I. Introducción. Durante las últimas semanas, diversos casos de corrupción y tráfico de influencias, han motivado múltiples discusiones acerca de la relación entre la política y el dinero. Aunque desarrollada hace algunos años, un grupo de intelectuales y grupos políticos han aprovechado esta situación para realzar la tesis de que existiría una “clase política” (que en algunos extremos se ha llegado a llamarse “casta política” o “clase política-empresarial), que sería la principal responsable de la reproducción de las desigualdades del país, de la mantención de una serie de enclaves autoritarios (como la actual constitución política) y de la consolidación del modelo neoliberal en el país, especialmente a través de los procesos de privatización en sectores de la educación, la salud y la previsión social.
Considerando esto, en el presente artículo intentaremos demostrar la debilidad de esta argumentación, tanto en términos conceptuales como en su potencial transformador de la realidad social. De esta manera, intentaremos mostrar la estrechez del concepto de política y clase que conlleva esta concepción, dando cuenta también de los limitados márgenes de acción que se desprenden de este análisis de la realidad chilena.
Como contrapartida, esbozaremos la posibilidad de desarrollar análisis de los grupos políticos que consideren las estructuras sociales como clivaje central, permitiendo así re-pensar la(s) estrategia(s) de transformación del país. Para empezar, y solo como ejercicio analítico, en los próximos apartados dividiremos la discusión respecto de la idea de política y de clase que subyacería a la “teoría” de la clase política, para finalmente dar cuenta de algunas conclusiones del ejercicio realizado.
II. La política y los políticos
En la idea de “clase política”, lo político puede entenderse como el sujeto activo del binomio analítico. De esta manera, lo central del concepto no es la existencia de clases, sino que la existencia de una aparentemente “nueva” clase, a saber, la “clase política”.
Esta clase no estaría configurada a partir del espacio que los sujetos ocuparían en las relaciones sociales de producción (a partir de la cual se definen la “clase burguesa” o la “clase proletaria”), por el lugar de las personas en la configuración laboral (que determina, por ejemplo, a la “clase terrateniente” o la “clase de trabajadores urbanos”) ni por la posesión de un determinado nivel de ingresos (que permite entender, por ejemplo, la idea de “clases medias”) sino que estaría generada por el ejercicio de una profesión particular: la política.
De esta idea, se desprenden dos preguntas: i) ¿Cómo se construye la división de clases en el análisis de la clase política? y; ii) ¿Dónde se realiza el corte entre los “políticos” y “los no políticos”?
Preliminarmente, es posible esbozar tres respuestas a estas preguntas.
Una primera respuesta es indicar que los políticos serían todos aquellos que participan en política, y que, por lo tanto, la “clase política”, seria aquella involucrada por todos los actores que, utilizando la metáfora de Bourdieu (1999), jugarían el juego político.
Evidentemente, esta concepción entraña una mirada muy estrecha de lo que es la política, limitándola a la vida partidista y a la serie de pugnas institucionalizadas que se desarrollan en los espacios políticos.
Siguiendo la idea de Gramsci (1984), nos parece mucho más acertado entender la política como toda forma de vivir en sociedad, permitiendo así entender que la política es tarea de todos los ciudadanos, y no sólo de un grupo específico lo que, a grosso modo, descartaría esta primera opción.
Una segunda respuesta es indicar que la “clase política” estaría compuesta por todos aquellos que viven de la política. Esta segunda interpretación, bastante más clarificadora que la anterior, también conlleva una serie de dificultades. Por una parte, genera una distinción dicotómica entre el “ser” político, que se entiende como una profesión naturalizada y eterna, y no como un espacio cambiante del que los sujetos “van y vienen” según su interés y posición social, generando así una artificial distinción entre “ciudadanos” y “políticos” como dos polos opuestos, tan artificial como la distinción entre “técnicos” y “políticos”.
Adicionalmente, esta visión tiene un extremado racionalismo e individualismo economicista de la acción social, pues supone (directa o indirectamente) que el ingreso al campo de la política es siempre y necesariamente un ingreso motivado por los intereses personales e individuales (lo que acerca esta teoría a las perspectivas utilitaristas), más que por la necesidad de influir en las estructuras, prácticas e instituciones existentes.
Para ejemplificar estos vacíos, bastaría realizar las siguientes preguntas: ¿Un concejal es miembro de la clase política? ¿Un terrateniente (como Carlos Larraín) o un expresidente (como Sebastián Piñera) que no necesitan de la política para vivir, no son entonces miembros de la clase política?
¿Un exministro, pero actualmente miembro de un centro de estudios (como Harald Beyer) dejó de ser miembro de la clase política cuando dejó de ser ministro? ¿Un conjunto de diputados, anteriores dirigentes estudiantiles (como Camila Vallejo, Gabriel Boric o Giorgio Jackson), pasaron a ser miembros de la clase política cuando se sentaron en el parlamento?
Finalmente, una tercera respuesta a esta pregunta es indicar que la clase política es aquella compuesta por un subgrupo de políticos, que serían aquellos que detentarían el poder “real”, y que serían la élite dirigente del país que, de manera transversal a los partidos políticos, desarrollaría las acciones necesarias para evitar transformaciones sociales en pos de mayor igualdad (por ejemplo, igualando políticos con ministros, subsecretarios y parlamentarios).
Si bien esta definición puede considerarse la más elaborada de las tres, es generada casi siempre a través de una casuística poco clarificadora. En algunos casos, se asocia la clase política a una variable etaria (“los dinosaurios” versus “la nueva camada”) lo que, sin lugar a dudas, es una concepción que desconoce el rol de la historia en las mentalidades y que, además, sobredimensiona la relevancia de una variable contingente en las decisiones sobre la sociedad (lo que, inevitablemente, supone que uno pasará de una posición a otra a lo largo de su vida).
En otros análisis, la idea de élite se asocia a un determinado comportamiento social o a una determinada reacción a una idea política. Sin embargo, en todos los casos, la línea divisoria parece ser bastante antojadiza, siendo la clase política aquella definida por una cierta “subjetividad ciudadana”, bastante dominada por los medios de comunicación de masas y los colectivos, como facebook y/o twitter, más que por un análisis de las ideologías, intereses o posiciones sociales (o todas estas a la vez).
III. La idea de clase
Junto con lo anterior, la idea de “clase política” también involucra una serie de conceptualizaciones respecto de las clases sociales. En general, las dos más importantes tradiciones sociológicas en este ámbito –la marxista y la weberiana- han coincidido que las clases sociales se desarrollan a partir de diferenciaciones sociales desarrolladas en el seno del capitalismo, y que serían construcciones más o menos objetivas (o sea, reales) relacionadas con la posición en la estructura social (Marx), el status social (Weber), la posición en el proceso productivo (Dahrendorf, Wright) o una combinación de algunas de estas variables (Golthorpe).
En el caso de la “clase política”, sin embargo, no aparecen ninguna de estas distinciones. De esta manera, la idea misma de clases parece ahora descentrada del ámbito objetivo, y aparece puesta en un espacio confuso y cambiante, que se determina por la apariencia (una actividad) y no por la esencia de esta actividad (la defensa de determinados intereses a través del ejercicio político).
De esta manera, la idea de clase política diluye la idea de que la política es un medio, transformándola en un fin en sí mismo. Evidentemente, esta concepción destruye, inevitablemente, la distinción misma de clases en las sociedades, reemplazándola por otras divisiones como aquella que distingue a los “políticos” de los “ciudadanos” o a los políticos de las “personas comunes”, lo que evidentemente constituye una simplificación de las estructuras sociales y las posiciones que las distintas personas ocupamos en una determinada sociedad.
Finalmente, la idea de la “clase política” entraña una imagen de los partidos políticos como entes naturalmente alejados de la ciudadanía. Al respecto, muchos análisis desarrollados desde la historia y desde la teoría política han mostrado que existen múltiples configuraciones de partidos, las que pueden variar desde partidos de masas a partidos de élites, dependiendo de los objetivos, intereses y necesidades de los convocantes.
Por lo mismo, es ilusorio pretender que todos los partidos políticos siempre e inevitablemente estarán separados de la ciudadanía; lo que no significa que algunos (o muchos) no tengan como objetivo representar a los ciudadanos o generar cambios para mejorar el país. Esto tampoco significa -como varios pretenden mostrar- que otras configuraciones organizacionales, como los movimientos o colectivos políticos, sean naturalmente más cercanas a las demandas ciudadanas, y que no puedan elitizarse y convertirse en un grupo cerrado que defiende sus propios intereses, ya que esto dependerá de su configuración ideológica, sus estrategias políticas y su orientación de clase (social).
Conclusiones
El anterior conjunto de análisis no tienen como objetivo ni cercano realizar una defensa de las actuaciones de los políticos actuales del país. Más bien, pretende mostrar las debilidades de la idea y concepto de la “clase política” como eje para entender la realidad social chilena, tal como muchos intelectuales y sujetos de izquierda la han entendido.
Como se ha podido visualizar, la idea de clase política deshace clivajes clásicos, como el de izquierda/derecha, ya que instala la idea de que “todos los políticos son iguales”, generando uniones artificiosas y, a la vez, escondiendo diferencias como las ideológicas o las de intereses que inevitablemente están presentes en la discusión política pero también en la propia realidad.
A nuestro modo de ver, la utilización de este lenguaje tiene dos consecuencias principales para pensar los procesos de transformación social.
Por una parte, reduce y diluye la importancia de las estructuras sociales, las que dejan de ser centrales para el análisis de la realidad. Si de lo que se trata es de oponerse a la clase política, entonces el nivel de ingreso o la posición social o la ideología dejan de importar, pues lo relevante es no pertenecer a esta “nueva clase”.
Por otra parte, en la idea de “clase política” se confunden las posibles alianzas y tácticas estratégicas, pues se ve a la clase política (en su conjunto, en bloque y de manera unitaria) como un enemigo, sin considerar las posibilidades y conexiones entre sectores políticos transformadores, movimientos sociales transformadores y sujetos transformadores.
Si hoy en día estas conexiones no son posibles, porque estos sectores políticos no tienen peso, es otra cosa.
Fuente: Red Seca
http://www.redseca.cl/?p=5567