“El llamado Estado Islámico no tiene nada de misterioso… Hoy por hoy es tal vez el fenómeno más estudiado y analizado de todo el mundo”, dice Gilbert Achcar, profesor de Estudios sobre el Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de Londres.
Achcar, nacido en Líbano, antes de ingresar en la SOAS enseñó en la Universidad de París VIII y es uno de los comentaristas más destacados sobre Oriente Medio. Ha escrito y editado varios libros, entre ellos Perilous Power, una conversación con Noam Chomsky sobre Oriente Medio y la política exterior de EE UU; The Arabs and the Holocaust, aclamado por la crítica, y The People Want, sobre la revuelta árabe.
En una entrevista con The News on Sunday (TNS), analiza la revuelta árabe y el ascenso del Estado Islámico (EI).
TNS: En torno al Estado Islámico o Daesh se tejen muchos mitos. Los teóricos de la conspiración lo presentan como un caballo de Troya imperialista. Otros ven en él un instrumento de los saudíes. Todos los analistas serios, sin embargo, señalan su relación con la guerra de Iraq. Algunos de ellos destacan el papel del régimen de Bachar el Asad en la aparición del EI. ¿Qué opina usted del misterio que rodea al EI y sus vínculos dudosos con fuerzas tan dispares?
Gilbert Achcar (GA): El llamado Estado Islámico es, ante todo, una continuación de Al Qaeda en Iraq. Es fácil trazar los orígenes de Al Qaeda hasta Arabia Saudí, por supuesto. No olvidemos que 15 de los 19 autores de los atentados suicidas del 11 de Septiembre de 2001 eran ciudadanos saudíes. Sin embargo, esto no significa que el reino saudí planeara y ejecutara aquellos atentados, desde luego. La historia es harto conocida: cuando participaba en la lucha contra la ocupación soviética de Afganistán, Osama bin Laden –vástago de una familia rica saudí– recibió el apoyo de Arabia Saudí, así como de la CIA y del servicio secreto paquistaní. Se volvió en contra de Arabia Saudí en 1990 con motivo de la intervención militar de EE UU contra el Iraq de Sadam Husein. Se opuso a la decisión saudí de acoger tropas estadounidenses en su territorio y desde entonces se convirtió en enemigo jurado de la familia real saudí, al tiempo que Al Qaeda dejó de ser un grupo antisoviético para convertirse en una organización antiestadounidense.
Cuando EE UU ocupó Iraq en 2003 y empoderó a fuerzas chiíes proiraníes como el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq y el partido Dawa, que eran aliados de Washington, esto provocó un profundo resentimiento entre los árabes suníes. Este resentimiento contra la ocupación estadounidense se exacerbó por el hecho de que Irán estaba aprovechándose de ello para extender su influencia, preparando el terreno para el crecimiento de Al Qaeda en las regiones árabes suníes. Un proceso paralelo fue la intensificación de la ideología antichií de Al Qaeda. El sectarismo antichií es un elemento fundamental del wahabismo, la ideología oficial de Arabia Saudí. De hecho, la doctrina de Al Qaeda no es más que una versión extrema del wahabismo, enfrentada a la versión oficial preconizada por la dinastía reinante en Arabia Saudí. Así, Al Qaeda pasó a actuar tanto contra la ocupación estadounidense como contra la población chií en Iraq.
La presencia creciente de Al Qaeda en Iraq suponía un importante desafío para los ocupantes estadounidenses, ya que estos habían invadido Iraq con el pretexto, entre otros, de golpear a Al Qaeda. El gobierno de Bush había declarado que ésta contaba con el respaldo del régimen de Sadam. La verdad, sin embargo, es que en el momento de la invasión de EE UU apenas había actividad de Al Qaeda en Iraq. Bajo la ocupación estadounidense, Al Qaeda no solo surgió como fuerza en Iraq, sino que logró hacerse con el control de amplias zonas del país. En esto le ayudaron los conocimientos de muchos antiguos miembros del aparato militar y de seguridad de Sadam Husein. El odio común a la ocupación estadounidense y la animosidad compartida y sectaria contra los chiíes llevaron a un gran número de antiguos leales de Sadam Husein a unirse a Al Qaeda. En 2006, la organización pasó a denominarse Estado Islámico de Iraq (ISI). Después, EE UU cambió de estrategia y comenzó a empoderar a las tribus árabes suníes, suministrándoles dinero y armas. Cuando esas tribus se pasaron al bando de EE UU, los ocupantes lograron marginar al ISI o incluso a derrotarlo completamente.
TNS:¿Cómo es que se recuperó si había sido casi derrotado?
GA: Dos hechos destacados de 2011 explican esta recuperación. Por un lado, a finales de ese año las tropas estadounidenses se fueron de Iraq en un clima de fracaso total, dejando atrás un país destrozado, cada vez más dominado por Teherán, el archirrival regional de Washington. Libre de la tutela estadounidense, el gobierno proiraní de Maliki aplicó su propia política sectaria chií, soliviantando de nuevo a los árabes suníes. Maliki consiguió revertir muy rápidamente lo que EE UU había logrado en los años anteriores a su retirada. En 2012, los árabes suníes de Iraq protagonizaron acciones masivas de carácter pacífico de una magnitud impresionante, pero el gobierno de Maliki se negó a ceder ante ninguna de sus reivindicaciones. Esto creó el terreno abonado para el resurgimiento del ISI en Iraq.
Por otro lado, a finales de 2011, la revuelta en Siria empezó a transformarse en resistencia armada cuando las crecientes deserciones del ejército sirio brindaron la posibilidad de oponerse con las armas a la represión cada vez más violenta del régimen de Asad. En 2012, Siria se sumió en una guerra civil, y aprovechando esta oportunidad, los remanentes del ISI entraron en Siria y crearon la rama siria de Al Qaeda, el Frente Al Nusra, escindiéndolo más tarde para fundar el Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS, en inglés, o Daesh en árabe), posteriormente convertido en “Estado Islámico”. Un factor importante en este proceso es el hecho de que el régimen sirio facilitara la penetración de Al Qaeda en Siria, después de haber facilitado la infiltración de militantes de Al Qaeda en Iraq durante los primeros años de ocupación estadounidense.
TNS:¿Cómo es que Al Qaeda recibió ayuda de un régimen “laico”, aliado de Irán?
GA: El régimen de Asad estaba interesado en que fracasara la ocupación estadounidense. Se sentía amenazado por el “cambio de régimen” en Iraq, máxime cuando tanto Iraq como Siria estaban gobernadas por el partido Baas, aunque por alas mutuamente hostiles del mismo. El régimen de Asad también necesitaba demostrar que la única alternativa a la dictadura era el yihadismo y el caos. Esta es la razón por la que ayudó a Al Qaeda a establecerse en Iraq. No obstante, tuvo que renunciar a esta política bajo presiones de Bagdad y Teherán a partir de 2007. Pese a ello, los servicios secretos sirios siguieron infiltrados en Al Qaeda, permitiendo a esta entrar en Siria para contribuir a militarizar lo que había comenzado en marzo de 2011 como revuelta pacífica. La lógica subyacente era la misma: demostrar que la única alternativa a la dictadura es el yihadismo. Con este fin, el régimen de Asad no solo dejó a Al Qaeda penetrar en Siria, sino que también puso en libertad, en otoño de 2011, a una serie de militantes yihadistas que estaban encarcelados. En el verano de 2014, el EI lanzó una vasta ofensiva desde Siria al interior de Iraq, aprovechando el resentimiento que se había propagado entre las tribus árabes suníes.
TNS: ¿Cómo financia el EI sus necesidades militares y administrativas? ¿Quién les proporciona fondos?
GA: En su mayor parte se autofinancian. Han conseguido controlar pozos petrolíferos desde el comienzo y venden petróleo al régimen de Asad y a traficantes turcos. También se han incautado de enormes cantidades de dinero en los bancos de las ciudades que han capturado. Reciben asimismo el apoyo de donantes privados, mayormente de los Estados del Golfo, aunque no dependen de ningún apoyo extranjero. De hecho, el llamado Estado Islámico no tiene nada de misterioso. El proceso de creación, sus fuentes de financiación y su modo de funcionamiento están plenamente documentados. En estos momentos es tal vez el fenómeno más estudiado y analizado de todo el mundo. Agentes de los servicios secretos de Moscú a Washington, investigadores, académicos y un montón de otros actores están estudiando el “Estado Islámico”.
Este fenómeno encaja plenamente en lo que califiqué de “choque de barbaries” en mi libro del mismo título, escrito poco después de los atentados del 11 de Septiembre. Allí expliqué que la barbarie imperialista es la causa primaria que conduce a la emergencia de contrabarbaries del tipo de Al Qaeda en el lado opuesto. En Siria, la barbarie del régimen de Asad –apoyado por Rusia e Irán– provocó la expansión de la contrabarbarie del llamado Estado Islámico. Lo que genera esa violencia fanática es el grado de odio creado por la violencia frente a la que reacciona.
TNS: Aunque usted, en sus escritos y entrevistas, no culpa únicamente a Occidente de la violencia en Oriente Medio, hay sin embargo una tendencia a achacar todo lo que está mal en Oriente Medio a Occidente. En su libro sobre el choque de barbaries, la responsabilidad principal se atribuye de nuevo a Occidente. ¿Qué me dice de la ideología que empuja a los yihadistas a la violencia? ¿Acaso no existen otros factores que han contribuido al aumento de la violencia religiosa que emana de Oriente Medio y a la radicalización de la juventud musulmana en Occidente?
GA: Hay muchos factores más, desde luego. Un factor importante es el fracaso de la izquierda. Las circunstancias que radicalizaron a los jóvenes musulmanes podrían haberlos radicalizado a la izquierda. Si la izquierda radical en Europa hubiera logrado construir puentes con la juventud de la inmigración musulmana y ponerse a la cabeza de sus luchas sociales, serían muchos menos los jóvenes seducidos por la vía fundamentalista reaccionaria para manifestar su frustración social. Pero esto no tiene que ver con la ideología. Siempre han existido ideologías fanáticas reaccionarias. ¿Por qué asistimos actualmente a su expansión en las formas opuestas de fundamentalismo islámico por un lado y racismo antimusulmán por otro, entre otras formas? De hecho, estas manifestaciones de profunda frustración social no pueden disociarse del desmantelamiento del Estado de bienestar, del aumento del paro y de la creciente precariedad de la vida que han supuesto las políticas neoliberales. Los gobiernos de Francia y el Reino Unido llaman a los imanes a combatir el fundamentalismo islámico radical. Sin embargo, no se puede derrotar a estas corrientes tan solo mediante la lucha ideológica. Ante todo hace falta acabar con la situación que constituye el caldo de cultivo de sus ideologías, es decir, con las circunstancias sociales, económicas y políticas en que están inmersos.
TNS: ¿Qué futuro le espera al Estado Islámico?
GA: Todas las potencias mundiales combaten codo a codo contra el llamado Estado Islámico. Mientras que Turquía y Siria han mantenido una relación ambigua con el mismo, Arabia Saudí e Irán, así como Rusia y EE UU, son enemigos del EI a pesar de apoyar a bandos opuestos en Siria. Sin embargo, las potencias occidentales no están dispuestas a enviar tropas terrestres para luchar contra el EI, y por eso, para derrotarle, necesitan el concurso de fuerzas suníes locales. Luchar contra una fuerza sectaria suní como el EI con fuerzas sectarias chiíes o con tropas del régimen de Asad no hará sino reforzar su capacidad de reclutamiento. EE UU es consciente de ello, y por eso Washington aspira a crear una fuerza árabe suní para enfrentarla al EI, del mismo modo que trata de sostener a sus socios árabes suníes que se alían con las fuerzas kurdas. En Siria, Washington desea unificar a la oposición entera con excepción del Frente Al Nusra y el EI. El gobierno de Obama también sabe que una condición indispensable para poner fin a la guerra en Siria es que Asad se retire. Washington espera que Rusia pueda contribuir a ello, pero Putin todavía no ha dado señales de estar dispuesto a hacerle este favor. Así, mientras no se resuelvan estos problemas, el llamado EI está para quedarse. No se le podrá derrotar ni marginar de nuevo tan solo a base de bombardeos.
TNS: En el verano de 2014, tras su repentina incursión en Iraq cruzando la frontera, el EI proclamó “el fin de Sykes-Picot”. ¿Está sobre el tapete la partición de Siria?
GA: Se plantean dos cuestiones distintas en este terreno. Es muy probable que la constitución de Estados autónomos kurdos sea ya irreversible. La autonomía de las regiones kurdas de Iraq y Siria responde a las aspiraciones del pueblo kurdo a disponer de un territorio soberano propio. Sacando provecho de la prohibición de sobrevolar la parte kurda de Iraq, impuesta por EE UU, el Kurdistán iraquí se ha convertido en un Estado independiente a todos los efectos. De hecho, este Estado tiene su propia bandera y su propio ejército. Iraq ha pasado a ser una confederación bastante laxa. Creo que Iraq solo podrá sobrevivir siendo una confederación entre entidades soberanas, ni siquiera como federación. En Siria, en cambio, la situación es diferente.
Rojava, o el Kurdistán Occidental, ha surgido en forma de cantones kurdos autónomos. Desde el punto de vista de la correlación de fuerzas, los kurdos no son tan fuertes en Siria como en Iraq. Sin embargo, ambas regiones están interconectadas de muchas maneras. Los kurdos de Siria no piden la separación, pese a que la dinámica de la situación apunta actualmente en esa dirección, ahora que el país se encuentra en plena efervescencia. Por otro lado, la partición de Siria no entra en los planes de nadie. El régimen de Asad no puede abogar por la partición porque el régimen también cuenta con una base suní. Y la oposición está claramente en contra de la partición.
TNS: Usted ha dicho que el cese de Asad es indispensable para que se pueda progresar en Siria. Sin embargo, la alternativa no parece sonar a progreso, ¿no?
GA: El caso es que no puede haber progreso alguno para salir de la tragedia siria sin el cese de Asad. Después de semejante carnicería, no se puede parar una guerra cuando el principal culpable sigue estando en el puesto de mando. No hay ninguna posibilidad de que la oposición deponga las armas mientras Asad siga en el poder. Al comienzo de la revuelta siria cabía ofrecer alternativas progresistas al régimen, pero la militarización de la revuelta, por un lado, y el apoyo dado por Arabia Saudí y Catar a los grupos fundamentalistas islámicos, por otro, comportan, en efecto, que ahora sea poco probable una alternativas progresista. Eso es lo que pretendía el régimen de Asad desde el comienzo, haciendo todo lo posible para que se cumpliera ese propósito.
Debido a esto, no existe ninguna salida realista que sea ilusionante, al menos desde una perspectiva progresista. El colapso total del Estado sirio sería, en efecto, bastante peligroso. La prioridad, sin embargo, es detener la sangría y la destrucción. De ahí que cualquier solución que permita parar la guerra, como un acuerdo de transición entre la oposición y el régimen, podría suponer un avance. Esto no puede producirse sin el cese de Asad. Si este hubiera dimitido desde el comienzo de la revuelta, Siria se podría haber ahorrado todo este caos sangriento. En cuanto a quienes, en Occidente, piensan que Al Qaeda y el llamado Estado Islámico son el problema principal, debería quedar claro que este problema no se resolverá mientras Asad esté en el poder. Por eso es un completo sinsentido propugnar una alianza con Asad para combatir al EI, máxime sabiendo que Asad está mucho más preocupado por combatir al resto de la oposición que al EI.
TNS: Más allá de Siria, la primavera árabe se ha convertido, por decirlo de alguna manera, en una pesadilla árabe. Mientras Libia y Yemen se han sumido en una guerra civil, el ejército vuelve a mandar en Egipto. En Túnez, la situación es inestable. Sin embargo, usted sigue siendo optimista. En su libro sobre la revuelta árabe, The People Want, la describe como un proceso revolucionario prolongado. ¿En qué se basa su enfoque optimista?
GA: Yo nunca he sido “optimista”. Al contrario, al comienzo me acusaban de ser pesimista precisamente porque insistí en que el proceso sería largo y difícil. Cuando estalló la llamada primavera árabe, la mayoría de la gente esperaba una transición democrática pacífica y rápida. Yo sostuve que la revuelta árabe era un proceso a largo plazo que pasaría por una alternancia de revolución y contrarrevolución, de revuelta popular y restauración reaccionaria, de derrotas y victorias, como todos los grandes procesos revolucionarios de la historia. Con lo que está ocurriendo ahora, la euforia dominante de 2011 se ha convertido en melancolía aplastante. Así que cuando ahora insisto en que la primavera árabe es un proceso prolongado, parece que sea optimista. Sin embargo, no lo soy: solo insisto en que la primavera árabe no ha pasado a la historia, ni mucho menos, y en que el potencial revolucionario está lejos de haberse agotado.
Creo que la revuelta árabe todavía se halla en sus fases iniciales. Todavía queda mucha tela que cortar. Los procesos revolucionarios históricos tardan décadas en completarse: las revoluciones inglesa, francesa y china se desarrollaron durante decenas de años. Hace muy poco, en Iraq y Líbano, dos países en los que el sectarismo es una característica del Estado, se han producido movilizaciones masivas pacíficas en torno a cuestiones sociales, por encima de las divisorias sectarias. Reflejan el hecho de que el potencial de una lucha social progresista sigue vivo. La revuelta árabe es en su origen una rebelión contra unas circunstancias sociales, económicas y políticas represivas que son comunes a toda la región. A menos que se eliminen dichas circunstancias, la región seguirá siendo un hervidero.
Fuente: The News on Sunday
http://tns.thenews.com.pk/nothing-m…