Antoni Domènech, G. Buster, Daniel Raventós
2016 ha sido un año de sorpresas morrocotudas y de malos augurios. Como si un tropel de fuerzas de fondo inadvertidamente acumuladas desde el crac de 2008 hubiera emergido de repente generando acontecimientos que, se mire como se mire y se juzguen como se juzguen, muestran a las claras la ruptura del statu quo político imperante en las últimas décadas.
Los estadísticos suelen divertirse con esto a cuenta de sociólogos, politólogos, columnistas y tertulianos al uso. Tan al uso, que se ganan la vida con peroratas más o menos doctas inferidas del sentido común dominante y expresadas con jerga más o menos especializada y superferolítica. Eso funciona más o menos bien en tiempos “normales”. Pero es inútil y hasta ridículo a la hora de identificar fuerzas sociales o cognitivas de fondo, que son ahora las relevantes: los cisnes negros que los estadísticos y los científicos sociales no al uso consiguen a veces detectar con cierta antelación.
En ese contexto: el del triunfo del Brexit y de Trump, el de la penúltima humillación de la capituladora Syriza de Tsipras, el del auge de la extrema derecha euroescéptica pre- o parafascista en Francia, en Hungría, en Polonia, en Holanda, en Austria o en la propia Alemania, ha tenido lugar este fin de semana en Madrid el II Congreso de Podemos, ese estupendo “cisne negro” que sorprendió a propios y extraños en la primavera de 2014.
Vistalegre II venía precedido de un enconado debate entre sus hasta ahora dos cabezas más visibles (y sus respectivos seguidores). Intelectuales respetables y cercanos a Podemos como César Rendueles han dejado escrito que los términos del pugnaz debate precongresual en el seno de la cúpula podemita resultaban ininteligibles para el resto de los mortales. Otro respetable y respetado intelectual de Podemos, Santiago Alba Rico, expresó en términos generacionales su hartazgo hace unas pocas semanas:
“La ‘inmadurez’ podemita forma parte, es verdad, de una tradición ‘izquierdista’. En este sentido, ‘radicales’ y ‘moderados’ dentro de Podemos son todos muy ‘de izquierdas’. Pero esa inmadurez es también muy idiosincrásica y epocal.
La ‘generación mejor formada’ de la historia de España es también la más mimada, la más consentida, la más ligera, la menos puesta a prueba por la historia. No tiene ni memoria ni –literalmente— experiencias. Nunca se ha jugado nada de verdad y cree ahora, por eso, que todo es un juego. Eso era una ventaja para echar andar, pero un obstáculo para echar a volar con una cuerda en el suelo. Justo cuando la historia vuelve a parecerse más a un vendaval que a un río.”
Sí, es verdad lo que dice Rendueles: el común de los mortales no acabamos de entender muy bien los términos del debate. Los anticapitalistas, por ejemplo, hicieron bandera de la recuperación de la renta básica incondicional (RB) en el programa de Podemos, pero también Jorge Moruno, un destacado miembro del sector “errejonista”, así como Juan Carlos Monedero, del núcleo duro –y aun durísimo— de los “pablistas”. Sin embargo, no hubo debate programático alguno sobre la RB en Vistalegre. Pablo Iglesias, el ganador claro en Vistalegre II, puso en lugar destacado de su equipo a un veterano sociólogo neokeynesiano bien conocido desde siempre por su hostilidad a la RB. Por otro lado, la exigencia de recuperar programáticamente la RB fue, al mismo tiempo, la más votada entre los militantes de Podemos. Sin embargo, no hubo debate ninguno sobre eso.
Y sí, es verdad lo que dice Alba Rico: el núcleo dirigente de Podemos pertenece a una generación (y a una capa social) “ligera” y no “puesta a prueba por la historia”. Lo cual, como agudamente sugiere Alba Rico, resulta una tragedia en un momento en que la “historia” se adentra peligrosamente en terra incognita et turbulenta. Que es como decir que el cisne negro de 2014 es incapaz de entender en 2017 que es precisamente eso, un cisne negro.
El caso es que estas dos cosas –la (¿voluntaria?) oscuridad léxica y el encono pueril del núcleo “irradiador” dirigente— están más conectadas de lo que parece a primera vista.
Cuando Bertrand Russell viajó a los EEUU en 1910 se encontró con la sorpresa filosófica del entonces en boga “pragmatismo norteamericano” y su concepción relativista de la verdad. Y dejó escrito este lúcido juicio filosófico-político:
«La teori?a pragma?tica de la verdad esta? inherentemente conectada con la apelacio?n a la fuerza. Si hay alguna verdad no humana que uno pueda conocer, y otro, no, tenemos un criterio [objetivo] al margen de los disputantes, un criterio al que poder someter la disputa; de aqui? que un planteamiento judicial de las disputas sea al menos teo?ricamente posible. Pero si, al contrario, la u?nica manera de descubrir cua?l de los disputantes lleva razo?n es esperar y ver quie?n gana, entonces no hay otro principio que el de la fuerza para decidir el asunto. […]
Las esperanzas de la paz internacional, lo mismo que el logro de la paz interior, dependen de la creacio?n de una fuerza efectiva de la opinio?n pu?blica formada a partir de una estimacio?n de las razones y las sinrazones de las disputas. En este caso, seri?a erro?neo decir que la disputa se decide por la fuerza, si no an?adie?ramos que la fuerza depende de la justicia. Pero la posibilidad de que se forme una opinio?n pu?blica de este tipo depende de la posibilidad de un criterio de justicia que es una causa, no un efecto, de los deseos de la comunidad; y ese criterio de justicia parece incompatible con la filosofi?a pragmatista. Esta filosofi?a, pues, que empieza con la libertad y la tolerancia, acaba desarrollando, con inherente necesidad, una apelacio?n a la fuerza y al arbitraje de los grandes batallones.”
Mientras un asombrado Russell escribía eso en los EEUU de 1910, se estaba larvando en el continente europeo –sobre todo en Alemania— una cultura filosófica relativista, hostil a la Ilustración, es decir, a la verdad objetiva, a la ciencia, a la racionalidad y a la posibilidad del debate público normativo con buenas razones. Ese tipo de relativismo terminó siendo el núcleo de la extrema derecha cultural europea que vertebró intelectualmente al fascismo italiano y al nazismo alemán. Mussolini escribía esto en 1923, sólo 13 años después del pálpito premonitorio de Bertrand Russell:
«En Alemania, el relativismo es una construccio?n teo?rica extraordinariamente audaz y destructiva (quiza? sea la venganza filoso?fica de Alemania que anuncia la venganza militar). En Italia el relativismo no es sino un hecho. El fascismo es un movimiento super-relativista porque nunca ha intentado revestir su complicada y vigorosa actitud mental con un programa concreto, sino que ha triunfado siguiendo los dictados de su intuicio?n individual siempre cambiante. Todo lo que he dicho y hecho en estos u?ltimos an?os es relativismo por intuicio?n. Si el relativismo significa el fin de la fe en la ciencia, la decadencia de ese mito, la ‘ciencia’, concebido como el descubrimiento de la verdad absoluta, puedo alabarme de haber aplicado el relativismo al ana?lisis del socialismo.
Si el relativismo significa desprecio por las categori?as fijas y por los hombres que aseguran poseer una verdad objetiva externa…, entonces no hay nada ma?s relativista que las actitudes y la actividad fascistas… Nosotros los fascistas hemos manifestado siempre una indiferencia absoluta por todas las teori?as… Nosotros los fascistas hemos tenido el valor de hacer a un lado todas las teori?as poli?ticas tradicionales, y somos aristo?cratas y demo?cratas, revolucionarios y reaccionarios, proletarios y antiproletarios, pacifistas y antipacifistas. Basta con tener una mira fija: la nacio?n. Lo dema?s es evidente… El relativista moderno deduce que todo el mundo tiene libertad para crearse su ideologi?a y para intentar ponerla en pra?ctica con toda la energi?a posible, y lo deduce del hecho de que todas las ideologi?as tienen el mismo valor, que todas las ideologi?as son simples ficciones.”
Por razones que no pueden ser exploradas aquí, pero que tienen sin duda que ver con la derrota político-cultural de la izquierda social real a partir de los años 70 (los lectores interesados pueden consultar AQUÍ, AQUÍ y AQUÍ), lo cierto es que buena parte de la izquierda académica de las últimas décadas abrazó el núcleo de las ideas filosóficamente relativistas de la extrema derecha europea de los años 30. Autores como Carl Schmitt, por ejemplo, el Kronjurist del nacionalsocialismo, el iusdecisionista radicalmente hostil a la deliberación pública racional, el apologeta de la dialéctica amigo/enemigo (identitariamente definidos), el pájaro enjaulado por los aliados tras la II Guerra Mundial y refugiado en la España de Franco, el “viejo y venerable maestro” de Fraga Iribarne, se convirtió en un autor de culto por parte de esa nueva izquierda académica históricamente ignara, en la incauta creencia de que una teoría política normativa puede ser como un guante que, vuelto del revés, vale tanto para la mano derecha como para la izquierda.
Que Iñigo Errejón se declare explícitamente schmittiano –a través, por cierto, de la académicamente incompetente lectura de Laclau y Mouffe— es aquí lo de menos. Porque Pablo Iglesias, sin necesidad de proclamarse schmittiano, parece situarse en esa misma onda de la novoizquierda académica hobbesiana y decisionista.
Véase, si no, cómo trató de zanjar el necesario debate tras perder un millón de votos el pasado 26 de junio:
“Lo fundamental de la política y de la religión no es explicar nada ni tener razón, sino generar facción e identidad… ¿Qué importa que tuvieran más razón los protestante o los católicos a la hora de interpretar los Evangelios? Al final lo que se constituyen son dos iglesias paralelas con un enorme poder social. Al final lo importante no es tanto tener razón en el diagnóstico sino las identidades que se generan en torno a eso. Entonces, en este que es un órgano de dirección, yo evitaría que la gente se fuera apuntado explicaciones que después solo funcionan en clave de corriente o en clave de facción. Hay cosas más importantes que discutir y saber a ciencia cierta lo que pasó”.
Pero en otras ocasiones Pablo Iglesias se ha declarado un firme partidario de los valores de la Ilustración, y a menudo invoca el valor central de la democracia plebeya ilustrada: la fraternidad republicana. Y muchas veces les hemos oído a todos citar con arrobo aquello tan canónicamente ilustrado de que “la verdad es revolucionaria”, motto de tantos marxistas autoconscientemente ilustrados, Antonio Gramsci y Rosa Luxemburgo señaladamente.
Pues bien; el futuro de Podemos depende en buena medida de que sus dirigentes sean capaces de recuperar, además de la RB que les han exigido sus militantes en Vistaelegre II, algo infinitamente más importante, mucho más importante y decisivo que la RB. Depende de que sean capaces todos de despedirse definitivamente del relativismo antirrepublicano posmoderno característico de la izquierda académica culturalmente derrotada de las últimas décadas en que generacionalmente se formaron, y de abrazar consecuentemente y hasta el final los valores de la Ilustración.
La izquierda republicana laica e ilustrada reconoce que el primer bien común que necesita ser defendido políticamente es el bien (público) de nuestra(s) lengua(s) común(es). Por eso no la(s) privatiza inventando palabros incomprensibles e inaccesibles al común de los hablantes, ya sea so pretexto de “disputar políticamente” sus sentidos.
La izquierda republicana laica e ilustrada no puede pensar, ni menos actuar, como si no hubiera verdades políticas y normativas al alcance (potencial) de la deliberación racional pública entre iguales. Porque si no, como bien advirtió Russell en 1910, todo se reduce a la fuerza, a “guerra de religión”, a puñalada de pícaro y a un simulacro de debate entre matasietes. Es decir, a espectáculos como al que hemos asistido con indescriptible vergüenza en Podemos en estas últimas semanas. Que Podemos pueda digerir la incontestable victoria de Pablo Iglesias en Vistaelgre II y que, como exigen sus descorazonadas y abochornadas bases, prevalezcan a partir de ahora “la unidad y la humildad”, pasa inexcusablemente por eso. Sobre todo, y por lo pronto, por eso.
Todo debate político racional entre iguales implica formular diagnósticos claros y distintos de la situación y avanzar tácticas razonablemente aptas para acumular fuerzas hacia objetivos estratégicos lo más claramente definidos posible. Los diagnósticos y las apuestas tácticas deben resultar fácilmente comprensibles y potencialmente refutables por partidarios y adversarios. Porque como dijo Descartes, sólo los curas y los oscurantistas (o los saboteadores) aman discutir en la oscuridad del sótano; lo sano es discutir a plena luz en la terraza.
Y lo cierto es que en Vistalegre II se ha substituido todo debate racional por necias polarizaciones fijadoras de pretendidas “identidades” facciosas: o instituciones o movimientos; o bloque histórico o coaliciones para un gobierno de cambio; o con los que ya “están” o con los que “faltan”; o “ganadores” o “resistentes”… No ha habido el menor debate sobre Grecia, la capitulación de Syriza y el humillante tercer rescate de Grecia. Ni sobre las consecuencias del Brexit. Como no lo ha habido sobre la Geringonça portuguesa, ni sobre las modificaciones de fuerzas que han llevado al cisne negro de la victoria de Trump y, como certeramente ha dejado dicho Nancy Fraser, al final del “neoliberalismo progresista” fundado en políticas de coalición identitaria multicultural.
Terminado Vistalegre II, queda por delante todo: cómo sustituir los previsibles ajustes de cuentas dentro del autoproclamado “núcleo irradiante” por la construcción de una dirección política para una organización plural, capaz de una vida política democrático-deliberativa; cómo hacer un debate táctico racional, tanto sobre el trabajo parlamentario, como a escala municipal y en el seno de los movimientos sociales; cómo elaborar una hipótesis estratégica e irla modificando y afinando con los cambios en curso en una época rebosante de cisnes negros; cómo desarrollarse y organizarse en un horizonte normativo republicano y socialista.
Vistalegre II ha dado muy pocas razones para el optimismo. Pero estamos convencidos de que Unidos Podemos es una necesidad y, como tal, debería tener futuro. Lo único seguro por ahora es que nuestros futuros dependerán en buena medida de que Unidos Podemos sea capaz de resolver racionalmente demasiadas cuestiones que están todavía demasiado abiertas.
Fuente: Sin Permiso