El próximo gobierno de Michelle Bachelet se va a instalar en un país que se encuentra sometido a la tensión entre dos tendencias, una hacia un fortalecimiento de la Institucionalidad y otro hacia la Movilización, una tensión que atraviesa a los distintos sectores políticos. Se trata, ciertamente, de dos polos que se ordenan en diversos grados de radicalidad y que estructuran el espectro político desde el conservadurismo extremo hasta movimientos sociales y ciudadanos muy activos.
La presidenta electa ya ha comprometido una serie de reformas que pretenden mantener condiciones de gobernabilidad y, al mismo tiempo, satisfacer las demandas de los distintos sectores sociales, especialmente del mundo estudiantil.
Entre las muchas claves que determinarán los años venideros en Chile está, en primer lugar, la unidad de la Nueva Mayoría, un conglomerado diverso no exento de tensiones. Llevar adelante un proceso de reformas, escuchando a la calle.
Si bien el programa del nuevo gobierno apuesta a una nueva constitución para el país y a cambios sustanciales en cuestiones tan sensibles como la educación y las leyes tributarias, lo cierto es que muchas de ellas van a tener que ser consensuadas con sectores opositores en el parlamento.
La derecha chilena está lejos de ser un bloque compacto y uniforme, sin embargo, han demostrado históricamente gran cohesión ante reformas que llegan a considerar amenazas. El proceso de reformas se augura complejo y difícil, un camino no exento de riesgos.
La elección de la presidenta Bachelet ha mostrado, entre otras cosas, un amplio grado de desafección ciudadana hacia las prácticas democráticas. El abstencionismo es un síntoma que persiste, inquietante, en la democracia chilena.
Si bien la presidenta ha sido elegida por un amplio margen, lo cierto es que su votación, al considerar la totalidad del padrón electoral, desdibuja su aplastante triunfo. Esta es una mala noticia para el sistema democrático y requiere ser tomada muy en serio en el futuro inmediato.
El próximo gobierno de Nueva Mayoría tiene la tarea de demostrar que el apego a la Institucionalidad incluye la posibilidad de reformas democráticas serias y profundas.
Solo de este modo podrá exorcizar los fantasmas de dos décadas de gobiernos concertacionistas marcados por su incapacidad transformadora y una serie de malas prácticas que terminaron con su total descrédito.
El rostro amable de la presidenta electa Michelle Bachelet ha logrado desplazar a la derecha más dura de la Moneda, habrá que ver si es suficiente para encantar a los ciudadanos en un proceso de reformas democráticas en los años que vienen.
(*) Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS