viernes, noviembre 22, 2024
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La Desaparición de la URSS 25 Años Después: Algunas Reflexiones (I)

José Luis Rodríguez (*)

Como se ha señalado en trabajos anteriores, la desaparición del socialismo en la URSS fue motivada por múltiples causas, que se engendraron durante un largo período de tiempo y donde el papel de las diferentes personalidades políticas en su devenir histórico contribuyó de diversa forma al desenlace final.

Un primer factor esencial en el derrumbe fue la ausencia de una verdadera cultura socialista, lo que no aseguró la motivación ideológica capaz de lograr que el hombre identificara su proyecto de vida personal con los intereses más altos de la sociedad, lo que a su vez suponía la participación democrática y consciente del mismo en la toma de decisiones apropiadamente consensuadas entre todos sus miembros. (1)

Un elemento clave para entender la complejidad de la situación lo destacaba Lenin en sus últimos escritos cuando se señala que el reto esencial era, lograr más eficiencia en la empresa comunista en relación a la capitalista, sobre lo que se apuntaba “…o pasamos esta prueba con el capital privado o fracasamos por completo. Para ayudarnos a salir bien de esta prueba tenemos el poder político y una serie de diversos recursos económicos y de otro tipo; tenemos todo lo que quieran, menos capacitación (…) lo que nos falta es cultura en el sector de los comunistas que desempeñan funciones de dirección.” (2)

Esa cultura –que puede también entenderse como el conocimiento indispensable para construir el socialismo- nunca se logró crear plenamente. En su lugar frente a las inevitables contradicciones de este proceso, surgió la imposición autoritaria y la represión del disenso por parte de una élite dirigente divorciada de las masas y burocratizada hasta la médula que olvidó las enseñanzas de Lenin, cegó las potencialidades del socialismo como sistema y contribuyó al colapso de ese modelo.
Stalin (al centro, con chaqueta blanca) y Trostky (con gafas) en Moscú. Foto: AP

Foto poco conocida. Stalin (al centro, con chaqueta blanca). A su lado, Trostky (con gafas) en Moscú. Foto: AP

Tras la muerte de Lenin “Stalin fue el rostro visible y la figura representante de la nueva capa dirigente que fue rompiendo gradualmente vínculos con la dirección genuinamente revolucionaria (con mayor énfasis después de la muerte de Lenin), y se fueron deshaciendo de los mecanismos endebles de control político de las masas.” (3)

“A los cargos administrativos principales fueron ascendiendo figuras de relieve secundario dentro de la revolución, motivado esto, entre otros factores, porque muchos antiguos combatientes perecieron durante la contienda civil, o se iban separando de las masas con promociones o cargos de menor relevancia, o porque sencillamente el cansancio de los duros años de combate y las circunstancias hostiles en que se vivía hacían mella en la resistencia de algunos hombres. Esta fue una de las fuentes de donde se nutrió la casta en gestación.” (4)

A lo anterior se sumaría la tradición burocrática del estado zarista, muchos de cuyos integrantes fueron utilizados como personal técnico especializado, pero que también portaron el germen del proceso de burocratización del estado socialista desde el inicio mismo de la Revolución.

En ese contexto, la imposición de decisiones desde los niveles superiores de dirección, sin gestar el apoyo político indispensable para su aplicación, condujo a fenómenos como la colectivización forzosa de la tierra a inicios de los años 30 y a un proceso de industrialización a marchas forzadas, que dejó sus huellas en más de una generación de soviéticos.

Adicionalmente y al contrario de lo ocurrido bajo la dirección de Lenin –que siempre, aun en las circunstancias más difíciles estimuló el debate interno sobre diversos aspectos de la construcción socialista-, en los años 30 Stalin enfrentó la oposición a sus ideas y para ello desató un proceso de purgas internas dentro del propio aparato del partido y el estado soviético que llevó a la liquidación físicamente de su dirección histórica, proceso que culminaría con el asesinato de Trotsky en México en 1940.

Aún hoy cuesta trabajo evaluar el enorme impacto negativo que estos procesos tuvieron para la dirección de la Unión Soviética (5), la construcción del socialismo y las ideas del marxismo en general.

Estas tendencias negativas solo fueron críticamente analizadas de forma parcial por la dirección del PCUS durante un corto período de tiempo –de 1956 a 1961- y los efectos de los errores cometidos no fueron superados por los sucesivos gobiernos soviéticos que existieron hasta la desaparición de la URSS en 1991.

No obstante, si bien los aspectos políticos tuvieron un peso decisivo en la evolución del socialismo soviético, también los errores en el ámbito de la economía tendrían una significativa participación en la misma. En este caso se trata especialmente de la incorrecta interpretación de las relaciones monetario-mercantiles y el papel del mercado en el socialismo, al asimilarlos como una simple técnica para la asignación óptima de recursos en la microeconomía, lo que –al generalizarse- dio pie al llamado socialismo de mercado, que generó un impulso a tendencias economicistas y tecnocráticas, dejando a un lado la necesidad indispensable de compensar los negativos efectos sociales de la economía mercantil.

Otros muchos errores derivaron de estas causas esenciales. Entre ellos cabe señalar la subestimación del consumo; el atraso secular de la producción agropecuaria; la compartimentación de la ciencia limitada al ámbito del complejo militar-industrial, no aplicando sus resultados a la producción y los servicios de la esfera civil; y la expansión excesivamente gravosa del gasto militar.

Los métodos de dirección aplicados y sus efectos nocivos propiciaron también la aparición de la corrupción, el enriquecimiento ilícito y la expansión de la economía sumergida en la sociedad soviética, especialmente en los últimos 20 años de su existencia. A ello se sumaría una conciencia social penetrada por prácticas consumistas y la ausencia cada vez mayor, de un compromiso real con la sociedad socialista entre una parte creciente de la población.

Sin embargo, a pesar de todos los errores y contradicciones, la sociedad soviética mostraría avances incuestionables que elevaron el nivel de vida y la fortaleza del estado soviético en base al enorme esfuerzo de su pueblo.

El riesgo de la simplificación en los análisis de procesos históricos tan complejos siempre ha estado presente. Es por eso indispensable en este punto señalar que en la interpretación de la historia del llamado socialismo real, la mayoría de los análisis contrastan lo ocurrido con lo que teóricamente debía haber sucedido, a lo que se añade la tendencia de muchos autores a no tomar en consideración las condiciones en que transcurrieron realmente esos procesos y su impacto en el desarrollo de los pueblos, al compararlos con la alternativa que hubiera ofrecido el capitalismo para su desarrollo.

Ciertamente no se trata de justificar a posteriori los resultados del experimento socialista soviético a toda costa, pero muchas veces se expresan criterios que únicamente reflejan los ángulos más oscuros del socialismo y se desecha hasta el más modesto reconocimiento a lo que puede haber dejado de positivo esta experiencia.

En este sentido, además de considerar todas las agresiones que debieron enfrentar el pueblo soviético y sus dirigentes, no es posible olvidar que las nuevas relaciones sociales a crear debían ser conscientemente asumidas por los trabajadores, en un proceso de acelerada adquisición de conocimientos y asimilación crítica de la realidad, que suponía simultáneamente la superación de los hábitos de la sociedad mercantil y la implantación de la solidaridad social.

Este proceso –inédito en la historia- suponía un desarrollo político e ideológico de adaptación a las nuevas condiciones sociales que no podía transcurrir sin atravesar complejas circunstancias y profundas contradicciones, especialmente si se tiene en cuenta la tradición que durante siglos llevó al ser humano a enfrentarse a sus semejantes para lograr la supervivencia.

En la medida en que los factores subjetivos no se desarrollaron suficientemente como para permitir una comprensión de esta compleja transición, fue hasta cierto punto lógica la aceptación primero y la asimilación acrítica después de todo el arsenal de ideas del sistema capitalista, cuyas armas melladas –como había advertido el Che- no podían servir para la construcción de la nueva sociedad.

La visión política y el coraje necesario para transitar hacia el socialismo en medio de las enormes dificultades que este proceso planteaba, se expresó claramente en las valoraciones de Lenin y los compañeros bolcheviques que siguieron sus huellas. Pero su genialidad y sacrificio no los eximió de cometer errores, a lo que se sumaría después la debilidad humana de los dirigentes que a nombre del socialismo no pudieron o no quisieron desarrollar sus potencialidades como sociedad superior en la lucha entre los dos sistemas.

Solo faltaría la gestión de una persona como Mijail Gorbachov, que combatiendo supuestamente las deformaciones del socialismo soviético, terminó alimentando las tendencias anticomunistas y pro capitalistas presentes en la dirección del país, contribuyendo así decisivamente a la aceleración del proceso de destrucción de la URSS.

Al producirse la desaparición oficial de la URSS en diciembre de 1991, una parte de los antiguos dirigentes del PCUS –en los que se sintetizaron muchas de las carencias y errores del socialismo soviético- pasaron a encabezar la transición al capitalismo al frente de los nuevos estados que surgieron entonces.

Fueron los casos de Boris Yeltsin en Rusia, que gobernó el país entre 1991 y 1999; Islam Karimov, que preside Uzbekistan desde 1992 y hasta el presente; y Nursultan Nazarbaev que ha presidido Kazajstan en ese mismo período. También la continuidad de antiguos dirigentes soviéticos ocurrió en los casos de Azerbaiyan con Gueidar Aliyev, que fue dirigente del país entre 1993 y 2003; en Kirguiztan donde Askar Akayev gobernó el país entre 1990 y 2005 y en Georgia con Edward Shevardnadze, que fue presidente entre 1992 y 2003.

En el caso de Rusia el gobierno de Yeltsin no solamente se caracterizó por la aplicación de una terapia de shock de un enorme costo económico y social para el pueblo ruso, sino que dio lugar a lo que algunos autores han denominado como el “capitalismo delincuencial” o “capitalismo criminal”, considerando su actuación al margen de la ley y su estrecha vinculación con la oligarquía o la mafia rusa.

La actividad de los grupos mafiosos se manifestó claramente a través de connotaros escándalos durante los años 90 y varios de sus principales representantes ocuparon posiciones oficiales de importancia. Nombres como Boris Berezovski, Mijail Khodorkovski, Vladimir Potanin, Roman Abramovich, Vladimir Gussinski y Oleg Deripaska son representativos de la nueva oligarquía rusa integrada por personas que se enriquecieron rápidamente mediante la corrupción, el soborno y el crimen, ocupando además personalmente cargos de importancia en el aparato estatal.

Si alguna prueba resultase necesaria para demostrar lo que del socialismo se perdió en sus 74 años de existencia de la URSS, bastaría con examinar los resultados de la proclamada transición al capitalismo real.

En efecto, la desaparición del socialismo como sistema no produjo un avance en el desarrollo de la sociedad, sino todo lo contrario. Todas las repúblicas que integraban la URSS –en diferente medida- transitaron hacia el más brutal modelo neoliberal, cuyos costos y consecuencias aún hoy se están pagando.

Baste señalar que solamente en Rusia durante los años 90 no se logró recuperar el nivel del PIB de 1991 –esto solo se alcanzaría en el 2004, 13 años después-; se redujo la población de 148 a 140 millones de habitantes; la esperanza de vida entre los hombres bajó de 65,5 a 57,3 años; emigraron más de 200 000 científicos a Occidente; el salario real bajó un 68,3% y las pensiones mínimas reales un 67%; el coeficiente GINI –que mide la desigualdad en la distribución de ingresos- subió de 0,27 0,48; el rublo –que antes de 1991 se cotizaba por encima del dólar de EEUU-, hoy un dólar equivale a 64 246 rublos de aquel entonces; a finales de los años 90 se calculaba que el 50,3% de la población estaba en la pobreza, en tanto que la tasa de homicidios se triplicó y Rusia se ubicaba entre los 20 países más corruptos del mundo.

A pesar de haber ganado las elecciones de 1996 –destacadas como fraudulentas por todos los observadores- el desgaste político de Yeltsin se aceleró, a lo cual contribuiría la crisis económica de agosto de 1998, que marcó el punto más bajo en el desempeño de la economía rusa postsoviética, a lo que se sumó el deterioro de la propia salud del mandatario. De tal modo, en agosto de 1999 Yeltsin nombró primer ministro a Vladimir Putin.

Putin provenía de los servicios de inteligencia soviéticos, donde alcanzó el grado de teniente coronel. Entre 1991 y 1996 trabajó en el equipo de Anatoli Sobchak, alcalde de San Petersburgo. En 1996 se trasladó a trabajar en la administración del Kremlin y en julio de 1998 fue nombrado jefe del Servicio Federal de Seguridad.

La selección de Putin para suceder a Yeltsin sorprendió a muchos analistas. A pesar de no haber figurado hasta entonces en el centro de la política rusa, mostró capacidad dar continuidad y –al mismo tiempo- desarrollar múltiples iniciativas para recuperar la indispensable estabilidad del país y comenzar una gradual recuperación de su economía.

En cuanto a las estructuras políticas, en el 2001 Putin fundó el partido Rusia Unida que desde entonces ha mantenido mayoría de votos en el parlamento ruso, permitiéndole gobernar –junto a Dimitri Medvedev- sin grandes dificultades internas.

Durante su mandato –y especialmente a partir del 2007- las posiciones nacionalistas de Putin se han ido fortaleciendo, enfrentándose son mayor fuerza a los intereses hegemónicos de Occidente y prestando especial atención a la recomposición del poderío militar del país. Todo ello le ha valido un gran apoyo popular, con políticas que también han mejorado gradualmente las condiciones de vida de la población.

Actualmente los indicadores socioeconómicos de Rusia no muestran los desastrosos resultados de la época de Yeltsin, pero aun la economía no ha cambiado en lo esencial su estructura productiva y las crisis impactan en la misma con mayor fuerza en relación a otros países desarrollados. Se trata así de una sociedad capitalista “de segundo orden” a la que –además- en el orden militar Estados Unidos busca destruir.

(*) Asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). Fue Ministro de Economía de Cuba.

Fuente: Cubadebate

Notas:

[1] Para este trabajo el autor se ha apoyado en el capítulo I de su libro “El derrumbe del socialismo en Europa” Ruth Casa Editorial y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014 y en el ensayo “La perestroika en la economía soviética (1985-1991)” incluido en el libro de Serguei Glazov, Kara-Murza y Batchikov “El Libro Blanco de las reformas neoliberales en Rusia. 1991-2004” Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007. También se recomienda el capítulo I del libro de Ariel Dacal y Francisco Brown “Rusia Del socialismo real al capitalismo real” Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, así como los capítulos 4 y 5 del libro de Roger Keeran y Thomas Kenny “Socialismo Traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991” Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.

[2] V.I. Lenin “Informe político al undécimo congreso del partido” en La última lucha de Lenin. Discurso y escritos (1922-1923) Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 2011, pp. 55 y 69.

[3] Lenin había percibido los peligros que entrañaba la personalidad de Stalin y desde su lecho de enfermo se pronunció al escribir: “Stalin es demasiado rudo, y este defecto, aunque del todo tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el puesto de secretario general. Por eso propongo a los camaradas que piensen en una manera de relevar a Stalin de ese cargo y designar en su lugar a otra persona que en todos los aspectos tenga sobre el camarada Stalin una sola ventaja: la de ser más tolerante, más leal, más cortés y más considerado con los camaradas, menos caprichoso, etc.” V.I. Lenin Carta al congreso del partido, Op. Cit. pp. 232-233. Desde luego en ese documento Lenin se pronunciaría también críticamente sobre otros miembros del buró político, pero alertando especialmente sobre el peligro de escisión por el enfrentamiento entre Trotsky y Statin, cosa que la historia se encargaría de confirmar poco tiempo después.

[4] Dacal y Brown Op. Cit, pp. 4 y 5.

[5] Baste el siguiente ejemplo “El Comité Central del Partido Comunista electo en 1934 tenía 71 miembros. A principios de 1939 quedaban 21. Tres murieron de muerte natural, uno (Serguei Kirov) fue asesinado, otro se suicidó, 9 fueron reportados como fusilados y otros 36 desaparecieron.” G.D.H. Cole Historia del Pensamiento Socialista Tomo VII Socialismo y Fascismo 1931-1939, Fondo de Cultura Económica, México 1963, p. 233.

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