Sugiero comentar la idea del enemigo interno-externo. En la gran mayoría de las sociedades, como un fenómeno transcultural, las minorías mal integradas o peculiares son con frecuencia el chivo expiatorio de las mayorías. La selección de víctimas termina generalmente en diferentes formas de discriminación o derechamente de persecución, y esto es extensivo para el mundo dirigencial, como también a la sociedad civil, como usted o como yo.
Se respiran aires inciertos desde hace un rato por todo esto de los 40 años de la celebración o conmemoración –sea cual sea su preferencia- del golpe militar en Chile. Los medios de comunicación favorecen, expanden y densifican mensajes sobre los distintos mecanismos de acción “preventiva” que está tomando la autoridad al respecto para enfrentar episodios no deseados en barrios y avenidas de las principales ciudades del país.
De prevención no tiene nada si lo que más se observa a ras de suelo es la inversión en incrementar la dotación policial, gestionada de manera tal de ser dosificadas en las principales zonas rebeldes de las ciudades, como si la solución pasase mayoritariamente por la disuasión vía efectivos policiales en terreno.
George Balandier[i], un destacado antropólogo francés, reconocía el hecho de que hace bastante tiempo los gobernantes representan la confianza de sus gobernados a través de la Teatrocracia, para referirse a esa forma de puesta en escena constante de los políticos a dramatizar sus acciones a fin de perpetuar y conservar el poder delegado, con el fin de representar el deseo de los súbditos de ver en su representante lo que desean y esperan de él.
A través de la oratoria, la propaganda, la contra-información, la espectacularización y escenificación de sus acciones, la creación de enemigos internos-externos, son las técnicas frecuentemente utilizadas para llevar a cabo el poder teatral imaginario que es capaz de influir en las respectivas concepciones de la población con su posterior concretización en la realidad. Además de generar esa atmósfera de percepción en la población de que se está haciendo algo, independientemente de que no ocurra nada.
Sugiero comentar la idea del enemigo interno-externo. En la gran mayoría de las sociedades, como un fenómeno transcultural, las minorías mal integradas o peculiares son con frecuencia el chivo expiatorio de las mayorías. La selección de víctimas termina generalmente en diferentes formas de discriminación o derechamente de persecución, y esto es extensivo para el mundo dirigencial, como también a la sociedad civil, como usted o como yo.
René Girard[ii], un lúcido filósofo francés, es revelador al señalar que en ciertas ocasiones los grupos humanos enfrentados a escenas de crisis, así como también al debilitamiento de sus instituciones normales, favorecen la formación de multitudes, como agregados medianamente espontáneos, susceptibles de apoderarse por completo de la institución en cuestión a fin de ejercer en ella una presión decisiva. Esto ocurre en episodios de decadencia institucional; quienes viven las persecuciones colectivas sufren las consecuencias de una misma manera, como es el hecho de una pérdida radical de lo social, el fin de las reglas y de las “diferencias” que definen los órdenes culturales.
Esto se explica, comenta Girard, por el hecho de que las diferencias jerárquicas simbólicas y funcionales comienzan a perder su densidad interpretativa y proceden a convertirse en monótonas o hasta incluso monstruosas. Este eclipse de lo cultural genera en la sociedad –de nuevo, a dirigentes y dirigidos- el querer achacar los males a la sociedad en su conjunto, lo que de cierta forma permite eludir responsabilidades personales además de no comprometerles a mucho, o también por otra parte, a invertir energías en confabulaciones sobre otros individuos que aparentan ser sujetos nocivos por razones de preferencia que son de fácil descubrimiento como por ejemplo:
-Achacar crímenes violentos en relación a los que los se cometen hacia el Rey, el padre, el símbolo de la autoridad suprema, y a veces, incluso a niñxs. También están los crímenes sexuales, los que remiten transgredir los tabúes elementales que cada sociedad genera, así como también están los crímenes religiosos como las profanaciones de toda índole.
-La etiqueta de criminal fundamental, es la que de una u otra forma interpela, expone y lesiona los fundamentos cardinales del orden cultural, los status familiares y las jerarquías que sostienen el orden societal, no con el fin de relajar los vínculos sociales, sino de ser él, el portador de cargar con las intenciones de destruirlo todo completamente. Los perseguidores se convencen e intentan convencer a los demás de que ciertos grupos de individuos, o incluso tan solo uno, puede llegar a ser un ente capaz de lacerar a la sociedad. De allí que la acusación estereotipada, facilite y se vuelva una especie de carrier y catalizador de estas creencias.
Un afamado escritor italiano, Primo Levi[iii], es bastante demostrativo al narrar el comportamiento social que tenían ciertos presos nazis en los campos de concentración, en donde los individuos adquirían posiciones morales intermedias, donde incluso se actuaba como colaborador de sus opresores, se lucraba o se sacaba algún rédito frente al padecimiento de otros similares a causa del temor que se imponía en su medio próximo con el fin de gozar de un poco de privilegio y tranquilidad. Las llamó las zonas grises del poder, como esos episodios en donde el individuo bombardeado por una inestabilidad emocional permanente, es capaz de facilitar los procesos de tortura y humillación de sus similares.
Una Antropóloga brasileña, Teresa Caldeira[iv], quien desarrolló largas pesquisas en los sectores marginales/marginados/marginizantes de Río de Janeiro y São Paulo, es bien ilustrativa en este mismo punto, al acuñar el término del “habla del crimen”.
Reconoce que el habla del crimen es capaz de construir reordenaciones y relaciones simbólicas del mundo elaborando prejuicios y naturalizando la percepción de ciertos grupos como peligrosos. De modo simplista divide el mundo entre el bien y el mal y criminaliza ciertas categorías sociales. Esta criminalización simbólica es un proceso social dominante y tan difundido que hasta las propias víctimas de los estereotipos (los pobres, por ejemplo) acaban por reproducirlo, aunque ambiguamente.
¿No serán esos aires inciertos que hoy se respiran, los distintos tipos de relatos criminalizadores que están operando hoy en la actualidad, y que parecen copar la prensa policial a través de una población más bien atemorizada por recibir y reproducir el habla del crimen frente al criminal violento? ¿En qué lado estaremos, en las zonas grises, en las multitudes o en lugar del espectador frente a la espectacularización del teatro político?
(*) Antropólogo, candidato a magíster en Sociología de la Universidad de Chile. Colaborador de laPala.
Fuente: La Pala
http://www.lapala.cl/2013/a-proposito-del-11-y-la-necesidad-de-un-culpable-violento-estereotipos-y-relatos
Referencias:
[i]Balandier, Geroge (1994). El poder en escena. De la representación del poder al poder de la representación. Buenos Aires: Paidós.
[ii]Girard, René (1986). El chivo expiatorio. Barcelona: Editorial Anagrama.
[iii]Levi, Primo (2000). Los hundidos y los salvados. Barcelona: Personalia de Muchnik Editores S.A.
[iv]Caldeira, Teresa (2007). Ciudad de muros. Barcelona: Gedisa.