De las joyas que nos ha regalado la derecha, son sus expresiones respecto de los funcionarios públicos, cuando el llamado “cerebro” de José Antonio Kast los calificó de “parásitos”, y las de ahora, cuando el jefe de campaña de Evelyn Matthei, Diego Paulsen, califica al gobierno como un gobierno de “atorrantes”.
El término atorrante parece ser un americanismo, cuyo origen podría remontarse a la construcción de las cloacas porteñas de puerto Madero, a cargo de la empresa francesa A. Torrant, y que habría servido de refugio para vagabundos e indigentes.
Tanto para el caso de los “parásitos” así como de los “atorrantes”, y como se sabe con precisión a qué se refieren, muestran un rostro de la derecha que uno podría presumir había eliminado: el“clasismo”. Y es que, se trata de una actitud que contradice lo que ha pregonado la vieja y la nueva derecha durante ya varios años, en dos sentidos.
Primero, han gastado litros de saliva y tinta, para decir que la izquierda se equivoca, y es anacrónica, al anclarse en el marxismo que divide la sociedad en clases sociales, en circunstancias de que son ellos la que la siguen dividiendo, en esas mismas categorías. Esto es abyecto, tanto en la forma como en el fondo.
En la forma, porque cuando no se puede combatir en el terreno de las ideas, se utiliza el insulto que descalifica, provoca y enrarece un clima que está a tope. Y en el fondo, porque en definitiva piensan o creen que existe una desigualdad natural imposible de corregir.
Segundo, porque de la mano de esa conducta, pregonan el “mérito” como vehículo de desarrollo y crecimiento. Pero no se lo asignan, en el fondo, a estos “atorrantes”, porque sabemos que creen -o al menos se esfuerzan en hacernos creer- que nacieron “así” y así se van a morir, como lo atestigua Joseph Stiglitz, cuando señala que el 90% de los jóvenes que ingresan a la Universidad de Columbia, son jóvenes ricos, que lo hacen porque pasan las pruebas de acceso, pero porque tuvieron las condiciones para hacerlo.
Confirma, además, que el 90% de quienes nacen pobres mueren pobres, y que el 90% de los que nacen ricos, mueren ricos, lo que significa que el talento se reduce solo al 10% de la población.
Esta actitud de la derecha es la más deleznable de todas. Pensar o creer que no hay diferencia entre las desigualdades heredades y las desigualdades merecidas, como dice Carlos Peña, y que, en definitiva, algunos nacieron para una cosa y otros para otra, como bien enseñan las instituciones asociadas al Opus Dei.
La derecha muestra su verdadero rostro en estas expresiones de refilón, que se hacen al pasar, como si fueran inofensivas. Aún cuando es un hecho de que son mayoría, dan cuenta de que están apretando las clavijas para gobernar solo a los suyos, solo con los suyos, quienes son de su clase, de su estirpe y de su alcurnia, y no para todo el país.
Menos aún para los parásitos, que los van a exonerar, ni para los atorrantes, que los van a aplastar. Lo primero lo digo en sentido literal, y lo segundo en sentido metafórico.
Al fin de cuentas, se trata de más alpiste para la fantasía del profesor Artés, cuando anticipa una revolución de los parásitos y atorrantes, frente a un posible -aunque probable- gobierno de las derechas.
Aunque es difícil, hay que tenerle miedo y respeto a las reacciones al desprecio.
(*) Profesor de Filosofía y Máster en Estudios Políticos Aplicados.




