El Periodismo Cortesano y la Utopía de un Periodismo Independiente

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Desde que el diccionario Oxford definiera “posverdad” como la palabra del año 2016, mucho se ha especulado sobre el sentido y los alcances de este término que se instaló con fuerza a partir de tres hitos que sorprendieron a la opinión pública internacional: el triunfo del Brexit en el Reino Unido, el de Trump en las elecciones estadounidenses, y el del NO en el plebiscito realizado en Colombia para validar el proceso de paz con las FARC.

La posverdad ha sido definida como el espacio donde la información seria y los datos duros -dos elementos claves en el ejercicio del periodismo- influyen menos que las emociones y las creencias personales, cuestión que en las redes sociales y en un cierto periodismo de bajos estándares profesionales tendrían uno de sus nichos privilegiados.

En la era de la sospecha, la explicación de este fenómeno estaría en la creciente desconfianza de las personas no solo en las instituciones y elites de poder, sino en las fuentes tradicionales de información, lo que conduciría a buscar en las redes aquellas verdades que les estarían siendo vedadas.

Pero este fenómeno de la posverdad o desinformación no es nuevo, como tampoco lo es el malestar ciudadano ante los medios, cuestión que en Chile desde los inicios de la transición se ha venido manifestando de diversas maneras y momentos políticos y sociales como está consignado en los informes de desarrollo humano del PNUD de la década de los noventa y en múltiples estudios, como lo hemos visto en las pancartas de las movilizaciones del 2006, con los pingüinos, 2011, con los estudiantes universitarios, 2018 en el mayo feminista, o 2019 en el estallido social.

De allí el “apaga la tele” contenido en carteles y rayados murales exhibidos en contextos de manifestaciones populares, así como el surgimiento de una audiencia más exigente y escrutadora con los contenidos televisivos que amplió la conversación sobre pluralismo, diversidad y acceso a la información desde el ámbito de los especialistas al de los hogares.

No en vano uno de los estudios del CNTV publicado a inicios de 2022 apuntaba a que si bien el 71% de los encuestados decía informarse por la televisión, solo el 23 % confiaba en ella.

Por ello, y a propósito del libro “Un periodismo cortesano. Prensa y sociedad en el Chile del siglo XXI”, del académico e investigador de la Universidad de Chile Eduardo Santa Cruz, editado por LOM., cuando analizamos el escenario mediático actual la pregunta que surge es por qué a lo largo de estas décadas nuestro país siguió apareciendo en los informes internacionales con escandalosos índices de concentración de los medios y un consiguiente déficit de pluralismo y diversidad, además de protagonizar un evidente descenso en la calificación mundial de la libertad de prensa que la organización Reporteros sin Fronteras elabora cada año.

Recordemos, en el contexto del reciente quinto aniversario del estallido social, que en medio de dichas movilizaciones se documentaron más de 300 ataques a la prensa entre agresiones, detenciones a reporteros y medios independientes, y fueron ampliamente denunciados los seguimientos y espionajes por parte de Carabineros y el Ejército a periodistas de investigación, como es el caso de Mauricio Weibel, quien descubrió la corrupción en el Ejército; o las declaraciones públicas de las tres ramas de las Fuerzas Armadas pronunciándose en un acto deliberativo respaldado por el ministro de Defensa de la época sobre una rutina humorística emitida en La Red; o las presiones y telefonazos desde la presidencia de Sebastián Piñera a los dueños de dicho canal reclamando por su línea editorial; o el retiro de auspicio a un programa de CNN de parte del empresario Juan Sutil como protesta por la cobertura de dicho canal al estallido , como lo consigna también este texto de Eduardo Santa Cruz.

Y si nos centramos en casos más recientes podemos citar como ejemplos el despido arbitrario de Paulina de Allende Salazar, por parte de Mega y en ese contexto el veto a la prensa de un oficial de Carabineros, etcétera, etcétera .

Una explicación a esta interrogante, la entregó en su momento Edison Lanza, relator especial para la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en su prólogo al informe Libertad de Expresión en Chile de 2020 cuando señaló que “muchas de las insuficiencias y restricciones al derecho a la información y libertad de expresión, vigentes en el marco normativo, como en las practicas del Estado, derivan de ese sustrato autoritario que aún pesa en el proceso democrático chileno”.

Otros análisis que profundizan acerca de esta anomalía están contenidos en este libro cuyo autor es un destacado profesor de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile con una vasta trayectoria académica y de investigación en temas relacionados con la industria cultural, la cultura popular y de masas, quien ha escrito varios textos relacionados con la historia del periodismo en Chile así como el rol de la prensa en distintos periodos en nuestro país.

Así por ejemplo el autor nos explica que este texto se articula en primer lugar por el intento de entender el papel y el lugar jugado por la prensa chilena en la conformación del espacio público y su relación con el contexto socio cultural. En ese sentido puntualiza, “el supuesto central que subyace al punto de vista que se quiere ofrecer es la concepción de la prensa no como puro reflejo o instrumento de dinámicas y lógicas exteriores a ella, sino como un actor socio-cultural que opera desde sus propias instalaciones ideológicas y culturales , construyendo y difundiendo sentido sobre los social.”

Con este preámbulo el autor asume que la prensa chilena en lo que va transcurrido este siglo ha devenido de “causa” a “ modelo de negocio”, tendencia hegemónica que legitima y actúa como vocera del poder económico, político y cultural y cuyo correlato es el periodismo cortesano .

“Un periodismo cortesano que es el de los grandes consorcios mediáticos el que, por un lado, ejerce de vocero del poder y salvaguarda del orden social como valor supremo, y por otro se autoerige como autoridad moral que supervisa la conducta individual y colectiva de la sociedad , habitualmente con un tono de sermón, desde un sitial autoconstruido de superioridad ética , especialmente manifiesto en el periodismo audiovisual”.

Esta tendencia hegemónica que describe el libro implica afirmar que desde el punto de vista del trabajo periodístico “la discusión sobre la verdad o la falsedad contiene su propia limitación “ ….” Por el contrario, se señala más adelante, son una compleja mezcla de medias verdades, medias mentiras, manipulaciones, interpretaciones y tergiversaciones más o menos conscientes que intentan, muchas veces ocultar los intereses de todo tipo, incluso individuales, que están detrás manejando los hilos de la producción de representaciones”.

Esto nos habla no solo del déficit de democracia en nuestro país en las últimas décadas si asumimos que una democracia seria se mide por la fortaleza, pluralidad y diversidad de sus medios de comunicación capaces de expresar e informar a toda una ciudadanía, de aportar e enriquecer el espacio público con otras miradas, o de contribuir a densificar el debate con otros discursos.

Porque esta lógica de la prensa “como modelo de negocio” también implica que las rutinas periodísticas han sufrido cambios radicales en estas décadas caracterizadas según el autor por el creciente abandono de la pretensión ilustradora y de formación de opinión pública y ello no como responsabilidad individual de los y las profesionales, afirma Santa Cruz, aunque tampoco quedan libres de toda culpa muchos de ellos y ellas, sino que determinados fundamentalmente por razones que provienen de la estructuración del campo. Y cita entonces un estudio de los académicos Salinas, Stange del Valle y Jara donde sostienen que “la contradicción principal entre rutinas periodísticas y pluralismo se produce entre la concepción política de la información pública implícita en el valor del pluralismo contra la concepción de mercado de esa misma información, sostenida por la estrategia comercial segmentada que hoy prevalece en el mercado de la prensa diaria”.

Esto lleva a los autores a concluir no solo que la política periodística está orientada a consideraciones comerciales -e ideológicas agregaría yo- sino a rutinas periodísticas que trastocan la esencia del periodismo al privilegiar información provenientes no solo de las mismas fuentes e intereses, sin contrastar otras voces y sacrificando la diversidad y pluralidad, así como el rigor investigativo y la independencia a las presiones y lógicas de un mercado que no siempre cree en las virtudes de la democracia y menos en la libre competencia como se ha demostrado en Chile con los escandaloso casos de colusión en áreas básicas de la vida cotidiana.

Me detengo en esta radiografía de Eduardo Santa Cruz que sin duda invita al debate no solo en torno al periodismo en Chile, sino también a discutir y revisar de qué manera enfrentan las escuelas de periodismo este diagnóstico, específicamente quienes desde la docencia asumimos que la formación del periodista está anclada en la ética, en principios como la veracidad, el pluralismo, y la diversidad, y que la independencia hacia los poderes que el periodismo debe fiscalizar es una cualidad intransable.

Más aún, este libro provocador en su título y su tesis “Un periodismo cortesano” cuyo correlato es la empresa periodística asumida por ejemplo como una empresa de embutidos en tanto modelo de negocios, y no como un medio de comunicación social que tiene una función pública como es la de informar con estándares a la altura de esta profesión, nos desafía como periodistas y formadores de periodistas, como bien lo señala su autor en una suerte de epílogo de esta texto, que a modo de “palabras finales” lanza una serie de interrogantes referidas a la formación de los y las periodistas.

De esta manera Santa Cruz cita un estudio de Claudia Lagos Lira y Mellado que señala que en 1990 había en las universidades de Chile -muchas como modelos de negocio y no educativos al igual que algunas empresas periodísticas- 1700 estudiantes de periodismo, en el 2011, la cifra había subido a 6000 y ha seguido aumentando tanto en planteles estatales como privados.

Interesante ese aumento que lo vemos año a año en nuestras aulas: jóvenes ansiosos por aprender y estudiar una carrera que les permite aportar a una sociedad democrática donde la información veraz y oportuna es clave; jóvenes que asumen que la información es un derecho (y algunos profesores se los recordamos) y que no entran a la Universidad para luego trabajar en una fábrica de embutidos sino con la convicción de, como decía García Márquez, maestro de periodistas, trabajar en el mejor oficio del mundo.

¿Ante esta realidad entonces, debemos sucumbir ante la existencia de un periodismo cortesano afín a la empresa periodística asumida como modelo de negocio que obedece a intereses y lógicas privadas y alejadas del bien público?

¿Debemos contribuir también a formar en nuestras aulas a periodistas cortesanos para que naden con la corriente y sean dóciles a los poderes que les pagan?

Sin duda no, porque nuestros estudiantes saben de esta realidad y son críticos a ella; porque nuestra tarea es entregarles las herramientas para pensar de manera reflexiva, crítica y con autonomía; porque el código de ética, el análisis crítico a los montajes periodísticos de la dictadura, la adhesión del periodismo al respeto a la democracia y a los derechos humanos, su demanda por la libertad de expresión y la información como un derecho ciudadano no pasan de moda aunque coexistan con estas realidades de un periodismo que en rigor ha sido funcional a una transición pactada, y cuyos gobierno, de centro, derecha e izquierda mantienen con complicidad.

Porque al negarse estos gobiernos a tener medios públicos que no dependan de quien esté en La Moneda sino con estatutos que garanticen su independencia ; al no distribuir el avisaje de las empresas del estado de manera adecuada que garantice la diversidad y pluralismo; al mantener la anomalía insólita de una televisión “pública” que debe autofinanciarse; al no estimular la existencia de nuevos medios digitales o impresos independientes que sean capaces de exhibirnos toda la riqueza y diversidad de un país plural; al temerle en definitiva a la narrativa emanada de ese periodismo cortesano lo que hace es no solo negar a la ciudadanía el derecho a la información, sino contribuir a socavar las bases de una democracia condenada a leer, escuchar o ver un solo discurso, una sola “verdad”.

Por eso a veces el periodismo es resistencia, es contrapoder, es insurrecto, incorrecto, molesto, pero nunca puede ser cortesano.

Concluyo señalando que el periodismo siempre ha estado bajo amenaza, más en dictaduras, pero también en democracia.

(*) Premio Nacional de Periodismo

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