Àngel Ferrero (*)
Un ojo estaba puesto en Washington y el otro en Moscú. Rusia ha sido el país más mencionado durante la campaña electoral en EEUU. Según el observatorio de medios estadounidense FAIR, Rusia y su presidente, Vladímir Putin, aparecieron en los cuatro debates entre los candidatos a la presidencia un total de 178 veces. Esa cifra supera a otros temas como la deuda nacional, la seguridad social, el tribunal supremo, el racismo, la educación, el aborto, las drogas, la pobreza, la comunidad LGTB+, el cambio climático y el sistema de financiación de partidos combinados, y que, una vez sumados, arrojan un total de 164 menciones.
Había, por lo tanto, una gran expectación por cuál sería la respuesta del gobierno ruso a la victoria del candidato republicano, Donald Trump.
El “candidato siberiano”
Trump sorprendió ya durante las primarias por sus declaraciones sobre Rusia, al plantear la posibilidad de reparar los vínculos con Moscú y cooperar en el ámbito de la lucha antiterrorista. Donald Trump describió a la OTAN como “obsoleta”, no descartó enterrar la cuestión de la soberanía de Crimea –“por lo que he oído, preferirían estar con Rusia antes que donde estaban”– y en diciembre de 2015 llegó a asegurar en una entrevista con la CBS que como presidente “se llevaría bien con Putin”.
Estas opiniones, chocantes para un candidato a la Casa Blanca en un clima generalizado de desconfianza entre EEUU y Rusia –a pesar de que Trump no ha perdido ocasión de compararse con Ronald Reagan y su hoy olvidada política de distensión hacia la URSS–, llevaron a los corresponsales en Moscú a preguntar al propio presidente ruso su opinión. Putin respondió a los periodistas que Trump le parecía un tipo “brillante” –el término que utilizó en ruso es “?????” (yarky), de difícil traducción–, en el sentido de ‘llamativo’, no de ‘inteligente’.
Sin embargo, el malentendido hizo que la prensa hablase precipitamente del “respaldo” del mandatario ruso a Trump, y, lo que es todavía más sorprendente, este último lo aceptó sin problemas. “Incluso Putin, quieren que rechace a Putin, Putin, de Rusia, que ha dicho que Trump es un genio y que va a ser el próximo líder”, dijo Donald Trump en un mítin en el estado de Washington. Y añadió: “Y por cierto, ¿no estaría bien que nos lleváramos bien con Rusia?”. El público irrumpió en aplausos. Estas elecciones no eran, desde luego, típicas. “El señor Trump ha declarado que está dispuesto a restablecer plenamente las relaciones ruso-americanas. ¿Hay algo malo en ello? Todos recibimos esto positivamente, ¿ustedes no? […] No es cosa nuestra decidir sus méritos, eso lo harán los votantes estadounidenses, pero es el líder absoluto en la carrera a la presidencia”, precisó Putin más tarde en el Foro Económico de San Petersburgo.
Por su parte, la candidata demócrata, Hillary Clinton, prometía no sólo mantener, sino endurecer la política estadounidense hacia Rusia. Durante la campaña, la ex secretaria de Estado –que en el pasado ya había descrito a Putin como un hombre “sin alma” y animado las protestas en su contra en las elecciones presidenciales rusas de 2011– se mostró favorable a la creación de una zona de exclusión aérea en Siria, a pesar de que todos los analistas coincidían en señalar que la medida aumentaría el riesgo de un conflicto con Rusia, cuyos aviones apoyan desde septiembre de 2015 al Ejército Árabe Sirio en su campaña contra el Estado Islámico y otros grupos yihadistas.
En la cuestión de Ucrania, otro de los puntos de desencuentro entre Washington y Moscú, Clinton se reunió en Nueva York con el presidente Petró Poroshenko a propuesta de éste –Trump, en cambio, declinó la invitación– y, según el comunicado publicado después, prometió su apoyo al gobierno ucraniano “frente a la agresión rusa”. También “se debatieron formas de ayudar a Ucrania para reforzarla y ayudarla a defenderse por sí misma”, lo que en su día fue interpretado como la aquiescencia de Clinton a entregar armas letales a Kiev.
Clinton también acusó al Kremlin de interferir en las elecciones y de estar detrás, con el objetivo de favorecer a su rival, de las filtraciones de los correos electrónicos de la Convención Nacional Demócrata y del director de su campaña, John Podesta, que mostraban las maquinaciones del Partido Demócrata contra el senador Bernie Sanders durante las primarias o los negocios turbios de Clinton. En otra referencia velada a Rusia (pero también dirigida a China), la candidata demócrata llegó a amenazar con una respuesta convencional a los ataques informáticos de otras naciones. Tampoco tardaron en salir a la luz los lazos del director de la campaña de Trump, Paul Manafort, con Víktor Yanukóvich, el presidente ucraniano depuesto durante las protestas del Euromaidan, obligándolo a presentar su dimisión.
Rusia se convirtió, en definitiva, en una de las armas arrojadizas preferidas de la campaña de Clinton y de los intelectuales que la apoyaban: la ex secretaria de Estado Madeleine Albright tachó a Trump de “tonto útil” de Rusia, el economista Paul Krugman lo llamó “el candidato siberiano” y, por si la analogía no había quedado del todo clara, la periodista Anne Applebaum –vinculada a varios think tanks atlantistas– lo calificó de “candidato de Manchuria”, en referencia a la película homónima de John Frankenheimer de 1962 en la que los soviéticos someten a un lavado de cerebro a un soldado estadounidense capturado en Corea, hijo de un senador, para convertirlo en un espía durmiente y asesino que allane el camino de los comunistas al poder.
Toda esta descarga de acusaciones desde los medios de comunicación –Clinton tenía a 53 a su favor, incluyendo los influyentes The New York Times y The Washington Post; Trump sólo a uno–, que parecía una receta segura para arruinar la reputación del candidato republicano –¿acaso no es Rusia uno de los países con una cobertura informativa más negativa en todo Occidente?– y garantizar una clara victoria de Clinton no surtió efecto, y Trump acabó ganando las elecciones.
Que las vinculaciones, supuestas o reales, con Rusia no tuviesen ningún impacto en la popularidad de un candidato occidental entre su electorado es significativo, y las causas deberán ser estudiadas en el futuro próximo con atención. Thomas Trescher, el corresponsal del diario austríaco Kurier, aventurava una primera interpretación. “Por difícil de entender que esto suene, la política exterior era para muchas de las personas con las que hablé el argumento principal para votar por Trump”, ha escrito. Clinton, continuaba Trescher, “habla de Siria y Ucrania y de relaciones políticas complejas, Trump responde como la mayoría de americanos: no lo conozco bien, no quiero saber nada de ello”. Los Estados Unidos, terminaba, “han librado guerras en Irak y en Afganistán, y la mayoría de ciudadanos están cansados de estas guerras. Están cansados de perder a maridos e hijos en una guerra que no entienden. Y Clinton, dicen, nos conduce a la siguiente guerra. En Siria o en Ucrania. ¿Se entiende Trump con Putin? Gracias a Dios, así al menos no tendremos una guerra con Rusia.”
Moderación en el Kremlin y champán en la Duma
La respuesta oficial de Moscú fue sin embargo comedida. “Estamos dispuestos a hacer todo lo posible para retornar las relaciones ruso-americanas a un desarrollo sostenible que beneficie tanto al pueblo ruso como el norteamericano, y que tengan un impacto en el clima de los asuntos globales, en particular las responsabilidades de Rusia y de EEUU a la hora de mantener la seguridad y la estabilidad mundiales”, declaró Vladímir Putin durante el acto de entrega de credenciales a nuevos embajadores tras enviar el preceptivo telegrama de felicitación. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, puntualizó poco después que todavía no hay planificada ninguna reunión entre Putin y Trump.
Más efusiva fue la reacción de la Duma, cuyos diputados recibieron mayoritariamente con aplausos el anuncio de los resultados. Mientras los nacional-populistas de Vladímir Zhirinovski –a quien los medios han comparado con Trump y quien gustosamente ha aceptado la comparación– descorchaban botellas de champán y brindaban por la elección de Trump tras la sesión, los comunistas mantenían su recelo. “No creo que cambie nada, aunque algunos avances son posibles”, afirmó el secretario general del Partido Comunista, Guennadi Ziugánov. La misma cautela manifestó el ministro de Desarrollo Económico, Alexey Ulyukaev. “Recuerdo que había muchas esperanzas cuando hace ocho años Barack Obama fue escogido presidente, entonces hablamos mucho sobre reiniciar las relaciones”, advirtió.
Además del ‘reset’ de 2008 entre las administraciones de Barack Obama y Dmitri Medveded mencionado por Ulyukaev, cabe recordar que siete años antes hubo otro intento de aproximación. “¿Podemos fiarnos de Rusia?”, preguntó un periodista al entonces presidente de EEUU, George W. Bush, al término de un encuentro entre presidentes en Brdo (Eslovenia) el 16 de junio de 2001.
“Miré al hombre a los ojos. Y lo encontré sencillo, alguien en quien confiar […] no le hubiera invitado a mi rancho si no confiase en él”, contestó Bush. Tras el 11-S, Putin prometió a Washington su ayuda en la guerra contra el terrorismo global, incluyendo la apertura del espacio aéreo para los aviones estadounidenses que participaban en misiones en Afganistán, y cooperación en materia de inteligencia. La Casa Blanca llegó a contemplar la posibilidad de que Rusia se convirtiese en un proveedor de energía alternativo, o al menos complementario, a los más inestables países de Oriente Próximo.
“Celebramos el hecho de que la Federación Rusa haya confirmado su rol como uno de los principales proveedores mundiales de energía”, decía la declaración conjunta de los presidentes estadounidense y ruso del 24 de mayo de 2002, con la que Washington esperaba sentar las bases para un “diálogo energético”. La declaración conjunta sobre la nueva relación estratégica iba incluso más allá:
“Estamos consiguiendo una nueva relación estratégica. La era en la que los Estados Unidos y Rusia se veían la una a la otra como un enemigo o una amenaza estratégica ha terminado. Somos socios y cooperaremos para avanzar la estabilidad, la seguridad y la integración económica, y para hacer frente conjuntamente a los desafíos globales y ayudar a resolver los conflictos regionales.”
Todas las declaraciones y expresiones de buena voluntad no tardaron en quedar papel mojado y por ese motivo, lejos de de celebrar apresuradamente la elección de Donald Trump, el Kremlin esperará a ver las primeras medidas del presidente en materia de política internacional.
La política poco clara de Trump hacia Rusia
De lo deducido de sus discursos hasta la fecha, un programa que el presidente electo ha sintetizado en el eslogan America First (“América primero”), el consenso entre la mayoría de comentaristas es que Donald Trump se concentrará en cuestiones de política doméstica y liderará un repliegue de la presencia internacional de EEUU. Se trata de una posibilidad que inquieta a algunos de los aliados de EEUU que más chocan con Rusia.
En las repúblicas bálticas la victoria de Trump ha sido recibida con escepticismo. En julio, el republicano declaró a The New York Times que no asistiría necesariamente a Lituania, Letonia y Estonia en caso de una eventual agresión rusa si estos estados no aportaban económicamente más a la OTAN. En Tallinn, Riga y Vilna se sospecha que Trump podría reducir o poner fin a los ejercicios militares en la región e incluso conceder Europa oriental a Moscú como parte de su “esfera de influencia”.
En Ucrania, para curarse en salud, varios políticos que habían apostado decididamente por Hillary Clinton–entre ellos el ministro del Interior, Arsen Avakov, y el embajador de Ucrania ante la ONU, Yuriy Serguéyev– borraron de sus cuentas en redes sociales los mensajes en contra de Trump calificándolo de “payaso” y de “amenaza para Ucrania y para EEUU”. A la hora de felicitar a Trump, Poroshenko quiso hacer constar que el embajador estadounidense le había asegurado que la próxima administración “seguiría siendo un socio de confianza en la lucha por la democracia”. Por otra parte, durante la campaña Trump ha hecho gala de una retórica hostil hacia China (por su política monetaria) e Irán (por el acuerdo nuclear), dos países con los que Rusia mantiene buenas relaciones. En el caso de China, se trata de un socio imprescindible para Rusia. En Bruselas, la incertidumbre ha llevado a algunos funcionarios de la Unión Europea a recuperar la idea de la creación de un ejército europeo y algunos eurodiputados han comenzado a coquetear con la idea de un ambiguo “euronacionalismo” opuesto tanto a EEUU como a Rusia.
Lo único cierto por ahora es que lo que hará Trump en materia de política exterior es, parafraseando a Winston Churchill, un acertijo envuelto en misterio, dentro de un enigma. El Trump presidente podría comportarse de manera muy diferente al Trump candidato. Para Pavel Sharikov, miembro de la Academia Rusa de las Ciencias, incluso si Trump ha expresado opiniones favorables en cuanto a las relaciones con Rusia, como presidente tendrá que enfrentarse a la oposición de los ‘halcones’ de su propio partido, empezando por su propio vicepresidente, Mike Pence.
A pesar de que los republicanos controlarán ambas cámaras, la campaña ha revelado a las claras el rechazo de muchos de ellos hacia su propio candidato. Piénsese por un momento en senadores como el influyente John McCain, que se ha destacado estos últimos años por su insistencia en aumentar la presión política y militar sobre Rusia y Siria. “Trump probablemente no será capaz de levantar las sanciones, ningún congresista quiere que ello suceda”, ha declarado Sharikov al diario The Moscow Times, al añadir que ninguno de ellos “aceptará de ningún modo Crimea [como parte de Rusia]”. El ‘deep state’ estadounidense, compuesto por el complejo militar-industrial y otras estructuras de poder (y de manera destacada, las diferentes agencias de inteligencia), no cambiará obviamente de la noche a la mañana.
El equipo de campaña de Trump ya ha barajado para ocupar la Secretaría de Estado los nombres de Newt Gingrich –expresidente de la Cámara de Representantes y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores– y el senador de Tennessee Bob Korker. Este último se ha mostrado en el pasado favorable a una política más agresiva de EEUU en Ucrania y hacia Siria y Rusia. El pulso entre los conservadores partidarios de regresar al aislacionismo –con Trump a la cabeza y más votantes que cuadros– y los neoconservadores –que retienen el control del aparato del partido– podría resolverse a favor de estos últimos más rápidamente de lo esperado, y Rusia se encontraría de nuevo en la casilla de salida en sus relaciones con EEUU. Hillary Clinton sería lo malo conocido y Donald Trump lo malo por conocer.
(*) Miembro del comité de redacción de Sin Permiso.
Fuente: Público
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