miércoles, abril 24, 2024
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No Hay Peor Astilla que la del Mismo Palo: Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis de la Cruzada Contra las Reformas

Alentados por los generosos espacios que les concede el sistema mediático, ex ministros y altos funcionarios del ala neoliberal de la Concertación entraron a competir con el coro de los neoliberales de la academia, el empresariado y los partidos de derecha, en el empeño de sembrar dudas, desconcierto e incertudumbre, y de paso, perpetrar la gruesa deshonestidad intelectual de atribuir la crisis económica en ciernes, que ellos saben perfectamente que tiene origen, domicilio y causas en las distorsiones ocasionadas por la desregulación de la economía global…a las tímidas reformas del Gobierno de Michelle Bachelet.  Y, como es apenas natural, estos jinetes del Apocalipsis del libre mercado, postulan que los males del neoliberalismo, se remedian con la profundización del neoliberalismo.

 

Eduardo Aninat, ex ministro de Hacienda del Gobierno de Eduardo Frei, ex subdirector gerente del Fondo Monetario Internacional, ex presidente de la Asociación de Isapres, y ex director de empresas del sector de la Gran Empresa, tales como Entel, GGE, Chile Tabacos, Sacyr Concesiones y Colmena Golden Cross, entre otras, usa uno de los fetiches de moda para infundir miedo y deslizar la crítica al gobierno:

«Si bien el tsunami no ha llegado, de Arica a Punta Arenas, la ola grande se viene acercando y yo lo que haría es darle al barco mucha más conducción».

Aninat y su problema con el «liderazgo»

En el desarrollo de la entrevista concedida a….El Mercurio, demuestra tener claro que los mayores problemas para economías emergentes dependientes de la exportación de recursos naturales, como Chile, derivan de la desaceleración de la economía China, y la consecuente caída en el precio de los transables, en este caso, el cobre. No obstante, para la galería, prefiere cargarle los dados a la «falta de conducción»:

«Si hubiese claridad política y más consenso el país ya estaría creciendo» (…) Los problemas están en las vacilaciones y la falta de liderazgo (…) Este es un auto que está en neutro y el país necesita de definiciones políticas concretas».

Su recado es directo para el que tenga oídos bien dispuestos:

«No soy nadie para juzgar a una Presidenta de la República que fue electa democráticamente y por una amplia mayoría, pero me doy cuenta de que ella está sujeta a presiones muy fuertes. Si pudiera dar un consejito, le diría que en otras crisis que ella misma vivió en su primer Gobierno, cuando La Moneda y el equipo político fueron claros y hubo apoyo al ministro de Hacienda, las cosas anduvieron bien. Pero cuando hay ambigüedad, las cosas no mejoran y lo que veo yo es que del cónclave a la fecha no hay más certidumbre».

«Yo respeto mucho al ministro Valdés. Él tiene la pista pesada y está enfrentando muchos problemas, que se generaron en la gestión pasada. Él se dio cuenta de que la realidad era mucho más compleja de lo que imaginaban las autoridades anteriores y que lo importante era recaudar, pero que para lograr ello es necesario hacer cambios».

Toda esta parafernalia retórica puede simplificarse en un solo concepto: para Aninat, recobrar la conducción y el liderazgo significa abandonar las reformas, dejar atrás las tentaciones populistas y la intervención del Estado y conducir el barco de regreso hacia el consenso de Washington, la desregulación absoluta y la sabiduría del mercado; lo cual en todo caso es una descomunal impostura, pues desde la crisis de 2008, los problemas de la economía global no dejan de provenir justamente desde allí.  

Para no dejar dudas sobre los propósitos de la intervención, su recomendación al ministro Valdés, aunque ello signifique desdecirse a sí mismo en cuanto a la necesidad de «recaudación», es simple y a la vena: «espero que el uso de la renta atribuida se lleve a su mínima expresión, incluso sería partidario que desaparezca».

O sea, terminemos con cualquier vestigio de reforma tributaria y con ideas tan extravagantes como exigir que los ricos paguen impuestos.   

Un tecnócrata neoliberal

Para ajustar cuentas con la reforma laboral, el contraataque conservador desde el sistema mediático reclutó a otra «figura» del establishment concertacionista, el ex Ministro del Trabajo del gobierno de Aylwin y de Transportes y Telecomunicaciones del primer Gobierno de Bachelet, René Cortázar.

Al igual que en el caso de Aninat, su currículo y trayectoria lo muestran, por sobre cualquier otra consideración, como un neoliberal convencido, y un acrisolado defensor de los intereses del sector de la gran empresa. En efecto, ostenta el postítulo de rigor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y ha sido profesor del Instituto de Economía de la Universidad Católica y profesor visitante en universidades de Brasil y Estados Unidos. Se ha sentado en los directorios de Entel, D&S, Corpbanca, AES Gener y La Polar.

Fue hasta diciembre de 2012 presidente del directorio de Canal 13, una vez que lo compró el grupo Luksic, cargo al que retornó en abril de 2015; dicho todo esto para que se pondere desde dónde vienen y hacia donde conducen sus interesadas opiniones, recogidas para el caso por el diario La Tercera…el mismo día que las declaraciones de Aninat a El Mercurio.  

Débase a la falta de imaginación del autor de la entrevista, o a un pauteo de campaña, el hecho es que eligió la misma metáfora utizada por Aninat:

«No basta con navegar lento, hay que hacer un golpe de timón».

Su diagnóstico lo retrata de cuerpo entero como un redomado tecnócrata neoliberal:

«Si desde 1990, los gobiernos mayoritarios intentaron gobernar con acuerdos técnicos y políticos, hoy se pretende sin más imponer una mayoría. Si antes se tuvo en cuenta el crecimiento económico como base prioritaria, hoy se privilegia la igualdad».

Con arreglo a esa concepción, a su juicio el éxito de cualquier reforma descansa en «hacer un buen diseño» y en la «capacidad de construir consensos técnicos y políticos amplios».

En función de esa visión reduccionista, Cortázar cree que el principal problema de la reforma laboral es que «se hizo primero buscando un entendimiento sólo con la CUT, no se hizo buscando un acuerdo social que abarcara a los distintos sectores», y luego, cuando ya se está tramitando, «se busca que el acuerdo sea al interior de la Nueva Mayoría, no con todos los sectores políticos».

Enseguida, Cortázar perpetra una impostura muy en boga durante los dos primeros gobiernos de la Concertación, de creer y hacer creer que el modelo neoliberal es «un proyecto nacional compartido». De ella, deriva una segunda, también muy al uso en el primer ciclo de la Concertación: creer y hacer creer que el modelo armonizaba crecimiento con igualdad. Su conclusión, hija de esas dos imposturas, no puede ser sino otra impostura:

«Si en esos 25 años se enfatizó enormemente el crecimiento y la igualdad, ahora se ha enfatizado sólo la igualdad. Y si se enfatizaban los grandes acuerdos, ahora se ejerce la mayoría».

Su táctica, al igual que la de los grandes medios, derecha y el empresariado, consiste en introducir la división:

«El realismo se ha entendido como la gradualidad, y la gradualidad es positiva, porque es navegar más lento. Pero aquí no basta con navegar más lento, aquí lo que hay que hacer es un golpe de timón. Y el golpe de timón supone volver a poner el crecimiento en el centro. Y yo no tengo duda que el ministro de Hacienda está en esa posición»

En función de esa estrategia, el periodista le consulta si la Nueva Mayoría tiene futuro.  Y contesta Cortázar, don René:

«Depende de lo que se haga. La gran diferencia entre la Nueva Mayoría y la Concertación no está sólo por el ingreso del Partido Comunista, que es el único partido significativo que ingresó y que representa menos del 5%. Eso sería la cola moviendo al perro. La diferencia entre ambos tiene que ver con la estrategia. Si la Nueva Mayoría se va a proyectar positivamente hacia adelante, tiene que recuperar la importancia del crecimiento y su capacidad de sumar»; entiendiendo por esto último, regresar a la noción de que el modelo neoliberal es un proyecto nacionalmente compartido.

Pero la partitura de esta ofensiva contra las reformas le asignó a Cortázar la misión de desacreditar la reforma laboral. Para ello, no trepida en mentir impúdicamente y utilizar la estratagema  neoliberal de fraccionar la realidad y recontextualizarla en función del discurso:

«Si sólo estoy mirando la igualdad, puede que el tema que hoy se está discutiendo sobre los reemplazos internos de trabajadores en una huelga no sea un tema tan central, pero sí tendría un efecto muy significativo sobre el crecimiento. La primera pregunta que uno se hace es qué tienen los países desarrollados que lograron crecer. Y la respuesta es simple: todos tienen reemplazo interno. Japón, Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra, Canadá, todos. Por lo tanto, si uno anda preocupado del crecimiento, probablemente convendría tener una institución como aquella que es compatible con los países que logran un alto crecimiento».

Lo que Cortázar no dice, es que en los países que menciona, el derecho a huelga es ampliamente reconocido, contexto en el cual el reemplazo interno carece de significación, en la medida en que los sindicatos tienen la capacidad de alterar la producción, como medida de presión para negociar.

Lo que Cortázar no dice, es que todas sus opiniones manifestadas en la entrevista de marras, apuntan a mantener la debilidad estructural del trabajo para negociar con el capital, convenientemente encubierto con el mito del crecimiento. A su juicio, la reforma laboral presenta cuatro problemas.

El primero, el del reemplazo, no ya del interno, sino también del externo, que en su opinión, debe restituirse:

«Es un dato de la causa que en Chile el reemplazo externo se va a eliminar y lo que está en la discusión hoy es la idea del reemplazo interno. Este es un aspecto central que del proyecto de la Cámara debiera ser modificado».

Como segundo problema, observa que extender los beneficios de un contrato colectivo al resto de los trabajadores debe requerir la autorización del sindicato:

«Si no lo da, puedo tener dos cajeros, con la misma productividad y educación, uno ganando 100 y otro ganando 80. Eso atenta contra la igualdad y contra la gestión de la empresa».  

Con opiniones así de leves, Cortázar borra de una plumada el problema de la precarización del trabajo que ha traído consigo el actual Código Laboral y sus modificaciones, que permiten no sólo el abuso generalizado de la empresa, sino también significativas diferencias de remuneación y derechos laborales, entre trabajadores propios y externos, y entre trabajadores sindicalizados y no sindicalizados. Es, precisamente, lo que la reforma pretende corregir.

El tercer problema, para él, es la titularidad sindical:

«Para que el sindicato tenga el monopolio de negociación en la empresa es importante que tenga un mínimo de representatividad. Como está la ley, con un 10% de trabajadores sindicalizados, nadie más puede negociar en la empresa».

Este problema se soluciona, según Cortázar, con «mantener lo que existe hoy: la libertad para negociar por acuerdo entre las partes».

Pero para él, el mayor problema es la recuperación del poder negociador del sindicato, lo cual ejemplifica como sigue:

«Durante los últimos 25 años tuvimos varias huelgas en el Metro, donde los conductores que paraban eran 200 trabajadores, pero como había reemplazo interno, la ciudad no paraba. Si se aplica esta ley tal como está hoy día, la ciudad de Santiago para».

Acabáramos. De seguir a Cortázar, mejor retirar la reforma laboral…excepto en lo que dice relación con introducir mayor flexibilidad a las ya de suyo desreguladas relaciones laborales actuales:

«En Chile, las negociaciones colectivas son sobre salarios y eso es básicamente confrontacional: uno quiere más y otro quiere menos. Pero cuando se amplía a las condiciones de trabajo, se abre la posibilidad de organizar descanso, jornadas, vacaciones y los intereses del empleador y del trabajador comienzan a coincidir. Por ejemplo, en el comercio la semana previa a Navidad los trabajadores, de acuerdo al Código, no pueden trabajar más de nueve horas. Quisieran trabajar más porque ganan comisiones. El empleador quisiera también que trabajaran más de nueve horas esa semana, porque ellos son los más calificados y así evitan buscar reemplazantes. Ambos están de acuerdo, pero la ley se los prohíbe. Con este proyecto, la ley lo permitiría. Esto ya lo intentó Ricardo Lagos en su gobierno y no tuvo los votos».   

En otras palabras, neoliberalismo extremo en las relaciones sociales de producción. Con esos «amigos», ¿para qué necesita de enemigos la Presidenta Bachelet?

Para que se entienda el contexto de campaña de estos jinetes del Apocalipsis de cuño concertacionista, el también ex ministro de Hacienda de Aylwin, Alejandro Foxley, utilizó en El Mercurio la misma metáfora que Cortázar.

Según Foxley, el reemplazo de trabajadores en huelga con otros de la misma empresa permitiría equiparar las condiciones de negociación para impedir que, eventualmente, un sindicato con pocos miembros termine imponiendo condiciones que pueden afectar al resto, o a los propios consumidores:

«Un ejemplo obvio es si un sindicato de algunos trabajadores del Metro de Santiago llama a una huelga y paraliza todo el sistema. Eso perjudica a varios cientos de miles de personas en su vida cotidiana».

Los argumentos de estos campeones del «crecimiento con equidad» se diferencian en poco o nada nada del chantaje empresarial y del los partidos de derecha:

«No sacamos nada con fortalecer una organización sindical si se daña el que esta economía genere los empleos que necesita. En lo que viene, en los próximos tres o cuatro años, para poder absorber a la gente joven que está buscando trabajo, tenemos que crecer más».

En otras palabras, en tiempos de crisis no se pueden hacer reformas, porque impiden la recuperación. Y en tiempos de bonanza tampoco, porque introducen factores de incertidumbre,  debilitan las «confianzas» y perjudican la inversión.    

¿En qué mundo vive de Gregorio?

El contubernio mediático que se vale de las opiniones de neoliberales concertacionistas para criticar las reformas, le asignó a José de Gregorio, ex Presidente del Banco Central durante el primer gobierno de Bachelet, y ex ministro de  Economía, Minería y Ministro presidente de la Comisión Nacional de Energía en el gobierno de Lagos, y tal como los personajes anteriormente nombrados, con activa participación en el sector de la Gran Empresa; en este caso, en los directorios de Vapores, EuroAmerica y Embotelladora Andina, la tarea de socavar la reforma a la educación, en entrevista a dos páginas, en el suplemento dominical de Reportajes, del diario El Mercurio:

«Desde el programa se habla de la educación gratuita universal, que a mi juicio es un error, porque terminaremos con un sistema más segregado, y sus posibilidades de implementación son muy bajas. El problema de fondo, y me preocupa, es que hay buenas ideas pero el diseño es precario (…) nunca me sentí cómodo con la oferta de gratuidad total, porque es impracticable. Es cosa de pasearse por América Latina y ver la segregación de sus sistemas universitarios (…)

«Estamos enredados, porque gratuidad total significa crear un sistema en el cual se fijan vacantes y precios por carrera, y termina con la autonomía desde el momento en que las universidades dependerán financieramente casi exclusivamente del gobierno (…)

«Las ideas progresistas que se plantearon son buenas; los diseños han sido mediocres, por la premura en dejarlos instalados y no haberlos pensado con detalle. Eso desprestigia una agenda reformista. La reforma educacional aprobada el año pasado terminó generando temor en la misma ciudadanía que había apoyado ese programa».   

La verdad es que cuesta identificar desde qué parametros hablan estos iluminados exponentes del neoliberalismo.

¿Acaso no ve de Gregorio que Chile tiene uno de los sistemas educativos mas caros y segregados de todo el mundo, y a pesar de eso, uno de los más ineficientes en cuanto a su misión de igualar oportunidades, origen, precisamente, de la poderosa oleada de protestas que puso la reforma en la pauta política?

Pero este jinete no se detiene sólo en la reforma a la educación. También arremete contra la reforma tributaria con argumentos que omiten el debilitamiento de su espíritu mediante la «cocina» del trámite parlamentario entre la derecha y el sector neoliberal de la Nueva Maytoría:

«Quizás la cocina tuvo que hacerse muy rápido y salió cruda la comida, pero no es responsabilidad ni del Senado ni de los cocineros, porque no se partió por un proceso de diálogo constructivo con todos los actores. (…)  

«Nosotros revisamos temas económicos, en los que lo más complejo era lo tributario y siempre hubo dudas respecto de la factibilidad técnica. Se habló de ingresos devengados y se terminó en atribuidos».

«Hay encasillamientos que son desafortunados; el FUT se transformó en una bandera. Siempre he pensado que hay distorsiones en nuestro sistema que generan un gran incentivo a esconder ingresos laborales como ingresos de empresas, y gastarlos a través de ellas, y eso tiene que ver con las grandes diferencias de tasas. Pero el problema no es la contabilidad de las utilidades retenidas. Es su mal uso».

El Mercurio no le podía permitir no arramblar contra la reforma laboral:

«La incertidumbre en la reforma laboral es algo que debería terminar luego. Pienso que debemos tener huelgas efectivas y mayor capacidad negociadora de los sindicatos sin atentar contra la sustentabilidad de la empresa ni su capacidad de crecimiento (…) .

«La huelga es costosa pero no puede significar una amenaza a la capacidad de la empresa de seguir funcionando. Está bien eliminar los reemplazos, pero hay que ser razonables en los servicios mínimos y la posibilidad de que las empresas puedan reacomodar su personal (…)

«Todas las empresas y los trabajadores pierden muchísimo con una huelga. Hay un espacio para darle más fuerza al sindicato, pero los costos tienen que dimensionarse de acuerdo a la realidad».

En opinión de este «experto», la gran incertidumbre de la economía chilena radica en qué camino eligirá para los próximos diez años:

«¿El del populismo con crecimiento bajo y políticas mediocres, o el de las buenas políticas que generen bienestar y crecimiento económico para todos?. El gran problema de llegar atrasado a las demandas ciudadanas es que se exagera la necesidad de cambio, lo que es terreno fértil para el populismo. Mucha promesa grandilocuente y poca solución».

Evidentemente, de Gregorio asimila las reformas en curso a «populismo» y «políticas mediocres». El problema surge al ejemplificar lo contrario: ¿hay alguien en el mundo que pueda homologar honestamente neoliberalismo con «buenas políticas», que generen «bienestar y crecimiento económico para todos»?.

A esta altura, eso sólo lo puede afirmar sólo lo más recalcitrante del neoliberalismo doctrinario.

Velasco y su oblicua defensa del empresariado

Por más que formalmente ya no reconozca filas en la Concertación, básicamente por un problema de ambiciones políticas asimétricas con sus posibilidades reales, el último cuchillo neoliberal de las filas concertacionistas para atacar las reformas, lo enarbola el ex ministro de Hacienda del primer gobierno de Bachelet, Andrés Velasco, con arreglo al viejo refrán, de que no hay peor cuchillo que el del mismo palo.

Sin embargo, el examen de sus creedenciales, al igual que en los casos anteriores, revela que su militancia concertacionista constituye apenas la circunstancia, mientras que la esencia corresponde a su acrisolado neoliberalismo al servicio de la Gran Empresa.

Por de pronto, tiene todos los postítulos que lo acreditan como neoliberal de tomo y lomo:

Terminó la educación secundaria en Groton School, en la ciudad homónima y continuó sus estudios en la Universidad de Yale,  donde se especializó en Philosophy and Economics (1982) y luego hizo allí mismo una maestría en Relaciones Exteriores (1984). Pasó después a la Universidad de Columbia, donde obtuvo un Ph.D. en Economía (1989). Años después profundizaría sus estudios en Economía Política en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y en la Universidad de Harvard.   

No tiene gran trayectoria empresarial, donde sólo es socio de SCL, lo cual no obsta para ostentar gran llegada en el «sector». No en vano está señalado entre los mayores receptores de recursos provenientes del grupo Penta.

Inicia su andanada con el pauteo al ministro de Hacienda, para neutralizar la reforma tributaria:

«Tiene que haber un solo sistema principal de impuestos en Chile, que sería el esquema semiintegrado, y que el otro (el atribuido) sea especial. Estas modificaciones son correctas y las celebro (…) El ministro de Hacienda se la jugó (…)

«Las cuentas fiscales están apretadas y plata se necesita. Pero la recaudación debe ser amigable con el ahorro y la inversión».

Luego, repasa la reforma laboral;

«Modernizar las relaciones laborales en Chile y mejorar la negociación colectiva es importante. Pero hay que hacerlo bien, y nos parece que a lo menos hay que reformar tres aspectos centrales. Uno, que los pactos de adaptabilidad realmente se utilicen, y eso implica modificar los quórums para poder pactar. Dos, garantizar que en el proceso de negociación, y en la huelga si se llega a ella, no haya un poder desmedido de una parte u otra, y que se respeten los derechos de las personas que no están en los sindicatos.

Eso implica prohibir el reemplazo externo y permitir el interno, pero de modo riguroso y normado para evitar abusos y que el empleador salga a última hora a contratar trabajadores y los haga pasar como internos. Finalmente, hay que abordar la extensión de beneficios. Según la ley vigente, esto pasa por la decisión de la empresa.

El proyecto se va al otro extremo, al indicar que esta debe ser una decisión exclusiva del sindicato. Hay que llegar a un punto intermedio».

Pero, en esta intervención, el pauteo de la contrarreforma le asignó la tarea principal de debilitar la reforma constitucional:

«Es evidente, y es cosa de sacar un calendario, para ver que no habrá tiempo para una nueva Constitución en este gobierno. ¿Por qué no decirlo? Eso contribuiría a despejar algunos nubarrones en las expectativas».

A la hora del resumen, es conveniente aprender a leer y extraer las conclusiones que se desprenden de estas recurrentes operaciones mediáticas.

En primer lugar, no sólo no es casual, sino que responde a un diseño deliberado el hecho de que en un mismo fin de semana, en rigor, el mismo día, los dos principales diarios del duopolio mediático que controla la opinión pública del país, hayan elegido a cuatro ex ministros de la Concertación, para atacar las reformas emprendidas por el gobierno de la Presidenta Bachelet, que no por comedidas y moderadas, dejan de obstruir la libertad de acumulación ilimitada, sello inconfundible del modelo neoliberal.

Segundo, el discurso de esta santa alianza apunta a que, aún cuando políticamente puede ser inevitable cierto escenario de reformas, este debe obedecer a un diseño técnico, reconocer la necesidad de dialogo para construir consensos, evitar ambiguedades y eliminar incertidumbres; y sobre todo, condenar como anatema cualquier empeño populista fundado en la igualdad. En otras palabras, apenas pase el peligro, terminar con la «incertidumbre» que acarrean las reformas.

Tercero, a pesar de la evidencia que la reduce a un mantra delirante, el discurso de esta grosera operación mediática sigue enarbolando la tosca concepción de que la única receta económica  para propender al bienestar y desarrollo es el crecimiento económico, donde la libertad absoluta del mercado y un fortificado sector empresarial son las variables predominantes; y en que concepciones como derechos laborales no son sino distorsiones que obstruyen el natural funcionamiento de los mercados.  

Que los neoliberales, incluídos en ellos los tecnócratas de cuño concertacionista, piensen así, y que lo propaguen a través de su poder mediático, es apenas natural.

El punto de inflexión, y de disputa, consiste en la capacidad de las fuerzas políticas y sociales que apuestan al cambio, de desentrañar ese discurso, y de mostrale a las mayorías que seguir sometidas a las groseras mistificaciones de esos cantos de sirena, equivalen a seguir aceptando las inadvertidas pero no menos pesadas cadenas del modelo neoliberal.

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