jueves, noviembre 21, 2024
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Fútbol y Poder Blando: La Cultura de la Corrupción

por Simon Kuper (*)

Los recientes escándalos de corrupción dejaron en evidencia un amplio entramado de intereses que se fue consolidando en paralelo al crecimiento económico del fútbol a escala mundial.


Si, décadas atrás, la llegada al poder en la FIFA de João Havelange fue un paso en la nueva geopolítica del fútbol, que se expandió desde el centro a la periferia, los desplazamientos más recientes conducen a los ricos países del Golfo, activos en el despliegue de «poder blando».

El fin del reinado de Joseph Blatter cambió poco en las dinámicas de la FIFA y los «barones» del fútbol mundial.

La debacle

En la madrugada del 27 de mayo de 2015, la policía suiza allanó el hotel cinco estrellas Baur au Lac, en Zúrich, y arrestó a siete ejecutivos de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA).

Según David Conn, periodista de The Guardian, «algunos salieron escoltados por las puertas traseras hacia los autos que los esperaban y fueron protegidos de los fotógrafos por el atento personal del hotel, que sostenía sábanas del Baur au Lac frente a ellos».

La policía suiza actuó en conjunto con el FBI.

James Comey, entonces director de la agencia, describió a los acusados diciendo que «habían promovido una cultura de la corrupción y la codicia».

Como relata Conn en The Fall of the House of FIFA: The Multimillion-Dollar Corruption at the Heart of Global Soccer [La caída de la casa FIFA. La corrupción multimillonaria en el corazón del fútbol global] 1, gran parte de la investigación, que había empezado en 2011, estuvo ligada a la decisión de la FIFA de elegir a Rusia como país anfitrión de la Copa Mundial en 2018 y a Qatar en 2022.

Pagos turbios siguen saliendo a la superficie.

Para muchos observadores, las redadas fueron tranquilizadoras: Estados Unidos, en su rol de policía mundial, todavía podía capturar a criminales internacionales. Pero unos años después el panorama es diferente. La FIFA ha experimentado muy pocas reformas y los países occidentales no parecen tener el poder de forzar un cambio.

Conn se explaya más en los informes que en el análisis. Sin embargo, su libro muestra que la saga del cuerpo dirigente del fútbol mundial desde 1970 ha anticipado cambios geopolíticos, en especial la decadencia de la dominación política y económica de Occidente.

La mayoría de los deportes de equipo modernos fueron codificados en la Inglaterra victoriana, en parte con la esperanza de distraer a los escolares de la masturbación. Pero los británicos no le encontraban mucho sentido a jugar contra extranjeros, y así varios de los grandes organismos deportivos internacionales fueron creados por los franceses.

La Fédération Internationale de Football Association fue fundada en París, en 1904, por siete países de Europa continental. La FIFA controlaba las reglas del fútbol y supervisaba a las federaciones nacionales.

Sin embargo, fue siempre un regulador débil, con poca injerencia en los clubes profesionales. Su poder proviene de su único bien prestigioso: la Copa Mundial de fútbol masculino, que se realiza cada cuatro años y se jugó por primera vez en Uruguay en 1930.

En 1932, la sede central de la FIFA se mudó a la neutral y céntrica Suiza. Hasta avanzada la década de 1970, la FIFA se mantuvo como un club europeo de caballeros, dirigido por hombres mayores que creían en los ideales victorianos del juego limpio y el amateurismo.

Sir Stanley Rous, el profesor de deportes inglés que se convirtió en presidente de la FIFA en 1961, cumplió su tarea sin percibir sueldo. Se desalentó el fútbol femenino: la Asociación de Fútbol de Inglaterra incluso lo prohibió entre 1921 y 1971. Tras la descolonización, los países de Asia y África se unieron a la FIFA.

Rous –protector de la Sudáfrica del apartheid– no notó los vientos de cambio. En 1974, el empresario brasileño João Havelange lo derrotó en las elecciones para presidente de la FIFA con una campaña de plataforma tercermundista. Según relata el historiador del deporte David Goldblatt, Rous se retiró sin aceptar una pensión y rechazó por egocéntrica la idea de poner su nombre a la Copa Mundial.

Al anguloso y serio Havelange, que dirigió la FIFA por casi un cuarto de siglo, hasta 1998, le tocó una era muy diferente. Luego de haber participado como nadador en las Olimpíadas de Hitler de 1936, regresó a su país muy impresionado por la eficiencia de la Alemania nazi.

Más tarde, a finales de la década de 1950 y durante la década de 1960, impuso rigor en la organización del laureado equipo nacional de fútbol brasileño.

Havelange dijo una vez que durante su presidencia «la administración de la FIFA podía considerarse perfecta». Trataba a todos como subordinados.

Goldblatt relata que cuando el magnate de medios Rupert Murdoch «se coló en el palco VIP en la Copa Mundial de 1994 para intentar conseguir una reunión con Havelange, fue tratado con desprecio glacial y despachado sin más trámite».

Barato y simple de entender

Pero Havelange estaba al tanto del poder de los medios, y durante su reinado la televisión transformó el fútbol. Se dio cuenta de que el fútbol tiene algo que le permite ganar conversos en cualquier sociedad.

Ya un siglo atrás, los británicos habían exportado el juego con sorprendente rapidez. Para citar un solo ejemplo, en 1889, Frederick Rea, un inglés de 21 años, llegó a la desolada isla escocesa de South Uist para trabajar como director de escuela.

Un par de años más tarde, dos de sus hermanos fueron de visita y llevaron con ellos una pelota de cuero. En el lapso de dos décadas, el fútbol había conquistado South Uist. El shinty, un deporte que se juega con un palo curvo y que se había practicado allí durante 1.400 años, fue «borrado como tiza de la faz de la isla», relata el autor británico Roger Hutchinson.

El fútbol era un juego barato y simple de entender, y sin embargo, tácticamente sofisticado. Sus despliegues de gracia física evocaban el baile. Al observar a un gran jugador como el argentino Lionel Messi, es posible presenciar una clase de genio humano que es más fácil de comprender que, digamos, el de Albert Einstein o Pablo Picasso.

Tradicionalmente, cada país tenía su estilo de juego, que, se suponía, reflejaba el carácter nacional: el esfuerzo guerrero de Inglaterra o la danza de pies ligeros de Brasil. Cuando su equipo jugaba en la Copa Mundial, los ciudadanos de un determinado país sentían que su nación estaba personificada. Esos 11 jóvenes en camisetas sintéticas tenían más vida que la bandera, eran más tangibles que el pib.

La nación también se personificaba en el sillón: en muchos países, los programas con más audiencia de la historia son los partidos de la Copa Mundial en los que juega el equipo nacional.

El amor por el deporte siempre ha estado mezclado con la búsqueda del prestigio nacional.

La Copa Mundial provee un ranking alternativo del estatus global, en el que EE.UU. ha sido un perdedor y Brasil es una superpotencia. Desde Benito Mussolini, los líderes se han prendido al prestigio de sus equipos ganadores.

En años recientes, a medida que el deporte se expandió hacia todos los rincones del planeta, países que nunca podrían ganar el torneo empezaron a soñar con alojarlo.

Havelange comenzó a expandir el torneo a partir de la década de 1980 y creó más puestos para equipos de Asia y África.

De ese modo, los derechos para transmitir y auspiciar la Copa Mundial se volvieron cada vez más valiosos. Pero el pequeño staff de la FIFA de Havelange no tenía las habilidades necesarias para comercializarlos (en 1974, la Casa Central de la organización en Zúrich tenía 12 empleados).

Horst Dassler, cuyo padre había fundado la fábrica de calzado para fútbol Adidas, un negocio mucho más grande que la FIFA, le compró muchos de los derechos directamente a Havelange. Dassler le pagó sobornos y el brasileño transportó valijas de efectivo en vuelos de primera clase entre Zúrich y Río de Janeiro.

Nadie molestaba a Havelange. Había pocos periodistas que cubrieran la administración deportiva. También era importante el hecho de que Suiza, con su tradición de discreción y secreto bancario, casi no impusiera reglas a las asociaciones deportivas con sede en su territorio.

Las autoridades suizas trataban a la FIFA como si fuera un club de caza de pueblo. Docenas de otras federaciones deportivas, entre ellas el Comité Olímpico Internacional, eligieron asentarse en este país tolerante y eficiente.

Muchas de ellas también se volvieron corruptas, al mismo tiempo que surgía para asistirlas una casta de administradores suizos.

En 1975, Joseph «Sepp» Blatter, un joven protegido de Dassler, oriundo de la región rural de Valais y adicto al trabajo, se convirtió en director de los programas de desarrollo de la FIFA.

En 1998, cuando Havelange se retiró, el congreso de la FIFA reunido en París eligió a Blatter como su sucesor.

El presidente de cada una de las federaciones nacionales tiene un voto en el congreso, lo mismo la isla caribeña de Monserrat (que tiene 4.900 habitantes) que China. Muchos de los presidentes de las federaciones nacionales han demostrado ser corruptibles.

En su libro de 1999 How They Stole the Game [Cómo se robaron el juego], David Yallop relata cómo el emir de Qatar, en ese entonces, un país poco conocido, llevó un millón de dólares en su jet privado a París, donde, al parecer, 20 de los votantes recibieron sobres llenos de dinero.

Poder blando

Esa elección configuró el modelo para el reinado de Blatter. La Copa Mundial siguió generando más dinero: las ganancias de la FIFA crecieron de 308 millones de dólares por cada ciclo de cuatro años hasta 1998 a 5.700 millones por periodo hasta 2014.

Esto se debió en gran medida a que, en un mundo interconectado, la gente empezó a mirar fútbol en todas partes, desde China hasta EE.UU.. Sin embargo, Blatter se atribuyó el crédito de «desarrollar» el deporte, la supuesta misión de la FIFA.

Compartió grandes porciones del botín con barones nacionales y continentales del fútbol, en pagos que se formulaban habitualmente en la jerga del «desarrollo». Una subvención de la FIFA, que el personal de Blatter solía entregar en vísperas de una elección presidencial de la federación internacional, debía supuestamente financiar instalaciones en el país del funcionario.

De hecho, algunas federaciones nacionales, sobre todo en África, no podían siquiera pagar los costos de una línea telefónica. Pero estos pagos no eran monitoreados, y nadie iba a quejarse si el funcionario se guardaba el dinero en el bolsillo.

El mayor recaudador de este sistema fue Jack Warner, nacido en Trinidad y Tobago, quien ascendió de profesor universitario de bajos recursos a poderoso agente global del fútbol.

Warner formó un bloque de 31 asociaciones nacionales del Caribe, en general diminutas. En un congreso con poco más de 200 países, este grupo solía tener el voto decisivo. Así, como documenta Conn, Warner recibió al menos 26 millones de la FIFA para construir el Centro de Excelencia Dr. João Havelange en su país natal, en un terreno que luego resultó ser suyo.

Aún hoy, expulsado para siempre del fútbol, Warner lleva una vida próspera en Trinidad.

La FIFA podía darse el lujo de ese despilfarro porque sus costos eran bajos, si se descuentan los pagos de salarios secretos y vuelos de primera clase para sus 400 funcionarios. La FIFA se queda con casi todo el dinero de la televisación y el auspicio de las copas mundiales, mientras que el país anfitrión debe pagar la infraestructura necesaria.

Poco del dinero que se le envió a Warner fue usado para construir canchas en las que pudiera jugar la gente común, o estadios seguros donde ir a ver partidos; la posición de Trinidad en el mundo del fútbol tampoco mejoró demasiado.

Según Conn, Warner prefirió utilizar su centro para albergar eventos más redituables, como «bodas, cenas, shows». Este es un patrón que se repite en muchos de los países más pobres. Una de las razones por las cuales Europa occidental, con solo 5% de la población mundial, produjo los últimos campeones del mundo es que es la única región de la tierra donde la mayoría de los niños crecen con buenas canchas de fútbol y entrenadores en sus barrios.

La democracia social gana copas mundiales. En el resto del planeta, muchos altos funcionarios del fútbol se enriquecieron. Tendían a ver esto como una simple recompensa por ser miembros de lo que Blatter llamaba «la familia del fútbol». La mayoría provenía de países en los que esta era la manera tradicional de hacer política y negocios desde siempre.

En 2015, cuando Blatter se vio obligado a renunciar –un año en que las ganancias de la FIFA fueron de 1.150 millones de dólares–, su salario secreto básico era de tres millones de francos suizos al año (más de tres millones de dólares).

Un suizo que se hace el sueco

Sin embargo, el esperado clímax emocional de los escándalos de corrupción de la FIFA, el procesamiento de Blatter por recibir sobornos, nunca ocurrió. En todo caso, lo que a Blatter le importaba no era el dinero sino el poder.

El suizo regordete y sonriente tenía el aspecto de un tío del que uno siente vergüenza, que siempre aparece para decir algo petulante y anticuado, como instar a las mujeres que juegan al fútbol a usar pantalones más ajustados, cuando no estaba profiriendo planteos victorianos sobre el juego limpio.

Detrás de esa imagen, era un político magistral que construyó un sistema modelo de patrocinios.

Se aseguró de corromper a quienes lo rodeaban. Si alguien se atrevía a desafiarlo, la maquinaria ética de la FIFA –controlada por Blatter– se ocupaba de sacar a la luz la corrupción del retador. Lo que es crucial es que Blatter entendió desde el principio que el poder global se estaba desplazando hacia el este.

Fue una ventaja el hecho de que él mismo proviniera de un país pequeño, acostumbrado a lidiar con poderes mayores. Es un típico suizo: el conserje del hotel, der Portier, en alemán, es amigable, multilingüe y carente de ideología. Siempre recuerda los nombres de sus huéspedes.

Sobre todo, der Portier sabe quiénes son los que tienen dinero: en el siglo XIX eran los ingleses, luego los estadounidenses, más tarde los rusos, y en la actualidad, los petroestados de la península arábiga.

Qatar, en particular –una monarquía hereditaria sin tradición futbolística pero con enormes yacimientos de gas natural que le han dado a la familia real, los Al Thani, una riqueza extraordinaria–, emergió durante el reinado de Blatter como el principal auspiciante del fútbol mundial.

El tiro por la culata

Muchos observadores de los países de Europa occidental y América que alguna vez fueron dominantes no notaron estos desplazamientos de poder hasta el 2 de diciembre de 2010, cuando el comité ejecutivo de la FIFA (ExCo) se reunió en Zúrich para votar las sedes de las copas mundiales de 2018 y 2022.

Entre los aspirantes estaban EE.UU., Inglaterra (las naciones británicas operan de modo separado en el fútbol), Australia y una propuesta conjunta de España y Portugal.

Sin embargo, los 22 miembros masculinos del comité, en su mayoría de edad avanzada (otros dos habían sido suspendidos por presunta corrupción antes del voto), eligieron a Rusia y a Qatar. Hoy sabemos que Vladímir Putin tuvo reuniones personales con media docena de ellos en los meses previos al voto, pero la victoria de Qatar fue mucho más sorprendente.

El pequeño Estado del Golfo apenas tenía el espacio necesario para todos los estadios requeridos y sus temperaturas estivales de más de 37 °C hacen que jugar al fútbol sea una actividad potencialmente letal. Como dijo Chuck Blazer, miembro estadounidense del comité ejecutivo: «No entiendo cómo se puede enfriar un país entero con aire acondicionado»; sin embargo, Qatar parecía dispuesto a intentarlo.

Poco después, la FIFA decidió que se rompería la tradición y la Copa Mundial de 2022 se jugaría en los meses de noviembre y diciembre.

Muy pronto, Qatar demostró que era una potencia en ascenso incluso más allá del fútbol. Quince días después del voto del comité, varias revueltas populares comenzaron a extenderse por el norte de África.

Los líderes de Qatar –según lo describe Kristian Coates Ulrichsen, analista de cuestiones del Golfo en el Baker Institute– «se deleitaron con el éxito de haber conseguido los derechos para ser sede (…) de la Copa Mundial, y con el consiguiente reconocimiento internacional en alza que esto suponía», y entonces ayudaron a propagar la Primavera Árabe, siempre y cuando esta no representara una amenaza para las monarquías de la península arábiga.

Qatar financió a los islamistas del norte de África y ayudó a destituir al líder libio Muamar Kadafi. Unos años después, la decisión de Rusia de afianzar su poder sorprendió de nuevo a Occidente cuando Putin anexó Crimea en 2014, y una vez más cuando se inmiscuyó en las elecciones presidenciales de EE.UU. casi como si se tratara de una votación para la Copa Mundial.

Sin embargo, la aceptación por parte de la FIFA de este cambio geopolítico acarreaba sus riesgos, y Blatter no quería que Qatar fuera sede en 2022, sino que apoyaba la candidatura de EE.UU..

A los 81 años y con la salud deteriorada, durante un almuerzo curiosamente conmovedor en Zúrich, le contó a Conn en su inimitable inglés con acento suizo cómo se había sentido al abrir el sobre ganador y mostrar el nombre de Qatar:

«Mire la foto. No tenía una cara muy sonriente».

Jerôme Valcke, secretario general de Blatter –hoy expulsado del mundo del fútbol, como muchos otros personajes del relato de Conn–, había comentado en privado antes del voto:
«Si ganan Rusia y Qatar, estamos perdidos».

Los observadores de Europa y Norteamérica concluyeron que los votos se habían basado en sobornos. Tras la votación, Valcke escribió en un correo electrónico que Qatar había «comprado» la Copa Mundial. Cuando esto se filtró, dijo que había sido malinterpretado.

Incluso antes de que el comité ejecutivo se reuniera a fines de 2010, la prensa británica había comenzado a investigar un posible fraude electoral. Luego de la elección de Rusia y Qatar, Blatter y otros miembros de la FIFA descalificaron a quienes los acusaban tratándolos de malos perdedores, que no podían aceptar que sus países hubieran perdido la votación.

Hay verdad en esta acusación.

Pero los perdedores hicieron algunas revelaciones jugosas. Se supo que muchos funcionarios corruptos del fútbol de todo el continente americano habían sido lo suficientemente ingenuos como para tener cuentas bancarias en EE.UU., en especial en Miami.

Los hijos de Warner, por ejemplo, habían depositado repetidas veces sumas que estaban apenas por debajo del umbral de los 10.000 dólares, el monto para las transacciones que deben ser reportadas a las autoridades estadounidenses.

El discreto encanto de la traición

Cualquiera que opere en los bancos de EE.UU. está sujeto a su jurisdicción. El FBI comenzó a investigar si la FIFA era una «organización criminal influenciada por estafadores».

Quien se convirtió en soplón del FBI fue Chuck Blazer, que había descubierto el deporte llevando a entrenar a sus hijos en 1970, en Queens, Nueva York.

Conn lo conoció en 2009, en el Emirates Palace Hotel de Abu Dabi, autoproclamado «siete estrellas»; allí el obeso Blazer se desplazaba con su carrito eléctrico sobre los pisos de mármol. Blazer le insinuó a Conn que se había hecho rico por inventar las «smileys», caritas sonrientes amarillas que solían verse por todas partes en forma de calcomanías antes de la era de los emoticones digitales, lo cual era falso.

De hecho, se había enriquecido en su cargo de secretario general corrupto -bajo la presidencia de Warner- de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol, CONCACAF.

Conn relata que Blazer llegó a habitar un piso entero de la Torre Trump en Manhattan, y que mantenía un departamento solo para sus gatos. Pero un día, en 2011, mientras Blazer deambulaba por la calle 56 Este en su carrito eléctrico, los inspectores de impuestos le tocaron el hombro.

Pronto regresó al circuito de hoteles de lujo de la FIFA, pero esta vez como informante del FBI, llevando un grabador oculto «en su llavero, porque supuestamente era demasiado obeso como para que pudieran colocarle un cable alrededor del abdomen a la manera tradicional», escribe Conn.

Blazer murió en julio de este año, a la edad de 72 años.

El FBI y otros develaron casos de corrupción en la adjudicación de las sedes que se remontan muchos años atrás.

Al parecer, Alemania pagó sobornos para ser anfitrión en 2006, y lo mismo hizo Sudáfrica en 2010. Warner, Blazer y otro conspirador recibieron un pago de diez millones de dólares de Sudáfrica, disfrazado de apoyo para la «diáspora africana» del Caribe.

Warner también sostuvo que un enfermo Nelson Mandela de 85 años viajó a Trinidad para implorar su voto.

Las estatuas derribadas

 

 

 

 

 

 

 

 

De los 22 hombres que votaron por Rusia y Qatar en las elecciones de 2010, siete han sido acusados por las autoridades de EE.UU. de actos criminales; otro, el héroe del fútbol alemán Franz Beckenbauer, está bajo investigación en Suiza y Alemania en relación con la candidatura de su país para la Copa Mundial de 2006; el español Ángel María Villar fue arrestado en el marco de una investigación anticorrupción en julio de 2017 y otros cinco han sido sancionados por el propio comité de ética de la FIFA.

Havelange renunció en 2013 al puesto de presidente honorario de la asociación luego de que se revelara la existencia de sobornos. Murió en 2016, a los 100 años.

Las historias de corrupción siguen emergiendo. En junio de 2017, se filtró al diario alemán Bild un informe de 430 páginas sobre las elecciones de la Copa Mundial que había sido enviado al comité de ética de la FIFA en 2014.

La FIFA, que mantuvo oculto ese informe durante tres años, lo publicó entonces al instante, alegando «transparencia». El informe, escrito por el juez norteamericano Michael García, alegaba que Sandro Rosell, un asesor de Qatar que también había sido acusado de lavado de dinero, le había enviado dos millones de libras esterlinas a la hija de diez años de Ricardo Teixeira, ex-yerno de Havelange, miembro brasileño del comité ejecutivo y famoso por su avaricia.

Aun así, el informe señalaba:

«No existen pruebas que vinculen a Qatar con esos dos millones de libras».

El general soborno

El informe de García también halló que justo después de que Qatar fuera nombrado sede, un ex-miembro del comité ejecutivo les envió un correo electrónico de agradecimiento a funcionarios cataríes por una transferencia de varios cientos de miles de euros.

Es indudable que Qatar repartió favores y dinero entre los funcionarios del fútbol, pero lo mismo hizo la mayoría de los contendientes. Los europeos y estadounidenses solo se aseguraron de hacerlo dentro del marco de la ley. Para muchos miembros del comité ejecutivo, los sobornos eran el propósito real de las votaciones de la Copa Mundial.

La corrupción era el sistema de la FIFA. Sin embargo, Qatar cargó con la mayor parte de la culpa. Conn le atribuye esto en cierta medida al racismo antiárabe. Pero explicar el triunfo catarí solo a partir de los sobornos sería pasar por alto el considerable poder blando que tiene Qatar en sus amplios lazos económicos con Occidente, en especial luego de la crisis financiera de 2008.

De hecho, es probable que el voto del comité ejecutivo de 2010 se decidiera varias semanas antes en un almuerzo en el Palacio del Elíseo de París. Sentados a la mesa estaban el entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, el hijo del emir catarí y Michel Platini, el francés que dirigía la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol, UEFA.

Platini había entrado en el Elíseo pensando en votar por EE.UU. para 2022, pero Sarkozy lo convenció en cambio de apoyar a Qatar. Estaban en juego los acuerdos comerciales entre Francia y el país árabe y la propuesta catarí de hacerse cargo del problemático equipo de fútbol francés Paris Saint-Germain.

Platini pasó diligentemente el bloque de los cuatro votos europeos de EE.UU. a Qatar y eso definió el resultado. Al año siguiente, un ala del Estado catarí compró el Paris Saint-Germain y financió la compra de superestrellas.

Mejor aún, la emisora de deportes catarí bein Sports –que antes formaba parte de Al Jazeera– aceptó pagar un monto insólito de 607 millones de euros al año por los derechos para televisar los partidos de la liga francesa. Todavía hoy Qatar financia el fútbol francés.

Bein –que transmite en varios países, desde Egipto hasta EE.UU.– puede ahora ser considerada un arma tan poderosa del poder blando catarí como la misma Al Jazeera. Y como para complacer a todos, el hijo de Platini, abogado, consiguió trabajo en una compañía de ropa deportiva propiedad del Organismo de Inversiones de Qatar.

Esto forma parte de una historia más larga de cooptación de las elites occidentales por parte de autocracias. Los altos ejecutivos del fútbol todavía sobornan a algún no europeo, pero cada vez más seguido son sobornados por ellos.

Luego de este torrente de escándalos, la policía suiza montó las redadas de Zúrich de 2015. Sin embargo, días más tarde, mientras funcionarios de la FIFA destruían documentos en su sede central, Blatter, de 79 años, ganaba su quinto mandato presidencial en una elección digna de una farsa distópica.

Algunos delegados fotografiaron sus votos a favor de Blatter, supuestamente secretos, para enviárselos como prueba de lealtad. A esta altura, la presión de la prensa, el FBI y Suiza -harta de ser puesta en ridículo por la FIFA- se había vuelto insoportable.

Cuatro días después de su reelección, Blatter renunció. En diciembre de 2015, él y Platini fueron expulsados del fútbol. La caída de ambos no sorprendió a nadie: se descubrió que Blatter había sobornado a Platini con dos millones de francos suizos.

El factor Qatar

El fin del reinado de Blatter tuvo un efecto catártico, como la caída de la estatua de Saddam Hussein en 2003 en Irak, pero las viejas costumbres de la FIFA siguen en su mayoría intactas. En febrero de 2016, el congreso de la FIFA eligió como presidente a otro burócrata suizo, Gianni Infantino, luego de que este les dijera a los 209 presidentes de las federaciones nacionales: «¡El dinero de la FIFA es su dinero!», declaración que, según Conn, «suscitó aplausos espontáneos».

Muchos rasgos de Infantino recuerdan a Blatter: su dominio del sistema de patrocinio, su bonhomía multilingüe y su soberbia. En la era post-Blatter, el congreso de la FIFA aprobó algunas reformas, pero en mayo de 2017 no renovó los mandatos de los dos directores del Comité de Etica.

Esto no iba a ser una sorpresa para los agentes del FBI: el comité había estado investigando a Infantino por múltiples casos de malversación, y este desestimó las críticas de los medios tachándolas de «noticias falsas».

Tras las investigaciones del FBI, el Departamento de Justicia de EE.UU. sometió a juicio a funcionarios del fútbol de distintos países, sobre todo de Latinoamérica 2. En Suiza, hay fiscales que llevan adelante unas 25 investigaciones por supuesta corrupción ligada a la FIFA y a las elecciones de sede de la Copa Mundial.

Pero la presión mayor ya no está centrada en la FIFA. Casi no hay periodistas que se ocupen de cubrir a la organización con regularidad. Es probable que EE.UU. baje el tono mientras organiza en forma conjunta con México y Canadá la Copa Mundial de 2026. Y el gobierno de Trump no parece muy entrenado en temas de corrupción extranjera.

Sin duda, los escándalos han sido un duro golpe: la FIFA debió llenar los espacios publicitarios para la Copa Mundial en Rusia. Pero los costos de la organización siguen siendo bajos, y esta aún opera de la misma manera que siempre, aunque seguramente con menos cuentas bancarias en Miami. Muchas de las personas que reeligieron a Blatter en 2015 siguen ahí, buscando patrocinios. Putin concretó su Copa Mundial.

El único arreglo de la FIFA que podría cambiar es el acuerdo con Qatar para ser sede de la copa en 2022. Los líderes de Qatar habían anticipado un triunfo propagandístico. Hasta ahora, la experiencia ha demostrado ser la opuesta. Este país hasta hace muy poco desconocido figura ahora constantemente en las noticias por sobornos y por el sistema kafala de servidumbre no remunerada, bajo el cual trabajadores nepaleses e indios entregan sus pasaportes y arriesgan sus vidas por pagas mínimas en obras en construcción abrasadoras (Rusia usó trabajo esclavo norcoreano de facto provisto por Pyongyang para construir el estadio de San Petersburgo, pero esto recibió mucha menos atención).

La Copa Mundial de Qatar es un proyecto faraónico y urgente que depende en gran medida de las importaciones y el trabajo extranjero. Eso pone al país a merced de sus vecinos: el actual bloqueo económico por parte de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos es apremiante. Los celos cumplen un rol importante.

Los saudíes fueron más lentos que Qatar en entender el poder blando del fútbol. Solo ahora están creando un competidor panarábigo para la cadena Bein. La FIFA podría eliminar la pugna haciendo que la Copa Mundial de 2022 fuera un evento que abarcara todo el Golfo, dividiendo los partidos entre Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y otros.

Eso reduciría la presión sobre Qatar, fomentaría la buena relación entre vecinos y obligaría a todo el Golfo a limpiar sus sistemas de kafala, como está haciendo Qatar a paso vacilante. Un torneo conjunto traería reminiscencias de la exitosa cooperación de 2002 entre Corea del Sur y Japón, dos rivales históricos.

También respaldaría la retórica de la FIFA acerca de la capacidad del fútbol de unir a la humanidad (el fundamento de la larga campaña personal de Blatter por el Premio Nobel de la Paz).

El fútbol es una fuerza global casi tan poderosa como lo pretende la FIFA, y es por eso que las naciones en ascenso han puesto sus manos sobre él.

Fuente: Nueva Sociedad
Artículo publicado originalmente en The New York Review of Books, 28/9/2017.
Traducción de Virginia Higa.
Título y subtítulos de DRD.

Notas:

1.     Nation Books, Nueva York, 2017.

2.    El ex-presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), Juan Ángel Napout, fue condenado a nueve años de prisión [n. del e.].

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