miércoles, octubre 16, 2024
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La Importancia de lo que No nos Cuentan

“Historia Secreta de Chile”, el nuevo libro de Jorge Baradit es una recopilación de relatos que escarban en lo más profundo de la historia social, política y cultural del territorio que desde 1812 se denomina Chile. A través de un sabroso repaso por anécdotas, significativos detalles, personajes curiosos, hitos y oscuros pasajes de nuestro devenir, el autor da forma a narraciones que dejan en claro que, a través de los años, se ha impuesto una verdad oficial a medias, que siempre ha favorecido a vencedores y poderosos.

 

El hasta hoy incierto destino de los restos del legendario Manuel Rodríguez, prócer guerrillero inexplicablemente asesinado tras el triunfo independentista; el heroico ajusticiamiento del sanguinario coronel Silva Renard, general de la masacre de la Escuela Santa María, a manos del obrero inmigrante español Antonio Ramón Ramón; los sufrimientos de Arturo Prat, ferviente exponente del espiritismo, en ese entonces ampliamente practicado pero calificado de hereje por la curia; el origen de la tradicional procesión del Cristo de Mayo, en 1647, vinculado al primer terremoto que azotó al en ciernes Santiago de la Nueva Extremadura; el cortejo de los corazones de los oficiales aniquilados en la batalla de La Concepción, en la sierra peruana, uno de los episodios menos aludidos de lo que se conoce como Guerra del Pacífico.

Son algunos de los sucesos en los cuales nos invita a sumergirnos, en su última obra, Jorge Baradit. “Historia Secreta de Chile” -lanzada el mes pasado por el sello Sudamericana de la editorial Random House- reúne una docena de breves y ágiles relatos que exploran los rincones más recónditos de lo que en la educación formal se nos enseña como historia nacional.

Claro es que, como establece de entrada el autor porteño (“Cuidado, porque también está la intención, el complot y la farsa”), este recorrido requiere asumir el carácter tendencioso que suelen tener las interpretaciones históricas oficiales -lo que en nuestro país, al parecer cobra especial expresión-, veneradas como única e intocable verdad desde que somos pequeños, y cuyos términos, como si se tratara de una azarosa coincidencia, siempre son acordes a los intereses de los mismos poderosos ganadores.

Subjetividad histórica.

Acertadamente señala Baradit en el inicio del Prólogo del libro: “La historia es un punto de vista”. Plantea como eje la proposición de una historia distinta, una “liquida, blanda, moldeable, cortable, redefinible y esculpible”, que permita hurgar en los claroscuros de nuestra memoria y arrojar nuevas luces y pistas sobre aquello que nos define como pueblo y como país. Según su entender, el registro histórico “no está hecho de mármol: es arcilla en manos de vencedores y de la clase dominante. Un espejo donde nos vemos lindos. La revista porno de cada país. Inventamos y borramos héroes de acuerdo a la conveniencia de quienes imprimen los textos”. Y es que “en nuestra Historia nada es tal y como aparece”.

Es decir, una objeción, o al menos relativización de lo que durante décadas la academia entronizó e impuso sistemáticamente como objetividad histórica, que si se analiza rigurosamente, en numerosas ocasiones se tradujo en discutibles reseñas, sesgadas y mutiladas a discreción, de lo que realmente pasó, o de cómo se desencadenaron un conjunto de hechos.

En ese sentido, las narraciones del escritor -narraciones en todo el sentido del término, relatos que desnudan lo limitado de la sentencia de que “la Historia es aburrida”-, encuentran concordancia con nuevos enfoques de estudios histórico-sociales, que se basan en el individuo, entendido como sujeto histórico, y su devenir, teniendo en cuenta lo abierta y relativa que puede resultar una visión historiográfica determinada.

Este original desafío es emprendido, como describe el mismo autor, “no desde la frustración, sino desde el olvido y el buen humor, entre la arqueología y el chisme, la anécdota y el hecho duro. Desenterrar es recordar, es encontrarnos bajo capas de tierra y cal. Es nuestro deber encontrar-nos para entender por qué carajo estamos acá y dejar de ser desaparecidos de nuestra propia historia”.

 Tal labor posibilitará “que cualquiera pueda armar el rompecabezas a su gusto y sin la dirección de la elite de turno, porque nada más sano que saberlo todo, abrir las ventanas y barrer la casa, dejar que entre la luz y que salgan los ratones. Nada más sano que abrir el sótano, haya lo que haya ahí abajo”.

 
Versatilidad narrativa y temática.

Una cualidad intrínseca a “Historia Secreta de Chile”, es lo atractivo y novedoso de su pie forzado: hacer una búsqueda, lo más exhaustiva y minuciosa posible, por los fragmentos que la historia ha olvidado, consciente o inconscientemente, para sacar en limpio de ahí, como quién rescata ideas de una libreta de notas con esbozos y borradores, todo lo que implica dudas y misterios, y que requiere ser revisitado, releído y resignificado, para entender por qué estuvo un largo periodo tergiversado o abandonado.

Sin embargo, ese propósito, en otras manos, podría haber sido víctima de una prejuiciada selección, o haber adquirido un tono mesiánico y pedante. Baradit, a partir de una sólida investigación bibliográfica, sale airoso, gracias a su agudo ojo para escoger, y a lo ingeniosa, inquisitiva, crítica y entretenida que es su pluma.

El escritor relata con maestría hechos pertenecientes a diversas temáticas. Hay episodios casi surrealistas, que van por el lado de lo anecdótico, lo extravagante y lo improbable; reconsideraciones históricas, a partir de sucesos confusos, que implican profundas revisiones y re-reconocimientos; y acontecimientos violentos y trágicos, vinculados a razones político-económicas, que han contribuido a que en Chile se mantenga la dolorosa desigualdad entre una minoría privilegiada y el desposeído pueblo. Estos distintos registros, cautivantes por sus datos reveladores y fluida narración, comparten el ya recalcado rasgo de haber sufrido autocensura, hermetismo o aislamiento, especies de traumas que en sesiones de sicoanálisis nuestro subconsciente nacional debiera inevitablemente confesar.

Así, por ejemplo, conocemos la atormentada vida de Jaime Galté, un abogado de clase media que a mediados del siglo XX se transformó en un reconocido médium, consultado por los más distinguidos políticos y aristócratas de la sociedad republicana.

Revaloramos el proyecto SYNCO, a través del cual, visionariamente, Salvador Allende y la Corfo (Corporación del Cobre) impulsaron la computación para coordinar y controlar la economía, en un rudimentario sistema de telecomunicaciones de la Unidad Popular, interrumpido por la bota militar. Y nos estremecemos con la bestial perversión de Ingrid Olderock, la tristemente célebre “mujer de los perros”, descendiente de alemanes nazis, protagonista de inhumanas torturas contra presas y presos políticos en los años más oscuros de la terrorista dictadura de Pinochet.
 
Botones de muestra.

En un imprescindible ejercicio de memoria se transforma el escudriñar en las reiterativas masacres, represiones y persecuciones sociales y políticas, incentivadas por una élite inextinguible en el tiempo, que han marcado a sangre y fuego lo que somos en cuanto chilenos, y que, según el historiador Ramírez Necochea, suman unos 15 mil fallecidos a manos de uniformados, sólo entre 1901 y 1970.

Sobresale la cobarde matanza de obreros de la Escuela Santa María de Iquique, en 1907, que dejó un saldo de 2.200 hombres, mujeres y niños ejecutados, y que en palabras de Baradit quizá sea “la primera acción de fuerza usando a los militares contra ese ‘enemigo interno’, la organización de los trabajadores, quizá sea la primera de muchas de la clase alta chilena y el Estado a lo largo de todo el siglo XX. Herramienta a la que echarían mano cada vez que les pareciera”.

Acerca de Manuel Rodríguez, según Alfredo Sepúlveda “de algún modo, nuestro primer detenido desaparecido”, el autor afirma que “durante años nadie supo que ocurrió con los restos del héroe. El paradero del personaje más carismático de nuestra independencia era un absoluto misterio para todo el país, excepto para Til Til”. En esa zona el cadáver fue enterrado clandestinamente, por temor a las represalias del dictatorial gobierno de Bernardo O´Higgins, y años después trasladado a Santiago.

No obstante, aun no se ha zanjado definitivamente la identidad de los huesos, a pesar de que un descendiente de sexta generación, “solicitó a la justicia chilena el año 2007 la exhumación de los restos del Cementerio General y su peritaje por parte de los laboratorios de Investigaciones. ¿La respuesta? Negativa”.

Otra crónica refiere al fenómeno de la Virgen de Peñablanca, en 1983, evidente conspiración del régimen, tragada por parte importante de la atemorizada ciudadanía. La descripción del contexto existente en Chile, “país de sectas idiotas, incultas, tristes”, sirve de muestra del acabado estilo del porteño:

“El Jappening con Ja -programa de comedia- cantaba ‘ríe cuando todos estén tristes’, Sábado Gigante regalaba televisores y automóviles, dinero y refrigeradores como una lluvia de fantasía (…) se llenarían portadas y valiosos minutos de noticiarios con la historia de un cabo del Ejército supuestamente abducido por extraterrestres; los cometas, los ovni, cualquier bengala menor servían para desviar la vista. Pequeñas historias que no duraban más que un par de meses y se apagaban. Los chilenos mirábamos constantemente al cielo mientras enterraban a nuestros hijos en la tierra, y el poder buscaba desesperadamente el santo grial de la desinformación”.

En definitiva, una obra comprometida, jugada, opinante y de gran calidad narrativa, que confirma que en la originalidad de enfoques está la mayor frescura que, en estos tiempos, puede aportar un escritor. A su vez, demuestra que una misma historia, en sus trazos gruesos repetida hasta el cansancio, puede resultar atractiva, dependiendo de cómo se cuente, de su capacidad cuestionadora y del énfasis que ponga en detalles aparentemente nimios, pero portadores de valor y significado.

Sin duda, “Historia secreta de Chile” cumple con el objetivo que el propio Jorge Bradit se autoimpuso, y lo ratifica como una voz joven, con punto de vista propio, de enorme proyección en el actual panorama de las letras de esta parte del mundo.

Fuente: El Siglo

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