La evolución de Alekhine se produjo a la sombra del ascenso y reinado del cubano. Alekhine se estableció como un sólido número dos del mundo y cuando acudía a un torneo en el que no estuviese Capablanca solía vencer, mostrando que también él era bastante superior al resto. No tenía la misma capacidad instintiva del campeón para descifrar al instante una posición sobre el tablero, pero si hablamos de imaginación, la suya no tenía parangón.
Se dejaba llevar de tal manera por su inspirado talento para componer complicadas combinaciones de jugadas que él mismo tuvo que aprender a ponerle las riendas a su inagotable fantasía, porque eso le llevaba a correr excesivos riesgos: “he tenido que trabajar duramente para erradicar la peligrosa ilusión de que en una mala posición puedo, siempre o casi siempre, conjurar una inesperada combinación de jugadas para librarme de las dificultades ”.
La fantasía en ajedrez implica imperfecciones. Alekhine tenía un juego fantasioso y por tanto ligeramente imperfecto. Capablanca se alimentaba de las imperfecciones del rival con suma facilidad. Resultado: Alekhine no podía con él.
Empezaron siendo amigos, e incluso se reunían para practicar y comentar jugadas. Pero la obsesión de Alekhine con el ajedrez y con el título tenía que pasar factura a la relación tarde o temprano. Conforme el ruso mejoraba y empezaba a triunfar en los torneos, sentía la creciente frustración de saber que Capablanca era el número uno y lo iba a seguir siendo sin esforzarse lo más mínimo. Y para colmo con un juego bastante más simple y monótono, menos bello y mucho menos espectacular que el suyo propio.
Alekhine se estrujaba el cerebro componiendo grandes sinfonías ajedrecísticas para vencer a sus rivales, sinfonías dignas de pasar a la historia del ajedrez, pero a Capablanca le bastaba con silbar una sencilla melodía como quien pasea por el parque para ganar. Eran dos tipos muy distintos de inspiración, dos juegos opuestos, y el arte feroz de Alekhine, que arrasaba a todos los demás rivales, no bastaba frente a la tranquila lógica innata de Capablanca.
En 1926 Alekhine tenía ya la magnitud suficiente como jugador para ser considerado el principal aspirante a desafiar al campeón vigente. Pero Capablanca demandaba una bolsa bastante elevada a quien quisiera disputarle el título y Alekhine, que no disponía de ese dinero ya que sus bienes familiares habían sido embargados tras la revolución rusa, no encontraba patrocinadores.
Sólo la intervención del gobierno argentino, que se ofreció a pagar la bolsa requerida y a organizar el match, permitió que los dos mejores ajedrecistas de la época se enfrentasen en 1927 para disputarse el título mundial. Un confiado Capablanca y un angustiadísimo Alekhine se iban a ver las caras en Buenos Aires. Casi todos los grandes maestros pensaban no ya que Capablanca iba a vencer el match, sino que iba a barrer el teatro con el contrario.
Se cuenta incluso que José Raúl Capablanca pasó la noche previa a la primera partida en compañía de una conocida actriz argentina. Estaba a punto de comenzar el match por el título mundial, y el campeón retozaba entre las sábanas a pocas horas del enfrentamiento crucial.
Fuente: Jot Down