B. ASPECTOS CULTURALES
Los aspectos anteriores, más vinculados a lo estructural, son a su vez indisociables de aspectos culturales, de los discursos, del poder-saber, y de incuantificables elementos conectados a nuestras percepciones, cuerpos y comportamientos. Son estos elementos los que otorgan significados y legitiman las condiciones estructurales anteriores.
Medios de comunicación, discursos políticos, acciones ministeriales y de fuerza pública; el rol de muchas profesiones, centros de investigación, rehabilitación y universidades; como también las palabras de nuestras madres, lo permitido y lo no permitido en la infancia y adolescencia, la vida del barrio y la socialización de conductas delictivas; todo es parte de sutiles elementos que componen, desde las dinámicas cotidianas de la sociedad, la actual forma de concebir/actuar sobre las drogas ilegales.
La construcción del otro -el traficante, el delincuente, el consumidor etc…- se genera entonces tanto en términos simbólicos y discursivos, como también en términos objetuales, corporales y estructurales. El paquete es completo y aquí no entra sólo Latinoamérica, sino que también Medio Oriente, Asia y los “otros internos” de la cultura norteamericana, aquéllos que se alejan del estereotipo WASP (white, anglo speaker protestant; blanco protestante anglo-parlante) y que motivaron al presidente Richard Nixon a empezar su cruzada tras el avance de la contra-cultura estadounidense en los 60´s y 70´s.
Sanguinarios narcos latinos, policías corruptos mexicanos, y negros yankees son parte del repertorio de los malos de Hollywood. Desde el cine hasta fichas de seguro social, es decir, desde la industria cultural hasta las regulaciones políticas, todo etiqueta y construye criminales.
Estos múltiples, fragmentados, coherentes, finos y sutiles elementos son a su vez parte de la reproducción sociocultural de un modelo de control social: mediante la ilegalidad de las drogas se construye y legitima la criminalización, el encarcelamiento, la segregación social, el sujeto a intervenir, el fracaso de las instituciones educativas, el consumo desinformado, desregulado y penalizado. A su vez, la ilegalidad de las drogas, también compone un modelo de biopoder ya que comprende y trata al adicto como un criminal más que como un enfermo, abandonando, por un lado, millones de seres humanos en esta “enfermedad”, o bien, sometiéndolos a los modelos psiquiátricos donde la normalización y control –y muchas veces la experimentación, sobretodo en cárceles- del sujeto y su cuerpo pretende ser casi total. La complejidad de este aparato tecnológico se encuentra plenamente naturalizada y forma parte de lo cotidiano.
A su vez, el rol de la criminología positivista es crucial para esta construcción del otro al generar un entendimiento unidimensional y totalizante: circunscribir el mundo de la droga “legítimamente y científicamente” a lo delictivo. La correlación estadísticamente positiva entre droga y delincuencia, que pretende ser una evidencia neutra, objetiva, e universal, oculta y omite muy bien el origen político-social e ideológico del prohibicionismo: antes de desacreditar los movimientos contra-culturales que se originaron en los 60’s, la prohibición del opio chino a principios del Siglo XX, fue crucial para limitar el floreciente comercio chino en EE.UU y un componente estructural de la ocupación estadounidense en Filipinas en los mismos años. La criminología positivista se queda en simples cortes estadísticos, negándose a profundizar el debate a los planos realmente significativos.
Es desde esta perspectiva que se entiende y sitúa a las drogas como una hebra importante en las sociedades modernas para el control social, la vigilancia y la consolidación de un status quo. El control social no debe ser entendido como el actuar de las fuerzas policiales y/o meras políticas represivas, sino más bien, cómo el ejercicio del poder, en todas sus formas, construye, reproduce y naturaliza determinado orden. En pocas palabras: mantener drogas ilegales genera, avala, y legitima la pobreza y la marginación. Eso sí que es control.
B.1 Algunas luces para la transformación del paradigma y una nueva praxis en la materia
Vistos ciertos aspectos que evidencian las consecuencias catastróficas a nivel social y territorial del prohibicionismo, es propicio vislumbrar algunas directrices que den luces para abordar la principal problemática en torno a una eventual despenalización de las drogas: la adicción en ciertos sujetos y su consecuente impacto social. Es importante dejar en claro que no se sostiene en ninguna parte que las drogas sean completamente inocuas, o que los efectos neurológicos, físicos y psicológicos que las drogas pueden generar sean meras falsedades, menos aún se pretende desestimar la pérdida de libertad, el daño y el sufrimiento que las adicciones y conductas relacionadas generan a millones seres humanos, familias, barrio etc… Lo que sí se sostiene es cómo esta producción científica –que es una mirada más con respecto al uso de sustancias psicoactivas- se utiliza como argumento moral para conducir políticas neo-colonialistas, al mismo tiempo que levanta una cortina de humo para ocultar problemáticas de fondo y los verdaderos costos del prohibicionismo.
Resulta inútil para una madre angustiada entrar en razón que “su hijo es una construcción social del mundo moderno capitalista”, o que “su hijo es víctima de una biopolítica de control social”. Un enfoque transdisciplinar se relaciona no sólo con un entendimiento conjunto entre distintas disciplinas -enfoque interdisciplinario-, sino que también reconociendo la legitimidad de saberes históricamente deslegitimados, “no científicos ni académicos” y a su vez abordando el asunto desde una escala humana, centrándose en la comprensión y la experiencia. Desde ahí que resulta evidente la necesidad de abandonar el paradigma penal/punitivo para comprender, y por ende abordar, la adicción desde un enfoque de salud (1) integral y holístico, entre otras dimensiones/capacidades a desarrollar.
En relación a aspectos macro que propician la construcción de adicciones, es necesario ir más allá del tema de las oportunidades, la educación, información y prevención. Se puede identificar, aunque sea en forma breve, cómo ciertas dimensiones favorecen una conflictiva relación individuo-droga-sociedad y al mismo tiempo hacia dónde habría que orientar el accionar de la sociedad en cada una estas aristas.
1. De la rigidez político-institucional hacia el cambio y la transformación social:
-Una apropiada dinamización de instituciones sociales gracias a la incorporación efectiva de los y las jóvenes como agentes de construcción social. Actualmente, cierta rigidez o estancamiento del cambio social limita el potencial juvenil como agentes activos de transformación: la creación de canales de participación juvenil es más que la realización de talleres de grafitis y hip hop, sino que más bien debiese entenderse como la ruptura de un orden adulto-céntrico de las instituciones.
-La permanencia de un sistema educativo emergido en la era industrial que buscaba producir una masa obrera y consumista es tal vez, una de las instituciones más rígidas y que menos cambios han tenido desde su origen. No sólo una educación pública gratuita y de calidad, sino más bien el replanteamiento completo del sistema educación-sociedad, y la incorporación de pedagogías alternativas, es crucial y necesaria para lidiar de mejor manera con todo tipo de adicciones.
-Por ende, la marginación de segmentos jóvenes, frecuentemente vinculada a problemáticas de drogas, no es posible subsanarla únicamente mediante el incremento de oportunidades e inserción social, sino que urge a su vez una transformación de instituciones y de una cultura adultocéntrica, mediante la incorporación del potencial transformador de los y las jóvenes.
2. De los antivalores consumistas y hedonistas hacia la recuperación y regeneración de éticas, valores y prácticas de la frugalidad y la sencillez.
-Frecuente e inconscientemente se tiende a relacionar la libertad individual con la capacidad de consumo, y el placer inmediato de los sentidos. Se relega la felicidad humana al tener/consumir. El poseer bienes materiales sin importar su costo –endeudamiento, aumento de jornadas laborales, pérdida de tiempo libre, escaso tiempo con la familia y amigos, escaso desarrollo personal, impacto en los ecosistemas y en la construcción psicosocial del Yo, etc…- se ha vuelto la indiscutida meta social individual. Sin embargo, múltiples investigaciones, (Easterlin, 1974; Max-Neef, 1992; Hamilton, 2003; Oswald, 2006; y muchísimas otras), sostienen que el bienestar subjetivo –felicidad- comienza a decaer superado ciertos umbrales de bienestar material -crecimiento económico-, y de hecho, el aporte de éste último es significativamente menor en comparación a otros factores de carácter intangible. Así, la recuperación de éticas, prácticas, y estilos de vida de moderación, sencillez, austeridad, incluso de constricción de pulsiones humanas, y de recuperación de vínculos familiares y afectivos –entre otras prácticas y valores altruistas-, no sólo revierten la hegemonía cultural del consumo, sino que contribuyen de mayor manera a la satisfacción y bienestar personal. Esta cultura consumista a superar, es, entre otros factores, la que propicia el consumo problemático de drogas.
-Es por eso que el rol de la espiritualidad y un reencantamiento del mundo son los temas que pueden romper con el racionalismo que subyace a la economía neoclásica y su consecuente modelo socio-cultural. Es la negación del otro, visto no sólo como contra quien se compite, sino como a quien se ignora y destruye, lo que impulsa una política de droga prohibicionista cuyas consecuencias incluyen el dominio, explotación y destrucción por parte de ciertas entidades sobre regiones, naciones, pueblos y barrios enteros. Una ética capaz de generar y construir respeto hacia nosotros mismos, nuestros hermanos/as, nuestro entorno natural no proviene del mercado, sino de esas “ineficientes” creencias y valores que buscan indagar en un desarrollo humano cualitativo. ¡Nótese que para la economía contemporánea la solidaridad es un acto irracional!
3. De la negación de la naturaleza hacia una comprensión/acción del Ser-parte-de-ella.
-La desconexión con la naturaleza en todos sus niveles genera una concepción alienada de humanidad. Al concebirse a sí mismo fuera de la naturaleza (y no dar cuenta de aquello) el entendimiento del Yo es parcial, sin coherencia ni unidad hacia el entorno. El abuso del consumo de drogas, se constituye como un pseudo-satisfactor ante aquellos sentimientos de malestar y alienación originados por un mundo en donde la naturaleza, la realidad y las relaciones interpersonales se encuentran mediadas a través del continuo crecimiento de la tecnosfera y sus consecuencias psico-sociales.
-El Ser-con-la-naturaleza ayuda a situar a las personas en su Yo, siendo aquella sencilla relación un satisfactor sinérgico de múltiples necesidades. ¡Cuánto hay que aprender de la naturaleza! “podremos haber derrumbado todas las universidades y no habremos perdido nada, pero si talamos todos los bosques, lo habremos perdido todo” decía Bill Mollison. “Es imprescindible recuperar el valor inherente de lo vivo, volver a aprender a ser y estar en la naturaleza, a revalorar la importancia de la comunidad biótica como nuestra comunidad…” (Elizalde, 2003). La reconexión con la naturaleza no dice relación sólo con temáticas de sustentabilidad ambiental, sino también con hacer frente a la aguda crisis de concepción y percepción de la realidad, que subyace a muchas de las problemáticas contemporáneas, entre ellas el abuso de drogas y las políticas neo-colonialistas relacionadas con ella.
C. Conclusión
Sin duda, abordar una eventual despenalización de las drogas es un desafío enorme, y no carente de costos. Lo importante es hasta qué punto enfrentar estos costos es menos doloroso que seguir en la senda del prohibicionismo. Una vez comprendido este escenario, se puede entender que en el escenario ideal, una sociedad sin prohibicionismo, es a su vez como una sociedad en transición post-capitalista.
Por ende,entender la política prohibicionista como una política de seguridad es mirarla bajo una cortina de humo. El prohibicionismo es ante todo una política territorial para configurar micro y macros espacios, una política cultural de producción y segregación del Otro, una política bélica hacia Latinoamérica y medio oriente, una política económica para el deterioro de países productores, una biopolítica que deteriora las condiciones de salud de ciudadanos, una política financiera para la estabilidad macroeconómica estadounidense, una geopolítica post-colonial que fortalece lazos de dominación. Así, se puede argumentar sin dudas que la guerra contra las drogas, es parte natural del funcionar capitalista estadounidense. No es en ningún caso una “externalidad” o una anomalía del sistema, sino una de las más complejas y poderosas políticas de ingeniería social contemporánea.
(*) Sociólogo y candidato a magíster en desarrollo a escala humana y economía ecológica.
Fuente: La Pala.
Nota al pie
(1) Definir un “consumo problemático” bajo un enfoque de salud, evidentemente implica una reconstrucción de la patologización de determinada acción y en este sentido, relaciones de poder. Para abordar este asunto, vendrá artículo más breve. Adelantando algo, considero importante justificar, reconociendo abiertamente posturas valóricas, cómo se entenderá esta patologización. Vislumbro un peligro escondido en el hiper-relativismo producto del constructivismo social más radical.
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Elizalde (2003) Desarrollo Humano y Ética para la Sustentabilidad. PNUMA, México.
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