sábado, noviembre 23, 2024
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¿Educarse para la Economía del Conocimiento?

En las últimas décadas ha reinado el discurso y las investigaciones que apuntan a demostrar el rol central del conocimiento en la economía (Temple, 2014). En este sentido, se ha promovido masivamente el aparente impacto superlativo del desarrollo tecnológico reciente de la revolución digital y su relación en la formación de trabajadores/as altamente especializados, el capital humano avanzado, como un eje central en el crecimiento económico y en el desarrollo de una mayor productividad general (World Bank, 2007).

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Sin embargo, de acuerdo a las cifras de subempleo y productividad mundial, la promesa de una economía centrada en el conocimiento no parece ser real.

En esta dirección, el economista Robert J. Gordon (2016), para el caso de Estados Unidos, establece que la llegada de la revolución digital ha tenido un impacto menor y en declive respecto a la productividad en los Estados Unidos, debido que hasta 1966 la producción por hora de trabajo crecía a razón del 3% anual, cayendo a un 1,2% durante la década de 1980 para luego elevarse, con la incorporación de internet, a 2,5% hasta 2005 y caer sostenidamente hasta 1% el año 2015.

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De la misma forma, intelectuales tan distantes como André Spicer (Alvesson & Spicer, 2012) y el economista Michael Roberts (2015) han cuestionado la llamada economía del conocimiento para el caso británico, donde el mercado de trabajo no refleja la necesidad de una maximización de niveles de especialización y los gobiernos persisten en establecer una relación entre formación en educación superior y mayor productividad nacional a través de reformas que amplían coberturas educacionales especialmente privadas.

Al sumar una visión en términos históricos, nos revela que no existe una relación “directa” entre la alta formación científica o tecnológica y el desarrollo productivo. Un ejemplo de esto, es la comparación entre el Manchester de la revolución industrial y el París contemporáneo del florecimiento científico (1760-1820). Mientras las comunidades científicas de la época se reunían en París, los cambios e inventos productivos eran realizados por personas prácticamente autodidactas, poco o nada vinculadas al avance científico y tecnológico que se desarrollaba en la Universidades.

En este marco, la educación superior y la economía chilena no están exentas de esta búsqueda por conseguir una “economía del conocimiento” (Rodríguez-Ponce & Palma-Quiroz, 2010; Bernasconi, 2015; Brunner, 2009).

Así, como resultado de una serie de reformas a la educación durante la década del noventa, en Chile hay actualmente 1.152.125 de estudiantes en educación superior según el consejo nacional de educación (2015). Esto, en términos porcentuales, es cercano a un 50% de los jóvenes en edad de formarse en la educación superior.

Este incremento de cobertura y matrícula se ha dado bajo la promesa de obtención de mejores oportunidades laborales y el consiguiente impacto en el crecimiento de la economía. Sin embargo, esta situación de crecimiento de población sujeta a formación profesional o técnica, de un 12,7% para 1992 a un 23,3% para 2011, no ha estado ligada a un desempeño acorde con las habilidades profesionales o técnicas adquiridas, ya que el porcentaje de trabajadores/as que se desempeñan efectivamente como profesionales o técnicos es de un 37,2%, o sea menos de 4 por cada 10 (Páez, 2013).

Por su parte, la productividad en Chile, altamente volátil, no ha dejado de caer desde 1998 período que coincide con el aumento sistemático de la cobertura en educación superior, llegando a niveles históricos. A lo que se suma que Chile invierte, actualmente, un 55% de su gasto en I+D en ciencias básicas, gasto muy superior incluso a los famosos países asiáticos, con un 20% (Vergara, 2015).

Por estas razones, la mantención estructural del subempleo profesional y técnico de un 25,5 % para 1992 a un 24,7% en el año 2011, demuestran un desfase entre el crecimiento de la matrícula en educación superior y la real capacidad del mercado de trabajo de absorber está tasa de formación. Sin embargo, se siguen promoviendo reformas a la educación superior bajo promesas de realización personal y de mayor crecimiento económico para los países.

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Esto pone absolutamente en duda el impacto de la llamada economía del conocimiento, así también la expansión de la tasa de formación de especialización educativa sujeta al crecimiento de universidades y cómo la relación de esta especialización, profesional y técnica, poco tiene que ver con la real matriz productiva nacional, dejando entre ver que es solo un muy buen negocio de marketing académico y mediático.

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(*) Profesor de Historia y Geografía de la Universidad de Concepción, Chile. Magíster en Educación y Cultura de la Universidad de arte y ciencias sociales, Chile. Postgrado en análisis económico y filosófico político del capitalismo contemporáneo de la Universidad de Barcelona, España. Candidato a Doctor en educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, España.

Fuente: Red Seca

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