Mientras surgía la oportunidad de intentar recuperar el trono, el cubano se empeñó en seguir demostrando que pese a todo era todavía el número uno. Perder el título mundial por sorpresa no lo desmotivó, sino más bien todo lo contrario: redobló sus energías.
Entre 1928 y 1931 jugó diez torneos de primer nivel. Ganó nada menos que siete de ellos, y en los tres restantes quedó segundo por muy poco. Estuvo a un nivel apabullante.
El recuento total de partidas de ese periodo habla por sí solo: +67-4=45.
Es decir, sólo cuatro derrotas frente a ¡sesenta y siete victorias! Una estadística formidable. Además, su proporción de partidas ganadas respecto a partidas entabladas era, como se ve, también espectacular. Capablanca seguía en plena forma, esto era un hecho palmario.
Los espectadores y los periodistas se frotaban las manos: un nuevo “match” entre los dos más grandes ajedrecistas del mundo podría ser tanto o más dramático y emocionante que el primero.
Alekhine
Alexander Alekhine provocó una agria disputa debido a las condiciones económicas de su revancha con Capablanca.
Pero las negociaciones entre Alekhine y Capablanca empezaron a alargarse inexplicablemente, complicándose bastante más de lo previsto. En varias ocasiones pareció haber un inminente acuerdo, pero a última hora siempre se arruinaba la posible organización del match porque Alekhine nunca estaba satisfecho con las condiciones de competición propuestas.
Terminó el año 1928 sin que se hubiese conseguido organizar la revancha. Daba la ligera impresión de que Alekhine estaba buscando el más mínimo pretexto para ir retrasando su enfrentamiento con el cubano.
Después de 1929, la impresión dejó de ser tan “ligera” y se convirtió en una certeza. Capablanca finalmente reunió los 10.000 dólares necesarios para poder jugar por el título, pero se produjo una coyuntura totalmente imprevista: el desplome de la Bolsa durante el fatídico “lunes negro” de Wall Street, que trajo la Depresión y la devaluación de la moneda.
Eso hizo que Alekhine alegase que el dólar había perdido valor, y por lo tanto exigió que la cantidad acordada le fuese entregada en oro. Ya no se conformaba con moneda de curso legal: si no se le pagaba el equivalente a los antiguos 10.000 dólares en metal precioso, no habría match.
Capablanca estaba atónito y escandalizado. Su rival estaba aprovechando la coyuntura financiera para ponerle las cosas difíciles. Lo pactado eran 10.000 dólares, pensaba Capablanca, no “10.000 dólares-oro”, y no era culpa suya que la moneda se hubiese devaluado súbitamente.
En pleno desastre monetario mundial, el cubano no podía reunir todo el oro que Alekhine demandaba. El ruso seguía afirmando que se acogía a las condiciones pactadas años atrás y que sería injusto para él recibir un papel moneda cuyo valor intrínseco se había desplomado (aunque quizá en ese argumento no le faltaba razón). Capablanca, en cambio, creía que Alekhine estaba saltándose el acuerdo e imponiendo nuevas condiciones diferentes a las firmadas, lo cual también era cierto: el cubano presionaba a la FIDE para que el match se celebrase de acuerdo con sus criterios y no con los de Alekhine.
Más allá de quién poseía o no la razón, lo cual resulta difícil de determinar porque ambos tenían sus buenos motivos, estaba quedando patente que Alekhine se escudaba en cuestiones monetarias como antes se había escudado en otras, todo para no jugar con el único rival de su misma magnitud que había en el mundo del ajedrez.
El ruso pedía cantidades exorbitantes cuando se lo invitaba a un torneo donde estuviese presente Capablanca; cantidades que los organizadores no podían asumir, así que el campeón no acudía nunca a los torneos si jugaba también el cubano. Una forma como cualquier otra de evitar enfrentarse a él.
Incluso se rumoreaba que a veces el ruso lo planteaba en términos más explícitos a los organizadores de dichos torneos: “o Capablanca o yo”. Así que, entre 1928 y 1931, los dos mejores ajedrecistas del mundo no coincidieron nunca con un tablero de por medio, pese a los deseos de la prensa y el público.
Las cosas terminaron de quedar claras cuando el campeón ruso sí aceptó poner su título en juego frente a Efim Bogoljubov, un buen jugador sin duda, pero que era un aspirante considerablemente inferior a Capablanca y al propio Alekhine.
Para colmo, Alekhine exigió a Bogoljubov condiciones menos duras de las que estaba exigiendo a Capablanca. El cubano, viendo cómo se celebraba un match por el título sin que él —todavía el mejor jugador del mundo— estuviese sentado ante el tablero, se sintió enfurecido y frustrado. El público también sentía esa misma frustración y terminó entendiendo lo que estaba ocurriendo: Alekhine, simple y llanamente, tenía miedo de Capablanca.
Fuente: Jot Down