Nadie en el mundo tuvo tal grado de paranoia como Dalí. Quizá conozcas a alguien con quien quieras desmentir esta aseveración, pero lo más probable es que no puedas. No en el sentido fantástico u onírico que pretendía el español surrealista.
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Salvador Dalí no estaba loco ni buscaba una polémica barata a partir de sus actos; pero se valió de un quiebre en el pensamiento y las estructuras de poder en el mundo del arte para experimentar con la distopía estética.
En ello se basó su método paranoico-crítico, su búsqueda reflexiva y mística en esas cosas ordinarias de la vida; todas esas presencias cotidianas en el mundo fueron tomadas por el ojo espiritual e inestable de Dalí para ser mutadas en algo que entrara en concordancia con lo subconsciente, permeable y onírico.
[Por otro lado, mucho de lo que este artista mostraba era un giro hacia el inconsciente y por ello, la recriminación de Freud hacia sus prácticas.]
Eso hace que el fondo o las intenciones de su trabajo sean difícilmente ubicables; su no ser estático en esa paradójica inmovilidad de lo pictórico frena a su vez cualquier intento de hallar una sola lectura a la producción entregada. Aunque de hecho ninguna pieza se merezca la univocidad, en el surrealismo (de Dalí) es aún más difícil hacer que encuadre un único discurso en una única representación.
Pocas cosas podrían decirse en un código mundanamente racional de la obra de Dalí; su análisis en términos interpretativos puede llegar a ser infinito e incluso terapéutico o proyectivo, pero casi ningún dato sería capaz de desdoblar a la pintura en sí misma para que mostrara su contenido supuestamente real, salvo una que otra curiosidad histórica.
En ese rastreo podemos advertir entonces eventos que propiciaron un cambio en el lenguaje, el dibujo y la denominación. Probablemente no haya grandes relatos detrás de ciertas pinturas, pero los hay suficientes como para arrojar luz en el estudio global de su arte.
“Aparición” (1981)
Con cambios notables en su estilo, Dalí se encontraba en una de sus últimas etapas artísticas. Era reconocido en el arte pop como una gran influencia que jugaba con el contenido matemático y científico, así como con las ilusiones ópticas.
Lincoln en Dalivision (1976)
En un momento marcado por sus experimentaciones estilísticas, Dalí demostró no perder sus fascinaciones de siempre, pero ahora en un viaje magnífico a la litografía de tinte más comercial, más lúdico en el sentido del artista que se conecta de manera activa con el espectador. Esta pintura es un retrato de Gala que, a la distancia exacta, se transforma en el rostro de Abraham Lincoln.
“El torero alucinógeno” (1969)
Existe una anécdota alrededor de este trabajo: Dalí, en Nueva York, compró una caja de lápices “Venus”, de donde sacó la inspiración perfecta para uno de sus estudios recurrentes en la pintura. En el caso específico de esta producción también existe un conector con Gala, a quien le disgustaba el toreo.
“Minerva loca, loca, loca” (1968)
El catalán realizó esta pieza en uno de los episodios de mayor exponencia para su creatividad; trabajaba para el logotipo de Chupa Chups (que vería la luz hasta el año siguiente), se responsabilizaría de la campaña publicitaria para Eurovisión y seguiría con su proyecto por levantar el antiguo Teatro Municipal de Figueres.
“La ascensión de Santa Cecilia” (1955)
Aunque poca gente lo piense, este lienzo fue creado en una era que para Salvador significó respeto inconmensurable hacia la Iglesia, sus representaciones y adoraciones. Además, lo sabía conjugar a la perfección con sus estudios sobre la materia, otro tema que le apasionaba en aquél entonces.
“La tentación de San Antonio” (1946)
Ya con un ligero pero claro interés hacia lo sacro y los enigmas de la religión católica, el artista catalán le dio cuerpo y movimiento a una de las anécdotas más importantes de dicha institución. Esta pintura fue hecha para un concurso que no ganó, al mismo tiempo que creaba de diversos fondos para un filme de Alfred Hitchcock.
“Mi mujer desnuda contemplando su propio cuerpo convirtiéndose en escalera, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura” (1945)
Dalí mostró en este cuadro uno de los más representativos estudios del cuerpo y la técnica, mostrando a la par un retrato inmortal de su amada Gala. Feminidad, clasicismo y diseño se mezclaron para demostrar la genialidad surrealista del autor.
“La persistencia de la memoria” (1931)
A todo mundo engañan estos relojes blandos, elementos que marcaron su producción por algún tiempo. Quizá pocos sepan que este cuadro es un autorretrato del artista en una etapa de su vida, obsesionado por las maneras de percibir el mundo y la manera como se comporta el hombre frente a él.
“Autorretrato” (1921)
Aun siendo de sus primeras obras, este análisis personal a partir de las formas en su cuerpo transparenta una gran cantidad de movimientos internos y discursos de lo posible, como nunca antes se habían visto en un retrato. La pintura muestra a un Salvador de 17 años, ejecutada por un Dalí eterno.
* El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas extraordinarias en medio de un desierto vacío. El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia”.
Salvador Dalí
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Fuente: Cultura Colectiva