lunes, noviembre 25, 2024
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Dossier: La Encrucijada de Podemos

Manolo Monereo

No es fácil entender el debate real existente en Podemos. No es casualidad. Conscientemente se elude y conscientemente se hace todo lo posible para que no emerja. Sin embargo, más allá de los “significantes vacíos”, de las continuas metáforas que ocultan más que aclaran, el debate sigue siendo el que vio nacer a Podemos, lo que Podemos ha defendido y lo que Podemos representa. Si en el contexto español el debate es confuso, imagino que en Italia será difícil de entender. Voy a intentar explicarlo.

Lo primero, es que España vive una crisis de régimen. Si algo ha funcionado en los últimos 30 años ha sido la estabilidad del sistema político y un amplísimo consenso social que anudaba crecimiento económico, bienestar social y pertenencia a una Unión Europea entendida como destino. Todo esto entró en crisis en 2008, que generó un desempleo brutal, recortes radicales de derechos laborales, sindicales y sociales y un cuestionamiento ciudadano de los partidos dominantes, acelerado por la puesta en evidencia de una corrupción sistémica.

En segundo lugar, una movilización social sin precedentes reclamando democracia real, protección social y defensa de las libertades cívicas. El movimiento de los indignados, el 15M, se formó por la suma de tres vectores: las movilizaciones de los trabajadores, la insubordinación de unas capas medias en proceso de proletarización y -es una cuestión central- una crisis generacional de grandes dimensiones que tenía a los jóvenes, su futuro y sus expectativas, como problema fundamental. Hay que tenerlo siempre presente, se trató de un movimiento democrático que, desde el primer momento, se diferenció de cualquier tentación fascista o autoritaria. El debate estaba en el terreno democrático, en el de la justicia social y en la apuesta decidida por una regeneración del sistema político.

Tercero, Podemos como ruptura. Lo natural hubiese sido que este movimiento se hubiese dispersado en lo social y que Izquierda Unida hubiese incrementado fuertemente voto y representación parlamentaria. No fue así. ¿La razón última y fundamental? El “contenedor” IU no era capaz de sintonizar con las prácticas, formas y reivindicaciones del movimiento popular 15M.

Para decirlo de otra forma, IU no se refundó en el momento oportuno y los nuevos desafíos obligaban a crear una nueva formación política.  Podemos surge de esta incapacidad y significó una apuesta, una decisión de un grupo de hombres y mujeres con prácticas y tradiciones políticas diversas y con una experiencia vivida en Latinoamérica, en eso que se denominó “populismo de izquierdas”.

Lo demás es muy conocido. Podemos cambió la agenda política, desafió profundamente a la oligarquía dominante y modificó un sistema de partidos que había asegurado férreamente la gobernabilidad de España. El bipartidismo fue una forma, un modo de organizar el poder político al servicio de los grupos económicamente dominantes, que se aseguraban el control sobre el Estado y se beneficiaban enormemente del gasto público. En el centro, la corrupción.

Conviene detenerse un momento sobre la significación del bipartidismo. En España se dio, como en otros países, un fenómeno que tiene mucho que ver con la crisis de las izquierdas y, específicamente, de la socialdemocracia. La derecha española ha sido a lo largo de los años cada vez más de derechas, marcadamente neoliberal y con vinculaciones muy fuertes con una todopoderosa Iglesia Católica.

El PSOE ha sido, en muchos sentidos, el partido del régimen cumpliendo un triple papel: garantizaba la modernización capitalista, se alineaba con los intereses de los grupos de poder económico y obtenía un enorme consenso en las clases trabajadoras. La clave era que se impidiese, costara lo que constara, el surgimiento de una fuerza política que pudiera competir con el PSOE, le obligara a negociar un programa más  a la izquierda y  le presionara para cambiar, entre otras cosas, un sistema electoral, que como es sabido, beneficia a los dos grandes partidos.

Podemos consiguió lo que la izquierda de Julio Anguita no fue capaz: construir una fuerza política que le disputaba la hegemonía al PSOE. Esto puso en crisis al sistema de partidos y al propio régimen. Como antes indiqué, durante muchos años el régimen logró un gran consenso social en torno al crecimiento económico, la ampliación de derechos y una Unión Europea garantía de prosperidad y de futuro.

Este fue el discurso dominante que entró en crisis con las políticas de austeridad practicadas tanto por el PSOE como por el PP. El bipartidismo, no solo perdió legitimidad, sino que fue percibido como un obstáculo al cambio político en el país y a su regeneración democrática. La población percibió con toda claridad que la clase política estaba sometida a los intereses de la oligarquía financiera, que rescataba bancos y empresas y que degradaba las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías sociales.

La fase que se abría expresaba una lucha extremadamente dura entre los que defendían una propuesta de regeneración y de ruptura democrática y aquellas fuerzas que, de forma más o menos explícita, estaban organizando un proyecto de restauración acorde con la división del trabajo que se iba imponiendo en la UE.

España se fue convirtiendo en un país económicamente cada vez más dependiente, subalterno políticamente y con una democracia limitada y sin soberanía. El modelo productivo que se fue profundizando y definiendo por las políticas de crisis se basaba, para incrementar la competitividad, en una devaluación permanente de la fuerza de trabajo, en la degradación sistemática de los derechos laborales y sindicales y en una sustancial disminución de un Estado social que nunca fue muy fuerte en este país.

Podemos no es un partido, es  un movimiento democrático con raíces sociales profundas y con una componente plebeya que le da una singularidad en el mapa político europeo. Hay muchos Podemos y su vertebración programática, organizativa y territorial será difícil. Los poderes lo saben. Nunca ha habido una tregua para Podemos, ha sido combatido más como enemigo que como adversario político, con un objetivo claro: que no se consolide como proyecto político y social alternativo. Cada conflicto interno es sobredimensionado y convertido en crisis, cada diferencia entre los dirigentes aparece como inicio de una ruptura. En el centro, siempre en el centro, demoler al Secretario General Pablo Iglesias.

¿Cómo individualizar el debate que se resolverá el próximo fin de semana? Más allá de las distintas versiones de los conflictos reales o aparentes o de las consignas de grupo, el fondo tiene que ver con una diferencia analítica que se convierte en una diferencia estratégica de mucho calado.

El sector de Íñigo Errejón, sin decirlo abiertamente,  da por concluida la crisis de régimen y considera vencedora a la operación de restauración oligárquica del sistema. Lo que quedaría es negociar con los ganadores ciertos aspectos favorables a las clases populares, garantizarle a los sindicatos cierta presencia pública y, sobre todo, sumarse a la negociación sobre la regeneración democrática y, específicamente, a las posibles salidas de la llamada “cuestión catalana”. Se dan por definitivamente perdidos los derechos y libertades eliminados por las políticas de austeridad. Se acepta, en definitiva, los límites impuestos por los Tratados y por la Comisión Europea.

El sector de Pablo Iglesias considera que la crisis de régimen sigue abierta y que es fundamental ampliarla. Este sector considera que es imprescindible seguir disputándole la hegemonía al tripartito dominante (PSOE, PP y Ciudadanos) e iniciar un proceso constituyente que garantice los derechos sociales y la construcción de un Estado federal. El eje es formar parte del conflicto social y combinar movilización de masas con la lucha institucional.

Un elemento decisivo en este debate es la relación con el PSOE que –es necesario subrayarlo- vive una crisis muy grave. Para el sector de Errejón se trataría de cooperar con el PSOE  y desde ahí, disputarle la hegemonía electoral. El sector de Iglesias entiende que el PSOE es parte de las fuerzas del régimen y, como ha mostrado la forzada dimisión de Pedro Sánchez, es un partido intervenido por los grandes poderes.

El tipo de partido que defiende Pablo Iglesias tiene mucho que ver con la orientación estratégica antes definida. Se trata de pasar de un partido que ha sido esencialmente una maquinaria electoral a un partido de masas, sólidamente insertado en el territorio, ligado al conflicto social y a los movimientos, con capacidad de propuesta alternativa desde el punto de vista de las clases subalternas.

No hay que olvidar –el debate sobre esto ha sido muy pobre- que la singularidad de Podemos es que sigue siendo percibido como una fuerza capaz de ser alternativa de gobierno y de poder. No es casualidad que la plataforma que encabeza Pablo Iglesias se llame Proyecto 2020, es decir, construir una alternativa política y social capaz de ganar las próximas elecciones generales en España.

Resumiendo, nadie cuestiona formalmente a Pablo Iglesias como Secretario General. La cuestión de fondo sigue siendo el tipo de dirección a construir. Iglesias, a diferencia de Errejón, defiende una dirección cohesionada en   torno a una política de ruptura democrática evitando la cristalización de fracciones organizadas y de un reparto del poder según cuotas. Pluralidad sí, respeto a las minorías también, pero desde una dirección única que garantice la unidad de acción.

Fuente: Socialismo 21

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