Por método intelectual, nos gusta mirar los procesos y su evolución a lo largo del tiempo, más que sus efectos.
Es decir, tratar de comprender la genealogía de lo que hoy nos parece nuevo, pero que muchas veces es, en cambio, la re-propuesta del viejo capitalismo en formas que parecen como nuevas sólo porque van acompañadas de una nueva tecnología y de una nueva retórica que prescribe su aceptación social, que a su vez es funcional a la adaptación del hombre y la sociedad a las necesidades del capital.
Digamos entonces que lo digital es una revolución industrial; que las redes sociales de hoy son la evolución (o más bien la involución) de los medios de comunicación de masas del siglo XX (en particular la televisión), de la industria cultural descrita a mediados del siglo XX por la Escuela de Frankfurt y de la sociedad “Debordiana” del entretenimiento; y que las plataformas son la evolución de la fábrica fordista, que son necesarias para la transformación de toda la sociedad en una fábrica. Una sociedad industrializada, no industrial.
Por tanto, ningún cambio de paradigma se producirá sin una transición a algo absolutamente nuevo. Creer lo contrario, que todo es verdaderamente nuevo, significa repetir los errores interpretativos del pasado, es no distinguir la evolución de los procesos industriales y capitalistas: siempre aparentemente revolucionarios, pero en verdad siempre transformistas. Es decir: cambiar todo para no cambiar nada en su estructura y superestructura, no cambiar los mecanismos de la organización industrial de la sociedad y de la acumulación de capital.
En todo caso, lo que cambia (esto es una evolución y no una revolución) es la capacidad del tecno-capitalismo para producir/extraer valor, gracias a la tecnología, cada vez mayores de la vida de los seres humanos y de la sociedad. Procesos evolutivos que están estrictamente conectados a lo que la tecnología permite que el capitalismo haga con el trabajo y la vida humana, en las diferentes fases de los procesos de innovación.
Un capitalismo siempre replicándose, pero también refinando esa racionalidad instrumental/industrial, que es la verdadera superestructura de la modernidad, y dentro de la cual la racionalidad neoliberal, de los últimos cuarenta años, es sólo una de las formas funcionamiento de la política -como el populismo y la tecnocracia- pero nunca como la parte fundamental del sistema.
Centrarse únicamente en la racionalidad neoliberal significa ver solo una parte de un proceso mucho más complejo y, por lo tanto, significa alejarse de su comprensión.
Una pequeña reflexión sobre el capitalismo
Para realizar este análisis genealógico intentaré releer El Capital de Marx. Y leer, para mi es observar, estudiar, analizar, comparar el presente con el pasado del capitalismo: un capital aparentemente diferente pero sustancialmente semejante al descrito por Marx y similar al capitalismo del siglo XX, porque siempre se fundamenta sobre la división social del trabajo y, luego sobre su recomposición/integración en una estructura organizada mayor que la simple suma de sus partes previamente divididas, todo gracias a un medio de producción que en realidad es un medio de conexión (la línea de montaje, ayer; las plataformas, hoy).
Porque, siempre se asienta en la explotación del trabajo excedente; siempre nos toma como sujetos productivos (incluso cuando nos engañe que somos empresarios de nosotros mismos) y al mismo tiempo somos sujetos consumidores de los bienes producidos -incluidos aquellos bienes particulares producidos por los medios de comunicación- y por lo que la Escuela de Frankfurt llamó la industria cultural.
El capitalismo, que es cada vez más tecno-capitalismo como prefiero llamarlo, es hoy un sistema de técnica y capitalismo-neoliberalismo casi autorreferencial y cada vez más integrado, donde la técnica y la tecnología alimentan el crecimiento del segundo y viceversa; lo llamo tecno-capitalismo porque considero incorrecto y engañoso centrar la atención solo en el capitalismo o en sus procesos de financiarización, porque aguas arriba está precisamente la técnica que determina lo que el capitalismo puede hacer o no hacer (y viceversa).
Un tecn-capitalismo que nos ha hecho entrar no tanto en el capitaloceno como en el tecnoceno, donde está la tecnología –o mejor dicho, la racionalidad instrumental/calculadora-industrial- llega a ser el amo, imponiendo su lógica construyendo la superestructura real del mundo, cada vez más integrada con lo que una vez se llamó estructura.
Capitalismo de ayer y tecno-capitalismo de hoy
Leer el tecno-capitalismo de hoy también es releer El Capital de Marx. Cuando digo esto estoy pensando en el “inefable Dr. Ure” (como lo llamó Marx en el decimotercer capítulo del primer libro de El Capital) y, cuántos inefables Dr. Ure, generaron la llamada cuarta revolución industrial: la red, la industria 4.0 y ahora último el capitalismo verde, ecológico.
Una reconversión, que parafraseando a von Clausewitz, es la continuación del capitalismo con otras formas.
El Doctor Andrew Ure publicó en 1835, “La filosofía de las manufacturas”; un libro que trató de demostrar que eran falsas las acusaciones de explotación del trabajo industrial, en particular del trabajo infantil; con parámetros seudo-científicos quiso demostrar que los niños que trabajaban en las fábricas eran más sanos, más altos e incluso más inteligentes que los demás.
Así que pensemos en cuántos inefables Dr. Ure han construido la narrativa de una técnica liberadora, democrática y libre, argumentando que la red digital nos hizo más inteligentes, que gracias a la red trabajamos menos, con menos esfuerzo y que tenemos más tiempo libre para las cosas buenas de la vida, que incluso los molestos ciclos económicos desaparecerían, abriendo el mundo a una nueva era de crecimiento infinito gracias a las nuevas tecnologías.
Todo esto eran las figuraciones mayoritarias de los 90. Este era el estado de ánimo dominante en ese momento que el economista Joseph Stiglitz nos recuerda en sus libros. Años en los que todos fuimos capturados, como niños, por esa narrativa: un cuento de hadas hermoso con la promesa de un hermoso final feliz.
Ser capturado fue posible porque lamentablemente la izquierda, que miró y mira (en realidad cada vez menos) el capitalismo y su acción incesantemente revolucionaria (nuevamente Marx) no entendió que es precisamente la tecnología la que ha transformado el capitalismo por enésima vez.
La izquierda ha vivido demasiado tiempo en el mito de un uso distinto al de la tecnología capitalista, olvidando que la tecnología no es neutral, que es capitalista y que el capitalismo es esa técnica, es decir, una técnica racionalidad instrumental/calculadora-industrial basada en la búsqueda obsesiva de la eficiencia, del rendimiento, de la ganancia, del aumento e intensificación de la productividad y del excedente de mano de obra.
Una izquierda que incluso creía que las nuevas tecnologías ya eran la transición al socialismo o que eran al menos la realización del intelecto general imaginando pasar al pos-capitalismo (Paul Mason) gracias a las nuevas tecnologías.
Lo sabemos, pero casi no queremos admitirlo. Sobre todo, hay una izquierda no quiere admitirlo, una izquierda tecno-entusiasta que llega a suponer que Amazon es “lo nuevo” que avanza y no la vieja explotación del trabajo que vuelve.
Sabemos que –a diferencia de la fábula de los 90- lo que se ha logrado está en la esencia de la tecnología y del capitalismo: explotación de la naturaleza y del hombre; aumento continuo –gracias a las nuevas tecnologías– de los tiempos de trabajo y del ciclo de vida, por lo tanto de la productividad mediante el aumento de la mano de obra excedente, maximizando la plusvalía privada; además, incesantes procesos de integración e hibridación del hombre con las máquinas y con aparatos cada vez más eficaces y, por tanto, con más alienación, todo este bien disfrazada por técnicas de gestión psicológica cada vez más refinadas por una industria cultural cada vez más penetrante y poderosa, por una industria Debordiana de lo espectacular integrada a la industria de la felicidad y la diversión.
Sabemos de las crecientes desigualdades; pero nadie se opone abiertamente, y nadie o muy pocos, quieren realmente leer el capital de hoy (tecno-capitalismo) y volver a leer el Capital de Marx para interpretar el tecno-capitalismo de hoy, pero, sobre todo, releer la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, muy útil para comprender la sociedad tecnológica de ayer y de hoy.
Nos han embrujado los muchos e inefables nuevos Dr. Ure (Steve Jobs que, sin embargo, explota a los trabajadores chinos de Foxconn; Jeff Bezos que no explota a niños sino a sus empleados y mensajeros de reparto, e impone el brazalete electrónico (y los obliga a orinar en botellas de plástico para reducir el tiempo de inactividad y maximizar la productividad).
Vivimos hechizados por las nuevas tecnologías y el marketing emocional que las ha acompañado (Silicon Valley es ante todo una fábrica de imaginarios colectivos); hechizados como niños por el teléfono inteligente y el juguete social y, por tanto, incapaces de ejercer el pensamiento crítico o al menos reflexivo. Por eso creemos que los avances no pueden ni deben detenerse, incluso si atentan contra la libertad humana, la autonomía, la democracia, los derechos civiles, políticos y sociales.
Y nos adaptamos -como si fuera un hecho inevitable- a lo que nos impone el sistema industrial y capitalista, cuando en realidad, todo está en manos de un empresario – (nuevamente Marx en el primer Libro del Capital) que es un fanático de la valorización y que obliga a la humanidad a producir por producir.
Y claro, hoy estamos pagando las consecuencias con la crisis climática y medioambiental. Un sistema sin otro propósito que producir y hacer que las personas produzcan (y consuman), utilizando aplicaciones de búsqueda guiada por la investigación previa de nuestros datos / perfiles, que hemos dejado en navegaciones anteriores. Algoritmos predictivos, algoritmos de recomendación, algoritmos de filtrado y predicción.
Y todo está regido por una industria que impone sus innovaciones sin evaluar su utilidad social y una deliberación democrática.
En 2011 Luciano Gallino denuncio el tecno-capitalismo, en Micro Mega, escribiendo: «La democracia, leemos en los manuales, es una forma de gobierno en la que todos los miembros de una comunidad tienen tanto el derecho como la posibilidad material de participar en la formulación de las decisiones que afectan a su existencia. En cambio, hoy la gran mayoría de la población está totalmente excluida de la resolución de las decisiones que se toman todos los días.
La democracia ha sido expropiada por la acción de ese sujeto que se llama gran empresa. El hecho nuevo es que el poder del gran negocio es la capacidad de decidir, a discreción, qué producir, dónde producirlo, a qué costo. La gran empresa no sólo nunca es demasiado grande, también ha logrado imponer efectos sumamente negativos a la sociedad, la economía y la naturaleza”.
El fetichismo por la técnica y por la ceguera política ante los procesos reales desencadenados por el tecnocapitalismo- prácticamente nos han impedido comprender que la realidad no es diferente a la que impuso el capital en los siglos pasados ; que la Industria 4.0 es solo taylorismo digitalizado; que las redes sociales (nunca una palabra fue más profanada) son empresas privadas que intentan maximizar sus ganancias poniéndonos a trabajar las 24 horas del día para producir datos – estamos felices de hacerlo, creyendo que navegar por la red es gratis; que las plataformas son la nueva forma de la “fábrica, virtualizada”. Y, que esta realidad es más explotadora que el capitalismo de los siglos XIX y XX; que el sistema sigue basado en la división social; ayer en la fábrica física, hoy en la fábrica virtual.
No queremos ver que las plataformas, los algoritmos, la Inteligencia artificial y la digitalización han permitido al tecno-capitalismo dar un paso más allá del fordismo-taylorismo. Es decir, han puesto a trabajar (extrayendo valor/beneficio privado) a toda la vida de los seres humanos.
Han transformada no solo el trabajo productivo y el consumo sino también los sentimientos, afectos, relaciones, la información (todo transformado en datos), permitiendo que se convierta en capitalismo de vigilancia y en capitalismo algorítmico/digital (sublimación del capitalismo extractivo). Han logrado un sistema capaz de modelar a toda la sociedad según las normas técnicas del capitalismo, por tanto, no deberíamos hablar hoy de una sociedad industrial o pos-industrial, sino de una sociedad totalmente industrializada.
Según esa racionalidad instrumental, criticada por Horkheimer y Adorno, la sociedad hoy se ha vuelto aún más instrumental, calculadora e industrial. Instrumental porque tiene como objetivo aumentar el excedente de trabajo y la productividad y, por tanto, la ganancia (el tecno- capitalista es un sistema cada vez más integrado e integrador).
Calculador, porque se basa en el cálculo capitalista y la evaluación de todo, incluido el hombre, transformado en capital humano a través de sus datos/perfiles. Industrial, porque hoy todo es industria y todo se organiza, se produce y se consume industrialmente, incluida la familia, la cultura, la escuela, la universidad, las relaciones humanas, las cárceles y las vacunas.
Industria y sociedad industrializada
Los seres humanos estamos cada vez más aislados / des-socializados y, cada vez mejor y más fácilmente integrables y socializables (en el sentido función-rol) con el sistema industrial. Las Plataformas son el nuevo medio de producción ya que es un medio de conexión que permite que el sistema industrial salga de las antiguas fábricas mediante la subcontratación e individualización, transformando así al conjunto de la sociedad en una fábrica.
El tecno-capitalismo funciona no solo mediante la subcontratación / individualización del trabajo, también se organiza con la distribución de alimentos a través de algoritmos (plataformas que extraen plusvalía capitalista de manera similar a Uber); que transforman a los individuos en sujetos productivos y consumidores las 24 horas del día y no sólo las 8 horas como en la etapa del fordismo-taylorismo (Con el tiempo las otras 16 horas fueron un tiempo muerto intolerable para el capital que necesitó hacer productivos y consumidores a los individuos todo el tiempo posible, gracias precisamente a las nuevas tecnologías).
El escritor inglés John Lanchester tenía razón, al decir en 2017, que las redes sociales como Facebook son “la agencia de espionaje y publicidad/marketing más grande jamás construida en la historia del capitalismo”.
En realidad, Facebook también es (decir esto parece una provocación, peor no lo es) es la fábrica más grande jamás construida en la historia, con 2.600 millones de trabajadores generando datos, incesantemente de forma gratuita y felices de hacerlo, sin darse cuenta que el más feliz de todo es el patrón de Facebook, Mark Zuckerberg.
Que esto –transformar la sociedad en un mercado, pero sobre todo en una fábrica y una industria– era la tendencia del capitalismo lo entendió, el Francofortese Raniero Panzieri, hace sesenta años, cuando escribió el estrecho vínculo entre tecnología y capitalismo, entre capitalismo y racionalidad instrumental-industrial:
«El desarrollo capitalista de la tecnología implica, a través de las diferentes fases de la racionalización de formas de integración cada vez más refinadas, un incremento creciente del control capitalista … con la progresiva expansión de la planificación de la fábrica al mercado y, al área social externa ”. Y, por tanto… “El mismo tipo de proceso que domina la fábrica, característico del momento productivo, tiende a imponerse al conjunto de la sociedad los que son los rasgos característicos de la fábrica (…) y, tienden a impregnar todos los niveles de la sociedad».
Es decir, el capitalismo – nuevamente Panzieri – intenta por todos los medios «extender su racionalización más allá de los límites de la fábrica».
Tal como sucede hoy, a través de la red/digitalización/uberización/capitalismo de plataformas, redes sociales. Esta es una tendencia antigua e implícita en la racionalidad tecnológica capitalista, ya destacada por Lukács en 1922 en “Historia y conciencia de clase” y luego por la primera Escuela de Frankfurt.
Una tendencia que ahora ha llegado a producir la (casi) perfecta correspondencia / integración / identificación entre tecnocapitalismo y sociedad. Es decir, según la síntesis realizada por el filósofo y psicoanalista Romano Màdera, el capitalismo es ahora global “en el sentido de ocupa a todos los aspectos de la vida, exterior e interior. (…) Y el producto histórico-antropológico de la configuración cultural del capitalismo global es la humanidad como dispositivo de acumulación”. Lo que, sin embargo, no es solo capitalismo, sino tecnocapitalismo.
De las plataformas a los medios
Y llegamos a los medios, y a la hegemonía de las plataformas (como en s el título de este panel).
Según los gurús de las nuevas tecnologías, ayer los medios de comunicación tenían una forma que podría caracterizarse de “uno a muchos” (por tanto, centralización, jerarquía, pasividad del receptor).
Hoy es de “muchos a muchos (por tanto, los medios de comunicación, de hecho, digitales tienen productores, receptores, presentadores, y usuarios reunidos).
Esta retorica permite enmascarar una ficción de horizontalidad, participación y democratización, que obligatoriamente pasa por una plataforma. Una plataforma que impone jerarquías que replican la centralización de la información (con algoritmos predictivos, algoritmos de recomendación, filtrado) y también estandarización.
Y … estandarizar, en este caso es repetir siempre lo mismo haciéndolo parecer siempre nuevo, dar orden a la vida humana individual y social gracias a la auto-referencialidad de la información, luego homologar y construir las identidades de los usuarios según la lógica del conformismo (digital). Es la aplicación una antigua técnica conductual que permite (quizás activando un poco de dopamina) los grandes beneficios del tecno-capitalismo de los medios, la información, la industria cultural / el entretenimiento y, la espectacularidad integrada.
Un tecno-capitalismo que conduce al máximo poder y omnipresencia, poniendo en acción las funciones específicas del capitalismo según Marx: organización, mando y vigilancia. Sin embargo, no hemos querido ver que estas funciones específicas (del capitalismo (en realidad intrínsecas de la racionalidad instrumental/calculadora-industrial) se replican hoy, “N” veces en la red como fábrica generalizada y como redes sociales generalizadas, tanto digitales como capitalistas.
Y, por tanto, la organización industrial y capitalista del trabajo, la vida, la información, las pasiones, el entretenimiento, la distracción masiva – es precisamente la fábrica que sale de la vieja fábrica y se convierte en una empresa-fábrica con todos sus departamentos de producción y consumibles especializados, pero todo “organizado” justo a tiempo y en secuencia, en forma de una fábrica integrada.
Y luego es el “orden”: con una aplicación es suficiente, solo se necesita un dispositivo para hacer/pensar/comunicarse/actuar (es decir, vivir) como indica el sistema tecnocapitalista. Y finalmente la “vigilancia y control” que también se industrializan en según explica Shoshana Zuboff, en su texto “El capitalismo de vigilancia”.
A diferencia de los medios de comunicación de hace treinta o cincuenta años ahora los medios son digitales, sin embargo, esta diferencia es solo aparente porque solo cambia la conexión / producción). Y al ser digitales los antiguos medios han abandonado el “periodismo en profundidad y la reflexión” (cómo lo lamentan el Corriere della sera o las páginas culturales de’ La República ‘) prefiriendo la simplificación, estandarización, el efecto mediático, la espectacularización y la distracción.
La nueva/vieja industria cultural
Medios que son, hoy igual que ayer, medios constitutivos de la nueva/vieja industria cultural porque el cine, la radio, la televisión de hoy son plataformas como Netflix o YouTube y junto a las redes sociales «constituyen un sistema, donde cada sector se armoniza internamente y todos se armonizan entre sí».
Ya en 1947 en “Dialéctica de la Ilustración” Max Horkheimer y Theodor Adorno Frankfurt explicaban que en el capitalismo “todo el mundo está obligado a comportarse de forma espontánea, por así decirlo, de acuerdo con el nivel que le fue asignado sobre la base de índices estadísticos (hoy gracias a perfiles algorítmicos) que guían la categoría de productos en masa que se fabricaron específicamente para cada uno. Reducidos a material estadístico, los consumidores se dividen, en las cartografías de las oficinas de investigación de mercado, que no se distinguen de las de propaganda, en grupos de ingresos, en recuadros verdes, rojos y azules”
Esta descripción de la escuela se Frankfurt es hoy uno o muchos algoritmos que aumentan el poder organizativo, de mando y control del tecno-capital en los medios y en las fábricas, pero ciertamente no tiene el mismo propósito de antaño.
Medios donde triunfan el solipsismo y el narcisismo -gracias a las nuevas tecnologías/plataformas- donde la vida no debe distinguirse de la ficción producida (producida como mercancía para ser consumida) de la industria cultural y la espectacularidad integrada: donde todos deben creerse un protagonista hoy (y no solo el espectador), mientras ha vuelto a aparecer (porque debe haber aparecido) de un espectáculo producido/industrializado por otros, donde muere la imaginación del hombre y el imaginario funcional a la auto-referencialidad del tecno-capitalismo domina.
Medios que se llaman plataformas y redes sociales, pero detrás de los cuales siempre hay capital y un capitalista.
h2>Conclusión provisional
Y cierro –volviendo a la relación entre tecnología y capitalismo– con una frase de Herbert Marcuse:
«La sociedad tecnológica avanzada tiende a tornarse totalitaria en la medida en que determina no sólo las ocupaciones, habilidades y socialmente requeridas», sino también necesidades y aspiraciones individuales. La tecnología se utiliza para establecer nuevas formas de control social y cohesión social, más efectivas y agradables. Da forma a todo el universo del discurso y la acción, de la cultura intelectual y material. Dentro del medio compuesto por tecnología, cultura, política y economía se funden en un sistema omnipresente que absorbe o rechaza todas las alternativas”.
(Hombre unidimensional).
Más:
“La racionalidad tecnológica se ha convertido en racionalidad política” y “las técnicas de industrialización son técnicas políticas; como tales, socavan la posibilidad de Razón y Libertad”.
Y si este proceso, descrito por Marcuse y refiriéndose a los años sesenta del siglo XX, es cierto – y lo es aún más hoy – entonces confirmamos nuestra tesis de que podemos y debemos utilizar conceptos/ modelos interpretativos incluso del siglo XX. para explicar la realidad de hoy, viéndola como una evolución (y no como una ruptura/cesura/transición) del pasado.
El hecho de que toda la sociedad se haya transformado en una fábrica, que la fábrica haya salido de la fábrica gracias a las nuevas tecnologías, demuestra que la revolución industrial es un proceso largo, incesante y continuo, y que el tecno-capitalismo solo nos toma como (s) objetos cada vez más productivos y consumidores.
En todo caso, la tarea de la izquierda sería comenzar a reconocer que hoy todo el mundo es un trabajador de la sociedad-fábrica en cualquier momento de su vida y que esta es sólo la última fase de un largo proceso del tecno-capitalista y, de ingeniería social que produce y reproduce incesantemente objetos productivos y consumidores con un trabajo excedente creciente, incluso si lo llama autogestión.
La tarea de la izquierda sería entonces también reconocer que esta última forma política tiene al populismo y a las tecnocracias como dos momentos políticos funcionales al totalitarismo.
Pero la tarea de la izquierda también debería ser comprender –más allá de Marx y más allá de demasiados marxismos– que un uso socialista de las máquinas es imposible si este uso está en cualquier caso predeterminado por la racionalidad instrumental/calculadora-industrial. Es decir: no basta con someter la racionalidad tecnológica a un nuevo uso; en cambio, es necesario salir – río arriba – de esta racionalidad y construir una diferente para poder imaginar un uso verdaderamente diferente (ecológico, social, humanista, consciente) de las tecnologías.
De lo contrario, se cumplirá lo que escribió Max Horkheimer (en The Transition Society):
“La sociedad se transformará en un mundo totalmente administrado. (…) todo se podrá regular automáticamente (…), todo se reducirá a aprender a utilizar los mecanismos automáticos que aseguran el funcionamiento de la sociedad”.
Esta definición ya se parece demasiado a la actual sociedad informática-industrial / algorítmica. Donde, no solo vivimos usando máquinas como en el pasado (porque sin tecnologías el hombre no sobrevive), sino también vivimos integrados y dependientes de las máquinas (las máquinas nos utilizan / actúan sobre nosotros) – hecho que es la negación total de lo humano, el máximo de la delegación a las máquinas, el máximo de la alienación del hombre de sí mismo.
(*) Profesor de Sociología Económica en el Departamento de Economía de la Universidad de Insubria. Sus últimos ensayos son: La gran alienación: Prometeo y el tecnocapitalismo, La religión tecnocapitalista: de la teología política a la teología técnica. La vita lucida: un diálogo sobre poder, pandemia y liberación.