Más de alguno se preguntará, e incluso lo objetará, por qué esta columna editorial se dedica a comentar lo ocurrido hace una semana en un país “otro”, la Bolivia de Evo Morales. Esto, en circunstancias que la estricta actualidad nuestra se debate entre “temas” tan acuciantes como la sospecha del ingreso del virus Ébola a nuestro territorio, el aún no cerrado caso del cartel de los pollos y, muy particularmente, el caso Penta y sus ramificaciones hacia el mundo político.
Y que no son, por cierto, los únicos “casos” que importan y angustian a la población, pues también les preocupa el estado de la locomoción pública capitalina y de regiones, las carencias en materia de salud pública, el debate educacional y el estado de la economía.
Y entonces, ¿por qué Bolivia?
Sin duda que desde este lado de las fronteras una consideración más extensa sobre lo ocurrido en las recientes elecciones presidencial y parlamentarias del país vecino, no puede dejar de lado el dato, “molesto e inoportuno”, de la querella interpuesta por Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, como culminación, al menos hasta ahora, de su permanente alegato por una salida soberana al mar.
Es curiosa la postura de la prensa internacional cuando de analizar el estado de la economía boliviana se trata. Objetivo permanente de los ataques de los sectores vinculados o más bien dependientes de los grandes consorcios internacionales, y de la Casa Blanca, para explicar -para ellos, “justificar”- el abrumador apoyo al gobierno de Evo Morales, se recurre a un argumento al menos curioso: que habría una gran diferencia entre el discurso –nacionalista, estatista y privatizador- del presidente boliviano, y su accionar “pragmático” al administrar un país de escasos recursos naturales y carente de una tradición “democrática”.
Hay en el fondo de estas piruetas argumentativas un prejuicio ampliamente difundido: que toda defensa de la soberanía de un país sobre sus recursos naturales sería una postura y conducta “anti natura” y reveladora de una visión estrecha, sobre ideologizada y a contra corriente de las tendencias “modernas”.
Y que ello conduciría, inevitablemente, al fracaso.
Las cifras disponibles sobre el retroceso de la pobreza, el aumento del Producto Interno Bruto (PIB) en dimensiones colosales, la satisfacción de las capas indígenas y campesinas, ampliamente mayoritarias en casi todas las zonas del país, hablan con elocuencia de un progreso material y espiritual, en satisfacción de las necesidades materiales inmediatas así como en los índices de dignidad recuperada, que no conoce parangón en el mundo y que bien podría servirnos de lección a nosotros mismos y a nuestra auto satisfecha “clase política”.
Sí, la Bolivia del presidente Evo Morales no es la misma de siempre. Ya el ayer es ayer…
Gran noticia para los pueblos del mundo, y muy particularmente para los de la América Nuestra.
Procesos de parecida significación e importancia se vivirán en los próximos meses en otras naciones del continente.
La lección que nos da Bolivia al confirmar su decisión de gobernarse por sí misma y de no abdicar de ninguna de sus prerrogativas como nación independiente, se constituye en un rico patrimonio al que los pueblos habrán de echar mano cuando llegue la hora de sus reivindicaciones soberanas.
(*) Editorial semanario El Siglo