Por Alejandra Dandan
Mariana Dopazo es hija del conocido represor argentino, el ex comisario Miguel Etchecolatz. Se cambió legalmente el nombre tras una elaboración de treinta años. Psicoanalista y docente universitaria, contó el proceso y sus estremecedoras etapas hasta llegar a su desafiliación del peso del terror.
El pequeño auditorio de La Tribu sirvió de espacio protector para su voz. “Para nosotras es fundante pensar esto –dijo Mariana Dopazo– somos dos ex hijas de genocidas”. Supresión. Sustitución. Terror. Dos por uno. El contexto fue un encuentro organizado por el colectivo Territorios Clínicos de la Memoria, un proyecto coordinado por la psiconalista Fabiana Rousseaux, integrado por actoras centrales en políticas públicas de memoria, verdad y justicia hasta diciembre de 2015.
Mariana, que también es psicoanalista y docente universitaria, se sumó al espacio para presentar la historia de desafiliación del nombre de su progenitor, el emblemático excomisario Miguel Etchecolatz, protegida y atajada por el encuadre. La propuesta tuvo de fondo la impensada irrupción en el escenario público de los hijos e hijas de genocidas luego del fallo del dos por uno de la Corte. Ojalá los supremos entiendan que esas palabras estuvieron dirigidos a ellos. Mariana, que es sólo una de las representantes de esos hijxs, comparó el fallo con lo que ocurrió en sus casas con la sanción de las leyes de impunidad, con los temblores provocados por la actualización de un terror siempre presente, un día en el que –en sus palabras– “la justicia se convirtió en injusticia”.
En 2014, Mariana Dopazo presentó un escrito ante un juzgado de Familia para pedir el cambio de apellido. Le tomó un año escribirlo y treinta elaborarlo. Había un antecedente, el pedido de 2004 presentado por quien ahora es Rita Vagliati, hija del comisario Valentín Milton Pretti, de la Bonaerense. Rita también estuvo en el escenario en La Tribu. Las puntuaciones de ambos escritos dispararon la discusión en clave de casos y de clínicas, con textos que contienen tres momentos, etapas bien distintas del proceso de justicia, cuyas marcas se ven reflejadas en las presentaciones y sentencias. Y esta otra tercera etapa con la lectura de todo eso en el presente.
“Yo ahí dije que tuve que perder el miedo –explica Mariana a la sala– y adquirir cierta madurez. Esa madurez no aludía a una cuestión cronológica, sino al miedo que supieron imprimir los genocidas con todos sus actos dentro de nuestras familias. Y no sólo en nosotros sino en toda la sociedad. En este sentido, el desafiante dos por uno, de mayo de 2017, fue un día en el que la justicia se convirtió en injusticia. No sólo desde lo personal, sino desde el horror porque vuelve actuales las heridas. Las pérdidas. Los duelos. Y en ese sentido, esa justicia que se tornó injusticia hizo que todos nos levantemos para decir que no”.
El encuentro que se dio en llamar Genocidio y Filiación sumó en la mesa a Rita, a la psiconalista Patricia Salvetti, a Rousseaux y a Diego Morales del Cels. Se trabajó alrededor de la idea de la Ley. La Ley como metáfora en juego ante el 2 x1, pero también como aquello más plástico que se desplaza detrás de la sustitución de los nombres, estructura central para la constitución del sujeto del psicoanálisis y, entonces, estructura central de lo social.
Un lugar de la “Ley” a la que la mesa decidió salir al rescate como metáfora para explicar aquel piso que ya no se mueve, lo que el 2 por 1 mostró de pacto social.
“Una ley –dijo Mariana– normativizadora y prohibidora pero que en esa misma prohibición también implica la posibilidad de crear una otra positividad”, en un proceso, para ella, de más treinta años”.
“Gracias por acompañarnos”, arrancó en el comienzo. “Con Rita tomamos una decisión: voy a tomar la palabra en nombre de las dos a pedido de ella. Además de lo movilizante, todo esto implica una marca que no se va borrar y aparece cada vez que volvemos a pasar por estos lugares porque lo emotivo del terror, específicamente, nos atraviesa con una actualidad siempre vigente”.
Mariana leyó casi cuarenta minutos.
“Todo lo que podemos articular hoy aquí gira, para nosotras dos y para la mesa también, en una plataforma trágica, sistemática y calculada, denominada por todos nosotros –ayer y hoy– terrorismo de Estado. Que se subroga sobre su base: el horror siniestro, la muerte, el terror, la desaparición, la tortura, la apropiación, la vejación, el mal. Y así con todo esto, el borramiento más absoluto de las diferencias. Lo perverso. Y todo esto fue hecho por parte del Estado nacional. El borramiento del otro, justamente, por sus ideas”.
La mesa trabajó con los escritos judiciales como excusas. Un encuadre para pensar algo entorno a lo impensado de la voz pública de los ex hijos de genocidas. Y un encuadre para pensarlos en el contexto central del 2 por 1. Como dijo Rousseaux, “un hecho sin antecedentes en el mundo que muestra lo que significó a nivel social el impacto del 2 por 1, con la irrupción de la presencia de los hijos de genocidas, como ellos se denominaron. Frente a un Estado que por supuesto todos sabemos que está dispuesto a avanzar de modo negacionista con una política que se contrapone, ni más ni menos, a la palabra de los hijos de los genocidas para denunciarlo”.
Allí, Mariana tomó la palabra. La sala llena. Muda. Al fondo otras hijas como ellas. Otras amigas. También sobrevivientes del circuito Atlético, Banco, Olimpo. Del Vesubio. Del Circuito Camps. Hijos de desaparecidos. Una nieta con su cámara de fotos. Exiliados y psicoanalistas. Periodistas incapaces de tomar un sólo apunte con la pretensión de una síntesis imposible ante un texto que se oye por primera vez.
“Lo que van a escuchar habla de dos recorridos particulares para desafiar, para suprimir y sustituir un legado que entendemos trágico. Sangriento. Y horroroso”, dijo Mariana. “No solamente son historias personales. Si se tratara de dos historias personales, todos tenemos nuestras historias. Las nuestras exceden lo personal porque nos atravesó una dimensión ética y responsable que iba mas allá de ese padre porque entendemos a la violencia en su sesgo más inhumano llevado acabo por estos genocidas”.
“Acá hay dos escritos y dos respuestas de la Justicia que no resarcen el dolor. No devuelven las vidas robadas. Ni a los desaparecidos. Ni a los niños apropiados. Ni tampoco el olvido de la mirada de los torturadores con sus víctimas. En nuestro caso se trató, y se trata, de construirnos una identidad que esté acorde con nuestros ideales. Con nuestras convicciones. Convicciones que tenemos, que sabemos y sentimos muy fuerte desde hace muchos años que es que estructuralmente somos diferentes a los progenitores”.
Mariana siguió adelante. La sala en silencio. A partir de ahí leyó unos pocos fragmentos de lo que le presentó a la justicia para explicar su decisión. Puntuaciones, las llamó.
“Mi progenitor es conocido públicamente por su participación en la dictadura cívico-militar”, dijo. “Y actualmente se encuentra condenado a reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad. Con el advenimiento de la democracia, en 1983 se ordenó su captura y enjuiciamiento, hechos que permitieron tomar un poco de distancia del ambiente de desinterés, violencia, intolerancia y desapego que reinaba en la casa. Pero las huellas de la memoria no se borran. Y llevar su apellido resultó una pesada carga, cuya supresión y sustitución será de la mas estricta justicia para reparar tanto dolor y tanto quiebre personal durante tanto tiempo”.
La sustitución del apellido paterno, continuó, “es del orden de la posibilidad en tanto me permite sostener mi persona como sujeto para pasar a tener, justamente, lo que sí me representa: el apellido de mi madre y de abuelos maternos. Pero mi identidad no estaría integrada hasta no suprimir y sustituir el apellido paterno. Si bien la conocida y deshonrosa conducta de mi ascendente resulta suficiente razón para la posibilidad que se formula, lo cierto es que existen numerosos causales que también son justos motivos”.
El escrito enumera esos justos motivos en el ámbito personal, que Mariana no leyó. “Pero además, explica que mi conducta fue y es opuesta a la suya. No existiendo el más mínimo grado de coincidencia del susodicho. Mas por el contrario, resulta su historia repugnante a la suscripta sin ánimo de dolor y vergüenza. No ha habido ni hay nada que nos una. Y he decidido con esta solicitud ponerle un punto final al gran peso que para mi significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror ajeno a la constitución de mi persona porque nada emparente mi ser, mi patronímico al de un genocida. He sobrellevado con angustia esa historia. He sobrellevado ese baldón, aún usando el apellido de mi esposo, pero mi identidad no será verdadera hasta tanto mi nombre no sea limpiado del apellido de mi progenitor”.
La ley a los seres que somos humanos nos regula, nos protege y nos prohíbe, dijo Mariana. “Y yo entiendo esa prohibición como la posibilidad de habilitar otra cosa”. En ese sentido recordó que su apellido hasta ese momento la emparentaba con “el horror, el genocida, la desaparición de las personas, la violencia y con la época más trágica que le ha tocado vivir a este país. Como persona individual y única tengo derecho a que ese apellido no sea el que me represente porque ninguna relación tengo ni con la ideología, por supuesto, ni con los delitos cometidos”.
Continuó enseguida con la historia de Rita. Ambas se conocieron hace pocos meses en el marco de una entrevista. Rita subió al escenario porque Mariana se lo pidió. Subite, le dijo. Hacéme de objeto contrafóbico.
“Soy la hija de un torturador y por eso quiero cambiarme el apellido”, le dijo Rita un día a la Justicia en 2005, según Mariana ahora leyó. “Quiero terminar con este linaje de muerte. Y no acepto ser la heredera de todo este horror. Los apellidos son símbolos y el mio es muy oscuro, lleno de sangre y de dolor. Tomar esta decisión me sirvió mucho, hizo que desbloqueara miedos y angustias que guardo desde hace mucho tiempo y tiene que ver con toda mi historia familiar. Pienso que así, como en mi caso, puede haber muchos hombres y mujeres en esta situación. Jóvenes. Hijos de personeros de la dictadura militar que podrían tomar esta posición, romper con el linaje del apellido, un estigma que se coagula detrás de las letras del nombre. Mi situación y mis vivencias me hacen pertenecer a una comunidad de militantes que luchan cotidianamente por cambiar este mundo injusto y bárbaro”. Es claro, agregó, “que mi planteo no es sólo jurídico sino político, en tanto afirmo que no quiero pertenecer al mundo de mi padre y de tantos otros como él. Quiero poder elegir y para eso siento que tengo la responsabilidad de desligarme de su mundo”.
El caso permitió que la sala lograra ver qué pasó al interior de las familias con el advenimiento de la democracia pero también con la sanción de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final.
Para la primera democracia, decía Rita, “parecía que el país estaba mucho mas conmovido con todo lo que poco a poco se iba conociendo. Había necesidad de muchos sectores de exigir justicia, de contar el horror y sacudirse los miedos. Los juicios a las Juntas y a los jefes de policías significó un acercamiento inevitable hacia la verdad, por fuera de los relatos familiares. Cuando se estrenó La Noche de los Lápices fui al cine con una amiga. Me acuerdo que me impactó muchísimo. Salí llorando. Terriblemente angustiada. Había algo de los personajes que hacían de torturadores que me eran tremendamente familiar”.
A Mariana se le cayeron unas lágrimas en ese momento.
“La ley de obediencia debida y punto final terminó de destruir al país y a mi familia. Para nosotros significó extender y profundizar la locura familiar. Los maltratos. Las mentiras. Los miedos. El doble discurso, las disociaciones –explicó y llegó a uno de los momentos centrales de esa noche–: El puede decidir pasearme libremente por el horror con la intención de convertirme en su cómplice y con la intención que lo perdone. Pero no puedo, no hay forma de que olvide. No puedo perdonarle, que me acaricie con la mismas manos con las que torturó y asesinó”.
Y Mariana vuelve a llorar. La sala parece seguirla. Mariana dice que Rita escribió que no puede perdonar que su progenitor haya torturado y matado. Y “tampoco puedo dejar de sentir la relación que hay entre sus crímenes y lo que hubo en mi familia. No puedo perdonarle que desee torturar y matar y nos haya tocado a mi y mis hermanos. Nos haya hecho upa o acariciado”.
En 2005 cuando todavía no habían empezado los nuevos juicios orales, Rita le decía a la justicia que había 4000 luchadores populares procesados por la justicia, que en los barrios pobres de la policía mata por portación de cara. Y habló de la fábrica de pobreza. Jorge Alemán escuchó en la sala en su doble condición de exilado y tótem del mundo psi. Le preguntó a Mariana por algo de cercano a una habilitación. “Ustedes, eso que llaman aparato psíquico o trabajo del duelo o deseo de otra cosa, ¿eso de dónde surgió, en donde encontraron ustedes la vía de acceso a semejante decisión?”
Pavada de pregunta, respondió la sala, entrenada. Mariana dijo: “Hace muchos años tal vez no hubiese podido responder como ahora”. Habló de su trabajo de psicoanálisis de años, con el acceso a un eslabón final “que tiene que ver con un cierre o una apertura: la caída del ciertos significantes pero para entenderlo, cuando uno habla de la caída tiene que haber algo del otro lado: sino uno cae al vacío. En mi caso trabajé fuertemente. Eso es una decisión. Fue permitirme –porque ya no lo tengo más– tuve hipotecada una porción de psiquismo y de mi vida, no toda, por los avatares en los cuales me vi implicada no por decisión propia sino de un Otro, que mas allá de que sea un genocida, en este caso es pertinente porque estamos en este espacio, pero tiene que ver con que todo ese trabajo de muchos años tiene un cierre donde lo cuento así: no le permito más ser mi padre. Soy yo la que no permito. Nunca más. Ese fue el punto final. Porque uno podría decir que hay justos motivos, pero la cuestión de raigambre más personal tiene que ver en mi caso con esta frase: No le permito más ser mi padre. Yo no se lo permito”.
Y será.
Fuente: Latinoamérica Exhuberante