Ha pasado más de un cuarto de siglo de la instauración a la fuerza de la doctrina neoconservadora para administrar las sociedades. Por el estado de la situación global se observa que con todo el espacio de poder a su disposición la doctrina ha fracasado y aún así está vigente. La pregunta es: ¿Por qué?
La única razón plausible es el totalitarismo que acompaña a la doctrina neoconservadora y que se hace invisible. Su popularidad en los círculos de la elite del poder responde al mismo resorte: ha sido una doctrina eficaz para contener la desestabilización que supuestamente conlleva el comunismo y entregarle gobernabilidad a las sociedades.
Aunque sean sociedades enclaustradas, con carencia de participación ciudadana en los diseños programáticos de los estados, son sociedades seguras y previsibles por el control que está detrás de una doctrina que funciona en base a la permanente amenaza de la desestabilización. Es totalitaria al estar inyectando el miedo por anticipación, como si la seguridad estuviera funcionando bajo la acción preventiva permanente. La (falsa) democracia funciona sólo para un lado: para el que acepta el sistema. Al disidente hay que aplicarle la acción preventiva para erradicarlo.
El neoconservadurismo contemporáneo comienza a incubarse rápidamente con el ascenso de la Unión Soviética como potencia mundial después de la Segunda Guerra.
Si bien surge a partir de la desacreditación de legiones de liberales y conservadores en su lucha contra el socialismo, que se une a la vertiente de liberales desencantados del socialismo estalinista, el germen proviene del triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 como una poderosa señal de la vulnerabilidad del sistema capitalista.
En el tráfico de regímenes políticos, desde el libertario al autoritario, que suceden entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial fuera de la órbita soviética, se destaca en el debate “cómo concebir una doctrina más eficaz para contener la ola bolchevique”. Frente a la realidad de una revolución rusa dura, pragmática, con un inicio eficiente, y un capitalismo mundial debilitado, la línea divisoria entre liberalismo y conservadurismo era inexistente o inocua. En la fusión, germina con más coherencia la idea conservadora de formar una oposición a ultranza al nuevo fenómeno de masas de asalariados fuera de la elite intentando dirigir y cambiar el sistema.
Por los fenómenos decantados en dos sociedades donde la ola bolchevique prosperó más, se podría postular que tanto Adolf Hitler en Alemania como Benito Mussolini en Italia sería el epítome del conservadurismo ultra agresivo que se opone al liberalismo más compasivo en la lucha contra el comunismo.
Frente a la actual crisis económica y política que no cede, el conservadurismo comienza a presentar sus rasgos más totalitarios encarnado en su formato más contemporáneo al que se la tendido a llamar neoconservadurismo. La agenda neoconservadora es preservar el aparato conceptual y operativo que le dio dividendos y que se corona con el desplome soviético y como extensión inmediata del fenómeno, la pérdida de credibilidad en el socialismo como sistema alternativo.
Esencialmente el neoconservadurismo consiste en instalar en la sociedad un pensamiento ideológico cuyo objetivo primordial es contrarrestar el desarrollo de las ideas desestabilizadoras del sistema capitalista. Esto se hace a través de agentes multiplicadores y difusores de ideas ubicados en posiciones de influencia y no necesariamente en contacto con la comunidad. En forma simple: estructurar a partir de un liberalismo muy tenue o contenido, un discurso de construcción social y política que permitiera contraponer a la idea de la reforma al capitalismo por la vía que fuera, sea liberal o socialista, y que permitiera reforzar en la sociedad su ideario esencial de la libertad individual, el libre mercado y la desestatización en el acto de gobernar.
La guerra fría como el neoconservadurismo, son herramientas creadas por la doctrina expansiva de la supremacía, que prevalece en la cultura política de las potencias coloniales que fundamentalmente se encuentran en el hemisferio occidental y en Japón, que es una nación imperialista por antonomasia.
Es así que el neoconservadurismo se convierte en la réplica, en cuanto a cultura política, a la fórmula estalinista del control a ultranza y la negación del pluralismo. En vez de desprenderse de ella, reinventa el conservadurismo en una perspectiva totalitaria al no aceptar una reforma al ideario esencial del capitalismo: libertad individual, libre mercado y desestatización.
El neoconservadurismo que se incuba en EEUU, Canadá y el Reino Unido especialmente, se transforma y expande por el mundo asumiendo diversos rostros y senderos, tiene en definitiva el mismo rasgo del totalitarismo al cual parecía combatir.
El neoconservadurismo encuentra en la guerra fría su ámbito ideal para su consolidación porque ésta aplica su foco en un enemigo bien específico y fácilmente identificable: el comunismo.
Con el fin de la guerra fría, la contención al comunismo de alguna forma no prosperó en la medida de establecer un dominio militar en el mundo acorde con el título de primera y única potencia, y en el plano económico los resultados tampoco han sido positivos.
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Por el contrario, con todo el poder a su disposición, el neoconservadurismo no ha sabido aprovechar en el mundo su poderío ni en el terreno político ni en el económico
En la única zona donde hay un cierto progreso y equilibrio es en Europa Occidental y aún así, la unidad de la comunidad europea es compleja como se ha visto en las dificultades de ratificar los tratados pilares de unidad. En el resto de Europa, la zona desmembrada de la tutela soviética en 1991 es un popurrí para todos los gustos. Hay países económicamente inviables y políticamente proto fascistas como Hungría, o modelos de un capitalismo subsidiado por Europa Occidental como son los casos de Georgia, Ucrania, Romania y Bulgaria o los países de la Ex Yugoslavia.
La idea central en el neoconservadurismo es re-posicionar a EEUU como la mayor potencia política y militar. La segunda consiste en profundizar a escala mundial los ejes del ajuste estructural de la década de 1980: privatizar, desregular y abrir zonas de libre mercado. Subsidiariamente, las intervenciones en Afganistán, Irak, Siria, el bloqueo a Irán, el acoso a China y Rusia por distintas vías, permiten posicionar poder estratégico Transatlántico en una amplia zona de gravitación, para expandir el control e incorporar nuevos territorios y recursos al circuito económico.
Según los estudios elaborados bajo el proyecto “Support to Economic Growth and Institutional Reform” (SEGIR), se deben contar en los términos de la globalización, a vastas regiones, partiendo por las del mundo árabe e islámico, que hasta el momento permanecen bajo estructuras políticas arcaicas y poco previsibles.
La incorporación de nuevos capitales y mercados con democracias a la occidental, deberían funcionar como dos tenazas en pos de la supremacía global en un capitalismo comandado bajo la doctrina neoconservadora y en clave de gobernabilidad totalitaria. En este sentido la amenaza de la desestabilización es una prioridad.
Cada vez que el mundo verdaderamente progresista rechaza el expansionismo de cualquier orden y se agrupa para contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica de la Alianza Transatlántica, se relanza la guerra fría, se relanzan odios políticos destructivos. Es el caso de esta elección presidencial en Chile para esta segunda vuelta. Los enemigos de Michelle Bachelet están en todas partes y una gran cantidad de chilenos esperan que sean los menos. El 15 de diciembre se sabrá.
Elección Presidencial: Neoconservadurismo o Variaciones Sofistas del Fascismo (Parte I)