por Francisco Herreros (*).
Es difícil no estar de acuerdo con el Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Raúl Garcés: “Era iluso esperar que la tecnología no iba a estar inserta en el mismo entorno de mediaciones económicas, políticas, culturales y sociales que caracterizan el mundo de hoy”. (1)
Entonces, el primer punto que resalta en esta breve reflexión acerca de la comunicación digital y las tecnologías de la información, es la inédita, extrema y peligrosa concentración a que ha llegado la “industria”, dominada sin contrapeso por el oligopolio de lo que algunos especialistas denominan el GAFAM, acrónimo de las iniciales de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.
La amenaza es tan seria, que Tim Berners-Lee, su creador, envió una carta abierta a importantes periódicos británicos, el 12 de marzo pasado, al cumplirse el vigésimo noveno (29º) aniversario de la aparición de la tecnología web, en la cual señala:
“Debemos regular a las empresas de tecnología para prevenir que la web se utilice como un arma a gran escala. Actualmente, el poder para controlar las ideas que se comparten en internet se han concentrado peligrosamente entre unas pocas plataformas. La web a la que muchos se conectaron hace años no es lo que nuevos usuarios encontrarán hoy. Lo que alguna vez fue una amplia selección de blogs y sitios web se ha comprimido bajo el poderoso peso de unas cuantas plataformas dominantes”. (2)
Berners-Lee estimó útil consignar que, simultáneo con la conmemoración del 29º aniversario de su creación, el mundo cruzó el punto de inflexión de que más del 50% de la población mundial está conectada a redes digitales.
Parece inconcebible que hace treinta años no existiera internet, al menos en su actual fisonomía, la cual eclosionó como un big byte con la tecnología web, en el ambiente visual de Windows, provisto por Microsoft, a principios de los noventa.
Así de rápido va todo.
El problema esencial no es, ni por lejos, el monopolio de la industria digital y su espeluznante valoración económica, -principales quebraderos de cabeza de la economía en la era pre-neoliberal- sino qué está haciendo ese segmento monopólico con la información que le sustrae al usuario global, al que captura con útiles e irresistibles productos y servicios sin costo aparente.
Es el denominado Big Data.
No es el objeto de esta breve reflexión cuantificar las cifras híper-millonarias de esta industria, ni menos, exaltar los perfiles de “éxito” al uso neoliberal, de sus creadores, controladores y gerentes.
El punto es otro, y mucho más alarmante. Lo identifica en su carta el creador de la web, 29 años después:
“En la actualidad las amenazas a la web son muchas y reales, incluidas la desinformación, el uso de propaganda política cuestionable y la pérdida de control sobre nuestros datos personales. En los últimos años hemos visto cómo teorías conspirativas logran convertirse en tendencia en las plataformas de medios sociales, cuentas falsas en Twitter y Facebook avivan las tensiones sociales, actores externos interfieren en los procesos electorales y grupos criminales se apoderan de valiosos datos personales”.
De eso hay la suficiente información en la propia web y en las redes sociales, como para abundar sobre el particular.
Baste decir que, con la aceleración del tiempo histórico que han impreso estas tecnologías, ya se conocen al menos tres aplicaciones exitosas de la confluencia del big data, la geo-referenciación y la propagación de noticias falsas, o fake-news, en procesos electorales: el triunfo de Donald Trump, en la capital del imperio, la no menos sorprendente victoria del brexit en Inglaterra y la fatal reelección de Piñera, es este lejano país esquina con vista al mar; sin perjuicio, naturalmente, de las campañas de desprestigio, los montajes, y recientemente, el lawfare, o guerra sucia judicial, que han barrido a una generación de líderes progresistas, sin que todavía se le encuentre la vuelta.
Las cosas son como son, y los que detentan la hegemonía lo hacen a) porque pueden y b) más aún en este caso, donde, en la práctica y por ahora, nada -o poco- los detiene.
Dado ese cuadro, y a partir de ese diagnóstico, cabe pasar al segundo punto del análisis: costos y oportunidades del uso de las redes digitales y tecnologías de la información por personas, redes digitales, organizaciones sociales y partidos políticos que mantienen enarboladas las banderas del cambio real.
Primera pregunta: ¿hay que utilizarlas?
Sin la menor duda; es más, hay que especializarse en aquellos usos y aplicaciones que favorecen y permiten, en grados desconocidos hasta ahora, el intercambio de información, coordinación e interacción, componentes esenciales de cualquier estrategia.
Hace poco más de tres décadas, el modelo dominante en la comunicación era el que propusieron Shanonn y Weaver, a mediados del siglo XX, un sistema broadcast unidireccional, donde un emisor, sea periódico, radio o canal de televisión, transmitía contenidos montados en señales analógicas, a audiencias progresivamente globales.
Primero el correo electrónico, pero fundamentalmente la web, dieron cuenta de ese modelo, en cuestión de pocos años. De hecho, jamás una tecnología, ni en sueños, tardó sólo 29 años en colonizar la mitad de la población del planeta.
Propiedades nunca antes vistas en tecnologías de comunicación, tales como interactividad, multi-dimensionalidad, multi-medialidad, globalidad de las audiencias, asincronía temporal simultánea con la emisión en tiempo real, y la accesibilidad, desde el punto de vista económico, son la base de poderosas herramientas para utilizarlas en la toma de consciencia y repolitización de la sociedad; más allá de la paradoja de que el sustrato tecnológico lo provea el enemigo.
No hay nada nuevo en ello; especialmente desde que el capitalismo llegó a la historia para revolucionar permanentemente las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
El problema no es, ni con mucho, tecnológico. Desde el punto de vista político, la tecnología es neutra. Lo que importa es cómo se usa, y quién saca más provecho de ella.
Por lo demás, es inútil oponerse al adelanto científico y tecnológico, como lo experimentaron los ludistas, quienes pretendieron detener la revolución industrial en Inglaterra, a principios del siglo XIX, mediante la prédica de la destrucción de las máquinas.
En consecuencia, no sólo hay que utilizar estas tecnologías de información y comunicación digital, sino que el punto radica en ser capaces de sacar partido de ellas en una tasa superior a sus costos inevitables, tales como espionaje en nuestro computador, captura de datos personales e inteligencia de organización, dependencia tecnológica del adversario, cesión de información relevante para la estrategia del poder hegemónico, y entrega de big data a policías y servicios de inteligencia y/o seguridad, entre otros.
Sin embargo, estos riesgos pueden ser controlados y reducidos mediante la construcción de redes de datos con tecnología de encriptación, de forma tal que aún los medios de detección más poderosos, como los de Echelon, considerada la mayor red de espionaje y análisis para interceptar comunicaciones electrónicas de la historia, tardarían un tiempo considerable en descifrar la información, lo cual en la práctica los anula.
En suma, no utilizar estas herramientas en función de argumentos y consideraciones tales como su procedencia del campo imperial, o las gigantescas ganancias que contribuimos a permitir o la utilidad que le prestan al enemigo de clase, equivaldría a abstenerse de trabajar por un salario, porque lo ofrece un empresario capitalista; o sea, una conducta enteramente inútil e irracional.
El enfoque correcto para incursionar en el ancho mundo de posibilidades que ofrecen estas tecnologías de la información, es el ejemplo de Cuba, impulsado en su momento por Fidel Castro. Estos párrafos, extraídos de la página del Ministerio de Comunicaciones de Cuba, ahorran mayores comentarios:
“La computación en Cuba ha estado y está decidida a conectarse con el mundo, a pesar de la propaganda en su contra, el cerco económico, la vigilancia redoblada y las guerras de cuarta generación. La decisión está tomada no solo para beber de esa inmensa fuente de conocimientos que es la «autopista de la información», sino para poner en ella lo mejor de nuestra cultura, educación, conocimiento y humanismo, que son el núcleo fundacional de la Revolución cubana y del pensamiento de sus líderes.
La informatización, que se ejecuta desde hace varios años, demuestra la voluntad política del país por acercar cada vez más las nuevas tecnologías a la población, refrendado en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, que rigen las transformaciones en curso, y parten de que no es posible una sociedad próspera y sostenible sin subordinar a tales objetivos las herramientas que garanticen el acceso al conocimiento, la eficiencia, la productividad y la excelencia”. (3)
Hoy Cuba tiene una Política Nacional de Comunicaciones, una Universidad de Ciencias de la Informática y desarrollos en estas tecnologías que ya los quisieran países más adelantados, diseñados y construidos en función de las necesidades específicas del país y sus habitantes.
En consecuencia, el usode estas tecnologías, o a la inversa, el déficit de ella, es en último término, un problema más político que económico o técnico, facetas que también integran la ecuación.
(*) Texto escrito para la décima edición de la Agenda Popular que edita el colectivo Brigadistas de la Memoria.
Notas:
(1) Reinaldo Taladrid Herrero; Pasaje a lo desconocido: La Internet, la desinformación y las noticias falsas; disponible en http://www.cubadebate.cu/noticias/2018/10/02/pasaje-a-lo-desconocido-la-internet-la-desinformacion-y-las-noticias-falsas/#boletin20181002
(2)Tim Berners Lee, creador de la World Wide Web: “las amenazas a la web son muchas y reales”; disponible en: https://rewisor.com/tim-berners-lee-carta-abierta/
(3) La informatización de la sociedad, una prioridad para Cuba; República de Cuba, Ministerio de Comunicaciones; disponible en: http://www.mincom.gob.cu/node/1434