Crisis Migratoria: De Cúcuta a Colchane

Usar la política exterior para fines de política interna se paga. Lo que se sembró en Cúcuta, lo estamos cosechando en Colchane.

Todos recordamos cómo la crítica al régimen venezolano ocupó una parte destacada en la campaña presidencial de Sebastián Piñera. “Chilezuela” fue un término recurrente. ¿Por qué? ¿Era la relación con Venezuela una prioridad? ¿Los intereses vitales de Chile estaban vinculados al devenir venezolano?

Para nada. Producto de un progresivo enfriamiento de la relación bilateral la agenda se había
–lamentablemente– reducido a su mínima expresión.

Lo más importante era, y siguen siendo, los miles de chilenos que viven en el hermano país, muchos ellos desde hace décadas, recibidos con generosidad por gobiernos de distintos signos, pero todos solidarios con la causa de la democracia chilena, tan sufrida en aquellos años, que muchos hoy no recuerdan o no vivieron.

El intercambio económico había quedado reducido a su mínima expresión, en gran parte por las dificultades de divisas que la economía venezolana empezó a padecer.

Entonces, ¿por qué tanto en su campaña como en los primeros momentos de su gestión el Gobierno actual colocó tan alto el tema de Venezuela? Por una sencilla razón: porque era un tema que dividía a la oposición.

Colocar el tema Venezuela en la agenda interna permitía sacar a la luz diferencias entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana, y colocaba un tema incómodo entonces al interior del Frente Amplio y del PS.

Asimismo, el tema Venezuela le permitió a la derecha y a su Gobierno vestirse con el ropaje de defensa de la democracia y, con ello, tratar de balancear su apoyo a los 17 años de Pinochet. Negocio redondo. Para ello se designó un canciller que no sabía nada de diplomacia, pero sí era un diestro en anticomunismo.

Por eso a nadie extrañó que, cuando el 22 de febrero de 2019 se organizó un concierto en la frontera colombo-venezolana, en el marco de una operación política, las autoridades chilenas estuvieran en primera fila.

La presentación era sencilla: ante la grave escasez en Venezuela, se trataría de ingresar ayuda humanitaria (alimentos) por el puente internacional que une a la colombiana Cúcuta con la venezolana San Cristóbal.

Dos ciudades separadas por un río, zona que conozco muy bien, donde pululaban grupos de paramilitares, narcos y diversos destacamentos guerrilleros. El presidente Iván Duque convocó a los mandatarios de la región a que los acompañasen en ese gesto. Además, la propaganda invitaba a las FF.AA. venezolanas a que derrocasen a Maduro, o desertaran y se entregasen a las autoridades colombianas. Llegaron solo dos presidentes: el paraguayo Mario Abdo Benítez y Sebastián Piñera, junto a su canciller.

La operación fue un fiasco, por un sinnúmero de razones. Primero, porque la pretendida ayuda humanitaria nunca pasó la frontera. Precisemos que Chile aportó 14 toneladas, dicen, de alimentos.

¿Alguien puede pensar seriamente que ante el drama de millones de familias venezolanas esa era una ayuda significativa?

Las FF.AA. venezolanas bloquearon la frontera y ahí murió todo. Solo desertó un puñado de uniformados que se entregaron a los militares colombianos. El presidente paraguayo rápidamente se borró.

No fue el caso de la delegación chilena, que permaneció todo el día tratando de ponerse en primera fila ante las cámaras. Pero la estrella del momento era Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana entonces. Mas lo que importaba era cómo se veía en Chile, para los fines ya señalados.

Y así acabó el show de Cúcuta, uno de los episodios más penosos de nuestra diplomacia. En defensa de nuestra Cancillería, precisemos que la operación fue dirigida desde La Moneda, donde inexpertos pero ambiciosos asesores digitaron el operativo, relegando a nuestros diplomáticos.

De las 14 toneladas nunca más se supo dónde quedaron. La guinda de la torta: la empresa que organizó el festival radica en Miami y es propiedad de un venezolano. Es la misma empresa que contrató años después al grupo de mercenarios colombianos que asesinaron al presidente de Haití.

Admitamos que con 14 toneladas (carga que queda de sobra en un camión) no se resuelve la escasez de la población venezolana, pero con el avión, con la delegación, con las cámaras de los canales invitados, sí se pueden copar los medios chilenos y, así, colocar el tema Venezuela en nuestra agenda.

De colofón, las autoridades de nuestro país dieron todos los mensajes del mundo a los ciudadanos venezolanos de que Chile los apoyaba e, incluso, si venían, tendrían una “visa de responsabilidad democrática”.

Hoy estamos cosechando lo que sembramos.

La crisis venezolana desató una migración de aproximadamente 5 millones de personas, si no más. Provoca en Sudamérica un impacto similar al que ocasionó la guerra siria en Europa.

De ese total, la mayoría (cerca de 2 millones) se radicó en Colombia. Al ser el país con fronteras más cercanas, es usado por los migrantes, ya sea para instalarse en Colombia o para seguir de paso al sur.

Así, en Ecuador radican más de 400 mil venezolanos, en Perú ascienden a más de un millón, y en Chile son la principal colonia migrante.

Brasil recibe mucho menos, su frontera está casi deshabitada y las dificultades idiomáticas también desalientan a los migrantes. A Panamá, República Dominicana y otras islas del Caribe llegan menos, pero proporcionalmente impactan más. Es un flujo que ya dura algunos años.

La migración venezolana se sumó en Chile a otros flujos: colombianos, haitianos, dominicanos, entre otros. Ha experimentado varias oleadas, pero en el último tiempo llama la atención una creciente masa de migrantes que ingresa por Colchane y la frontera chileno-boliviana.

El paso por la frontera peruana está más protegido, aunque igualmente es permeable. Lo que llama la atención es el abierto tráfico de personas, explotadas por diversas mafias cuyas ramificaciones se extienden a lo largo de toda la ruta.

Las cuarentenas que impuso la pandemia controlaron parcialmente este flujo. Pero de a poco se van levantando. Agreguemos los cambios políticos: en Perú la presencia de los migrantes venezolanos ha provocado resistencias y rechazos en sectores de la sociedad.

Sin ir más lejos, el propio presidente Pedro Castillo, en su campaña, tuvo duros términos sobre el tema. Precisemos que no los ha reiterado desde que asumió.

La ruta principal es sencilla, los migrantes ingresan principalmente a Colombia por Cúcuta y Bucaramanga, en el norte de Santander. Los que no se pueden quedar, siguen al sur rumbo a Pasto, en la frontera con Ecuador.

Las autoridades quiteñas colocan frenos, pero existen numerosos pasos ilegales, y entran al Perú por las ciudades de Ipiales y Tulcán. Los que pueden se quedan en Perú, sobreviviendo en la informalidad.

Otros siguen al sur, rumbo a Tacna o a Desaguadero, en la frontera con Bolivia. Como la frontera con Perú es relativamente corta y está bien vigilada, sea desde Tacna o desde Desaguadero, los migrantes se acercan a Chile por territorio boliviano.

Colchane es lo más accesible, es nuestra Cúcuta. Mejor dicho, es donde pagamos el efecto del show de Cúcuta.

¿Conocen esta ruta nuestras autoridades? Imagino que sí, al igual que las autoridades colombianas, ecuatorianas, peruanas y bolivianas al menos. De más está decir que, aprovechando la tragedia de los migrantes, ha surgido una verdadera industria migratoria. El último eslabón son los “coyotes”, que introducen a los migrantes al desértico altiplano chileno.

¿Es posible hacer algo para remediar esta situación? Claro que sí, y se trata de un conjunto de medidas de diverso tipo. Por supuesto, el punto de partida es ayudar a descomprimir la causa que las origina, y esta es la crisis venezolana.

Esto implicaría medidas diplomáticas, como las que intenta México, al impulsar negociaciones entre gobierno y oposición. Desafío vital al que una diplomacia activa debería sumarse. Pero, paralelamente, si reconocemos que el tema migratorio nos afecta a todos, lo mínimo es conversarlo, y ahí se echa de menos una Conferencia Regional sobre Migración.

Como lo hicieron los europeos con la ola de refugiados sirios, iraquíes y afganos que, vía Turquía o Grecia, trataban de ingresar a la Unión Europea.

Es necesario establecer un sistema común que permita proteger a los migrantes y también prorratear los enormes costos que implica su atención. Se podrían establecer cuotas nacionales. Por supuesto, como Chile no limita con Venezuela, si llegan hasta nuestras fronteras es porque atravesaron por varios países antes. Chile podría concordar, en especial con Perú y Bolivia, un protocolo que implique medidas sanitarias, de extranjería, aduanales, etc. ¿Se hace algo de esto? Pareciera que no.

Por supuesto, hay cosas que no se deben hacer. Seguir haciendo política con el drama. El 9/2 de este año, el ministro del Interior viajó por pocas horas a Colchane junto a otros ministros, y anunció, con voz enojada, el “Plan Colchane”, conjunto de medidas que culminaron con un avión que desde Iquique salió cargado con cerca de 100 migrantes expulsados, a los que se les hizo vestir overoles blancos (lamentable imitación de los presos de Guantánamo o las víctimas del califato). Posteriormente, la Corte Suprema ha objetado la validez de estos procedimientos.

Aclaremos que la alta delegación de Gobierno, después de hacer sus declaraciones a los medios que la acompañaban, se retiró, ni siquiera se reunió con el alcalde de Colchane, autoridad que ha destacado por sus desesperados esfuerzos por defender a sus conciudadanos y, también, atender la crisis humanitaria.

Agreguemos que el alcalde Javier García es militante de RN y que en Colchane habitan poco más de 200 personas. ¿Las altas autoridades tuvieron temor de entrevistarse con él? ¿Había mucho tráfico en la ciudad?

Para finalizar, aclaremos que con discreción hace tiempo se terminó con la visa de “responsabilidad democrática”, y la invitación hecha en Cúcuta a que los migrantes venezolanos viniesen a Chile ha sido reemplazada por los overoles blancos y las puestas en escena de PDI acompañando a expulsados subiéndose al avión.

Los migrantes, legales o ilegales, ya desbordan Iquique, instalan carpas en espacios públicos. El tema puede crecer más.

Se requiere más humanidad y también más control de frontera, más coordinación con los países vecinos al menos, más seguridad, más diplomacia y menos desplantes comunicacionales.

Más iniciativa diplomática para atender los problemas de fondo y menos anuncios para la galería.

(*) Ex subsecretario de Fuerzas Armadas y ex embajador en Cuba

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