viernes, noviembre 22, 2024
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Siete Locos: Candonga

“Me equivoqué. Me equivoqué y aquí estoy, doy la cara. Los que me odian me imagino que están felices. Y los que me quieren me tienen que querer así. Así es Juan Carreño”. Recién bañado, todavía caliente, Juan Eduardo Carreño López se disculpó así ante la prensa. Acababa de protagonizar la batalla campal más recordada de la historia del fútbol chileno -para los ansiosos el video está al final-.

Él solito, con la camiseta de Huachipato, se plantó contra medio equipo de Osorno y se terminó yendo del campo escoltado por carabineros. No se sabía si lo protegían a él o al resto de los presentes en el estadio.

Cuando le preguntaron cuántas veces se había peleado en una cancha Carreño afirmó: “Una vez y pasé a la historia”. Ese 27 de septiembre de 1998 su nombre quedó reducido, para siempre, a esa pelea.

En Chile, pueden no saber quién es el presidente de la nación pero esa batalla futbolera la conocen todos.

La pelea es parte de la cultura popular. Ni siquiera los amigos de @penal_largo, los primeros que nos hablaron de Candonga, sabían que le habían hecho esta canción.

Carreño quisiera olvidar todo este tema, pero no lo dejan.

“Cuando le pegan a un hueón en China ponen mi imagen en la tele”, se lamenta. Y cuando lo entrevistan siempre le preguntan lo mismo: “Los periodistas son los que me recuerdan ese episodio, es muy difícil olvidarlo”.

Pero mucho antes de ese día de primavera en que Carreño se perdió en un arranque de violencia, Candonga había sido un pibito con futuro de crack. Guapo, potente y trasnochador, se transformó en el goleador más importante del fútbol chileno durante una década y en el futbolista con la vida nocturna más animada al otro lado de la Cordillera.

“Me pegué los mejores carretes (jodas), me comí a las mejores minas y me tomé los mejores whiskys, pero al otro día era el primero que estaba entrenando”, reconoce con cierto orgullo.

Juan Carreño surgió en las inferiores de Colo-Colo, el equipo más popular de Chile. En seguida, se destacó por su cara alargada, la espalda ancha, el andar torpe, su fortaleza arrolladora y su olfato goleador. Una especie de búfalo Funes, para plantear alguna comparación azarosa.

Con 19 años, en el Mundial Juvenil de 1987, donde la Roja fue 4ta, Carreño fue figura y uno de los máximos anotadores del certamen. Pero también, ya de juvenil, se hacía notar por indisciplinado. El fútbol le gustaba mucho, pero también le gustaba la noche. La necesitaba.

“Hay gente que va al cine, otros que salen a comer, otros que van a ver una obra de arte y otros que hacen un asado y se toman una garrafa (damajuana). A mí me gustaba ir a un pub, tomarme unos whiskys y al otro día ir a entrenar”, contó en una entrevista con The Clinic.

La vida nocturna era, explica, su única descarga. “Tenía la presión de ser goleador en los equipos que estaba. ¿Y cuál era mi desahogo? Salir un rato en la noche, dos o tres horas”.

El equipo del Cacique, donde nunca llegó a jugar como profesional, lo cedió de forma sistemática para que se fogueara en otros clubes y para que otros se hicieran cargo de sus andadas.

“Un par de veces llegué pasado de copas a entrenar… pero llegaba. Me tomaba un whisky en la mañana, me daba una ducha con agua helada y me iba a entrenar. Me quedaba trabajando una hora más para sacarme el alcohol”.

Dicen que alguna vez, en una práctica que lo vieron mal, le preguntaron como estaba. Él respondió:

“Estoy bien. Creo que estoy con dos kilos de sobrepeso. O dos litros, no lo sé bien”.

En toda su carrera pasó por 14 clubes, 13 chilenos y uno mexicano. Nunca por uno grande. Goleador, simpático, popular, incluso en su mejor momento, los equipos importantes de su país y del extranjero, que conocían de su debilidad por las luces de los bares y el brillo de los vasos de escocés con hielo, lo veían como un riesgo demasiado grande como para contratarlo.

Pero Carreño no engañaba a nadie. Cuando un club se acercaba para ficharlo él ponía en claro cuáles eran sus condiciones:

“Si llegaba a un acuerdo económico con los dirigentes hablaba con el técnico y le decía que firmaba pero con la condición de salir lunes y martes y que no se metiera en mi vida. Si no, no podía rendir”.

Además, fumaba:

“Siempre fumé un cigarrillo antes de entrar a la cancha. Me relaja. Sirve para liberar tensiones. Ningún técnico me llamó la atención por eso. Al contrario, hubo algunos a los que tenía que pagarles el vicio”.

Así era Carreño cuando el Pelado Nelson Acosta, DT de Unión Española, lo conoció y lo sumó a su equipo. Ese año 1994 fue histórico para el conjunto hispano, que llegó a 4tos de final de la Copa Libertadores que ganó el Vélez de Bianchi.

Candonga fue el goleador de ese conjunto que le hizo pasar un mal rato al San Pablo de Tele Santana.

Cuatro años después, Nelson Acosta entrenaba a la selección de Chile y Carreño era el delantero suplente detrás de Zamorano y Salas.

Candonga, creían todos, era uno de los preferidos del entrenador y estaba cantado que sería convocado para el Mundial. Sobre todo, después de lo que pasó en el último partido de las Eliminatorias, que concretó la clasificación.

El episodio lo evoca Cristóbal Correa, un amigo chileno:

“Candonga se eleva con su metro noventa sobre la defensa boliviana, todos un metro sesenta. Parecía que volaba. Cabecea contra el palo y gol de Carreño. ¡Hueón, Candonga va al Mundial!”. Su gol fue el 3-0 definitivo.

Al final, cuando Acosta dio la lista, pasaron los nombres y el de Juan Carreño no apareció nunca. El DT dijo que estaba lesionado y lo bajó del avión a Francia ‘98.

Carreño asegura que su lesión no era tan grave y culpa a Zamorano por su exclusión.

“Él mandaba la Selección en ese tiempo y decidió llevar a su regalón (amiguito), que era Neira. Zamorano fue el cabrón de esa eliminatoria”.

Para Candonga, ese momento determinó su carrera:

“El daño que me hicieron no lo midieron. (…) Tenía 29 años, había jugado dos copas Libertadores, fui diez años goleador en Primera y estaba en mi mejor momento de madurez. Creo que me merecía un poquito más de respeto y no me lo dieron”.

Unas semanas después llegamos a ese memorable partido que terminó ganando Osorno. Quedaban tres o cuatro minutos, empataban 0-0 y Huachipato tenía un tiro libre en contra. Todo lo que está a punto de pasar, dice el periodista Francisco Mouat, sucedió porque a Carreño “lo provocaron y lo hostilizaron”.

Candonga se paró en la barrera. Dos rivales se le pusieron a los lados, uno lo pateó de atrás y el otro lo insultaba. Carreño cayó en la trampa. Correctivo hacia la derecha, cortito al estomago para la izquierda. “Juanito, te ví”, le dijo el árbitro Carlos Chandía.

El goleador aceptó la expulsión y caminó hacia los vestuarios.

“Hasta ahí normal. Una expulsión más en el fútbol”, recuerda Carreño.

La salida estaba atrás del otro arco. Cuando Carreño estaba llegando al círculo central se encontró con el arquero rival, el argentino Hernán Caputto, que lo fue a buscar hasta ahí para decirle un par de cosas sobre su madre y para recordarle el Mundial que no pudo jugar.

“Tú no podís molestar a un jugador expulsado, es un código básico del fútbol. En el fondo estaba buscando que le pegara”. Y Candonga pegó.

Con una combinación de derecha-izquierda lo noqueó y siguió camino al vestuario como si no hubiera pasado nada. Pero un par de pasos después, cuando titulares, suplentes y cuerpo técnico del rival lo rodeaban para reclamar su sangre, Carreño se plantó para seguir pegando.

“Los hueones no me venían a abrazar -dice Carreño-. Hasta que le pegué a Caputto soy responsable de todo. Pero cuando los otros vienen corriendo y se me tiran encima, lógicamente que me tengo que defender. O pegai o te cagan. En el barrio uno aprende que hay que tirar a matar siempre”.

Ahí atendió también al arquero suplente, que cayó al primer golpe, al ayudante técnico de Osorno y repartió un par de piñas más entre los rivales antes de que sus compañeros y la policía llegaran para rescatarlo.

Lo suspendieron por unas cuantas fechas. Su carrera parecía acabada, pero todavía iba a caer varios escalones más. Carreño nunca pudo superar la marginación del Mundial. A la noche le sumó depresión y drogas.

“Primero consumía cocaína una vez a la semana, después dos y así. Como tenía poder adquisitivo seguía”, recuerda. “No gasté plata, gasté millones. La droga me llevó a meterme en negocios con gente que nada que ver”.

Tuvo tres bares, uno se llamaba Club Candonga. Todos fueron un fracaso. “Pensaba que la iba a llevar. Me creía el rey del mundo pero tenía todos los ingredientes para sucumbir: trago, minas, plata, drogas, fama”.

Además, en esa época se hizo amigo de Manuel Fuentes Cancino, “El Perilla”, un capo narco chileno.

“Tenía una pareja que era concuñada de él. Una vez lo conocí en una comida y me cayó bien. Ni siquiera sabía quién era. En el fútbol uno conoce a mucha gente. Nunca negué su amistad. Le encantaba la noche. Yo nunca lo ví en nada. Y si hubiese cachado algo tampoco te lo diría. Tengo las pelotas bien puestas”.

A los que dicen que El Perilla lo metió en las drogas, Candonga les responde que se enganchó solo. Le costó mucho superarlo, llegó a pensar en internarse, “en un minuto vi la batalla perdida”, pero con la ayuda de su familia ahora lo cuenta como una anécdota más de la vida que eligió vivir.

El fútbol se le terminó en 2003. Jugaba en Deportes Concepción y dio positivo por cocaína. Fue el final de su carrera. Uno muy triste para un tipo que acostumbraba a sonreír y hacer goles.

Muchos que lo querían por su estilo frontal, porque era un futbolista que desbordaba el molde, cuando lo vieron en el piso eligieron patearlo.

“Dije la verdad y en este país eso no se perdona”, explica Candonga. “Cometí un error y hasta el día de hoy quedé marcado como drogadicto. Después dije que me gustaba tomarme unos whiskys en alguna discoteca y me tildaron de borracho cuando me los tomaba delante de todo el mundo. Hay futbolistas que se toman una botella de whisky entera encerrados en su casa”.

Se escondió en el anonimato, luchó contra sus demonios y encontró algo de paz mental. Pero nunca dejó de ser Candonga. Cuando le ofrecieron mucha plata para llevarlo a la TV dijo que no sin dudarlo:

“Imagínate, después de agarrarme a combos (piñas) en una cancha con 15 hueones, salir bailando con una polera apretada y lycras negras como John Travolta… ¡Na’ que ver!”.

Entendió desde un principio que querían usarlo.

“Tengo claro lo que soy, tengo hartos defectos pero no soy un payaso. Prefiero ganarme la plata trabajando pero no ir a bailar con patines. Además, uno se da cuenta que lo llevan para hacer el ridículo”.

En los últimos años se acercó de nuevo al fútbol.

“Mira, si quieren a un buen jugador, estoy; si quieren a una buena persona, está; si quieren a un ganador, vamos; si quieren a un compadre que trabe con la cabeza, estamos. Pero si les interesa un mariconcito que se ande callado y sin ir de frente, entonces Juan Carreño no puede volver al fútbol”.

Prefirió ser entrenador. Trabajó en equipos del ascenso, en Colchagua de Tercera y en General Velázquez de Cuarta división. Ahora, está concentrado en su proyecto de armar una escuela de fútbol.

Pasan los años y Candonga sigue igual. Siempre genuino, siempre real. Aunque en Chile sólo lo recuerden por un par de piñas y en muchos lugares del mundo ni siquiera sepan quién es.

Déjenlos, no saben lo que se pierden.

Fuente: Un Caño

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