jueves, diciembre 26, 2024
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Capitalismo: Riquezas para la Minoría a Costa de la Miseria de la Mayoría

Nunca la humanidad había producido tanta riqueza como hasta hoy: 241 billones de dólares de excedentes. Jamás en la historia del capitalismo esta riqueza había estado repartida de manera tan desigual: El 10% más rico de la población mundial posee el 86% de los activos producidos en el planeta, mientras –si se agudiza la mirada- el 1% más acaudalado se hace del 46% de la riqueza mundial[1].

En Chile la cantinela no tiene tono distinto. Según información entregada por la Universidad del Desarrollo, la danza de millones en nuestro país circula entre una cantidad reducida de grupos económicos. Sólo por destacar tres:

– Paulmann. Con ingresos de 9.952 millones de dólares, activos de 19.235 millones de dólares y un patrimonio valorado en 8.700 millones de dólares.

– Solari. Con ingresos de 5.748 millones de dólares, activos de 18.672 millones de dólares y un patrimonio de 17.754 millones de dólares.

– Angelini. Con ingresos de 17.515 millones de dólares, activos de 32.823 millones de dólares y un patrimonio valorado en 3.909 millones de dólares.

Los Luksic, Matte, Yarur y Saieh también forman parte de esta lista, aunque aquí no se muestra el detalle de sus ingresos, activos y patrimonio, es necesario explicitar que siguen allí.

Por otro lado, mientras la riqueza aumenta, se consolida y es monopolizada por una minoría a nivel global y local; los trabajadores, esa gran mayoría que produce la riqueza, lo hace en condiciones de trabajo precarias. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), dos terceras partes de los trabajadores del mundo no cuentan con un empleo decente. Es decir, de los 3 mil millones de trabajadores que existen actualmente a nivel mundial, 2 mil millones carecen de un ingreso digno, derechos y protección social.

A nivel local las lógicas precarizadoras no son diferentes a estas tendencias globales. En Chile, según la ENCLA 2011, el 45% del total de trabajadores no gana más de $344.000 mensuales, unos 730 dólares aproximadamente. Además, según la misma encuesta, el 20% de los contratos calificados de “indefinidos” no alcanza a superar el año de antigüedad laboral y, por otro lado, de los 800 mil nuevos empleos que se han creado los últimos cuatro años, durante la administración de Sebastián Piñera, el 70% corresponde a empleo externalizado, es decir, subcontrato, suministro de personal o enganche temporal, en otras palabras: empleo precario.

Un caso ejemplar de estas tendencias precarizadoras del mercado del trabajo nacional lo encontramos en el sector productivo minero, el más importante del país. En CODELCO, el mayor productor de cobre del mundo y una de las empresas que más aporta al PIB nacional, en los últimos trece años, la cantidad de personal subcontratado por la compañía se ha cuadruplicado, pasando de 13.153 en el año 1999 a 55.707 en el 2012. Así, en la actualidad, existen 2,9 trabajadores subcontratados por cada trabajador contratado de forma directa por la estatal.

El “sueldo de Chile”, al igual que la riqueza que se produce a nivel mundial, se sostiene en buena medida en los endebles tabiques del subcontrato y el trabajo precario.

La tendencia del Capital global y local es que, en virtud de generar mayores niveles de plusvalía, somete, degradando, al trabajo. Las principales consecuencias de esta coerción para la clase trabajadora han sido:

– Un mercado laboral que se organiza bajo el prisma de la adaptabilidad de los actores que en él confluyen.

– Una optimización del uso de la fuerza de trabajo, tanto al interior del proceso productivo (“adaptabilidad”) como fuera de este (“subcontrato” o “externalización”), según cambien, aumenten o disminuyan las necesidades de la producción.

– Coacción y formación de determinada “forma de ser” de los trabajadores que, en vez de oponerse, desafiar o rebelarse frente a las condiciones de explotación generadas por el capitalismo, se hacen funcionales a éste, desarrollando e incrementando las lógicas y los intereses propios del poder, vinculados principalmente al libre mercado y el consumismo, asegurando así su reproducción y ampliación permanente, al tiempo que somete y domestica a los sujetos.

– Desarticulación, por la violencia o mediante su limitación jurídica, de los actores colectivos en general y del sindicalismo en particular, en tanto potenciales gestores de resistencia, oposición y producción de un proyecto social alternativo.

– Individualización radical, competencia permanente y descredito de los colectivos como lugares de representación.

– El miedo como arquetipo de vinculación con la actividad productiva. Con esto me refiero al miedo de parte de los trabajadores a:

No estar preparados para ejercer los desafíos que impone el capital.
No poder adaptarse.
La cesantía.
Generar organización.
La alteridad, es decir, al otro como competencia y, por lo tanto, amenaza.

– Desplazamiento del conflicto inherente a la relación Capital/Trabajo al binomio Trabajador/Trabajador, haciendo perder, de paso, cualquier solidaridad de clase.

– La banalización de la precarización del trabajo que permite su aceptación a partir de la vulnerabilidad a la que están expuestos los trabajadores.

Las prácticas del capitalismo aquí descritas son homologables a la conducta sádica. Así como el sádico somete, maltratando y dañando, a su objeto de deseo en virtud de su placer, la perversión capitalista obtiene réditos del control ejercido sobre gran parte de la población que constituye la fuerza de trabajo que, en la misma proporción que es sometida y degradada, genera la riqueza que es apropiada por una fatua minoría a costa de la miseria de gran parte de la clase trabajadora mundial.

(*)Sociólogo, investigador Área Laboral, Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ICAL)

[1] Datos publicados por el Banco Credit Suisse.

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