El 24 de marzo de 1977, cerca del mediodía, Rodolfo Walsh envió por correo a las redacciones de los diarios argentinos y a corresponsales de medios extranjeros el texto, Carta de un Escritor a la Junta Militar.
Es un texto periodístico fundamental, un ejemplo de consecuencia y un testimonio de valor insobornable, al borde del abismo.
En él, hizo un descarnado análisis del primer año de la Junta militar Argentina y denunció el plan que los sectores dominantes venían preparando desde hace mucho tiempo y habían puesto en marcha con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, con el inicio de la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional.
Un día después, mientras caminaba por la calle, en la esquina de Humberto Primo y Entre Ríos, fue interceptado por un grupo de tareas de la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA.
La orden era era capturarlo vivo, pero no pudieron: cuando percibió el peligro, Walsh resistió el secuestro con su pistola calibre 22 corto. Logró herir a uno de sus atacantes, pero recibió una ráfaga de ametralladora que lo dejó moribundo.
El grupo de tareas se lo llevó en un vehículo, y desde ese día integra la lista de los desaparecidos argentinos.
En el armado del texto, Walsh incluyó unos resúmenes de datos confeccionados por el periodista y escritor Horacio Verbitsky.
El primero en publicar la Carta abierta… fue Tomás Eloy Martínez, el domingo 24 de abril de ese año, en el suplemento Papel Literario del diario El Nacional de Caracas.
En enero de 1976, se había mudado junto a su compañera, Lilia Ferreyra a San Vicente. Poco tiempo antes, su hija Victoria se había suicidado ante oficiales del ejército que, en un operativo represivo descomunal, cercaban la casa de la calle Corro, donde ella vivía junto a otros militantes.
La muerte de Vicki fue para Walsh un golpe muy duro. Después de eso, la dirigencia de Montoneros le ofreció viabilizar su salida del país, pero él lo rechazó y, en cambio, decidió replegarse fuera de la Capital Federal en un recodo que le permitiese no solo ocultarse de las fuerzas represivas, sino además volver a escribir.
A partir de su incorporación a Montoneros en 1973, Walsh se había dedicado intensamente a la escritura política, a través de su participación en el diario Noticias, la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) y en la Cadena Informativa –otro proyecto clandestino de contrainformación que funcionó en dictadura–, y de la elaboración de documentos críticos que elevó a la dirección de la organización, desde noviembre de 1976.
En estas condiciones, le costaba hacerse tiempo para escribir en un sentido diferente: el que ponía en juego su lugar singular de escritor más que el de militante e intelectual orgánico. El diario que llevó durante esos años, editado en 1995 por Daniel Link, da cuenta de las dificultades que conllevó para él compatibilizar el tiempo del trabajo, el de la política y el de la escritura literaria.
En enero de 1977, ya instalado en San Vicente, se propuso “volver a ser Rodolfo Walsh”, con dos proyectos. Uno era un cuento, titulado “Juan se iba por el río”, la última ficción que escribió y la primera en la que pudo trabajar después de varios años -su último cuento publicado, “Un oscuro día de justicia”, había sido escrito en 1967-.
El otro era, precisamente, la Carta de un escritor a la Junta Militar.
Lilia Ferreyra cuenta que, para elaborar el texto, tomó como modelo un clásico de la retórica latina: las Catilinarias de Cicerón. En su Carta, despliega una denuncia integral de la dictadura cívico-militar que se había iniciado un año atrás, a través de una enumeración rigurosa de los crímenes registrados hasta entonces y de un cuestionamiento rotundo a la política económica que llevaba adelante el gobierno de facto.
Si bien en la producción literaria y periodística de Walsh había sido una constante la cuestión de la violencia hacia los sectores populares y el papel del Estado en su (re)producción, en la Carta el escritor deja atrás el esquema narrativo que había inaugurado con Operación masacre, y construye una pieza magistral de discurso argumentativo.
¿Quién Era Rodolfo Walsh?
por Iván Ljubetic Vargas (*)
El 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh echó en uno de los buzones del correo en Buenos Aire las primeras copias su “Carta de un escritor a la Junta Militar”. Luego se dirigió a encontrarse con un compañero que había sido torturado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Súbitamente fue emboscado por el Grupo de Tareas 3.3.2. de la ESMA en el barrio porteño de San Cristóbal. Se le ordenó entregarse. Walsh se resistió. Sacó su revólver calibre 22 Corto. Logró herir a uno de los atacantes. Una ráfaga de metralleta lo acribilló. Moribundo fue subido a un auto y llevado a la ESMA. Desde entonces, forma parte de la lista de desaparecidos del terrorismo de Estado de la Junta Militar, surgida el 24 de marzo de 1976 cuando las fuerzas armadas derrocaron a Estela Martínez.
Rodolfo Jorge Walsh nació en Lamarque, en la provincia de Río Negro, el 9 de enero de 1927. Tras recibir una educación religiosa, a los catorce años se instaló en Buenos Aires. Desde muy joven trabajó en diversas labores desde limpiar cristales hasta vender antigüedades.
Trabajando como corrector y traductor en la editorial Hachette se conectó con el periodismo. Comenzó a colaborar en las revistas Leoplán, Panorama, Vea y Lea.
Con apenas veintiséis años publica su primer libro de cuentos, Variaciones en rojo (1953), y a renglón seguido Diez cuentos policiales argentinos y Antología del cuento extraño. En esa época, mediados de los años cincuenta, Walsh vivía casi alejado de la política activa. Había coqueteado de adolescente con el antiperonismo y la derecha nacionalista e incluso había defendido el golpe de 1955 contra Perón.
Hubo un hecho que influyó en su evolución política. En 1959, Walsh viajó a Cuba en plena revolución, donde desarrolló su faceta periodística más exhaustiva en la Agencia Prensa Latina junto a Jorge Masetti, Rogelio García Lupo y Gabriel García Márquez.
Su rol allí se vuelve fundamental cuando descifró en total ocho teletipos de la CIA con información sobre un plan de Estados Unidos para invadir Cuba. En esa época fue cambiando su opinión acerca del peronismo.
De regreso a Argentina volviendo por España, Walsh consiguió una entrevista con J. D. Perón (de la que quedó un cuento inconcluso) y afirmó que “manejaba el arte de la conversación”.
En la década del ´60, Walsh publicó dos obras de teatro (“La granada” y “La batalla”) y el libro “Un kilo de oro”. Le seguiría “Quién mató a Rosendo”.
De 1968 a 1970 trabajó en revista Panorama y en Semanario CGT. Se adhirió a la militancia sindical peronista junto a su última compañera, Lilia Ferreyra.
Entrando en los 70, la violencia institucional encontraba respuesta en la del pueblo y Walsh ingresó en la CGTA, concretamente en el peronismo de base.
El “profesor Neurus” era uno de sus seudónimos. Su especialidad era descifrar códigos del área de Inteligencia. En 1973 se unió a Montoneros.
La fundación de Montoneros en los años setenta coincide con la maduración política de Walsh, que acepta a regañadientes el paso a la clandestinidad de la organización en septiembre de 1974 tras sus fuertes choques con el peronismo más recalcitrante. Para entonces, Walsh defiende ya una suerte de literatura armada en la que el escritor y el militante sean un todo. Pronto asume tareas de inteligencia para la guerrilla y defiende la lucha armada como método para la toma del poder.
El golpe de Estado de marzo de 1976 le obliga a redoblar las precauciones en la clandestinidad. La mayoría de los jefes montoneros abandonan el país pero Walsh rechaza la propuesta de viajar a Roma.
Cuando se estrecha el cerco para cazarlo, se refugia junto a su compañera, Lilia Ferreyra, en una casa de San Vicente. Fue testigo de los horrores de un régimen empeñado en la eliminación física del enemigo. Victoria, la hija mayor de Walsh, será una de las primeras víctimas.
En esa casita de San Vicente Walsh vuelve a sentirse escritor, como le confiesa a un compañero. Allí escribirá su último relato, Juan se iba por el río, que ostenta tal vez el triste récord de ser el primer cuento «secuestrado-desaparecido» de la historia de la literatura.
Y no hubo una denuncia más contundente de esos crímenes que la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, una auténtica bomba discursiva que Walsh terminó de escribir el 24 de marzo de 1977, un día antes de su caída.
La Carta constituye un breviario de los desmanes que cometieron los militares en el primer año de su reinado del terror. Como oficial de Inteligencia de Montoneros, Walsh estaba al tanto de muchas denuncias realizadas por los militantes o sus familiares, sabía perfectamente que muchas de las supuestas bajas en combate del enemigo que anunciaba el régimen eran en realidad ejecuciones de activistas.
Pero Walsh va más allá en su alegato al poner de relieve la importancia de las connotaciones económicas de la dictadura. El escritor vislumbró ya en ese momento la estrecha relación entre la represión y el saqueo económico que sufrieron las clases populares tras el golpe de Estado de 1976:
“Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
(*) Historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabaren, CEILER
Carta abierta de un escritor a la Junta Militar
1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese «ser nacional» que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.
2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el «submarino», el soplete de las actualizaciones contemporáneas.
Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.
3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y en horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga.
Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciudadela forman parte de 1200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de «cuenta-cadáveres» que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 o 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.
Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y a los partidos de que aun los presos reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.
Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.
El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Mason, revela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete, imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.
4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.
Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, «con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles» según su autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea 7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre «violencias de distintos signos» ni el árbitro justo entre «dos terrorismos», sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de Prensa Libre Horacio Novillo apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: «La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal».
5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar 11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la «racionalización».
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar «el país», han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.
6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: «Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos».
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el «festín de los corruptos».
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.