«Señales irreversibles del tiempo colonizan mi cuerpo…» escribí cuando llegué a los 50: me parecía justo envejecer, y ya me veía como Goethe, entero a los 83, pidiendo «Mehr Licht» (más luz) antes de morir. Entonces una catarata comenzó poner borroso el mundo de mi ojo izquierdo pero, como vivíamos bajo la Cuarta República, veía clarito que, como pescador artesanal, no podía pagarme ni la consulta de un oftalmólogo.
No importa, me dije, mi ojo de disparar es el derecho y recordé la anécdota de aquel joven obrero holandés, miope y voluntario a las brigadas internacionales, que al llegar a Madrid, se le rompieron sus culos de botella y al día siguiente ya estaba en las trincheras de la Ciudad Universitaria: –Este sabe disparar, pero rompió sus gafas y dice que todo lo ve borroso. — Pues ponlo en la ametralladora…
Pero no llegó la matazón sino Chávez, y comenzaron los milagros: la Ley de Pesca eliminó las malditas lanchas de arrastre, Chávez volvió, volvió, volvió, después del golpe de abril, Freddy Bernal trajo Barrio Adentro, y aparecieron los cubanos con Misión Milagro.
Vine a Caracas a trabajar y olvidé el asunto: mi catarata no era tan grave y había muchos más necesitados que yo, por lo que dejé pasar años antes de sentarme frente a la hermosa doctora cubana Yunai (el nombre debe venir de la novela costarricense «Mamita Yunai» sobre la United Fruit Company). quien preguntó mi nombre, mi número de cédula y mi edad, me mandó hacerme unos exámenes, y antes de tener tiempo de arrepentirme, ya estaba acostado -y asustado- en el quirófano de Barrio Adentro en San Antonio de Los Altos. Fue rápido e indoloro. Al día siguiente me quitaron el parche y ¡milagro! el mundo parecía la caja de cubiertos de plata de la condesa, todo brillaba y resplandecía: yo me decía muchas cosas: ¿Por qué no lo hice antes? Viva Chávez, carajo! y al que hable mal de los cubanos le cae…
Mi ojo derecho, con los años, siguió el camino de su hermano y ya no servía para nada. Fui al Barrio Adentro de Pinto Salinas, en Caracas, con mis setenta años cargados de presunciones negativas, hice la cola y se repitió la historia: hermosas doctoras viéndome a los ojos (aunque sea a través de una máquina siempre es agradable) y la misma amabilidad de profesionales sin ínfulas, gente como uno que nos llaman por el nombre. No voy a repetir el cuento: me operó un doctor que podría ser mi nieto y aquí estoy, viendo mejor que a los 20 años (adiós a la miopía) y listo para la pelea.
Pero lo importante no es mi historia, Lo importante son todas las personas con las que hice cola y lo que vi mientras esperaba: el señor que vino, ciego, a que le quitaran el parche al día siguiente su operación. Tuvimos que ayudarlo a sentarse, llevarlo del brazo, avisarle de los obstáculos; y a los 10 minutos salió de la consulta, solo, sin que nadie lo guiara, con unos lentes oscuros que parecían defenderlo del resplandor de su sonrisa: vete, tu fe te ha salvado, nuestra fe en un mundo mejor, en que los humanos y las naciones son susceptibles de bondad. Misión milagro.
Quitar una catarata y poner un lente intraocular es una operación relativamente «sencilla». Y recuerdo que una vez, cuando todavía esas operaciones se hacían en Cuba, el Colegio de Oftalmólogos de Venezuela emitió un comunicado diciendo que calculaban que el procedimiento, incluido boleto aéreo y alojamiento del paciente y su acompañante, sumaba unos 5 mil dólares: si les daban esa suma ellos, con mucho gusto, practicarían esas intervenciones en Venezuela…
Recuerdo haber publicado una respuesta breve pero grosera, recordándoles que en el último medio siglo no habían operado a nadie que no tuviera dinero y que por eso Venezuela estaba llena de invidentes, y que esperaba de todo corazón que Misión Milagro los arruinara. Ingenuo de mí: no se arruinarán nunca porque viven de los ricos, que a su vez viven de los pobres, y morirán practicando su oftalmología mercenaria sin haber ayudado a nadie.
Las madres que por primera vez vieron el rostro de sus hijos, los que salieron a la luz desde la oscuridad o la penumbra, los que descubrieron que los árboles no eran manchas y tenían hojas, los que conocieron después de viejos el color del cielo de su patria. Los que aprendieron a leer, vieron una película, supieron al fin como era el rostro de ese Chávez del que tanto hablan…
Me dice Internet que el 8 de julio de 2004 aterrizó en Cuba el primer vuelo con 50 personas de Venezuela, para ser operados -gratis- por cataratas. Y que en ese puente aéreo se atendieron 176 mil pacientes.
Luego (confieso que no lo sabía,) el 21 de agosto de 2005, durante el “Aló Presidente” 231, transmitido desde la localidad de Sandino, en la provincia cubana de Pinar del Río, Chávez y Fidel firmaron «el compromiso de Sandino» para operar de la vista a 6 millones de latinoamericanos y caribeños en 10 años.
Lo certifico: yo soy uno de los casi 3 millones de venezolanos cegatos que vimos luz con la Operación Milagro. Pero no somos los únicos: si sumamos otros latinoamericanos, caribeños y africanos, la cifra ronda los 4 millones.
Imagino que Doña Malicia de Derechas piensa que todo tiene componente de propaganda política, y le respondo: Si esa es la propaganda ¡bienvenida sea! Y qué raro que a nadie se le haya ocurrido antes… Y, sobre todo, si Cuba con todo yu bloqueo nos ayuda ¿por qué los países poderosos no hacen algo parecido, en vez de andar jodiendo, repartiendo bombas, miseria y veneno por todo el Universo Mundo?
No sé cuánto tiempo de vida me queda para disfrutar de esta nueva claridad, pero hasta el último minuto guardaré en el corazón respeto y solidaridad con Cuba, y lealtad a esta imperfecta máquina de hacer milagros que llaman Revolución Bolivariana y Socialista. Palante que patrás espantan. Nos estamos viendo.
Fuente: Telesur