domingo, diciembre 22, 2024
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El Nuevo Tiempo de la Izquierda (I)

La intención de este libro es contribuir a esclarecer la verdad histórica sobre los procesos políticos desde los años 60, especialmente el rol jugado por el Partido Comunista de Chile, tan minimizado y tergiversado en las últimas décadas por dirigentes políticos e historiadores.

Se realiza una crítica ineludible a las posiciones anticomunistas y de exclusión sostenidas por algunos sectores políticos que son hoy nuestros aliados en la Nueva Mayoría. Tales posiciones no solo dañaron a los comunistas y a la izquierda, sino que frustraron la democracia y demoraron importantes medidas de justicia social, por eso hay que desterrarlas para siempre para poder avanzar en los desafíos de hoy.

En esta presentación quiero comentar tres afirmaciones del libro.

1) El proyecto de la Unidad Popular era viable, y el golpe de estado se podía evitar.

Algunos dirigentes políticos e historiadores defienden el punto de vista contrario. Tomás Moulián, por quien tenemos gran respeto, señala que la Unidad Popular era un proyecto demasiado avanzado, cuya realización requería una alianza con la Democracia Cristiana, pero lo impidió el proceso de radicalización de los 60, que generó una izquierda maximalista y una DC antialiancista. Agrega que al ganar la UP en 1970, se debió haber renegociado el programa con la DC para ampliar la alianza, lo que hacía habitualmente un presidente electo para enfrentar mayorías adversas y ser ratificado por el Congreso Pleno.

Nuestra opinión es que la radicalidad del proyecto de la Unidad Popular respondía plenamente a su tiempo y a las necesidades del desarrollo nacional, y sintonizaba con las tendencias ideológicas y políticas predominantes en Chile y en el mundo y con las peculiaridades históricas del movimiento popular.

Un proceso antiimperialista y antioligárquico con vistas al socialismo no era signo de maximalismo, sino el resultado de la influencia de las ideas de izquierda en el mundo. Pueblos politizados, simpatía por el socialismo, un bloque socialista en Europa, la Revolución Cubana en América Latina; el movimiento internacional de solidaridad con Vietnam; las luchas de mayo de 1968 en París; los combates contra el racismo encabezados por Martín Luther King en Estados Unidos; los procesos renovadores impulsados por el Concilio Vaticano II; los procesos de liberación nacional que desintegraron el colonialismo e hicieron surgir el Movimiento de Países No Alineados.

Por su parte, Chile bullía con luchas diversas por cambios estructurales. El primer congreso del Movimiento Latinoamericano de los Cristianos por el Socialismo realizado en Chile en mayo de 1972 resolvía “destruir la aparente legitimidad del capitalismo a que están acostumbrados la mayoría de los países del Tercer Mundo”. Se fortalecían las posiciones de izquierda en el Partido Radical, su precandidato presidencial Alberto Baltra manifestaba su simpatía por el socialismo.

La Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva llevaba a cabo procesos de reforma agraria y sindicalización campesina, la chilenización del cobre, avances en la organización poblacional, creaba el impuesto patrimonial a las grandes fortunas, condenaba la intervención militar norteamericana en Santo Domingo.

La JDC participaba con las juventudes de izquierda en la marcha en solidaridad con Vietnam y en la lucha por la reforma universitaria. Una fuerte corriente democratacristiana levantaba la bandera del socialismo comunitario, que se expresó en 1970 en la candidatura presidencial de Radomiro Tomic.

En ese contexto y evaluando las negativas experiencias de coaliciones hegemonizadas por otras fuerzas, socialistas y comunistas concordaban en garantizar dentro de la Unidad Popular la hegemonía de los partidarios de transformaciones anticapitalistas y del socialismo, y esa era también la concepción del Presidente Allende. Por eso apostaron al éxito de la coalición tal como se constituyó en 1969, y la victoria del 70 ratificó la justeza de esta decisión.

A propósito de ello, Luis Corvalán recuerda que cuando se buscaba el candidato común de la Unidad Popular en 1969, se rumoreó que los comunistas preferían como candidato a Radomiro Tomic. Para despejar dudas, Corvalán declaró públicamente: “Con Tomic ni a misa”, fundando sus palabras en el ahondamiento de las diferencias y desacuerdos con el gobierno de Frei, en la radicalización del pensamiento político del pueblo, y en el crecimiento de la Unidad Popular, que había forjado condiciones tan favorables que habría sido absurdo levantar o apoyar un candidato que no fuera de sus filas.

El ministro Jorge Burgos aludió a esta frase en julio de este año al comentar el libro de Ignacio Walker “La Democracia Cristiana que queremos, el Chile que soñamos”, diciendo que Corvalán se había retractado, y agregó que nos habríamos evitado muchas misas de duelo durante la dictadura “si la Unidad Popular hubiese aceptado ir a misa con Tomic”.

Efectivamente, el compañero Corvalán en su libro “El gobierno de Salvador Allende” (2003), mencionó que el sectarismo impidió consolidar y ampliar los vínculos y acciones comunes con la DC al comienzo del gobierno popular. Pero Burgos omitió la fundamentación de Corvalán sobre su frase, y tampoco habló del debate en la Junta Nacional de la DC en mayo de 1969 acerca de que decisión adoptar en las elecciones presidenciales de 1970.

En esa Junta ganó la tesis del “camino propio”, después que Frei se vió obligado a intervenir para derrotar “la posición de la mesa directiva que presidía Fuentealba, apoyada por rebeldes, terceristas y tomicistas, que propiciaba la unidad con los partidos de izquierda (…) con un abanderado que no necesariamente tenía que pertenecer al partido”, como indica Ignacio Gonzalez Camus en su libro “Renán Fuentealba. En la génesis de la Concertación”.

** En el “camino propio” de la DC pesaba el anticomunismo. Augusto Varas afirma, basado en el libro de George Greyson “El Partido Demócrata Cristiano Chileno”,  que el anticomunismo se expresó tempranamente en su líder, Eduardo Frei Montalva, y se intensificó al crecer la DC. En 1958, Patricio Aylwin afirmaba la ‘absoluta incompatibilidad y contradictoria relación’ de los fines de la DC con los de la derecha y el marxismo.

El Informe Church establece que en los 60 el gobierno de Estados Unidos apoyó de diversas formas al PDC, que fue definida como la principal fuerza política chilena para la estrategia de contención del comunismo. Tan intensa fue esta injerencia que durante la Unidad Popular la DC dejó de lado el “camino propio” y se alió con la derecha para derrocar el gobierno popular. Desde un ángulo distinto, Ricardo Nuñez corrobora esta tendencia al subrayar que “la matriz identitaria de la DC estaba en el legado de la Falange Nacional” y además, en el “aporte de (…) la Democracia Cristiana alemana e italiana (…) que estaban en disputa abierta y declarada con la izquierda, comunista y no comunista. Esas experiencias, creo yo, influyeron demasiado en Frei”. (“Ricardo Nuñez. Un socialista de nuestros tiempos”).

Como bien señala Moulián, el éxito de la vía institucional requería entendimientos entre la UP y la DC. Allende se empeñó en ello, pero sin transar su proyecto, y logró notables resultados durante 1971 y parte de 1972, que demostraron que era posible la realización del programa y que una alianza formal no era indispensable. Bastaba darle continuidad a los entendimientos, pero éstos fueron bloqueados por el PS y por el sector conservador de la DC.

** Entre las peculiaridades históricas del movimiento popular, se encuentra en primer lugar un fuerte movimiento obrero que proclama el socialismo como su objetivo, primero enarbolado por el Partido Obrero Socialista (POS) fundado por Recabarren en 1912 y también por la Federación Obrera de Chile (FOCH); más tarde por el Partido Socialista, que se suma en 1933 a las fuerzas que luchaban por el socialismo; y en los años 60 por otras fuerzas políticas, la mayoría de las cuales conformaron la Unidad Popular. Ilustran lo mismo el petitorio levantado por la sublevación de los marinos y suboficiales de la Escuadra Nacional en 1931, que incluía dividir las tierras productivas, suspender el pago de la deuda externa, redistribuir parte de los capitales de las Cajas de Crédito, las Agencias Fiscales, las Mutuales de la Armada y del Ejército, para invertirlos en industrias productivas y así dar trabajo a los desocupados; y el manifiesto del movimiento cívico-militar que instaló la República Socialista en 1932, que se proponía “organizar técnicamente la fuerza productora bajo el control del Estado, establecer ampliamente la justicia social y asegurar a todos los chilenos el derecho a la vida y al trabajo (…) iniciar la construcción de una sociedad mejor que la actual”, modificando el sistema tributario y gravando las grandes rentas.

Otra peculiaridad era la participación e incidencia del movimiento popular en la institucionalidad estatal, ejemplos de lo cual fue la influencia electoral del PCCh en los años 20; la constitución en 1925 de la Convención Nacional de Asalariados, cuyo candidato presidencial, el Dr. José Santos Salas, oficial médico del Ejército de ideas de izquierda, obtuvo un 28,46% de los votos; y el nacimiento en 1936 del Frente Popular, que llegó al gobierno en 1938 con Pedro Aguirre Cerda.

*** La derecha y un sector democratacristiano sostienen que una de las causas del golpe fue el quebrantamiento reiterado de la legalidad por la UP. La declaración oficial de la DC (calificada después de “pecado de ingenuidad”), y la carta de Frei a Mariano Rumor, avalaron las fabulaciones golpistas del Plan Zeta, del “ejército paralelo” y de la preparación de una “dictadura comunista”, y sostuvieron que el gobierno de la UP fue minoritario y estuvo cerrado al diálogo.

Si bien hubo sectores, dentro y fuera de la UP, que intentaron sobrepasar la vía institucional, el gobierno se ciñó a su programa y respetó la legalidad. La violencia y el terrorismo vinieron de grupos de derecha respaldados por la CIA.

Tampoco la UP era minoritaria ni cerrada al diálogo. La suma de los votos de Allende y Tomic, un 64,7%, mostró que había una contundente mayoría ciudadana que estaba por los cambios. Luego la UP aumentó de 36,6% a más del 50% en las elecciones municipales de 1971; y en marzo de 1973 obtuvo un 44%, en plena escalada desestabilizadora. Pero la correlación real de fuerzas iba mucho más allá. Si el gobierno pudo ratificar su triunfo en el Congreso Pleno y ejecutar importantes medidas de su programa, fue porque una amplia mayoría de chilenos lo respaldaba, y porque se conversaba y llegaba a acuerdos con la DC.

** Haciendo pie en la opinión de Joan Garcés, el verdadero problema fue que la dirección del PDC que firmó un acuerdo con Allende y le votó Presidente en el Congreso, y apoyó la realización de varias de sus medidas, respondía a los intereses nacionales. Tres años después la situación había cambiado, se había impuesto una dirección que respondía a los intereses de un sector de la DC italiana, integrado en el sistema de poder norteamericano en Europa y en América Latina.

La nueva llegada de la izquierda al poder en América Latina, esta vez a través de elecciones, con un programa que se proponía avanzar al socialismo por una vía institucional, puso en peligro el sistema de dominación mundial de Estados Unidos al constituirse en ejemplo para otros países como Italia y Francia, en los que se desarrollaban procesos similares al chileno. Esa fue la razón por la cual el gobierno de Estados Unidos decidió tempranamente acabar con el gobierno de Allende, convirtiéndose en el protagonista principal del golpe de estado. Sin embargo, no era posible un golpe de estado sin la participación democratacristiana; tal como afirma Renán Fuentealba, el acuerdo de la Cámara de Diputados de agosto de 1973, que declaró la inconstitucionalidad del gobierno popular, significó dar “luz verde” al golpe.

El Informe Church ha documentado la intervención norteamericana entre 1962 y 1973 en la política chilena, aunque la injerencia previa desde 1945 no se conoce tanto. El libro “Soberanos e Intervenidos” de Joan Garcés consigna con rigurosidad tal intervención durante los gobiernos de Juan Antonio Ríos, Gabriel Gonzalez Videla y en otros momentos. Nuestra conclusión es que el PCCh no aquilató en toda su dimensión la fuerza de la intervención norteamericana, antes del golpe y después en la “transición pactada”. Coincidimos con Joan Garcés en que uno de los vacíos del acervo teórico-político de los partidos de la Unidad Popular, fue “la defensa de la nación como totalidad frente al asedio de una potencia extranjera”.

2) La llegada de la democracia se frustró debido a la transición pactada con Pinochet y el gobierno de Estados Unidos.

Las condiciones impuestas por el dictador y los norteamericanos fueron la mantención de la Constitución pinochetista, la exclusión del PCCh y la impunidad del dictador y sus secuaces, las que fueron aceptadas por democratacristianos y socialistas en las conversaciones iniciadas a partir de 1984 y 1985.

Las protestas nacionales de 1983 habían intensificado la preocupación del gobierno estadounidense por lo que estaba sucediendo en Chile, y ello comenzó a manifestarse pública y reiteradamente desde 1984.

Ayudan a hacerse un cuadro las declaraciones de personeros norteamericanos que consigna en sus estudios Carlos Portales Cifuentes (director en los años 80 de la revista Cono Sur de Flacso Chile), así como algunos recuerdos de Luis Corvalán.
 
El 30 de octubre de 1984 el Departamento de Estado anunció que se estaba “revisando como los acontecimientos recientes (en Chile) podrían afectar los intereses norteamericanos”. El 7 de noviembre de 1984, al día siguiente de la declaración de estado de sitio en Chile, el Departamento de Estado criticó “el creciente ciclo de violencia por parte de la extrema izquierda y las medidas represivas del gobierno” e instó “tanto al gobierno como a las fuerzas democráticas fuera del gobierno a que superen sus diferencias y avancen hacia un consenso sobre la transición hacia la democracia”.

El 26 de noviembre, el vocero de la Casa Blanca, Larry Speakes, informó que habían señalado al gobierno militar que “quisiéramos verlos moverse hacia un ordenado retorno a la democracia”. El 28 noviembre, el vocero del Departamento de Estado, John Hughes, llamó a “las fuerzas que favorecen el retorno a la democracia a renovar esfuerzos para abrir discusiones sobre calendario y procedimientos para devolver la democracia a Chile”. El 30 de noviembre visitó Chile el Secretario Alterno para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, James Michel, quien exploró las posibilidades de acuerdo entre dictadura y oposición en reuniones con funcionarios de gobierno y dirigentes opositores. En febrero de 1985 hizo lo propio Langhorne Motley, Secretario de Estado Adjunto del gobierno de EE.UU., quien se reunió además con el cardenal Juan Francisco Fresno.

Después de la reunión de febrero con el enviado norteamericano, el cardenal Fresno a mediados de 1985 coordinó reuniones, individuales y colectivas, con el Partido Demócrata Cristiano, Partido Socialista de Briones, Partido Radical, Partido Radical Social Demócrata, Unión Nacional (Andrés Allamand), Partido Liberal, Partido Republicano, Renovación Nacional de Carmen Saenz, con el objetivo de buscar una salida pactada a la dictadura, suscribiéndose al término de ellas el “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia”, publicado en La Segunda el 26 de agosto de 1985 y vuelto a publicar como separata diez años después, en la que José Zabala, uno de los 3 delegados del cardenal, describió con detalle este proceso.

Las reuniones acordaron: 1. “la exclusión -no la proscripción- del Partido Comunista, aunque renuncie a la vía violenta”, 2. la búsqueda de “reformas básicas a la Constitución de 1980, más que su repudio”, y 3. “asegurar que, respetando la justicia no habrá venganza, ni tribunales especiales para los delitos cometidos”.

Los comunistas estaban excluidos de antemano de la transición pactada. Su principal artífice, Edgardo Boeninger, planteó en una carta a su partido que era obligatorio excluir al PCCh por su política de “lucha armada”, pero “aunque renunciara (…) a dichas posiciones (…) no se le puede dar cabida en los acuerdos políticos de sustentación democrática o de gobierno futuro ni en la mesa de negociaciones con las FF.AA. Su presencia es absolutamente inaceptable para éstas, lo que constituye un factor decisivo en la política chilena actual”.

Agregaba la disposición “de aproximarse ‘al PS-Almeyda, a condición de que renuncie a formar parte del MDP, vale decir, que se independice del PC y del MIR, lo que parece altamente improbable pero en ningún caso imposible’ ”.

Por su parte, Camilo Escalona, dirigente del PS Almeyda, justificaba la exclusión diciendo que el PCCh “llegó muy tarde a la política del NO”, y tuvo “una conducta fuertemente voluntarista”, que facilitó “las políticas excluyentes en el seno del nuevo agrupamiento democrático”, influyendo negativamente en la negociación (…) entre la Concertación y los voceros del régimen (…) que se estableció al comienzo del año político de 1989”. No eran fundamentos serios que justificaran la exclusión del PCCh; el propio Escalona constataba que la izquierda fue “actor insustituible” de la lucha democrática, sin su “corajuda resistencia al despotismo no se habría construido una salida política a la dictadura”. Pero además se situaba la negociación con la dictadura “al comienzo del año político de 1989”, y no en 1984-1985 como sucedió.  

** Se ha argumentado también que el PCCh siempre luchó institucionalmente en su historia, y con la PRP viró hacia una política ultraizquierdista, avalando su exclusión.

La verdad es que la creación de un nuevo Estado antidemocrático diseñado para evitar el acceso de la izquierda al gobierno, hacía imposible conquistar espacios dentro de la institucionalidad. Por eso nació la PRP, que fue determinante para desarrollar una movilización popular multitudinaria que se cruzó en el itinerario de Pinochet y aceleró su final. Alfredo Riquelme y Ricardo Nuñez así lo reconocen.

3) El nuevo ciclo político es también el nuevo tiempo de la izquierda.

En Chile cursa un nuevo ciclo político, cuyo factor desencadenante fue la explosión social del 2011, en especial la movilización por educación pública gratuita y de calidad, confluyendo con el proceso de convergencia y unidad de las fuerzas de centroizquierda. La Concertación el 2009 asumió una conducta opositora al quedar fuera del gobierno, y la DC estuvo obligada a desechar su histórico rechazo a los entendimientos con los comunistas (con la oposición de Boeninger y un sector DC minoritario), lo que permitió pactar en las elecciones municipales de 2008, y después el 2009 en las elecciones presidenciales y parlamentarias, eligiéndose tres diputados comunistas. Luego vino la constitución de la Nueva Mayoría en 2013.

El proceso iniciado el 2011 cuestionó profundamente los pilares del modelo neoliberal, como lo reconocen dirigentes empresariales y diversas mediciones de opinión pública, entre ellas las de Latinobarometro, de la Facultad de Economía de la USACH, el Informe 2015 del PNUD.

El ministro de hacienda de Pinochet, Sergio de Castro, constata que “los pilares del sistema -esto es, libertad de emprendimiento, derecho de propiedad, el principio de subsidiariedad y la libre competencia- están siendo amenazados por un embate ideológico de envergadura que pretende imponer” un “regimen estatizante”; y agrega que “los problemas de colusión y otros de este estilo se están usando como pretexto adicional para atacar el modelo y virar más hacia la izquierda”. (La Segunda, 13 de noviembre)

El nuevo ciclo se ve reforzado por los cambios positivos en el panorama mundial, como los avances hacia el multipolarismo, la contención de los planes agresivos de Estados Unidos y la OTAN debido a la incidencia política y militar creciente de Rusia y China, el surgimiento del bloque del BRICS, nuevo aliado estratégico de CELAC. Un cambio principal es el viraje a la izquierda en América Latina con el ascenso de gobiernos de izquierda y centroizquierda, y la emergencia de procesos y mecanismos de integración independientes de Estados Unidos, como UNASUR, CELAC, Banco del Sur, Petrocaribe. No es menor que se impusiera por primera vez la participación de Cuba en la Cumbre de las Américas celebrada en mayo de 2015 en Panamá, y que Estados Unidos reconociera el fracaso de la política de bloqueo contra Cuba mantenida durante 50 años, y restableciera con la isla relaciones diplomáticas.

En las raíces del nuevo ciclo se encuentran la lucha irrenunciable del PCCh y de otros sectores de la izquierda por la revolución y el socialismo, la crítica y oposición intransigente a la transición pactada, el impulso permanente de la lucha social y de la unidad de las fuerzas democráticas.

Ello se reflejó en miles de pequeños y grandes combates durante el duro y largo tránsito hacia el nuevo ciclo recorrido durante los gobiernos de la Concertación en condiciones de exclusión, mezquindad política, cogobierno con la derecha y predominio del mecanismo del “voto útil”.

Al morir Gladys Marín, el historiador Gabriel Salazar calificó despectivamente la inédita masividad de sus funerales como “respeto por el pasado”, y La Nación dijo que “el PC ya cumplió su rol dejándonos un legado”. Los sucesos posteriores, entre ellos la vuelta de los comunistas al Parlamento, la victoria de la Nueva Mayoría y la asunción de un gobierno comprometido con un programa “democrático, reformador y de vocación social”, con participación comunista, evidencian que el PCCh continúa cumpliendo su rol.

** El modelo neoliberal se ha debilitado, pero todavía conserva pilares sólidos, como su poderío mediático. Ricardo Nuñez afirma autocríticamente que: “La hegemonía política y cultural de la derecha, de los grupos integristas, de los sectores más recalcitrantes de la derecha sigue ahí, no ha sido derrotada en la conciencia de muchos chilenos, incluidos sectores amplios del mundo popular”.

Otro importante pilar es la política de consensos con la derecha en que se empeña un sector minoritario de Nueva Mayoría nostálgico de la Concertación, al que Sergio Aguiló describe “como ex ministros, ex voceros de los partidos de la vieja Concertación” que “han formado coro con los principales voceros de la derecha y con el gran empresariado para rechazar, algunas veces con violencia y fuertes críticas, las transformaciones igualitarias que se ha propuesto este gobierno”.

Refiriéndose a la voluntad expresada por la Nueva Mayoría de caminar hacia un candidato único en las próximas elecciones presidenciales, Ignacio Walker y Gutenberg Martinez han declarado que la DC resolvió un acuerdo político y programático para apoyar al gobierno de Michelle Bachelet, y si la Nueva Mayoría se quiere proyectar al futuro, debe decidirlo la Junta Nacional.

Posición muy diferente de la expresada en la declaración de los presidentes de los partidos de la Concertación el 5 de octubre de 2011, que manifestó su “voluntad de concurrir a la conformación de una nueva mayoría para cambiar Chile junto a otros actores sociales y políticos del centro y la izquierda con quienes lleguemos a concordar un proyecto de país”.

** Nuestra opinión es que el nuevo tiempo de la izquierda es una perspectiva abierta y una oportunidad, más que un fenómeno acabado. Hoy exige cumplir con el programa, consolidar los avances y abrir camino a una alianza de centro-izquierda más estable y permanente.

La confrontación de la Nueva Mayoría con la derecha y los poderes fácticos, así como su disputa interna, pueden tener un desenlace positivo apoyándose en las condiciones favorables del nuevo ciclo: los avances en la subjetividad ciudadana, la crisis de la derecha, la unidad y la proyección de la centroizquierda, los cambios que se están llevando a cabo en la institucionalidad política: el cambio del binominal ya realizado, la reforma laboral y una nueva Constitución. Pero la principal condición favorable es la lucha conjunta de los movimientos sociales y de la izquierda empujando el cumplimiento del programa.

** El nuevo ciclo ha hecho resurgir la posibilidad de un proceso de transformaciones anticapitalistas con vistas al socialismo, lo cual exige que la izquierda precise su rumbo estratégico en torno a la relación entre gobierno y poder, y entre reforma y revolución.

Buena parte de América Latina recorre hoy la vía político-institucional para los cambios que inauguró la Unidad Popular. Compartimos la opinión de Valter Pomar, dirigente del PT de Brasil, de que “es posible transformar victorias electorales en gobiernos que acumulen fuerzas en dirección al socialismo”, ya que “la derrota de experiencias como la de la Unidad Popular (…) no permite concluir la inviabilidad de un camino estratégico; permite apenas concluir que, actuando bajo determinadas condiciones históricas y con determinadas opciones, la izquierda fue derrotada”. La novedad –agrega- es la constitución, entre 1998 y 2009, de una correlación continental de fuerzas que permite limitar la injerencia externa.

Recorrer exitosamente la vía político-institucional en Chile coloca como desafíos:

1) anteponer una política más enérgica en defensa de la soberanía nacional y del derecho a resolver nuestro futuro sin la intervención del gobierno norteamericano, y  en defensa de las perspectivas de integración latinoamericana;
 
2) priorizar los cambios institucionales del programa (nueva Constitución, reforma laboral, y otros) para eliminar la herencia dictatorial en el aparato estatal;

3) legitimar el derecho de la centroizquierda, que logró articular una mayoría político-electoral y ganar el gobierno, de avanzar hacia la conquista del conjunto del poder estatal, conducir el gobierno, ser mayoría en el Parlamento e incidir en la generación, composición y funcionamiento de todas las instituciones del Estado. Los grupos políticos dominantes definen este objetivo como totalitario y antidemocrático, a pesar que ellos detentan la totalidad del poder estatal, y  

4) combatir el apoliticismo generado por la dictadura, la transición pactada y las relaciones entre las grandes empresas y la política, que es reforzado por quienes como Gabriel Salazar, desde supuestas posiciones de izquierda, predican el apoliticismo y atacan a los partidos de izquierda, coincidiendo con el apoliticismo de los sectores conservadores, que es funcional al sistema.

(*) Sociólogo. Presentación de su libro El Nuevo Tiempo de la Izquierda, Instituto de Ciencias Alejandro Lipschütz, jueves 26 de noviembre

 

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