viernes, noviembre 22, 2024
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El Nuevo Tiempo de la Izquierda (III)

Estos llamados “Apuntes críticos sobre el rol de las fuerzas políticas en Chile entre los sesenta y la actualidad” constituyen en verdad una ambiciosa propuesta de nuestro estimado camarada y amigo  Oscar Azócar. Pero además oportuna.

Más que necesaria la creo indispensable ; ojalá otros compañeros del Partido Comunista y de  la izquierda en general puedan contribuir a profundizar el debate ideológico, el análisis no sólo de la coyuntura sino de las perspectivas del desarrollo del actual proceso de cambios en el contexto de lo que han sido los últimos 50 años  de nuestro país.

En Chile vivimos un nuevo momento. No sin dificultades, ha comenzado por fin la transición desde el modelo socio político y económico de la dictadura hacia otro democrático, una transición retardada un cuarto de siglo por los compromisos del pacto entre la dictadura y un sector de su oposición, por la política de los consensos y, en esencia, por el mantenimiento hasta nuestros días de los mismos factores del poder real en Chile.

Ni hemos recuperado una Constitución democrática, ni la educación pública gratuita y laica en que se formó lo más granado de nuestra intelectualidad, incluídos desde luego los premios nóbeles Pablo Neruda y Gabriela Mistral.

Ni hemos recuperado las riquezas naturales, ni el nivel de la salud pública, ni el papel del Estado en la  economía, etc.. Pero lo más importante, las FFAA chilenas siguen donde mismo cuando el golpe, el gran empresariado igual y los medios de comunicación en las mismas manos.

Pero además todo cambia tan rápidamente – cuando los pueblos no conquistan el poder real – que incluso el diagnóstico del libro de Oscar en cuanto a que vivimos un tiempo nuevo en relación a la existencia de varios gobiernos progresistas, ha empezado a cambiar.

En efecto, se acaba el kirshnerismo en Argentina, tambalea Dilma en Brasil, se acaba el mandato de Correa en Ecuador, Guatemala vive un momento peor y en Uruguay digámoslo francamente Tabaré Vásquez no es lo mismo que Mujica, aunque gobierne el mismo Frente Amplio.

Todo lo dicho  no hace sino confirmar la necesidad de producir y difundir más pensamiento y análisis. Como hace Azócar, hay que profundizar el análisis respecto de la relación dialéctica entre cambios reformistas y cambios revolucionarios y entre gobierno y poder.

Tanto más cuanto que la experiencia de la Nueva Mayoría signada por la unidad de fuerzas revolucionarias con fuerzas reformistas, lo que en sí ya es un logro indiscutible de la política de amplia unidad de los comunistas chilenos, se da en condiciones muy diferentes de las que existían en los años 70 cuando no fuimos capaces de lograr esta unidad que, quizás,( nunca se sabrá ), pudo haber evitado el golpe.

En efecto, por esos años los vientos de cambio soplaban con mucho más fuerza  que hoy y sobraban razones para ello.

Existía el poderoso campo socialista y a su ejemplo y apoyo se libraban exitosos combates y los bloques unitarios proclamaban abiertamente su perspectiva socialista, lo que en nuestro tiempo no es posible.

Tomemos un  ejemplo en relación a la histórica cuestión de comunistas y demócratacristianos. En los 70 la izquierda con Allende proclamaba “la unidad popular”, mientras la DC con Tomic proclamaba “la unidad del pueblo”. La izquierda con Allende proclamaba su horizonte socialista. La DC con  Tomic proclamaba su “vía no capitalista de desarrollo”. En estricto rigor, las diferencias eran menores.

Hay que tener en cuenta por otra parte que a estas alturas no sólo ha  corrido mucha agua bajo los puentes, sino que ha corrido mucha sangre bajo esos mismo puentes.

¿Qué hacer para fortalecer la Nueva Mayoría sin perder nada de nuestra identidad?

Como señala la Convocatoria al Congreso del Partido, la clave  está en el estricto cumplimiento del Programa de Gobierno de la Presidenta Bachelet. Pero para caminar por ese rumbo justo debemos ir premunidos de la más sólida convicción producto de la realidad concreta y que a la  vez tenga debidamente en cuenta las experiencias vividas.

Y es ése precisamente el gran aporte del libro que presentamos.

Oscar Azócar nos recuerda de inicio el carácter nacional y patriótico del Partido Comunista de Chile, su visión propia de la llama dictadura del proletariado, su política de avanzar en las transformaciones de la sociedad en favor del pueblo trabajador por senderos republicanos, democráticos, unitarios, lo que llegó a diferenciarlo absolutamente dentro del movimiento comunista internacional.

Pero a la vez teniendo presente que a la hora de un golpe antidemocrático, de una dictadura, eran justas y válidas todas las formas de lucha incluída por cierto la lucha armada.

Lo muestran sus experiencias en la consolidación del Frente Popular en los años 30 y de la Unidad Popular en los 70, derrotando sectarismos y desviaciones de derecha y de izquierda de otras fuerzas progresistas.

El libro nos recuerda la trayectoria no sólo de los comunistas chilenos sino de otras fuerzas importantes como el Partido Socialista y la Democracia Cristiana. Respecto de esta última constata sus devaneos históricos entre el progresismo y la reacción.

No se oculta nada, ni su defensa del Partido Comunista cuando la Ley Maldita, ni su acuerdo en determinadas materias con el gobierno de Allende, pero tampoco su conocida relación con la CIA norteamericana de que da cuenta, entre otros documentos, el Informe Church del Senado norteamericano.

Ni el abierto apoyo mediante diversas acciones sediciosas en favor del golpe de su sector más derechista desde 1970 ni la circunstancia de haber integrado el gobierno dictatorial, incluso con ministros, hasta muy avanzados los años setenta; es decir en medio del genocidio.

Pero tampoco se oculta su posterior lucha antifascista, el papel de algunos de los propios instigadores del 73, como el ex presidente Eduardo Frei Montalva quien devino en fuerte opositor a la dictadura y  finalmente asesinado por el régimen de Pinochet.

El libro explica adecuadamente lo que fue la famosa transición pactada ; en realidad más que transición fue transacción. Su símbolo fue el caluroso abrazo en el Congreso entre Aylwin y Pinochet en los 90. Y su mejor prueba es la mantención hasta hoy del modelo neoliberal y el total abandono del programa de gobierno que la Concertación había ofrecido engañosamente a la ciudadanía.

Nadie tiene derecho a ignorar que la transacción fue impuesta por la misma potencia que impuso el golpe, los EEUU. Como recuerda el libro, fueron personeros del Departamento de Estado los que se reunieron con los partidos de la burguesía y negociaron absolutamente todo; desde luego la total exclusión del Partido Comunista.

Porque, digámoslo francamente, es buena la película del “NO” pero si alguien cree todavía que el dictador fue derrotado con una raya de lápiz en un papel, vive en otra galaxia. Claro, sin duda había que participar en el plebiscito, pero no era más que la formalidad exigida por los dueños absolutos del poder político.

El autor valoriza el papel de nuestra política de la Rebelión Popular, la valentía y el heroísmo de sus combatientes y el peso que las acciones audaces del FPMR y nuestra política militar tuvieron en el fin de la dictadura. La calidad de esa lucha y el riesgo de su masividad llevaron a la Casa Blanca y al Pentágono a considerar que era hora de cambiar a su monigote de uniforme.

El autor incluye además consideraciones novedosas al referirse brevemente al papel que en materia política ha jugado la larga lucha en defensa de los derechos humanos promovida por las organizaciones de los familiares de los detenidos desaparecidos, de los ejecutados políticos, de los torturados.

Era hora que alguien llamara la atención sobre la importancia política transformadora de esos combates y de esas pequeñas victorias, y no lo digo por formar parte de ese sector, sino porque en Chile – a diferencia de lo que sucede en todos los demás países en que hubo dictaduras – ni las organizaciones políticas, sindicales ni estudiantiles, ni sociales ni culturales en general, han brindado un apoyo activo, permanente, público, a esa esforzada lucha. Como si fueran asuntos del pasado sin entender que son asuntos del presente y, sobre todo, del futuro.

Como si no tuvieran que ver, precisamente, con el enfrentamiento concreto al poder real en la política.

Es extraño porque no sólo es diferente en otros lugares sino porque incluso en países  americanos o de otros continentes se valoriza extraordinariamente –y constantemente hasta nuestros días-  las conquistas en verdad y justicia y se les relaciona debidamente con los avances democráticos.  

Creo indispensable  reiterar la necesidad de la claridad absoluta de nuestra acción diaria en este medio complejo en que suele suscitarse contradicciones entre decisiones del gobierno y propuestas del mundo social.

En este sentido debemos reiterar la búsqueda de la unidad.

En la DC existe un amplio campo de militantes comprometidos verdaderamente con el proceso de cambios, desde luego en su base social, en los trabajadores y en los jóvenes demócratacristianos. Pero no sólo en esos sectores, también en el de los DDHH y otros.

No descartamos incluso la probabilidad de nuevas escisiones en dicha organización.

Digamos finalmente que, con todo, nos parece que  en el centro del debate ha de estar la cuestión del tema principal de la política, el tema del poder. Sabemos que tiene un componente material, que es la fuerza y un componente inmaterial que es la hegemonía ideológica. Pues bien, en Chile – como ya dijimos – la fuerza material continúa en unas FFAA  y de Orden, educadas en la funesta doctrina de la “seguridad nacional”, bajo el dominio ideológico de EEUU.

El respaldo material a los sectores conservadores, enemigos del cambio, anida igualmente en el empresariado nacional y extranjero y en cuanto a la hegemonía ideológica,  en la que los medios de comunicación juegan un papel determinante, constatamos que dicho de modo general están aquellosgrupos idénticos o semejantes a las del 73.

Desde luego Agustín Edwards que desde el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, pasando por el golpe contra Salvador Allende en 1973, sigue siendo el mismo perro de presa del imperialismo y, como dijo el entonces jefe de la CIA Vernon Walters,  “su mejor hombre en toda América Latina”.

Felicitaciones compañero Oscar.

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