“En política es sin llorar”, “llorar es de niñitas”, “no llore en público, vaya a la pieza”. Frases que hemos escuchado toda la vida, quizás demasiado. Reproducidas por la crianza, la educación y los medios de comunicación. Al mismo tiempo que se nos enseña que llorar está mal, luego se nos exige no ser violentos, no hacer sufrir, no dañar; como si estuviéramos divididos en dos: por un lado las emociones se deben reprimir y omitir de la vida, por otro lado en la vida debemos actuar como si nos importaran las emociones del resto.
Hace una semana fui con mi hijo a ver una película animada, aclamada por la crítica por su innovación y creatividad. “Intensamente” se llama el filme de factoría Pixar y en él se muestra la complejidad del ser humano, a través de la existencia y necesidad de las emociones en cada persona.
La premisa puede parecer obvia: las personas tienen emociones y estas importan, pero lo innovador que ha resultado para la industria mundial de cine y audiencias el que un filme hable a los niños y niñas de la complejidad de los sentimientos que conforman al ser humano, deja patente que en realidad las emociones son omitidas en la sociedad.
Por esto, hay quienes creemos en la necesidad de avanzar hacia un paradigma que ponga en el centro a la humanidad en su complejidad en todo orden de cosas.
Pero ¿por qué este análisis de las emociones y su “exilio” social? Pues porque se rechazó en la comisión de educación la idea de legislar el proyecto de ley de Carrera Profesional Docente, el que entregaría derechos trascendentales a profesores y profesoras, pero sobre todo, mejoraría condiciones de enseñanza para niños, niñas y jóvenes.
Se rechazó esencialmente porque hay parlamentarios que están secuestrados por la imagen, por el qué dirán y por el voto fácil, porque no legislan pensando en lo mejor para el país, sino en qué postura le da más o menos votos y aplausos de la galería. Y todo esto, hizo que la Diputada Camila Vallejo, Presidenta de dicha comisión, llorara al terminar la sesión y osara mostrar sus sentimientos en público.
Hay dichos acertados de la cultura popular y dichos malos que deben ser erradicados. “En política es sin llorar”, por ejemplo, es uno de los que debe ser eliminado, simplemente porque la política, así como todo pese a que muchos se les olvide, son humanos y humanas las que la ejercen.
Es decir, quienes se dedican a cualquier trabajo, sea este la política, amasar pan o construir edificios, son seres humanos los que involucran su tiempo, fuerza de trabajo, ideas y esperanzas en aquello realizado.
¿Por qué, entonces, no se puede llorar?
Cuando has entregado días y noches, conversaciones, textos, debates, menos horas con tu hija, tu pareja, tus amigos y amigas, ¿por qué no se puede honestamente llorar cuando crees que algo ha salido mal?
Es raro hablar de un proyecto de ley en el Parlamento y en la misma línea hablar de llanto y pena, ¿no? Pues a mi juicio, debería dejar de ser raro que un ser humano (en este caso humana) incluya sentimientos en su tarea.
Seguramente no demorarán en surgir los tuiteos y comentarios en esta misma columna que apunten al género de la parlamentaria o a su juventud, ya que- como muy bien nos ha enseñado la cultura machista imperante- las emociones son exclusividad de las mujeres y principalmente de las niñas, lo que las vuelve un “sexo débil” y hace que sus decisiones sean “tontitas”.
Y luego, esos mismos, se quejan de que los hombres son violentos y de que los políticos están alejados de la realidad.
Pero bueno, más allá de si nos guste o no el proyecto de ley de carrera docente, el que una parlamentaria llore cuando siente que la educación pública va perdiendo la batalla, debería hacer sentir orgullo a los chilenos y chilenas, y abrir espacio en otros a asumir su emocionalidad como parte de ser complejos y humanos.
Sin duda, cuando los medios valoran y difunden la belleza de un filme para niños como “intensamente”, los llaman a asumir su complejidad y sus emociones, el valor de la alegría y también de la tristeza, pero al mismo tiempo dan tribuna a cuestionar a una persona dedicada a la política por mostrar sus emociones, seguimos enviando mensajes opuestos y contradictorios, que no aportan y más aún, mellan el rumbo a cambiar el paradigma: desde una sociedad centrada en la producción y su oferta/demanda, hacia una sociedad centrada en la humanidad y sus necesidades/felicidades.
En lo personal, siento orgullo de parlamentarios y parlamentarias que abren espacio para hijos e hijas en el pódium, para emociones en los debates, para chistes en las intervenciones, para abrazos de apoyo de los colegas; en definitiva, que de a poco devuelven la humanidad a la política.
Fuente: Danaeypunto