosófica y no pura ideología. Al mismo tiempo, es “humanismo puro” dotado de alta capacidad de subversión de la praxis.

En suma, toda filosofía orgánica a una época -piensa Gramsci– tiende, en tanto expresión de un grupo social, a devenir en historia misma, en política. La filosofía de la praxis es expresión de un nuevo protagonismo que funda una nueva época histórica; se explica por la historio misma, es consciente de su historicidad, se proclama política, se sabe elemento de las contradicciones históricas y expresión consciente de las mismas. La filosofía es historia cuando se liga a algo real.

En mi opinión, a partir de Gramsci ya no es posible pensar al marxismo de otra manera a riesgo de desestimar su naturaleza política, su esencia emancipadora, a riesgo de convertirlo en un puro instrumento académico, en un cientificismo desvinculado de la praxis, tendencia esta última por la que se inclinaron filósofos como Althusser y discípulos y cuyas consecuencias para el marxismo conocemos. Todavía más, me atrevería a decir que el “historicismo absoluto” no sólo enriquece al marxismo, sino que viene a integrarse constitutivamente a su cuerpo teórico, es decir, al conjunto de principios fundamentales que, pese a la multiplicidad de interpretaciones y orientaciones, lo distinguen de otras concepciones del mundo. Esto dicho no sólo porque el historicismo absoluto sin tema buena parte de la cultura filosófica de la época, síntesis que Marx realizó en su tiempo dando lugar al materialismo histórico, y que en el caso de Gramsci garantizaba la actualización histórica del mismo, sino porque pone de relieve cuestiones que nunca debieron soslayarse. La relación teoría-praxis conjugada en sujetos concretos es igual a la vinculación entre filosofía e historia, posibilidad de vincular al marxismo con las masas, con el cambio.

Es posible también que muchos de 108 aportes de Gramsci al marxismo sean particularmente novedosos con respecto de éste. Se ha llegado incluso a decir que más que marxista, Gramsci es Gramsci, con lo que trata de significarse su originalidad. En todo caso, el propio Gramsci lo señaló, el marxismo no es algo cerrado sino que es parte de la cultura moderna y de la historia y por lo tanto está en desarrollo y puede ser desarrollado, se construye permanentemente con vistas a su realización práctica, combate y dialoga con otras concepciones del mundo y procura un acercamiento real con el movimiento obrero.

Esta es una enseñanza que en nuestros tiempos no debiera soslayarse. La crisis general de nuestras sociedades (totalitarismos, armamentismo, deshumanización, represión, desiguladades, son, entre otros muchos, sus síntomas) obliga a buscar desde un marxismo abierto nuevas alternativas teórico-políticas con la pretensión de una práctica política más eficaz y acorde a nuestra realidad y dotada de un humanismo que habría faltado a las prácticas revolucionarias anteriores.

A manera de conclusión

Seguramente que el historicismo absoluto insinúa nuevos problemas e implica otros no resueltos en su seno. Cuestión que debe ser analizada en detalle. Seguramente también que en el pensamiento de Gramsci subyacen otras muchas propuestas, cuya formulación, al igual que en el caso de las aquí examinadas, procedió de una lógica de síntesis y análisis, de diálogo filosófico y confrontación teórico-política. De cualquier manera, es posible finalizar el presente estudio confirmando las ideas que lo motivaron:

    Más que una expresión coyuntural surgida en respuesta a determinadas filosofías, como es el caso del historicismo idealista de Croce, “historicismo absoluto” es una expresión que bien puede ser sintetizadora de la concepción gramsciana del marxismo. Historicismo absoluto es la asunción consciente de una posición concreta, posición que en más de un sentido explica el pensamiento de Gramsci, permea en cada momento la refundación de la filosofía de la praxis, posición que convierte en inseparables la teoría y la práctica, la filosofía y la historia, la historia y la política.
    El historicismo absoluto es la materialización de un imperativo advertido por Gramsci: para que el marxismo se realice prácticamente es necesario replantear la relación entre marxismo y cultura filosófica moderna.
    El historicismo absoluto, como resultado de la confrontación entre el marxismo y la cultura filosófica de la época (lo que aquí se ha denominado “Gramsci y los historicismos‘), da lugar a una “refundación” de la teoría general del marxismo, una recuperación de su núcleo teórico filosófico original, posibilidad misma de desarrollos ulteriores (el concepto de relaciones sociales antagónicas de producción y con éste la revaloración de la “subjetividad social” en el momento de la praxis transformadora). Refundación de la filosofía de la praxis que, contrastada y enfrentada al mecanicismo y determinismo propios de la interpretación cientificista del marxismo, contribuye tanto a superar obstáculos como a abrir caminos para su realización práctica.

    El historicismo absoluto o la refundación gramsciana de la filosofía de la praxis indica una nueva forma de entender el papel y la posición de la propia filosofía, indica, en consecuencia, una ruptura con (y una superación de) todas las formas precedentes de filosofar. La filosofía de la praxis es identidad entre historia y filosofía. Se comprende como concepción del mundo propia de la clase tendencialmente hegemónica futura. Se comprende como elemento de un proceso contradictorio, se presenta como fuerza y elemento para elevar la contradicción al rango de un principio de conocimiento y acción. La filosofía de la praxis se concibe como realidad a la vez teórica y política, como ciencia de la historia y ciencia de la política, como un momento de la teoría que elabora la concepción del mundo propia de las nuevas limitaciones de la estructura, es por lo tanto intrínsecamente política, es filosofía de partido en la medida que es unión de la teoría y de la práctica.

    El historicismo absoluto es la culminación de un movimiento histórico cultural, pero constituye también una fase histórica del propio marxismo, fase que consiste en desmantelar los revisionismos y ligarse de manera más estrecha con la transformación revolucionaria.

    En la tentativa de respuesta a los problemas teóricos del historicismo, así como en las propias soluciones gramscianas, se trasluce la lógica de construcción del historicismo absoluto: Confrontación con los historicismos existentes que al ser “traducidos” en los aspectos más significativos al lenguaje del materialismo histórico, a) son sintentizados y superados y b) enriquecen y complementan a la filosofía de la praxis pues le confieren de una renovada sustentación teórica, base misma de la crítica al economicismo y mecanicismo, base de lo que aquí se ha denominado, la superación de los obstáculos y la creación de opciones para la realización práctica del marxismo. Historicismo absoluto como resultado de una dialéctica del discurso filosófico: recuperación, negación y síntesis. Historicismo absoluto como alternativa académica y política para luchar contra el positivismo, contra el economicismo y contra el materialismo mecánico. Elementos de síntesis: el historicismo absoluto rescata un nuevo sentido común de la historia perdido por el debate historicista en múltiples direcciones, sentido común que consiste en la necesidad de miramos en la historia como sujetos activos; ni “intuitiva” ni objetivamente (en el sentido positivista), la historia se conoce activa y dialécticamente; ni búsqueda de regularidades invariables, ni búsqueda irracional) los hechos históricos regulares pueden ser conceptualizados, las leyes así abstraídas deben considerarse como tendenciales, como historicistas; la historia se explica en sus múltiples determinaciones dialécticas, ni historia de las ideas, ni historia de las estructuras, sino unidad dialéctica del fenómeno social. Nuevos caminos: el historicismo absoluto sirve para unir teoría y práctica, filosofía e historia, filosofía y política y conjugarlos en sujetos concretos pues sólo así hay filosofía de la praxis; la vinculación de filosofía e historia es la posibilidad de vincular el marxismo con las masas, con el cambio.

De consentir con estos resultados, creo que el estudio realizado vendría a ser significativo en cualesquiera de las dos direcciones siguientes:

a) Indica una lectura posible de Gramsci, una lectura que lo coloca en el centro mismo de un debate filosófico de extraordinarias implicaciones, debate que en más de un sentido explica su pensamiento. Indica, en suma, una vía para acceder a la comprensión de un pensamiento rico y complejo como el de Gramsci.

b) El historicismo absoluto estaría indicando una -cuestión que así planteada requiere de un estudio mucho más especializado que el realizado- particular lógica de construcción teórica, una dialéctica del discurso filosófico, que se revela rica en posibilidades. Quizá sea éste el camino para actualizar el marxismo y para impulsar su realización práctica en nuestras sociedades y para nuestras generaciones. Un marxismo abierto que dialogue y se confronte con la cultura filosófica de nuestro tiempo en sus múltiples direcciones, con el objetivo de que emerja enriquecido y fortalecido. Es éste, invariablemente, un reto y una tarea para el intelectual orgánico.

La riqueza de posibilidades de este proceder estaría confirmada por la historia misma. Las propuestas teórico-políticas que Gramsci desprende a partir de ahí, siguen constituyendo, a cincuenta años del fallecimiento del pensador italiano, una sugestiva fuente de interpretación de la realidad. Paradójicamente, Gramsci “refunda” la filosofía de la praxis pensando en su tiempo, pensando y creando las posibilidades para su devenir historia concreta en Italia. De alguna manera, la realidad concurrió con la teoría. Sería injusto, por ejemplo, desconocer la importancia que las ideas de Gramsci tuvieron en la consolidación de uno de los partidos comunistas más importantes del mundo, el italiano. Es por todo ello que aquella frase surgida de la pluma del célebre filósofo Jean Paul Sartre pudiera aplicarse a la perfección en el caso de Gramsci:

“No nos haremos eternos corriendo tras la inmortalidad; no seremos absolutos por haber reflejado en nuestras obras algunos principios lo suficientemente vacíos y nulos para pasar de un siglo a otro, sino por haber combatido apasionadamente en nuestra época, por haberla amado con pasión y haber aceptado morir totalmente con ella”.

Fuente: Marx Desde Cero

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