lunes, diciembre 23, 2024
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12 de Octubre: El Genocidio Continúa

La historia indígena que relatan los españoles y algunos intelectuales blancos tiene con frecuencia un vacío insalvable. En su mayoría nunca vivieron con las comunidades originarias que sobrevivieron al holocausto americano. Una cosa es el papel de libro, y otra muy distinta las aldeas, la selva, los bosques secos y el barro. Solo cuando papel y vivencia se complementan es más fácil entender y sobre todo sentir lo que sucedió a partir del 12 de octubre de 1492, y que sigue ocurriendo hoy, a varios siglos de distancia.

En América no solo existieron los Incas, Aztecas y Mayas. Hubo y siguen sobreviviendo centenares de grupos indígenas. Sus territorios, al igual que los de cualquier otro grupo humano, variaban de acuerdo a sus necesidades, culturas, y capacidad de ataque y defensa.

Los Incas y los Mayas desplegaban estrategias de cadena alimenticia corta, algo bastante parecido a lo que hacemos en nuestras actuales culturas agrícolas. Transformaban ecosistemas naturales con gran biodiversidad en zonas de cultivo o cría de animales, y con sus excedentes alimentaron notables revoluciones urbanas y culturales.

Hoy sabemos que muchas de esas culturas de cadena corta, como la Maya con su milpa, sufrieron graves crisis por causa del monocultivo y del exceso de civilización.

Es erróneo y simplista asumir que estas culturas indígenas más complejas (y por lo tanto más similares a las europeas) eran dominantes o exitosas.

Territorialmente había más superficie ocupada por grupos cazadores y recolectores que por agricultores andinos.

América era un mosaico de ecosistemas sobre los cuales se expandían y retraían innumerables etnias que definían, a su vez, un cambiante y rico mosaico cultural.

Podemos afirmar que en la mayor parte del continente americano dominaron territorialmente los grupos indígenas que practicaban la estrategia de cadenas alimenticias largas con agricultura de subsistencia. Eran cazadores, pescadores y recolectores, y lo siguen siendo hoy. A diferencia de los indígenas agricultores y ganaderos de la zona andina y de la América Central estos recolectores utilizaban innumerables especies que obtenían de amplios territorios.

Una comunidad Mbya Guaraní con medio centenar de personas, por ejemplo, recorre un territorio vital superior a las 6.500 hectáreas. Allí recogen y emplean 150 especies de plantas medicinales, 7 tipos de miel, más de 200 especies como alimento, y reconocen 230 especies de aves. En general los cazadores y recolectores ocupaban territorios que defendían con bravura, pero sin poseerlos.

En lugar de construir propiedades fijas e inviolables habitaban territorios temporarios. Cuando faltaba el agua o los alimentos, o el sacerdote soñaba que era preciso irse, la comunidad migraba y se instalaba por muchos años en un nuevo territorio. El sitio abandonado era recompuesto por el propio ecosistema, y se diluía con el tiempo el impacto que había producido la comunidad.

Esta ocupación sin posesión le resulta extraña a las culturas occidentales e incluso orientales. Es sin embargo un rasgo muy común entre los grupos recolectores en agricultura deliberadamente limitada. No se apropiaban de la tierra, ni dejaban las enormes huellas culturales que sí construían Mayas e Incas (y blancos europeos). Vivían y guerreaban, como todo grupo humano, pero sin reemplazar los ricos ambientes nativos por ciudades y cultivos. Simplemente se integraban a los pulsos ambientales, algo que los Incas y Mayas, por ejemplo, fueron perdiendo a medida que se volvían más civilizados.

Decir que los españoles llegaron a un continente virgen, como afirman algunos autores, es desconocer la realidad indígena anterior al siglo XV. América era un mosaico de ecosistemas naturales ocupados por mosaicos de culturas humanas. Mucho antes de que arribaran los españoles la mayoría de los lugares tenía nombre e historia. Que los Mbya Guaraní no construyeran grandes ciudades ni largos caminos empedrados no significa que la selva donde vivían fuese virgen. Esa selva era tan humana en su biodiversidad como una ciudad de Castilla llena de edificios y pobre en árboles, solo que unos y otros tenían distinta estrategia de vida, y vivían por lo tanto en ambientes muy diferentes.

Lo trágico sin embargo es que las estrategias de cadena alimenticia larga, dominantes en la América precolombina, son más sostenibles a largo plazo que las estrategias de cadena corta que empezaron a practicar los Incas hace muchos siglos, y que trajeron desde Europa los españoles y otros invasores recientes.

Mientras los cazadores y recolectores enfrentan las crisis y los sufrimientos a corto plazo, lo que es casi inevitable en culturas sin excedentes agrícolas, las civilizaciones construidas en base a las cadenas alimenticias cortas, como las nuestras, trasladan los sufrimientos y crisis acumulados al mediano y largo plazo. Para conservar nuestra forma de vida consumista no titubeamos en arruinarle el futuro a nuestros nietos.

Lo irónico es que nosotros, con una estrategia de vida rimbombante, barroca y poco adaptada, estamos exterminando culturas que repiten el modo de vida cazador y recolector que le permitió a nuestros antepasados no agricultores vivir exitosamente durante más de 150.000 años.

Americanos originarios y europeos, por nombrarlos con cierta identidad, eran mosaicos de poblaciones experimentales generalmente guerreras y agresivas que se enfrentaron desigualmente a lo largo de varios siglos. El experimento Europeo traía armas más poderosas y enfermedades más mortíferas que las existentes entonces en el experimento americano.

Primero se vino para sacar todo lo que era valioso en las culturas europeas, y luego se empezaron a destruir los ambientes nativos, donde predominaban culturas indígenas de cadena alimentaria larga, para establecer cultivos y campos ganaderos, y por lo tanto la controvertida cadena alimenticia corta. Esto continúa todavía. En este mismo momento los blancos y su soja destierran a fuerza de policía y jueces territorios ancestrales. Quien crea que la guerra de estrategias terminó está equivocado. Hace 43 días que 60 niños, 40 mujeres y 200 adultos Mbya Guaraní están concentrados en la plaza 9 de Julio de Posadas, en Misiones, para que los reciba el gobernador, y les reconozca sus derechos. Al 12 de octubre todavía no los había recibido. Más de cinco siglos después del primer viaje de Cristóbal Colón este blanco gobernador sigue actuando como un conquistador del siglo XV.

En América no hubo un contacto pacífico de culturas sino un largo, sangriento y cruel genocidio que todavía continúa. Pontificar desde los libros de letras blancas que más allá de los excesos cometidos el balance fue «altamente positivo», como lo indicó algún historiador, es una cachetada soberbia e insoportable para los pueblos indígenas. León Cadogan se horrorizaría de estos discursos urbanos e intelectuales emitidos por quienes hablan de indígenas sin haber vivido con ellos, y que no saben de trampas mondé ni de territorios vivientes, y que ni siquiera oyeron las plegarias antiguas y selváticas en un Opy (2).

Después de años de mansos festejos el 12 de octubre entró en crisis. Ahora es un mes de recriminaciones y alegatos. Hace unos días las palabras más sinceras pero inaceptables vinieron de un cónsul español. Fiel a sus antepasados conquistadores reivindicó indirectamente las matanzas y el reemplazo sangriento de una cultura por otra. Otros discursos en cambio se dedicaron a comparar Incas o Aztecas con españoles, olvidando que la mayor parte de los pueblos indígenas no pertenecieron a esos grupos. Siempre fue más fácil hacer comparaciones que hablar de los genocidios actuales. Valorar los orígenes europeos no justifica sus atrocidades. Muchos de nosotros somos descendientes de sucesivos invasores europeos, tan blancos como aquellos que hace siglo y medio asesinaban a indígenas por un sueldo, y luego ensartaban sus testículos en un alambre.

Hace falta decirlo en voz alta, el genocidio no terminó, sigue tan cruel como antes aunque ya no tenga olor a pólvora. Por eso nos duelen los enfoques mezquinos que ni siquiera mencionan el riquísimo universo cultural y místico de los pueblos originarios. De esas comunidades que siguen viviendo con cadenas alimenticias largas y cultivos de subsistencia pese al desmonte y las motosierras.

Hoy los genocidas se llaman Benetton en la Patagonia, Moconá Forestal S.A. en Misiones, y soja en Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Salta. Tienen cómplices gubernamentales, y cómplices por ignorancia (aquellos que no saben lo que sucede). El 12 de octubre, sin embargo, es apenas una fecha blanca. Lo más importante son los 365 días humanos que tiene cada año. Porque de eso se trata. Tras siglos de ultrajes y matanzas lo mínimo que puede hacer la sociedad blanca es reconocer a los indígenas el derecho que tienen a recuperar sus territorios y a vivir de acuerdo a sus costumbres, algo que por otra parte exige el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo.

He vivido en la selva y en la comunidad de Tekoa Yma donde aprendí que ningún ser humano tiene la verdad de la vida. Solo trozos, fragmentos.

La verdadera sabiduría no está en conocer o tener lo más posible, sino lo necesario para ser feliz. ¿Podremos aprender a vivir sin dejar huellas indelebles?. ¿Asumiremos alguna vez que somos un país interétnico, y que todos tenemos los mismos derechos?. Quiero creer que sí.

(1) Biólogo, Presidente de FUNAM y Profesor en la UNC. Premio Nobel Alternativo 2004.

(2) Templo en lengua Mbya

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