jueves, diciembre 26, 2024
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Desbordando el Límite: Lo que Hay Bajo la Borrachera Electoral

Acaba de publicarse la última novela de Marcelo Leonart, que se ambienta en 2011 y se llama Lacra. Un concepto y tres personajes concentran la atención: el concepto es el lucro, los personajes son un prestamista poblacional imbuido del Chile del emprendimiento luego de haber sido un niño que vendía el servicio de prostitución infantil a los ricos; Carlos Larraín enfrentado al movimiento estudiantil, con sus marchas pletóricas de vitalidad; y Patricia Matte, preocupada por una toma de uno de los colegios de su Sociedad de Instrucción Primaria, financiado por su familia para instruir a los chilenos del pueblo.

La trenza de la historia es notable, pero la diatriba del autor lo es más. Carlos Larraín se espanta ante la educación gratuita y el futuro que se abre: abortos gratuitos, prostitución gratuita (y de calidad), viajes al espacio gratuitos, terrenos en la Patagonia gratuitos. Larraín sufre al ver el pecado y vive el deseo por una estudiante hembra mapuche libidinosa y revolucionaria que lo agrede en plena protesta, mientras reza el padre nuestro, que luego se escapa en francés, latín y finalmente en mapudungún, idioma satánico que lo posee. Larraín está soñando, en rigor sufre una pesadilla, habita un planeta donde un mundo de inútiles y subversivos claman por su sacrificio, donde la picota de Caupolicán flota como la amenaza penetrante de un futuro dolor.

Luego aparecerá Patricia Matte, bajando en su auto a toda velocidad desde La Dehesa a San Bernardo para rescatar a su colegio de los encapuchados. Mientras avanza piensa en su familia, en cómo el fondo moral de su familia es la directriz de la historia de Chile, en su abuelo buscando por Europa el mejor método para enseñar a leer a los niños chilenos, en su familia donde los primos se casan entre sí, donde los apellidos se mezclan y confunden y cambian de orden pero no de rango.

Para ella la educación es desprendimiento, jamás lucro. Y ahora mientras saquean el colegio y ella avanza por la autopista concesionada, piensa que está en juego la historia de su familia, su significado, su futuro.

No necesita policías, porque se siente protegida por Dios. La acompañan su hija y su nuera, que ante la convocatoria a olvidarse de la fuerza policial y creer en la divinidad sufren un terror casi convulso, que se preguntan si acaso todo es absurdo, que se inquietan por no haberse puesto un aro en la nariz como Camila y por estar en ese auto, donde su madre clama porque la elite se ha desvinculado tanto del país. Pata Matte intenta transmitirles a sus hijas que la caravana de la muerte existió porque era la única forma de terminar con el cáncer marxista, con esa lacra, para defender “nuestras creencias, nuestro capital, nuestras vidas.

” No se puede comparar esa presunta tragedia llena de prensa comunista con la real tragedia de las niñas del Colegio Cumbres que murieron en su viaje de estudios, angelicales ellas. Pero a nadie le importa. Su hija y su nuera la ven como una loca.

Pata Matte increpa al escritor, al mismo Leonart, le ruega, lo insulta, le llama picante, homosexual, drogadicto, comunista, resentido. Y Pata Matte sabe que, mientras tanto, Camila obnubila al mundo con su figura demoníaca, con su aro en la nariz, y la derecha se desconecta tristemente del mundo real, no como ella, la socióloga caritativa y millonaria. La aceleración final del texto es demencial: el prestamista flaite alucina viendo desnudarse a una niña del colegio Cumbres muerta en el norte, la desea, pero ella huye juguetona. Está en el patio de Carlos Larraín, él aparece y tras asesinarlo lo mandará a cortar en 19 minuciosos trozos que tendrá que filetear el chofer para nuevamente poner fin a  la lacra.

Las reminiscencias del caso Spiniak, de las violaciones a los derechos humanos, del fanatismo religioso que justifica la guerra santa contra el populacho, del movimiento estudiantil, de la oligarquía y la burguesía, la caridad como forma de relación, en fin, son los temas en los cuales Leonart no sólo ingresa, sino que chapotea hasta el hartazgo.

Este sólo hecho revela que en Chile una frontera ha sido destrozada, superada con creces. Esta novela no sólo no ha recibido ninguna sanción, sino que ha sido premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Se puede hablar de Larraín y Matte con toda libertad y no hay derecho a réplica, a súplica, a juicio sumario, ni siquiera a mera querella por las injurias y calumnias.

El límite ha sido desbordado.

Umberto Eco señala que la noción de límite o frontera es la base no sólo del criterio de propiedad, sino además de la política (y su noción de orden) y de la lógica (especialmente la aristotélica). Para que haya límite cada lado de la distinción debe ser objetivamente distinto, demarcado con una línea física o imaginaria. Para que haya orden, se debe respetar el límite.

La política se juega en la administración (por moral, derecho o violencia) del límite, en el movimiento de la frontera (correr el cerco o guerra de posiciones) y eventualmente en la disolución de ella (revolución). Este último punto es importante. La imagen de la revolución como “la Libertad guiando al pueblo” de Delacroix, es un obstáculo a la comprensión de que una revolución puede ser simplemente la impertinencia de un límite que otrora era fundamental.

Los límites del orden que comenzó su proceso de derrumbe en 2011 son evidentes: la democracia de los acuerdos, el poder de veto de la UDI, el rol morigerante de la DC, el binominal, la Constitución del 80, la incuestionabilidad del Estado subsidiario, el predominio del derecho de propiedad sobre todo otro derecho, el uso ilimitado de los fondos de pensiones para socializar pérdidas y privatizar ganancias; son algunos de los elementos que hoy aparecen con evidencia en proceso derrumbe.

Aún quedan bastiones: el rol ambiguo del PS, la figura analgésica de Bachelet, la evidente pretensión cosmética de la Nueva Mayoría (todos los cambios deben ser institucionales, dicen, mientras señalan que es una institucionalidad injusta que impide hacer cambios). Pero el proceso sigue. Gramsci predice que, al iniciarse un proceso, la contrahegemonía toma forma de cambio cultural, luego se traduce políticamente y finalmente lo hace económicamente.

El proceso que vivimos es intenso en cambio cultural: se ha cruzado la frontera valorativa que impedía el aborto, el matrimonio homosexual, el lucro pasó de divino a maldito, la discriminación se tolera cada vez menos, la subjetividad pasó de pasiva-institucionalista a activa-impugnadora. Ahora hemos visto, durante estos meses e incluso en la elección, el fin del súper ciclo de la derecha. Un 65% de los votantes es imputable a la centro-izquierda o izquierda.

El 10% de Parisi no es derechizable: su discurso crítico a las grandes corporaciones, su llamado a la Asamblea Constituyente y su impugnación a El Mercurio y La Tercera bien puede ser impostura, pero sus votantes ven en él a un crítico de un orden donde la derecha es la regla. La derecha se queda completamente minimizada. Su votación es efectivamente la más baja de la historia reciente: Arturo Alessandri Beza sumado a José Piñera (indudablemente ambos de derecha) sumaron más de 31% en 1993. Incluso en esta elección 6 de cada 7 votos de candidatos ‘chicos’ fue a la izquierda, minimizando el centro.

Hoy Chile ha desbordado la frontera. Se ha hecho masivamente, desdibujando y volviendo impertinente el límite. La Nueva Mayoría tenía que ser capaz de domesticar al animal del malestar y tenía para ello la mejor candidata imaginable. El proyecto del pacto era demostrar que la inclusión del PC y el apoyo a la lista de Giorgio Jackson eran suficientes para decirle a la izquierda que el camino estaba por dentro de la Nueva Mayoría.

Pero Bachelet no sacó más votos que en su primera candidatura. Más aún, por entonces a su izquierda había sólo un 5% y a su derecha un 48%. Hoy tiene a su derecha un 25% y a su izquierda un 17%, algo cada vez más parecido a un jamón de sándwich. Por primera vez puede tener en la práctica una oposición en el Congreso por la derecha y por la izquierda. Por ejemplo, su proyecto de AFP estatal bien puede ser rechazado por la derecha por estatista y rechazado por Jackson, Boric y el PC por libremercadista. Y fuera del Congreso será peor.

La impugnación tendrá hoy dos frentes relevantes, a menos que logren el concurso de ME-O y puedan jibarizar el bloque de potenciales alianzas a su izquierda. Es cierto, en todo caso, que la institucionalidad vigente permite que esto tenga una traducción limitada en el Congreso, pero el agua se dirige al río y llegará más temprano que tarde. Mal que mal, casi todos los dirigentes estudiantiles ganaron y además lo hicieron con resultados contundentes.

El orden hasta ahora existente era una derecha poderosa fácticamente y viviendo de subsidios institucionales (de Guzmán y Pinochet) que redundaron en un poder electoral inédito, propio del momento de desesperanza. Mientras los chilenos querían una sociedad distinta, votaban por la derecha, pues la sociedad deseada había sido convertida en imposible. El orden existente era el del 0,01% de la población, que acumula el 10,1% de los ingresos del país, siendo la elite de mayor concentración en el mundo.

La única razón de Estado era la tasa de ganancia de ese 0,01%, la única noticia relevante era la que les convenía, el único colegio que merecía atención era el cambio de domicilio de alguno de los establecimientos de los mil o dos mil niños afortunados de vivir con el dinero de un sueco millonario en un país tercermundista.

Las movilizaciones fueron hordas desbordando los límites, chapoteando sobre las normas, cuestionando si era más violento romper un paradero que vivir en un Chile injusto. Las movilizaciones fueron el fin del miedo, el olvido de la frontera, el aplastamiento de Pinochet, de Juan Pablo II, de neoliberalismo incuestionado. Hoy en Chile se puede leer una novela con Carlos Larraín descuartizando un cuerpo, se puede leer un texto corrosivo sobre Patricia Matte, se puede esperar al presidente decir que le dan como caja. Todo eso es posible porque habitamos aguas cuyo cauce ha sido superado.

En medio del descontrol, la ilusión de Bachelet viene (venía) a decirnos que hay orden, control y predicción. Nuevos límites, nuevo orden, nueva mayoría. Pero no hay cauce, ella es otro río, puro amor, expectativa, perdón, ilusión. Eso no es un cauce, es un líquido que también requiere uno. Como una señal, le toman su comando los niños y jóvenes subversivos. Como una señal, Enríquez-Ominami la condiciona sin daño. Como una señal, Parisi le dice que su triunfo es el de Quiñenco y Antofagasta Minerals. Ya no hay respeto, la moral ha quedado abolida, la santidad también.

El aborto, la gratuidad, los derechos irrenunciables, los sindicatos, la Asamblea Constituyente (ese objeto innombrable), el griterío  ilimitado, el matrimonio homosexual con adopción de niños; todo ello crece como un nuevo cáncer ya no tan marxista, informe e incomprensible. Ese cáncer le crece incluso a Bachelet, ya tan curada de ese mal ominoso. Si antes lo aprendido en la RDA estuvo al servicio de Milton Friedman, ahora la RDA clama por su propia potencia, por su fertilidad, por la sangre de su sangre.

La derecha está sola. La Nueva Mayoría es una jaula de hierro, petrificada en su propia petulancia, domesticando empresarios, movimientos sociales, liberales, socialistas y cristianos. Ambos sectores pretenden ser protagonistas de las reformas futuras, pero uno está exánime (la derecha) y el otro está inmóvil (la Concertación). La ruta institucional empieza a ser una utopía y resuena el “por las buenas o por las malas” de Atria.

Es cierto que entre ambos sectores se definirá la segunda vuelta, es verdad. Pero será con menos votos, en pleno ambiente navideño, con la población reclamando por una elección inútil, con la gente viajando a la playa, con el hastío del chiste repetido. La segunda vuelta ha sido la opción del destino, sólo para hacer sufrir un poco más a los defensores activos y pasivos del modelo.

(*) Sociólogo y académico Universidad de Santiago

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