Indignación es la sensación ante las reacciones negativas hacia las juezas y otras personalidades mujeres que se retrataron a hombros desnudos con ocasión de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, en Concepción. Para muchos/as esta noticia ni siquiera es conocida, pero vale la pena revelarla porque da cuenta de la rigidez de algunos sectores –con poder, claro– en relación con la agenda de igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
En efecto, los estereotipos de género siguen dominando la práctica institucional. Si bien, menos mal, pareciera que la respuesta en defensa del derecho de las mujeres a disponer de sus cuerpos y de las imágenes que de ellos se quiere proyectar en esta campaña, ha ido recibiendo un creciente respaldo.
Me atrevo a pensar que la sola idea de que un grupo de mujeres juezas dé cuenta de que son mujeres, en sus contextos, en sus cuerpos, y decidan comunicarlo, es una afrenta para quienes sólo aceptan su presencia en la medida que ésta se desprovea, se limpie de aquello que constituye lo femenino, para acatar la norma masculina sobre lo que debe ser una mujer en un espacio de poder como es la administración de justicia: recatada, severa, fuera de los ires y venires, de lo propiamente “femenino” por una parte, pero sin lograr, por otra, la plena inclusión a la norma masculina en función justamente de esa diferencia sexual y de género.
Desde el punto de vista de los derechos humanos, la autonomía de las mujeres para decidir sus planes de vida, las representaciones de las que quieren formar parte o no, en definitiva, el respeto a la dignidad de las mujeres sigue siendo una tarea pendiente. Una dignidad que se define desde las mujeres y no desde aquellos que históricamente han impuesto y definido cuáles son sus intereses.
Un respeto necesario que parte, por ejemplo, en estas imágenes que invito a conocer y que, lamentablemente, han generado una muestra de inicio del irrespeto que se extiende hasta los altos niveles de violencia y feminicidio que nos afectan como país.
El avance en el reconocimiento y protección de los derechos humanos de las mujeres es una necesidad democrática. En clave cultural esto significa respeto a las mujeres, a sus voces y expresiones, a sus decisiones. Las mujeres no se inscriben en la dicotomía patriarcal de putas/sumisas –con todo el respeto que me merecen las trabajadoras sexuales–. Somos mucho más que eso y justamente eso es lo que muestra la exposición de fotografía. Mujeres igualmente diferentes, valientes, sin disociación entre su identidad y su rol, desafiando las dicotomías.
Se echa de menos la adopción de medidas por parte del Estado –sus tres poderes– para modificar los patrones socioculturales que inferiorizan a las mujeres y que permiten reproducir los estereotipos de género.
Que no se nos olvide, se trata de una obligación para el Estado de Chile, tal como lo señala el Art. 5 de la CEDAW. Y es que se hace necesario no sólo impactar en términos de las medidas legislativas y administrativas que debe adoptar el Estado para garantizar el ejercicio de derechos de las mujeres en igualdad de condiciones con los varones, sino que impactar sin pudor, repito, sin pudor en los estereotipos de género.
Sólo en el Vaticano –para entrar a la Basílica de San Pedro, entre otros sectores– y en un país musulmán, he tenido que cubrir mis hombros. En ambos casos se trataba de Estados confesionales.
No es el caso de Chile. Todo mi apoyo a estas valientes mujeres y al camino que están abriendo en el ámbito de la administración de justicia.
(*) Directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos.
Fuente: INDH