domingo, diciembre 22, 2024
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La Cobardía del General Humberto Oviedo

por Tito Tricot

De súbito, hace mucho, se extinguieron los dinosaurios, los pájaros dodo, y algunos guacamayos rojos, pero los militares cobardes nunca. Tú, general Humberto Oviedo, comandante en jefe del ejército de Chile eres uno ellos.


Tratas de justificar las atrocidades cometidas durante la dictadura refiriéndose al contexto histórico y político de la época como una razón moral para asesinar con justa causa y razón.

Eso es cobardía.

Seguramente, desde tu atalaya de blasones y medallas, poco te importa lo que pueda decirte y, menos aun lo que sienten los familiares de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos que tú atribuyes a aquel etéreo contexto político. Pero te lo diré, porque hay que decir las cosas por su nombre, lo cual tú no haces, en un país que desde que las cúpulas políticas negociaron con tu ejército, el olvido ha intentado devorar la memoria.

Primero. Nada, absolutamente nada excusa la violación, no sólo de los derechos humanos, sino que de un país entero por parte de la dictadura cívico-militar.

La constante alusión al supuesto quiebre de la democracia, la vulneración del Estado de Derecho, o caos imperante durante el gobierno de la Unidad Popular, no exclusivamente, constituye una falacia, puesto que ha sido un discurso instalado y, además, una situación provocada por las fuerzas opositoras a Salvador a Allende. Sino, además, es un argumento que no se sostiene por sí mismo, ya que si fuese cierto ¿cómo explicas general Oviedo la sistemática represión de tus Fuerzas Armadas por 17 años?

¿Qué contexto histórico-político lo justifica si la “democracia” ya había sido restaurada?

Segundo. Clamas general que militares jóvenes, aquellos que cumplieron órdenes, “comparten junto a sus familias un destino impensado, angustiante y muy doloroso”. Lo haces en búsqueda de lástima, perdón, acaso un indulto presidencial.

¿Dónde estuvo la misericordia de esos militares jóvenes hacia otros y otras jóvenes torturados, violadas, asesinados?

¿Por qué acataron órdenes criminales, cuándo sí hubo otros militares valientes que se negaron a obedecerlas?

¿Dónde asomó su compasión al secuestrar, degollar, matar a prisioneros, introducirlos en sacos, a veces sólo adormecidos pero aún vivos y amarrarlos a rieles para lanzarlos al mar?

¿Cuándo se demostró su clemencia al hacer desaparecer a más de un millar de chilenos y chilenas para siempre?

El único destino impensado, angustiante y muy doloroso fue para todos y cada uno de los detenidos desaparecidos, general. Por lo mismo, ninguno de los actualmente encarcelados merece estar libre, no sólo porque no se han arrepentido, ni han entregado información relevante para hacer justicia, sino porque es tanta la crueldad de sus acciones que su mera presencia en las calles es un atentado a la humanidad.

Tercero. Los militares y civiles presos son una minoría, el remanente de los represores está libre y jamás ha sido condenado por delito alguno. Tampoco eran todos jóvenes y nadie era inocente, general. Unos daban las órdenes, otros las cumplían y vastos sectores de la sociedad chilena experimentaban las consecuencias de dichas órdenes.

El ministro de defensa, Juan Antonio Gómez, ha indicado que era peligroso desobedecer órdenes en ese momento. Este es un manido argumento que ha sido reiterativo a través de los años de esta eterna transición en lo que respecta al tema de los derechos humanos. Aquí se da una triple cobardía: la cobardía de los que mandaron matar a gente inerme; la cobardía de los que ejecutaron las órdenes sin piedad y la cobardía de los medios de comunicación que ocultaron lo que sucedía o mintieron para encubrir la verdad.

Por arte y magia de un proceso de alquimia discursiva, las Fuerzas Armadas y la clase política dominante han posicionado el discurso de que –aparentemente– era tan peligroso para los militares oponerse a reprimir que era mejor torturar, violar o asesinar.

¿Nadie pensó o siquiera piensa ahora en lo peligroso y letal que era y fue para las víctimas?

Cuarto. También, desde el inicio del proceso transicional pactado se entronizó la idea de la justicia en la medida de lo posible que, al fin y al cabo no es justicia.  Simplemente es otra manera de decir impunidad; asimismo este discurso y práctica ha sido acompañado por otro igualmente deleznable que horada la memoria colectiva. Hay un campanario político el qué, general, sin duda en complicidad con los partidos políticos de la transición, has hecho tañer gozoso. Aquel carillón nos habla de olvidar el pasado y mirar al futuro, construyendo la reconciliación nacional.

Es lo que dijiste con el corazón henchido de patriotismo en el juramento a la bandera al sostener que “como sociedad, debemos ser capaces de legar a generaciones venideras un clima de paz, armonía y esperanza permanente, que nos permita aspirar a un futuro plenamente conciliado, conscientes de que somos parte de un mismo Chile».

Oviedo: eso debería haberlo pensado tu ejército el 11 de septiembre de 1973. Y no nos hagas a todos responsables como sociedad de los crímenes cometidos por ustedes y sus cómplices civiles. Nosotros no asesinamos ni hicimos desaparecer a nadie, lo hicieron los que hoy se encuentran en Punta Peuco y los que no han sido enjuiciados también.

Culparnos a todos es deslindar responsabilidades. Es cobardía.

Quinto. Te equivocas cuando dices que somos parte de un mismo Chile, no lo somos. Lo desaparecidos todavía no aparecen, los torturados continúan siendo torturados cuarenta años después, los muertos siguen muertos, los exiliados siguen con sus vidas fracturadas, al igual que los presos políticos.

Tú vives en otro Chile, el de la impunidad, el del milicogate, el de las jubilaciones millonarias de los violadores a los derechos humanos. No es el Chile de las pensiones miserables de un porcentaje mínimo de torturados y ex presos políticos incluidos en la Comisión Valech.

Sexto y último. Yo no quiero reconciliarme contigo general. Ni con ninguno de los asesinos, encarcelados o no. Jóvenes o ancianos que violaron a este país, a mi país, que no es el mismo que el tuyo. Porque nosotros no hemos hecho desaparecer a nadie y menos aún haremos desaparecer la dignidad y la memoria de los que cayeron victimas del sadismo de tus “jóvenes militares” o de los que tuvieron el coraje de combatir contra ustedes.

Porque ellos sí que fueron valientes de verdad.

(*) Sociólogo, director del Centro de Estudios de América Latina y El Caribe-CEALC

Fuente: Alainet

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